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Tomaron Oak Street hasta la iglesia evangélica y dejaron atrás el cementerio local. Pasaron también junto a los apartamentos South Wood, unas viviendas que llevaban deshabitadas más de trece años, las mismas en las que Isaiah se crió junto a su hermano. El camino por carretera terminó un centenar de metros después, justo donde comenzaba Raven Forest, llamado así por la gran colonia de cuervos que habitaba en él.
Los tres se bajaron del vehículo a la entrada del bosque. Lo hicieron muy cerca de un sendero que conducía a Hill Lake y al antiguo Crystal Hood. En los algo más de cinco minutos de trayecto desde Rail Avenue nadie dijo nada. Lo ocurrido con Paul y Clyde en Mary’s Cake no invitaba a hacerlo. Sunny ni tan siquiera se molestó en consolar a Steffi, que no había parado de llorar desde entonces. Steve no preguntó adónde se dirigían. Cualquier lugar sería mejor que el que habían dejado atrás. Tenían delante un bosque de pinos que aunque también era muy diferente a los que habían visto antes, era menos extraño que ver una ciudad completamente muerta.
Aunque no veían el sol, era un hecho que la luz del día se iba apagando poco a poco. A medida que lo hacía, daba la sensación de que esas nubes que estaban mucho más bajas de lo normal comenzaban a desmenuzarse para terminar uniéndose al propio suelo. No tardaría en morir el atardecer para dar vida a la noche. Los tres tenían muy reciente lo ocurrido la última vez que el cielo se apagó.
—Tenemos un poco menos de media hora —comentó Sunny mirando al sendero.
Steffi sollozaba y Steve se colgó del hombro una de las bolsas que cogieron en la comisaría. Sunny tomó la suya y cerró la puerta del conductor.
—Caminaremos hasta un lugar que llamábamos el lugar prohibido. Ése es el lugar al que se refería Isaiah en la servilleta —explicó Sunny mientras abría el maletero.
Era como si Sunny hablara con los troncos de los árboles. Esperaba que al menos Steve preguntara algo. Pero no lo hizo. Sólo se preocupó de asegurar que las dos armas que llevaba encima estaban cargadas con suficiente munición. Repartió varias puñados de balas de color plateado en casi todos los bolsillos de su chaleco. El guardia se plantó junto al agente de policía esperando que éste terminara de prepararse para iniciar la marcha.
—Steve, toma…
Sunny, de una bolsa más grande, cogió un rifle y un par de linternas que entregó al guardia. Antes había comprobado que ambas tenían suficiente batería. Steve, al ver lo que hacía Sunny, supo que cualquier precaución iba a ser poca.
—¿Qué es ese lugar al que nos dirigimos? —preguntó Steve.
—Es la entrada a una antigua mina. Un lugar por el que solíamos pasar a menudo cuando éramos pequeños. El hermano de Isaiah le puso ese nombre.
Aunque había muchas veces que lo evitaban, para no hacer pasar por allí a Ethan, era casi un paso obligado camino de su árbol secreto.
—¿Qué esperas encontrar allí? —preguntó de nuevo el guardia al ver que Sunny no hacía más que armarse hasta los dientes.
—De momento a Isaiah. A partir de ahí, no lo sé, la verdad.
Sunny guardó un par de mascarillas en su mochila y le dio otras dos a Steve.
—No sé si te diste cuenta. —Steve sabía que sí—, pero ese dibujo…, el de la servilleta, es igual que el que había en la celda.
Steffi se enjugó las últimas lágrimas que le quedaban y se acercó a ellos.
—Sí, tío, ya me había dado cuenta. —Sunny cerró el maletero con fuerza—. Pero qué quieres que te diga… Lo único que quiero es encontrar a mi amigo, regresar aquí, montarme en este coche y conducir hasta donde pueda hacerlo…
—No sabes por…
—No, no sé qué hace allí —se adelantó Sunny—. No sé por qué quiere que nos encontremos allí. No sé nada.
Sunny hacía sólo un par de minutos había deseado que Steve le preguntara algo, pero ahora lo único que quería era que cerrara la boca. Se había dado cuenta de la intención que llevaban las palabras de Steve, al menos es lo que supuso. Lo que Sunny no quería reconocer bajo ningún concepto era que él también había terminado por aceptar que ahí fuera había algo que le era desconocido.
—Sólo era una pregunta. —Steve hizo marcha atrás con ánimos de rebajar la tensión.
No reconocer ante Steve y Steffi que también creía en la existencia de algo que escapaba a la razón no significaba que no supiera qué era lo mejor para todos. Sabía que si entre ellos no mantenían la calma todo resultaría más difícil. Sunny sólo tuvo que mirar a Steffi para darse cuenta de ello.
—Está bien, tío, lo siento. Lo mejor que podemos hacer es no perder más tiempo. Pronto se hará de noche.
Para el guardia ésa fue una manera de reconocerlo. Notó a Sunny nervioso, intranquilo. Lo conocía apenas hacía veinticuatro horas, pero esos cambios repentinos de humor no eran lo normal en él. Sólo tenía que acordarse de la charla que mantuvieron en la carretera y la posición firme que sostenía Sunny en defensa de su amigo.
—Vamos, entonces —dijo Steve.
Sunny, antes de tomar el sendero camino del lugar prohibido, se aseguro de que llevaba encima todo lo que necesitaba.
—Steff, ponte detrás de mí —dijo Sunny cogiendo el brazo de la chica.
Steve entendió que él cerraría el trío cubriendo a ambos la retaguardia.
—¿Estás algo mejor?
Ella asintió y buscó cobijo bajo su chaqueta. Abrochó la cremallera hasta arriba y se frotó los brazos buscando algo más de calor.
—¿Tienes frío? —le preguntó Sunny.
—No. Estoy bien —contestó.
Lo que tenía era miedo. Mucho miedo. El mismo que tenía el propio Sunny, el mismo que tenía Steve. Los tres se perdieron por el sendero al mismo tiempo que la oscuridad se cernía sobre ellos.