La nieve que había junto a las bajantes de los canalones y entre los coches aparcados, estaba sucia. John Gustav Bieler apoyó el rostro sobre el escaparate y miró hacia el interior. Pasó una furgoneta dejando un rastro de carbonilla. Tenía que encontrar a Kari Helene. No estaba en Pascal. El móvil que utilizaba para enviar sms estaba en casa, en la cocina.

Golpeó la puerta cerrada. Greta había decorado con luces navideñas dos de las mesas de anticuario y puesto ángeles de plata con las velas. Una alacena blanca tenía las puertas abiertas de par en par. En las estanterías había duendes rojos de punto, a 175 coronas cada uno, y tazas de cerámica negras y turquesas con etiquetas de oferta color naranja en las asas.

Greta y él habían tenido una tremenda discusión en su oficina la noche anterior. Lo que había pasado entonces con el pequeño Gustav ya no se podía demostrar, pensó. El cuerpo se habría corrompido hacía mucho. Pero los cadáveres se pueden desenterrar. ¿Quedarían restos en el esqueleto?

Y ahora Greta conocía la existencia de Rosmarie, no sabía exactamente quién era, pero sí que había una mujer con la que mantenía una relación. Había pasado la noche en su piso. Greta no quería que volviera a casa. Hasta esa mañana no había sido capaz de asimilarlo todo.

Pasó por casa varias veces a lo largo del día, pero no había nadie.

—Greta, abre la puerta, coño —golpeó la puerta de cristal y miró la nota escrita a mano que estaba pegada por la parte de dentro. Cerrado hasta el 2 de enero. La tienda era propiedad de ella. La casa de la calle Inkognito estaba a nombre de él. Greta creía que estaban hipotecados hasta las orejas, pero no era cierto en absoluto. Y, salvo la finca de Mallorca, no tenía ni idea de cuántas propiedades tenía. Todo estaba camuflado en fundaciones y sociedades en el extranjero. Había conocido a Rosmarie en una reunión de planificación de Construcciones Pedagógicas. Resultó que valía su peso en oro cuando se trataba de realizar transacciones de propiedades y transferir cantidades de dinero de una cuenta a otra. Fueron a Mallorca para ver la casa que él se había comprado en Cap des Freu.

Estaba cansado de todo. No necesitaba más grandes sumas, pero ahora tenía que terminar el último plan y cumplir las promesas que había dado. No podía retirarse sin más. Podía resultar peligroso que las cosas no se hicieran en el orden correcto.

Unas semanas atrás, Rosmarie había hecho unas preguntas en tono crítico. Compraventa de acciones, había zanjado él, y ahora Kari Helene había desencadenado una espiral de intranquilidad.

Contempló a unas chicas jóvenes que pasaban por la acera, sacó el móvil y marcó el pin. Le esperaban muchos mensajes.

Volvió a llamar a Greta, pero seguía sin contestar. Escuchó los mensajes. Uno de ellos era de una mujer policía que le pedía que la llamara a un número de móvil.

Cerró los ojos, dio la vuelta hacia el escaparate y apoyó la frente sobre el frío cristal.