28
Lo vio todo.
Fue de la primera grieta en la estatal 16 al baño de los Evans en un vertiginoso suspiro. Vio al joven desnudo precipitarse al interior del agujero de forma voluntaria ante la mirada de su compañera, que volvió a meterse en el interior del Camaro una vez que su amigo dejó de respirar. Vio a Ted desayunar hasta que de repente decidió soltar la tostada dejando con la palabra en la boca a la reportera de la KNBN, que informaba acerca del corrimiento de tierras en el Shine Memorial. Vio como Ted dejó que el café se helara sobre la encimera para ir a su despacho y coger del tercer cajón de la cómoda una pistola que llevaba años bajo llave y que jamás hubiera pensado que usaría. Pero la usó. Claro que la usó.
Tres disparos que acabaron para siempre con la desquiciante voz de su mujer, que como cada día durante lo que había parecido una eternidad le había estado machacando la sesera hasta el punto de hacerlo enloquecer, hasta sacar de lo más profundo de su ser parte de lo que también habitaba bajo el suelo de su casa, bajo el pueblo, bajo aquellas montañas. Ted, como todos los demás, no sabía nada.
Isaiah lo vio todo.
—La… la ha matado —balbuceó Isaiah entre lágrimas.
Comenzaba a saber de él.
Apenas a un par de metros de su posición, la señora Evans estaba despatarrada en el suelo del baño con dos tiros en el pecho y un tercero que había desperdigado parte de su cráneo por las paredes y el lavabo. Llamó su atención un pedazo de hueso con restos de pelo que se deslizaba pegado a la cortina de la bañera.
—¿Por qué la ha… matado? —preguntó.
Ted, de espaldas a Isaiah, comenzó a caminar hacia atrás con el arma aún en la mano. Justo cuando se le iba a echar encima, Isaiah desapareció de allí para volver al bosque tras un cegador destello que le dio la vuelta al estómago. Desorientado, fue a chocar con la espalda contra el tronco de un pino. A duras penas logró ponerse en pie y mantener el equilibrio. Miró a su alrededor en busca de algo que le indicara dónde se encontraba en ese preciso instante. Había perdido la noción del tiempo y el espacio. Sin saber cómo ni por qué, había estado en dos lugares diferentes en los que había presenciado dos hechos terribles en los que su capacidad de intervención había sido nula. Pero no sería lo único que iba a ver aquella noche.
—Debes confiar en mí —dijo una voz que parecía sonar procedente de varias direcciones.
Era la misma voz. La misma que había oído antes y que le había dicho que su hermano estaba bien. Era la voz en la que había depositado toda su confianza para que le explicara lo que sucedía en el interior de su cabeza. Esa voz que a buen seguro se la estaba jugando y lo estaba volviendo loco. ¿Cómo iba a confiar en alguien que le había hecho ver lo que había visto?; y es más, ¿cómo iba a confiar en alguien que no había hecho nada por evitar lo sucedido? Lo que no sabía Isaiah es que todo aquello ya era pasado.
—¿Dónde está mi hermano? ¿Qué has hecho con mi hermano? —preguntó Isaiah llevando sus cuerdas vocales al límite, hasta que dejó de oír sus propias palabras para oír sólo las que pronunciaba aquella voz.
—Cierra los ojos y mira —dijo la voz.
Cuando Isaiah se volvió, de repente estaba en otro lugar. Y luego estuvo en otros tantos antes de regresar al suelo del bosque, donde caería inconsciente. Con horror contemplaría como Ted se volaba la cabeza en Mary’s Cake justo después de decirle algo al oído a Edgar, el repartidor latino que se meó en los pantalones antes de recibir el mensaje y desapareció cuando todos querían saber cuáles fueron aquellas palabras.
Isaiah estuvo en Carter Chain Saws, donde desde la estantería de las herramientas vio como Edgar, después de haber pasado por la casa de los Whitmore, ponía en marcha una sierra eléctrica que llevaría a su cuello dejando que las cuchillas se abrieran paso a través de la carne, hasta que la cabeza quedó colgando del tronco por un simple resto de piel. Y todo ante la mirada de Ben Carter, que salió del taller cubierto de salpicaduras de sangre para sentarse en la acera.
Isaiah contempló esto sin haber asimilado aún como el pequeño Pete había abierto la cabeza de su madre con una PSP, antes de que el pico de la puerta del armario de las especias atravesara la nuca de mamá y después de que el estofado abrasara su siempre maquillada cara. Y todo tras la visita de Edgar, que apareció bajo la lluvia para interrumpir la partida del pequeño bajo el porche.
Isaiah estuvo en aquellos lugares, pero no pudo hacer nada. Grito y corrió, pidió ayuda a la voz que lo había llevado hasta allí, pero no obtuvo respuesta. Quiso evitar que el señor Whitmore entrara en casa, donde lo esperaban sus encantadores hijos sentados a la mesa junto a su madre, muerta en el suelo sobre un charco de sangre y estofado. Tuvo que ver como a golpe de encendedor eléctrico, todo se convirtió en cenizas de las que sólo escaparon las sombras.
Cuando Isaiah despertó sobre su colchón de agujas de pino pensó que todo había sido un mal sueño. Se quedó tumbado boca arriba intentando poner orden a lo que había pasado. Echó marcha atrás en el tiempo en busca del punto o suceso que lo había llevado a estar en mitad del bosque en aquella situación. Cuando parecía estar algo más tranquilo, volvió a oír la voz.
—¿Qué has visto, Isaiah? —le preguntó.
Como un resorte, Isaiah se levantó y comenzó a mirar en todas direcciones. Lo hizo a su izquierda, a su derecha, a las copas de los árboles y entre los arbustos. Quería encontrar de una vez por todas el origen de esa voz que parecía estar en todas partes y que rebotaba de un lado a otro en el interior de su cabeza.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Quién eres? ¿Qué pasa aquí? —preguntó Isaiah girando sobre sí mismo—. Esto no es lo que me habías dicho. ¿Dónde estoy? ¡Dime dónde demonios estoy!
—¿Qué has visto? —volvió a preguntar la voz.
—Joder, yo conozco a esa gente, conozco a toda esa gente…
Isaiah decidió taparse con las manos los oídos. Sonrió pensando que todo aquello no podía ser real. Si antes no quería despertar para saber más acerca de lo que estaba pasando, en aquellos momentos quería hacerlo por encima de cualquier otra cosa.
—Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando, estoy en el hospital, en el hospital… —repetía una y otra vez.
Cansado de estar de pie, decidió sentarse en el suelo y esperar a que el momento de recuperar su estado real sobre la cama del Shine Memorial llegara sin más.
—¿No has entendido nada? —preguntó la voz.
Isaiah se balanceaba abrazado a sus rodillas, intentando ignorar esa maldita voz que no paraba de hacer preguntas.
—¿Sabes ya qué haces aquí? ¿Sabes ya qué eran esas sombras? ¿Adónde se dirigían? ¿No quieres saber nada más?
Ante tanta pregunta, Isaiah quería convencerse de que todo aquello carecía de sentido. Lo más sencillo era pensar que los acontecimientos de los últimos días lo habían conducido a aquella situación. Se acordó de Shepard y sus palabras. «Debo de estar volviéndome loco», pensó.
—No es así, Isaiah, no te estás volviendo loco.
Isaiah dejó de balancearse.
—Te dije antes que debes confiar en mí. Te dije antes que tu hermano… está bien.
—¿Cómo sé que dices la verdad? —preguntó Isaiah mirando a uno y otro lado.
—Debes confiar…
—¿Confiar? —interrumpió Isaiah—. Cómo demonios voy a confiar en alguien que ni tan siquiera veo y que, y que… que me hace ver lo que he visto y no hace nada por evitarlo.
—Es necesario para que entiendas a lo que te enfrentas.
—¿Enfrentarme? No quiero enfrentarme a nadie, lo que quiero es saber dónde está mi hermano —replicó agitando la mano.
—Para llegar a tu hermano debes conocer lo que él conocía. Sentir lo que él sentía. Pasar por lo que él pasó.
Isaiah guardó silencio.
—Mejor que nadie sabes que tu hermano es diferente, que ya lo era de niño. Tu hermano posee una capacidad que ahora pongo a tu alcance para que comprendas lo que está pasando. Para ello necesito que confíes en mí.
Isaiah miró a su alrededor. Sintió que a pesar de la oscuridad y la espesura del bosque que lo rodeaba allí había mucho más de lo que alcanzaban a ver sus ojos.
—Mi hermano era especial, todo el mundo sabía que era especial.
—No me refiero a la manera en la que todo el mundo lo pensaba, incluido tú, Isaiah. A tu hermano le hacían especial muchas cosas, pero una por encima de todas.
—No entiendo…
—Tu hermano podía ver y sentir cosas imposibles para el resto. Esa capacidad tenía su lado bueno, pero también su lado malo. Tu hermano podía compartir luz, pero también compartir la oscuridad…
Una suave brisa rozó su cara y levantó ligeramente su flequillo. Sintió frío, sintió como el vello de sus brazos se erizaba hasta el punto de sentir bajo la piel un ligero cosquilleo.
—¿Luz, oscuridad…? ¿Ahora viene cuando me hablas del infierno y sus demonios? —preguntó Isaiah entre aspavientos.
—Ethan estaba conectado a la luz… pero estaba amenazado por la oscuridad, por el mundo de sombras que sabían de su virtud…
—¿Sombras? —preguntó, extrañado, Isaiah.
—Eso es, sombras tan reales como sus miedos… Sombras como las que antes has visto.
—Esto no puede estar pasando…
—Esas sombras son la parte más oscura que todos llevamos dentro. Son lo que él ha venido a buscar…
La cara de incredulidad de Isaiah no era más que el reflejo de lo que sentía.
—Sólo debes confiar.
—Confiar, confiar… ¿Cómo sé que dices la verdad? —preguntó Isaiah.
—Ahora no tengo manera de demostrarlo. Es algo que tendrás que comprobar tú solo. Recuerda a tu hermano, recuerda lo que decía, recuerda sus temores.
—Ethan no estaba bien —replicó Isaiah, resignado.
—¿A qué llamas no estar bien? —preguntó la voz.
Isaiah pensó en todas aquellas historias que Ethan contaba acerca de seres que habitaban en las cuevas y que tarde o temprano vendrían para llevárselo.
—Pero ¿qué demonios hago hablando solo? —susurró—. ¿Cómo no van a querer encerrarme…?
—¿Crees que tu hermano inventaba todas esas historias?… Antes tú has visto sombras, ¿significa eso que tú tampoco estás bien?
—Claro que no debo de estar bien, joder, estoy aquí, en mitad de la nada, hablando con no sé quién acerca de algo que parece de… Es ridículo —una sonrisa se dibujó en su rostro.
—¿De locos? —preguntó la voz—. Ésa es la manera fácil de verlo, pero… ¿qué diferencia hay entre esos seres que aterraban a tu hermano y… tu padre?
Isaiah sintió como si miles de agujas incandescentes atravesaran cada poro de su piel. Por primera vez se puso en el lugar de su hermano apartando esa idea de locura infantil sin aparente sentido con la que todos habían etiquetado al pequeño. Por primera vez aceptó la posibilidad de que esos terrores a los que Ethan se enfrentaba cada día fueran tan reales como los suyos.
—Él sufría como lo hacías tú. Él también lloraba, él también deseaba que eso que lo aterrorizaba no cruzara jamás la puerta de su habitación. Sentía lo mismo que tú, sólo que a él nadie lo creía. Hay mucho más de lo que alcanzamos a ver, Isaiah. Tu hermano veía en las personas algo que iba más allá de lo físico…
—¿Y por qué tengo que ver yo todo esto? ¿Por qué he tenido que ver toda esa locura de…?
—Por lo que te une a tu hermano —lo interrumpió la voz.
—¿Algo así me une a mi hermano? Todo eso…
—Él veía lo que nadie podía ver… Veía lo que hacía actuar de manera cruel a las personas. Era capaz de sentir su dolor.
—No puedo, no puedo creer todo esto; ni tan siquiera sé si eres real o sólo es que estoy perdiendo la cabeza por completo —dijo Isaiah mientras se volvía mirando de un lado a otro.
—Tu hermano estaba más cerca de tu sufrimiento de lo que piensas. No sólo veía cómo sufrías, también veía qué lo provocaba.
Isaiah sonrió sin que nada de lo que estaba escuchando le hiciera la menor gracia.
—Lo que debe prevalecer ahora es la unión. Lo que realmente te une a tu hermano —dijo la voz.
En esos momentos Isaiah sólo pensó en Ethan. La palabra unión fue como si algo en su interior le dijera que pensara en lo realmente importante, en lo que más deseaba en aquellos momentos. Se dio cuenta de que era lo mismo por lo que se había preocupado siempre: cuidar de Ethan.
—Siempre lo has hecho, Isaiah. Siempre has cuidado de tu hermano. Él te necesita.
Isaiah expulsó en un suspiro toda la tensión que había acumulado en los últimos minutos.
—¿Recuerdas la noche en la que perdió a su mejor amigo y sucedió todo?
A los pies de Isaiah, algo se movió bajo unas hojas secas. Tras un primer momento en el que dio un paso atrás, Isaiah se agachó. Un pequeño ratón, gris como el cielo cuando está a punto de descargar una tormenta, asomó su hocico y correteó hasta los pies de Isaiah. El roedor levantó las patas delanteras y husmeó el aire.
—No puede ser, no… es posible —dijo Isaiah.
Un torrente de recuerdos inundó su cabeza. Un recuerdo por encima de todos. Si hubo muchas noches que fueron difíciles, aquélla fue la más difícil de todas. Fue aquella noche la noche que lo cambió todo.
—Sí lo es, Isaiah, es lo que te une a tu hermano.