MANZANAS NUEVAS EN EL HUERTO

Kris Neville

Eddie Hibbs se presentó en la oficina y casi inmediatamente le llamaron para una emergencia. Era la tercera mañana consecutiva que se producía aquel hecho.

Esta vez, un trozo de cable de distribución se había fundido en el sector Oeste de los Angeles.

Los cables fundidos eran una rutina , pero cada caso merecía la atención de un ayudante supervisor de superficie.

Eddie penetró en la boca de entrada con el capataz de la brigada de mantenimiento. En la plancha de plomo, encima del lugar donde se había fundido el cable, había unas abolladuras muy visibles.

—¿De dónde sacaron eso? —preguntó Eddie.

—De un remiendo en el East Side.

—¡Vaya chapuza! —comentó Eddie—. ¿Entra agua por el empalme?

—Esos tipos nuevos... —dijo el capataz.

Eddie palpó las abolladuras.

—Creo que está a punto de agujerearse, de todos modos. ¿Hay mucha en estas condiciones?

—Unos doscientos pies.

—¿Tanta?

—Sí.

Eddie silbó entre dientes.

—Casi por valor de quince mil dólares. Bien. Córtela por aquí y haga empalmes. No les pierda de vista mientras trabajan.

—Necesitaré dos hombres durante una semana.

—Trataré de encontrarlos.

—Probablemente puedo localizar otros mil kilómetros casi tan malos como este trozo.

—No se preocupe —dijo Eddie.

Aquel fue el trabajo productivo de Eddie durante la mañana. Entre el tránsito y los dos trozos de calle levantados por el personal del agua, no regresó a su oficina hasta poco antes de la hora del almuerzo. Mientras conducía, escuchó las cotizaciones de la Bolsa.

Se enteró de que el aumento en espiral de los costos habían demorado el programa de modernización de Hyspeed Electronics, y de que la mayoría de su utillaje actual era anticuado. También se enteró de que el descenso de las ventas conduciría a un descenso de la producción, perpetuando así un desdichado ciclo. Y finalmente fue advertido de que Hyspeed Electronics era un ejemplo de los riesgos implícitos de la inversión en las llamadas acciones de signo inflacionario.

Eddie desconectó la radio en el estacionamiento, cuando empezaba el informe Dow-Jones.

Durante el almuerzo, consiguió leer dos artículos de un ejemplar atrasado de Electrical World, el único de la docena de periódicos técnicos que tenía tiempo de hojear, de cuando en cuando.

A las 12:35 se filtró en el departamento la noticia de que uno de los obreros de la brigada de mantenimiento, Ramón López, había muerto. Una escalera de cuarenta pies se partió mientras en lo alto de ella López efectuaba un empalme, y se estrelló contra el suelo de hormigón.

Eddie trató de identificar al hombre. El nombre le resultaba vagamente familiar, pero no conseguía unirlo a un rostro. Finalmente, el rostro llegó. Eddie se fumó dos cigarrillos, uno detrás de otro. Aplastó furiosamente con el pie la colilla del último.

—Era un hombre vigoroso —dijo su supervisor, Forester, sentándose en el borde del escritorio de Eddie. Normalmente exuberante, el accidente le había dejado melancólico y distraído—. ¿Le conocía usted?

—Muy poco.

—Un buen hombre.

Permanecieron silenciosos unos instantes.

—¿Cómo estaba la Bolsa esta mañana? —preguntó Forester.

—Subiendo otra vez. No escuché las cotizaciones de cierre.

—Supongo que seguirán en alza.

—Por tercer día consecutivo —dijo Eddie.

—Ha sido una verdadera lástima —dijo Forester.

—Sí, López era un tipo simpático.

—Bueno...

Forester se interrumpió, con evidente apuro.

—¿Sí?

—Quería recordarle que tenemos una reunión...

Eddie consultó su reloj.

—¿Dentro de una hora y media?

—Sí. ¿Sabe? Me siento como... No importa... ¿Qué hay de esos transformadores? ¿Están ya a punto?

—¿Se refiere a los que hemos venido utilizando para enfriar las conducciones de agua? No están en condiciones. Ninguno de los talleres locales puede rebobinarlos hasta que el fabricante envíe un especialista que los prepare para el proceso de capsulado.

—¿Cuánto tiempo van a tardar? —preguntó Forester.

—Me han dicho que varios meses. Creo que tendremos que buscar otra solución.

—Supongo que habrá que instalar de nuevo el modelo montado sobre cojinetes.

—A la gente no le gustará enterarse de que utilizamos un material tan anticuado.

Forester se encogió de hombros.

—Redacte un informe sobre el asunto, Eddie —dijo, poniéndose en pie—. Tenía que ocurrir eso precisamente hoy. Se están produciendo demasiados accidentes. Una escalera rota...

Eddie trató de encontrar algo inteligente que decir. Finalmente, murmuró:

—Era un tipo vigoroso, desde luego.

Cuando Forester se hubo marchado, Eddie cogió distraídamente uno de los informes preliminares sometidos a su aprobación. El informe se refería a tres mil capacitores comprados el año anterior a una firma del Este, ahora en quiebra. Los capacitores empezaban a gotear. Eddie llamó al laboratorio eléctrico para comprobar si el problema estaba en vías de solución.

El supervisor informó:

—No tengo el material necesario para ocuparme de los capacitores. Compras ha pasado aviso a media docena de proveedores, pero hasta ahora no he recibido nada. Además, no dispongo de tiempo. He de atender con prioridad al programa de comprobación de los nuevos termínales.

—¿No podríamos encargar el trabajo a otra sección? —preguntó Eddie.

—No conozco ninguna que pueda reparar los capacitores.

Eddie colgó, y firmó el informe preliminar.

Pasó al siguiente.

A las 2:30, Forester pasó a recogerle y los dos se dirigieron a la Sala de Conferencias.

Catorce empleados asistían a la reunión, todos ellos pertenecientes a los departamentos operacionales. Entraron en la sala, buscaron asiento, encendieron cigarrillos, charlaron y bromearon unos con otros.

Cuando se presentó uno de los ayudantes del director, se hizo un gran silencio.

—Caballeros —dijo el ayudante—, iré derecho al asunto que ha motivado esta reunión. El Programa de Construcciones en el Valle ha absorbido ya dos emisiones de bonos. Los contribuyentes no darán su aprobación a una tercera.

Hizo una breve pausa, para que su auditorio captara bien el significado de lo que acababa de decir, y continuó:

—En el periódico de esta mañana he leído que el alcalde va a nombrar una comisión fiscalizadora. Supongo que también ustedes lo habrán leído. El Departamento de Aguas y Energía del Municipio de los Ángeles se encontrará en una situación muy comprometida al término del año fiscal.

»No necesito encarecerles la necesidad de una reducción de los costos. Tengo aquí el informe acerca del derrumbamiento de la subestación 115 KV, en la Bunker Hill, producido el mes pasado. La mayoría de ustedes ya lo habrán leído. Lo he hecho circular. Ahora bien...

El análisis de la situación se prolongó por espacio de diez minutos, para concluir con una bomba:

—Vamos a imponer una reducción del diez por ciento en los gastos operacionales.

Uno de los oyentes, más alerta que el resto, inquirió:

—¿Afectará esa reducción a los salarios?

—Afectará al personal cuyos ingresos superen los ochocientos dólares mensuales.

Siguieron unos instantes de asombrado silencio.

—No pueden hacer eso —dijo finalmente uno de los supervisores—. La mitad de mis mejores hombres se dedicarán a partir de mañana a buscar unos empleos mejor pagados... y los encontrarán.

—Yo me limito a transmitirles lo que me han ordenado.

Los hombres reunidos en la sala hablaron entre ellos en voz baja.

—De acuerdo —dijo uno de los supervisores—. Puesto que lo quieren así...

Después de la reunión, Forester acompañó a Eddie a su oficina.

—¿Vendrá usted mañana, Eddie?

—Supongo que sí, Les. En realidad, todavía no lo sé.

—Sentiría perderle.

—La cosa se pondrá difícil. El que a un hombre le recorten el sueldo es todo un problema.

—Veré lo que puedo hacer por usted. Si logro incluirle en una categoría superior...

—Gracias, Les.

Eddie consultó su reloj. Faltaba poco para la reunión convocada para tratar de los problemas de Seguridad.

Mientras esperaba, Eddie formó un informe preliminar de sesenta y tres páginas recomendando un programa para la sustitución de todos los cables de transmisión y distribución instalados antes del año 1946. Se calculaba que los ahorros, a largo plazo, ascenderían a unos doscientos cincuenta millones de dolares. Sin embargo, el gasto inicial era astronómico.

Después de la reunión, Eddie preparó otro memorándum señalando la apremiante necesidad de un programa de adiestramiento más completo y de un aumento del personal de mantenimiento. La escasez de técnicos calificados era endémica.

A las 4:25, el supervisor nocturno telefoneó para decir que tenía problemas con su nuevo automóvil y que no le sería posible llegar antes de las seis. Eddie accedió a esperarle.

A continuación, Eddie llamó a su casa para decirle a su esposa, Lois, que llegaría un poco tarde. Pero no consiguió la comunicación: su teléfono estaba averiado.

Ray Morely, uno de los ingenieros del servicio nocturno, entró en la oficina con una taza de café.

—¿Todavía aquí, Eddie?

—Sí, hasta que llegue Wheeler. Su automóvil no funciona.

—La Bolsa ha vuelto a experimentar un alza.

—Sí. Supongo que se ha enterado de lo de la reunión de hoy.

Ray bebió un sorbo de café.

—No he podido hablar con los del servicio diurno. Se ha producido un atasco y he llegado un poco tarde.

—Van a rebajarnos el sueldo.

—¿Bromea usted?

—¿Ha pasado ya por su oficina?

—No.

—No bromeo. El diez por ciento para los que cobran ochocientos dólares.

—Nadie va a aceptarlo —dijo Ray—. Andamos muy escasos de personal especializado. Hay un montón de ICBM oxidándose en los almacenes porque no disponemos de personal para manejarlos... Todo el mundo se marchará.

—No creo que pongan en vigor esa medida... Ramón López, uno de los miembros de la brigada de mantenimiento, ha muerto esta mañana.

—¿De veras?

Eddie le contó cómo había ocurrido el accidente.

—Lástima de muchacho, ¿no es cierto?

Sonó el teléfono.

Ray dijo:

—Yo contestaré.

Escuchó durante un par de minutos y colgó.

—Una avería en la zona de Silver Lake. A un autobús le fallaron los frenos y se llevó por delante un trozo del tendido eléctrico.

Eddie volvió a sentarse.

—No hay prisa —dijo—. El camión no llegará allí hasta las seis y media, por lo menos.

—De acuerdo. —Ray bebió otro sorbo de café, pensativamente—. ¿Piensa continuar aquí?

—Ya veremos. No lo he decidido todavía. ¿Y usted?

—Si me rebajan el sueldo, me descontarán casi cien dólares al mes... Es un buen bocado.

—Sigo opinando que no aplicarán esa medida.

—No podrán hacerlo —dijo Ray—. Les tenemos cogidos por el cuello. —Se retrepó en su asiento—. Yo veo esto como un fenómeno orgánico. Cuando la sociedad se hace tan complicada como la nuestra, necesita cada vez más ingenieros. Pero esa misma necesidad crea un círculo vicioso. Cuantos más ingenieros tenemos, más complicada se hace la sociedad. Cada nuevo ingeniero crea la necesidad de otros dos. Yo experimento una sensación de... no sé cómo expresarlo... de vitalidad, supongo, cuando visito una fábrica automatizada. Toda aquella maquinaria y todos aquellos aparatos electrónicos son como una célula de un organismo vivo: un organismo que crece cada día más, multiplicándose como bacterias. Y siempre está enfermo, y nosotros somos los médicos. La nuestra es la profesión más segura, porque controlamos el futuro. No creo que se atrevan a rebajarnos los sueldos.

—Espero que tenga usted razón —dijo Eddie.

Eddie se marchó a las 7:15, cuando llegó finalmente el supervisor del servicio nocturno. Al salir del edificio, oyó resonar un timbre de alarma que se había disparado, probablemente a causa de un cortocircuito. Aquella especie de rechinamiento alteró todavía más sus nervios. Aprensivamente, notó un viento cada vez más fuerte contra sus mejillas.

En casa, fue acogido con un beso formulario.

—Querido —le dijo Lois—, te has llevado el talonario de cheques y me he encontrado sin dinero.

—¡Oh! Lo siento. ¿Te ha hecho falta?

—No tenemos leche. Hoy no ha venido el lechero. Su máquina homogeneizadora se ha averiado. He llamado a la lechería alrededor de las nueve. Y luego, a partir de las once, el teléfono ha dejado de funcionar, de modo que no he podido pedirte que trajeras una botella.

—También yo he tratado de comunicar contigo.

—Al ver que eran las seis y no habías llegado, he imaginado que te habían retenido en la oficina.

Eddie se sentó, y Lois se instaló a su vez en el brazo del sillón, a su lado.

—¿Cómo han ido hoy las cosas?

Eddie estuvo a punto de contarle lo de la reducción de los salarios y lo de Ramón López, pero se dio cuenta de que no deseaba hablar de aquellos temas.

—Como siempre —dijo—. Poco antes de marcharme se ha producido una avería en la zona de Silver Lake.

—¿La han arreglado ya?

—Lo dudo —dijo Eddie—. Probablemente tardarán un par de horas.

—¡Vaya! —dijo Lois—. Cuando pienso en la carne que guardo en el refrigerador...

—Yo no almacenaría tanta —dijo Eddie.

Lois se puso en pie.

—Cariño, estoy nerviosa. No sé qué me pasa...

El viento hizo vibrar los cristales de las ventanas.

Mientras Lois calentaba la cena, su hijo entró en el cuarto de estar.

—Hola, papá.

—Hola, Larry.

—Papá, ¿cuándo vamos a arreglar el aparato de televisión?

Eddie soltó el periódico.

—En este preciso momento no disponemos de los cien dólares que costará la reparación. —Buscó cerillas en la mesita situada junto al sillón—. ¡Lois! ¿Dónde están las cerillas?

Lois entró en el cuarto.

—Me he olvidado de encargarlas a la tienda. Utiliza mi encendedor.

—Respecto al televisor...

Lois se estaba secando las manos con una toalla de papel.

—Las piezas de recambio para los aparatos antiguos son difíciles de encontrar —dijo—. De todos modos, hoy he leído que el Canal Tres ha dejado de funcionar. Sólo quedan el Dos y el Siete. Y los programas no son muy buenos, ¿verdad? Con tanto anuncio...

—Utilizan un montón de material viejo —admitió el hijo—, pero de cuando en cuando ponen algo nuevo.

—Hablaremos de esto en otra ocasión, ¿eh, Larry? —dijo Eddie—. ¿Has terminado ya los deberes?

—Me falta muy poco.

—Bueno, termínalos, y...

—Papá, quería preguntarte una cosa.

—Papá está cansado. Tiene que cenar. Y tú ya has cenado, Larry...

Después de cenar, Eddie volvió a coger el periódico, el Times vespertino. Ocho páginas, con una superabundancia de anuncios. En primera plana, un editorial comentaba una inminente subida de los precios.

—Subirán los precios una vez más, y tendremos que aceptarlo sin rechistar —dijo Lois—. ¿Has leído lo del avión que se ha estrellado en Florida? Algo terrible. ¿Cuál crees que ha sido la causa del accidente?

—Fatiga de los materiales, probablemente —dijo Eddie—. Era un jet con veinte años de servicio a cuestas.

—La compañía dice que la causa no ha sido esa.

—Siempre se niegan a admitirlo —dijo Eddie.

—Supongo que hoy no llegará el cheque de tu paga... Lo habrías mencionado.

—La nómina no está confeccionada todavía. Alguien apretó un botón por error en la nueva máquina, y unas cincuenta mil tarjetas sin clasificar salieron volando por toda la oficina.

—¡Oh, no! ¿Qué hacen los pobres que no tienen cuenta corriente en el banco?

—Esperar, como esperamos nosotros.

—Hoy tienes un mal día —dijo Lois—. Te veo nervioso.

—No... —dijo Eddie—. De veras que no.

—¿Continuaréis trabajando los sábados?

—Supongo que sí. No han dicho nada. Tal vez las cosas mejoren cuando haya pasado este mes.

—Dijiste que la falta de personal era debida a los nuevos trabajos de construcción en el Valle.

—En parte, sí.

—Su terminación no está prevista hasta... hasta el año próximo, ¿verdad?

—Hasta finales del 81.

—¡Eddie! ¡Escúchame! Apenas te veo. ¡No irás a decirme que esta situación durará dos años más!

—Desde luego que no —dijo Eddie—. Es posible que cuando haya transcurrido este mes cambien las cosas.

Larry, embutido en su pijama, entró.

—¿Papá?

—Tu padre está cansado.

—Quiero preguntarle una cosa.

—¿De qué se trata, Larry? —inquirió Eddie.

—Papá, ¿por qué aprendo tan poco en la clase de ciencias? Hay algo que no funciona. ¿Qué es?

—Papá está...

—Yo acostaré al niño, Lois.

Eddie acompañó a su hijo a su cuarto.

—¿Qué es lo que no funciona, papá?

—Bueno, verás...

Eddie permaneció unos instantes pensativo. Luego dijo:

—Temo que la ciencia ha muerto, devorada por ella misma. Es el peligro que corren todas las cosas que crecen exponencialmente. Imagina el dinero que tendrías al cabo de un mes, si empezaras con un penique y doblaras tu dinero cada día. En muy poco tiempo tendrías todo el dinero del mundo. Así ha crecido la ciencia, hasta invadir todos los terrenos posibles. Entonces, sin espacio para su actividad, tuvo que devorarse a sí misma, ¿comprendes?

—Sí, papá —murmuró Larry—. Supongo que sí.

Eddie hizo otra breve pausa. Luego acarició los cabellos de su hijo.

—Eso es ciencia ficción, Larry.

Más tarde, mientras escuchaban la FM, la radio informó de un gran incendio que acababa de producirse en la zona sur de Los Angeles.

—Eso queda cerca de la casa de Becky —dijo Lois—. Será mejor que telefonee.

El teléfono continuaba sin funcionar.

—Sin el teléfono me siento como aislada del mundo.

Después de un intermedio musical, Lois dijo:

—Larry quiere ser ingeniero, ahora. Después de lo que dijiste, creo que no es mala idea.

Eddie levantó la mirada de su cigarrillo.

—¿Cómo se le ha ocurrido eso?

—Uno de sus profesores le dijo lo mismo que tú dijiste: que hay una creciente escasez de ingenieros.

—Creí que quería ser astronauta.

—Ya conoces a Larry. Eso fue la semana pasada. Su profesor le dijo que los programas espaciales habían quedado suspendidos indefinidamente. Resultan demasiado caros. No tenemos material humano ni técnico para desperdiciarlo en aventuras que sólo pueden producir resultados a largo plazo.

—Es posible que ese profesor esté en lo cierto... A veces me pregunto...

La radio dio nuevas noticias del incendio.

Los bomberos tropezaban con muchas dificultades. Dos conducciones de agua se habían roto y la presión era cada vez menor. La causa del incendio había sido la explosión de una tubería de gas. El viento no amainaría hasta el amanecer.

—Estoy preocupada por Beck —dijo Lois—. ¡Oh! Me parece que no te lo había dicho... Su hermana tiene hipoglucemia. Por eso estaba siempre tan cansada.

—No sé lo que es. Nunca había oído hablar de esa enfermedad.

—Falta de azúcar en la sangre provocada por una glándula hiperactiva en el páncreas. Y el tratamiento es todo lo contrario de lo que imaginas. Apuesto a que no lo adivinas... Verás, si aumentas la cantidad de azúcar en la dieta, la glándula aumenta su actividad para eliminarlo, y la hipoglucemia se hace más aguda. Eso es lo que vosotros, los ingenieros, llamáis una «realimentación», ¿no es cierto? Bien, el tratamiento consiste en reducir la cantidad de azúcar que uno come. Y al cabo de una temporada, el páncreas vuelve a funcionar normalmente y el enfermo mejora. Ya te he dicho que no podrías adivinarlo.

Al cabo de un largo rato, Eddie dijo, en voz muy baja:

—¡Oh!

Poco después de medianoche se acostaron.

—He estado... —empezó a decir Lois, y no terminó la frase—. En realidad, no tengo un motivo concreto para sentirme preocupada. Y, sin embargo... Esta alza continua de la Bolsa... ¿Crees que va a producirse otro crack? ¿Cómo ocurrió en 1929?

Eddie, tendido a su lado, en la oscuridad, habló lentamente. Lois captó la extraña tensión de su voz.

—No. No lo creo.

Y repitió, en un susurro:

—No. No creo que se produzca otro crack.

A pesar del cálido ambiente de la habitación, Lois no pudo reprimir un involuntario estremecimiento, cuya causa no supo explicarse. Súbitamente, no deseó formular más preguntas.

El viento hizo vibrar los cristales de las ventanas.