El edificio de hormigón se inclinaba casi imperceptiblemente hacia la izquierda, la pintura estaba desconchada. Kari Helene Bieler agarró la puerta y la mantuvo abierta mientras salía un hombre joven de pelo largo y mal vestido. El portal era oscuro y poco acogedor, con un corcho lleno de mensajes al comienzo de la escalera. Puso la mano en la pared para apoyarse y subió despacio los escalones de uno en uno. Sudaba bajo el acolchado anorak largo. En cada piso había pasillos estrechos con puertas a ambos lados. Olía mal. De pronto oyó voces de enfado detrás de una puerta.

—¿Qué demonios haces aquí en este agujero de mierda? —gritó un hombre, y a continuación contestó otro gritando igual de fuerte.

Paró, tragó saliva y se apartó unos cuantos cabellos de los ojos.

—¡Te voy a…! —luego se oyó un follón tremendo, como si estuvieran volcando los muebles.

Se quedó inmóvil junto a la pared durante varios minutos.

Se hizo el silencio. Siguió subiendo la escalera. En el tercer piso se dirigió a una puerta lacada en negro sobre la que estaba escrito «Juha» en letras rojas. Se quedó parada delante de la puerta unos instantes, escuchando con la cabeza inclinada antes de levantar una mano y morderse los nudillos. Luego llamó con cuidado a la puerta.

Pasó mucho tiempo antes de que finalmente sonara la cerradura. El chico que asomó tras la puerta era más bajo que ella, de rostro pálido y con grandes granos en la barbilla. La miró asustado.

—Eres tú —murmuró pasándose deprisa la mano por la calva.

Kari Helene apretó los labios y sintió que se le humedecían los ojos. Miraba fijamente la funda de plata de uno de sus dientes de arriba y los aros negros que tenía en las orejas. Llevaba los pantalones caídos por debajo de la cadera y una sudadera con manchas de kétchup.

—¿Qué quieres? —preguntó él—, a lo mejor ahora me hago rico.

Kari Helene se sonrojó.

Él sacó la cabeza y miró arriba y abajo, luego abrió la puerta del todo.

—Pues pasa, entonces.

—Los tres móviles están apagados —dijo Asle Tengs—, dos están a nombre de Bieler y uno a nombre de su mujer, Greta. Ninguno contesta. Es bastante extraño. Bieler trabaja en Construcciones Pedagógicas. Está domiciliado en la calle Inkognito.

Cato Isaksen se puso de pie y se acercó a la pizarra de la pared.

—Aleatoriamente voy a anotar todo lo que tenemos —escribió Martin Egge y dibujó flechas, anotó nombres y palabras clave a su alrededor como rayos solares: John Gustav Bieler. Europeos del Este. Marek Sitek. Nochebuena. ¡Arif! Agnes Nicoline Hagemann, Finn y Jorunn Hagemann, y la silueta de una cabeza rapada—. Todos, salvo Arif y el rapado, que no sabemos quién es, tienen coartada.

Debajo anotó: «¿Archivo retirado, con posible informe sobre niño fallecido?».

Roger Høibakk se inclinó hacia delante:

—Esto de que Egge se pusiera personalmente en contacto con la sección de Extranjería sobre Marek Sitek hace que parezca que Egge llevaba personalmente una investigación, mucho más allá de lo que un director de la Policía Judicial se puede permitir. Lydersen nos ha informado de que Sitek llevaba un caso en el que un albanés, de nombre Sako Zogu, estaba involucrado. Llegarán más datos concretos sobre esto, nos dice. Debemos centrarnos en averiguar quién es el tal Arif, y ver si podemos relacionarle con alguno de estos nombres. Los de Extranjería trabajan a tope.

Marian estaba comiendo una baguette. Ese nombre, Sitek, aparecía en el fax que se había llevado del despacho de Martin. Tendría que echarle un vistazo a todo esa misma noche.

Cato Isaksen la miró. Tony daba vueltas a su pendiente. Asle Tengs tenía las manos sobre la mesa.

—Sólo en el último medio año los robos denunciados han sido más de ochenta mil. En todos los veintisiete distritos policiales aumentan los problemas con albaneses, iraquíes, rumanos, búlgaros, lituanos y polacos. Sabemos que, en Oslo, el ochenta por ciento de los robos del pasado verano fueron cometidos por ciudadanos rumanos.

Roger se inclinó hacia Randi:

—Tenemos que ir a la calle Inkognito y hablar con el tal Bieler. ¿Nos dará tiempo antes de la conferencia de prensa?

—Sí —Randi se puso en pie.

La comisaria Ingeborg Myklebust apareció de pronto en la puerta.

—El grupo especial de investigación sobre criminalidad extranjera debe ponerse en marcha ya.

—No digas tonterías. No tenemos capacidad para eso. ¿En medio de todo esto?

—Pues sí —dijo Ingeborg Myklebust—, parece que es precisamente por eso. Me limito a seguir instrucciones. He respondido que de aquí irán dos personas. Seréis tú, Marian, y tú, Tony —dirigió la mirada a Tony Hansen—. Se trata sólo de aportar más recursos y nuevas perspectivas. El grupo estará inactivo en un principio, es un gesto para demostrar a las autoridades que se están tomando medidas. Y se trata, sobre todo, del asesinato del director de la Policía Judicial. Pero los demás seguís dando prioridad al caso Egge.

—Voy a intentar llamar a John Gustav Bieler una vez más —dijo Randi levantándose—, si no contesta ahora, nos vamos a Construcciones Pedagógicas. Si no me equivoco, está cerca de Carl Berner. Si no está allí, iremos a la calle Inkognito.