19

El tramo de la acera enfrente de Mary’s Cake estaba cortado al tránsito civil. El novato Miles, con sus característicos tics, hacía lo que podía para mantener a los curiosos parapetados tras los coches patrulla y una cinta de seguridad. Decía a unos y otros que no se apoyaran en la cinta, que se echaran hacia atrás. Pero parecían ser palabras que no llegaban a nadie. En su mayoría se trataba de turistas que habían hecho una parada en su viaje a las Badlands. Con sus paraguas y chubasqueros, formaban una nube multicolor apostada frente a la cafetería ocupando casi la mitad de la calzada, también cortada al tráfico.

Los de la primera fila intentaban ver a través de las cortinas del establecimiento lo que sucedía en el interior. Los de más atrás preguntaban a los de delante si veían algo, mientras que los del final, simplemente escuchaban o levantaban sus teléfonos móviles y cámaras fotográficas con la intención de captar la imagen que sus ojos no alcanzaban a ver. Todos querían saber, pero allí nadie sabía nada. Sólo especulaciones que corrían de boca en boca y que nada tenían que ver con la realidad de lo ocurrido. Es cierto que se oyó el estampido de un arma de fuego, es cierto que sólo fue un disparo, también era cierto que alguien había resultado herido o muerto. Pero lo importante de verdad era desconocido incluso por los que lo presenciaron todo y aún estaban dentro de Mary’s Cake.

Un mantel a cuadros había pasado de cubrir una de las mesas a tapar un cuerpo que yacía sin vida en el suelo de la cafetería. La sangre había formado un charco que se perdía bajo la cámara de helados. Entre las baldosas más próximas al cadáver también se extendían finos hilos que ya parecían estar coagulados.

George estaba de pie junto a una de las ventanas al otro lado de la cafetería. Con los dedos había abierto un pequeño hueco entre las cortinas para ver lo que sucedía fuera. Cada vez había más gente. No entendía a qué esperaban, qué era lo que querían saber. Si cualquiera de ellos hubiera pasado un solo segundo delante de ese loco no tendrían ganas de estar ahí fuera empapándose, pensó. George soltó las cortinas y miró a su alrededor.

Los operarios de la compañía del gas, que no habían parado de hablar y hacer bromas mientras esperaban el especial de la casa, intercambiaban esporádicas miradas como si se tratara de dos desconocidos. Milton Sanders, que hacía cuarenta minutos se perdía en las curvas de Steffi, ahora abrazaba a su mujer como si fuera lo más preciado en su vida. Y Edgar, aún en estado de shock, se veía incapaz de contestar a las preguntas de Clyde, que quería saber lo que George le había dicho al oído.

—¿Qué te dijo Ted antes de disparar? —preguntó.

—Vale ya, Clyde, no te va a decir nada, joder —dijo George en voz alta—, deja al chaval tranquilo.

¿Cómo iba a acordarse de algo después de que un tío se volara la cabeza a menos de medio metro de él? ¿Acaso importaba eso ahora? El pobre muchacho tenía la cara llena de manchas de sangre que no era suya y se había meado encima. Él no debía estar allí, ninguno debía estar allí.

—¿Qué más necesitas saber? —preguntó George.

Steffi parecía la más afectada. Estaba sentada en uno de los bancos con un montón de servilletas arrugadas sobre la mesa que había empapado de lágrimas y mocos. Agachado junto a ella estaba Paul, que con suaves caricias y ligeros apretones en el brazo intentaba calmar el estado de nervios de su camarera.

—¿Mejor? —preguntó mirándola a los ojos.

La joven asintió y cambió de servilleta. El temblor de su pierna derecha decía lo contrario.

—¿Quieres que te prepare algo?

—No… gracias —contestó Steffi sorbiendo por la nariz.

Clyde, ante el silencio de Edgar, pensó que era el turno de Steffi.

—Tengo que hacerte unas preguntas —dijo con la libreta en la mano y la punta del bolígrafo sobre el papel.

—¿No puedes esperar un momento, Clyde? —preguntó Paul.

—Van a ser sólo un par de preguntas.

Paul se incorporó y cogió a Clyde del brazo apartándolo a un lado.

—Clyde, todos los que estábamos aquí hemos visto lo mismo, todos hemos contestado lo mismo, a las mismas preguntas, ¿qué más necesitas saber? —dijo en voz baja para evitar que Steffi oyera la conversación—. ¿No ves cómo está?, ¿no puedes esperar? ¿No puedes esperar unos minutos?, al menos hasta que se lo lleven de aquí —concluyó señalando el cadáver.

Norton, en cuclillas, miraba el cuerpo sin vida bajo el mantel. Una gran cantidad de masa encefálica se había derramado mezclada con sangre formando una pasta rosácea con una textura similar a la de la mermelada. La cabeza tenía un boquete que se abría hacia fuera con dos colgajos de hueso parietal y cuero cabelludo que indicaba sin lugar a dudas que ése era el orificio de salida del proyectil. Teoría que confirmó cuando dirigió la mirada al techo y vio salpicaduras de sangre en las aspas de uno de los ventiladores. El sheriff se levantó e hizo un gesto a Clyde para que se acercara. También lo hizo Paul seguido de George.

—¿Viene ya el juez? —preguntó Norton.

—De eso quería hablarle. Él no puede venir, pero en su lugar mandará un delegado. Ha tenido que ir al Shine Memorial —respondió Clyde.

Era cierto. Con los acontecimientos de los dos últimos días, tanto los cuerpos de seguridad como otros organismos públicos estaban desbordados.

—¿Y la mujer de Ted?

—¿Quiere que la llame? —preguntó Clyde.

—¿Querrías que algo así te lo dijeran por teléfono? —preguntó Norton señalando el cadáver.

—¿Vamos a su casa?

El sheriff se quedó mirando a Clyde. Aguantó sin decir nada a la espera de saber si el incompetente de su ayudante era capaz de averiguar lo que tenía que hacer.

—Bien. Me acercaré con Edward —dijo Clyde.

Clyde arrancó su walkie del cinturón dispuesto a hablar con la central.

—Espera —dijo Norton—, todos están en el Shine Memorial. Cuando terminemos aquí, pasaremos por su casa.

El walkie volvió a su lugar en el cinturón y Clyde asintió.

—No parecía él —comentó Paul—. Desde que entró por la puerta parecía otra persona.

Norton miró a Paul, esperando que le contara lo sucedido.

—Se sentó, le puse el café como siempre y no dijo nada hasta que… hasta que de repente empezó a decir tonterías, comenzó a meterse con Steffi, conmigo, hacía cometarios que no venían a cuento…

—Tuve que partirle la cara —interrumpió George con el puño cerrado—. Y después de lo que nos hizo pasar a todos yo mismo le hubiera volado la cabeza.

—Comenzó a hablar, a hablar de él como si fuera otro, como si otra persona estuviera…

—Chalado, completamente chalado —añadió George mirando el cuerpo sin vida.

—Como si otra persona estuviera hablando de él, pero era él quien hablaba —recalcó pasando la mano por delante del rostro—. No sé, físicamente lo era, pero ése no era el Ted que todos conocemos —concluyó Paul, incapaz de explicarlo de mejor manera.

—Sacó la pistola y comenzó a decir que él sabía algo que ninguno de nosotros sabía mientras apuntaba a todos lados…, maldito chalado —apostilló George.

Clyde dio un paso al frente apartando a George.

—Entonces entró un chico…

—¿Estabas tú aquí? —preguntó Norton.

—Es lo que he… —dijo mostrando la libreta.

—Entonces cierra la boca.

Por un momento Clyde deseó ver al jefe ocupando el lugar de Ted.

—¿Qué pasó después? —preguntó Norton.

—Sí, como ha dicho Clyde, entonces entró Edgar. Ted la tomó con él, le apuntó un par de veces con la pistola. El chico estaba aterrorizado, luego de repente se acercó a él y le dijo algo, le dijo algo al oído…

—Antes se puso a silbar —añadió George.

—¿Silbar? —preguntó Norton.

—Sí, eso es, silbó o tarareó algo y le dijo algo a Edgar —continuó Paul.

—Era como si silbara o tarareara algo —confirmó George con voz áspera.

—Pareció como si al chico se le borrara el miedo de la cara; no sé, sheriff es como si Ted lo tranquilizara o le dijera algo que… no sé, lo hizo cambiar, era como si ya no tuviera miedo —afirmó Paul.

—Pasó de mearse en los pantalones a que todo le pareciera normal. Su mirada cambió; sus ojos parecían los de Ted —añadió George.

—¿Qué le dijo? —preguntó el sheriff.

Clyde, que en esta ocasión sí tenía algo que decir, levantó la mano pidiendo permiso para poder hablar. Norton lo miró esperando sus palabras.

—No me ha dicho nada, y por lo que ellos me han dicho —se refería a Paul y a George—, tampoco ha dicho nada antes. Está ahí sentado, por si quiere…

Clyde se volvió para mostrar al jefe de quién hablaban, pero Edgar no estaba donde él lo había dejado. Edgar no estaba sentado en su sitio.

—Debería estar ahí —se extrañó Clyde.

—Estará en el baño, no ha podido ir a otro sitio —apuntó Paul.

La mirada de Norton a Clyde fue como un puñetazo. Lo apartó y se dirigió a los lavabos. Cuando el sheriff abrió la puerta de caballeros, comprobó que la ventana que había encima de los urinarios estaba abierta. Edgar había salido por allí sin que nadie se percatara.

—¡Joder! —exclamó Norton.

Un testigo muy importante, seguro que el más importante de todos los que estaban en el interior de Mary’s Cake cuando Ted decidió volarse la cabeza, había desaparecido del lugar de los hechos. Edgar conocía unas palabras que nadie más había oído. Respecto a la repentina huida, las posibilidades eran múltiples: podían ir desde el simple terror o el shock emocional de lo que había presenciado, a quizá una orden o un secreto que el desgraciado de Ted guardó hasta el último momento. Fuera lo que fuera, la realidad es que por lo que Paul o George le habían contado, el chico cambió su actitud nada más recibir ese mensaje. Exactamente eso era lo que preocupaba al sheriff Norton, por esa razón dejó para otro momento la incompetencia de Clyde, dando prioridad a una sola cosa.

—Quiero a ese chico, y lo quiero ya —dijo señalando con el dedo a Clyde.