Marian estaba en el coche, con la cabeza apoyada en el reposacabezas. El silencio era total en el garaje de la comisaría de policía.

Había conducido desde Bryn hacia el centro conmocionada. La angustia le atravesaba el cuerpo de pies a cabeza. Martin estaba muerto. En el asiento trasero Birka daba vueltas intranquila. Martin la llamaba la reina de la oscuridad. Ahora volvía a estar en la oscuridad. Una oscuridad nueva, más allá de todo lo que conocía. Sintió una oleada de náuseas. El kebab quería salir. Abrió la puerta del coche, casi cayó al suelo, corrió hacia una papelera que colgaba de un poste de cemento y se inclinó sobre ella. Se vació una y otra vez. El sudor frío le brotaba de la frente formando gotas en el nacimiento del cabello. Se incorporó, le temblaban las piernas, se secó la boca y observó los coches aparcados unos junto a otros.

—Corren rumores de que Martin Egge tenía alguna relación personal con el proyecto Nieve Blanca —dijo Ingeborg Myklebust llevándose la mano a la garganta—. El proyecto ha sido suspendido.

—¿Halvor Lydersen cree que ahí puede haber algo? —preguntó Cato Isaksen—, viene de camino de su cabaña. Por cierto, ¿alguien ha visto a Marian?

—He intentado llamarla —dijo Asle Tengs—, le dejé un recado, pero no me ha contestado.

Roger Høibakk se metió un chicle en la boca.

—Voy a comprobar todo lo relacionado con el tal Marek Sitek.

Cato Isaksen se giró hacia Randi Johansen.

—¿Puedes conseguir gente del departamento técnico que pueda entrar de forma inmediata en la casa de Egge y buscar ese informe? Vi por la ventana que había papeles sobre el escritorio del salón. Tenemos que enviar a analizar los ordenadores de sobremesa y los portátiles que haya podido utilizar. El informe Bieler también puede estar en su despacho. Tenemos que encontrarlo.

—Comprendido, Cato. Por cierto, que he hecho una búsqueda rápida sobre el tal Bieler. No hay nada. Cincuenta y cinco años, sin antecedentes, casado, una hija.

—Encontradlo —dijo Cato Isaksen—, Hagemann puede llegar en cualquier momento. Roger, por favor, comprueba si Egge pudo haber cogido un taxi hasta Solveien ayer —miró a Asle Tengs—. ¿Había rastros de pintura en la ropa de Egge?

—Parece que unos fragmentos. El catedrático Wangen del Instituto Forense hará la autopsia. Hay indicios de que el coche era negro. El hecho de que casi todos los coches sean negros hoy en día no hace que el asunto sea más sencillo.

—Pues comprueba el color del coche de Finn Hagemann y el de Bieler. Y no podemos olvidar al adolescente rapado.

En ese momento sonó el móvil en las profundidades del bolsillo. Cato Isaksen lo cogió y reconoció el número de la portavoz de la policía. Salió al pasillo.

—¿Eres tú, Rita?

—Soy yo. ¿Doy salida a la noticia? —preguntó concisa la responsable de prensa.

—Esperamos —echó un vistazo por la ventana de la oficina que Randi compartía con Marian. Estaba vacía.

—¿Pero no son importantes las observaciones de posibles testigos? —dijo la portavoz con un eco metálico en la voz.

—Sí, pero la información sobre el atropello ya es pública. Haré un breve informe y te lo mando por correo electrónico cuanto antes, pero nada de conferencia de prensa por el momento. Lo hablaré con Myklebust, pero aquí hay un caos tremendo. Los técnicos van de camino a Bryn y a su domicilio particular. Halvor Lydersen opina que el asesinato puede tener algo que ver con la suspensión del proyecto Nieve Blanca, que Egge estaba buscando información por su cuenta, para compensar la suspensión de la investigación. Sería una catástrofe que se supiera.

El despacho de Cato Isaksen era un hervidero. Marian bajó la cabeza y cruzó con paso decidido por delante de la mampara acristalada camino del baño. En una de las pequeñas cabinas se dejó caer sobre el inodoro mientras el llanto se abría paso a través de su garganta con fuertes hipidos. Oyó voces en el pasillo, cerró los puños, se mordió los nudillos y pensó en la primera vez que fue a casa de Martin, sola y muerta de miedo, después de que la acompañara a urgencias. La habitación que le dieron era una estación de destino. Se había mirado en el espejo de luna, con la ropa ensangrentada, en el dormitorio helado y desconocido.

Asesinato. Apropiación indebida de pruebas, estaba dentro de su cabeza. Tenía que hacerle entrega a Cato Isaksen de los papeles que se había llevado, tanto de la casa de Solveien como del despacho de Bryn. Todo estaba en el coche. El certificado de defunción del niño muerto, ¿y si fuera importante para el caso?