64

Steffi vio acercarse el coche patrulla y corrió hasta la puerta. Hizo sonar las campanillas y salió fuera. Sunny abandonó su asiento casi a la vez que lo hizo Steve, que nada más salir abrió la puerta trasera para ayudar a Clyde.

—Agárrate —dijo Steve ofreciéndole el brazo.

No sabía cómo iba a decírselo. No sabía por dónde empezar. Aunque no hizo falta que Steffi le diera más vueltas. Al ver su cara, Sunny supo que algo había pasado.

—Steffi, ¿qué ocurre…? ¿Dónde está Isaiah…? —dijo pasando junto a ella con el maletín de primeros auxilios en una mano y la mochila colgada al hombro.

Steffi aguardó bajo el toldo de la entrada y esperó a que él solo se diera cuenta de lo ocurrido.

—¿Isaiah? —llamó Sunny, ya en el interior de Mary’s Cake—. ¿Isaiah?

Steve también se dio cuenta de que Isaiah no estaba dentro al oír a Sunny y ver los juegos de dedos que se traía Steffi, que decidió entrar otra vez.

—Subí arriba a ver a Paul, luego hubo un temblor y cuando bajé ya no estaba… —explicó señalando la ventana por la que había huido.

—¿Y Paul? —preguntó Sunny dejando la bolsa y el maletín sobre una de las mesas.

—Paul está bien. Está arriba.

—Joder, Steffi, te dije que no te separaras de él… —le recriminó acercándose a la ventana.

Steffi, en su afán de intentar arreglarlo le mostró la servilleta que Isaiah había dejado sobre la mesa.

—Dejó esto antes de…

Sunny la tomó en sus manos. Había visto ese mismo dibujo en los cuadernos de Ethan y en un lugar del bosque por el que no pasaba hacía muchos años. De pequeños siempre que quedaban en un lugar, hacían un dibujo o ponían un nombre en clave del mismo además de la hora del encuentro.

—¿Sabes qué es? —preguntó Steffi.

—¿A qué hora se ha ido…?

—Hace nada, no hace ni diez minutos.

Sunny miró su reloj, las 16.17.

—¿Qué más te ha dicho? —preguntó Sunny ignorando la pregunta de Steffi.

Steffi se encontraba en una situación complicada. Intentó ganar tiempo mirando como Steve sentaba en uno de los asientos de la entrada a Clyde, que parecía estar sólo físicamente en la cafetería.

—Steffi, ¿qué más te ha dicho? —insistió Sunny.

Si decía la verdad podía preocupar aún más a Sunny, pero si por el contrario callaba, podría ir en contra de la seguridad de Isaiah. En un instante pensó que si éste había dejado allí aquella servilleta, lo había hecho con una única intención: que Sunny supiera adónde se dirigía.

—¿Es un lugar? —preguntó de nuevo Steffi.

Sunny miró el dibujo, ese círculo con otro más pequeño en su interior. Sabía lo que significaba. También sabía que hasta esa hora sería muy complicado encontrar a Isaiah. Podía estar en cualquier lugar. Pensó en salir en su busca, pero no le hacía gracia la idea de dejar allí a Steve con Steffi, ni tampoco dejarla sola con Paul y Clyde. El estado de estos últimos, sobre todo el de su compañero, no le inspiraba confianza. Por eso decidió no precipitarse.

—Sunny, que si es un lugar…

—Sí, sí lo es. Necesito que me digas qué te ha dicho. Steffi, es importante.

—Me habló de una voz, me dijo sabía que Ethan estaba bien y que había visto… —dudó.

—Qué Steffi, qué había visto…

El guardia se acercó a ellos y miró la servilleta. Nada más verla no tuvo ninguna duda: era el mismo dibujo que había visto trazado con sangre en la pared de la celda. Steffi miró al guardia, pero Sunny en seguida reclamó su atención cogiéndola del brazo.

—Steffi, dime qué había visto —exigió saber zarandeando a Steffi.

No podía mentir. Si lo hacía, Sunny se daría cuenta, pero sobre todo pensó en Isaiah.

—Me habló de los chicos de la grieta, de lo de Ted y su esposa —dijo, conteniendo las lágrimas.

—¿De qué hablas? —preguntó Sunny con extrañeza.

—Me dijo que había estado en esos lugares, que también había visto lo del chico latino, lo de Ben Carter en su taller… —A Steffi, presa de los nervios y el llanto, le costaba cada vez más mantener la voz firme—. Y lo de esa familia que murió en su casa, fueron los hijos quienes mataron a su madre…; me dijo que se me cayó la bandeja cuando Ted sacó el arma y que estaba allí —señaló la cámara de los helados— cuando se disparó en la cabeza… También me habló del sheriff Norton. —Ya no pudo continuar.

Las últimas palabras de Steffi eran difíciles de entender, pero lo que sí estaba claro es que estaba convencida de lo que decía y que estaba muy asustada. Fue como si de repente se desplomara. Se vio allí en medio intentando explicar algo que ni tan siquiera ella sabía si creía o no. Todo era tan increíble que no pudo soportarlo. Sunny se dio cuenta en seguida de que no le sacaría nada más.

—Tranquila, tranquila, Steffi… —dijo Sunny tomándola entre sus brazos, consciente de que había dejado caer sobre ella una responsabilidad que no le correspondía.

Steffi lloraba y no paraba de lamentarse.

—Lo siento, lo siento…

—Ya está, Steffi, ya está —dijo levantando la barbilla de Steffi con delicadeza.

La joven miró a Sunny aún sofocada.

—Pásame la bolsa, Steve.

El guardia se acercó a la mesa que estaba tras ellos, agarró la mochila por una de las asas y se la entregó a Sunny. Éste sacó de su interior los documentos que había cogido en la comisaría. El sonido de las hojas al pasar sustituyó a las palabras. Apartó los informes procedentes del Instituto Geológico y fue directo a los relativos a los hechos a los que Steffi se había referido. Tuvo una intuición. Ver todos aquellos nombres de corrido dibujó en su cabeza una idea que plasmó sobre la mesa. Todos estaban ante él. La grieta de la carretera del lago, Ted y su esposa, Ben Carter y Edgar Ramos, la familia Whitmore. De lo último que él tuvo constancia fue de la desaparición de Edgar de Mary’s Cake después de que Ted se volara la tapa de los sesos. Conocía lo que había ocurrido antes con su mujer, pero no lo ocurrido posteriormente en el taller de Carter. Tampoco sabía nada de esa explosión de River Street que destruyó la casa de la familia Whitmore con todos sus miembros dentro. Sunny se quedó quieto pasando la mirada de un informe a otro. Comprobó horas, lugares, personas implicadas… cualquier dato que hiciera saltar la chispa.

—Joder —exclamó al fin poniendo su enorme mano negra encima de uno de los documentos.

Steffi y Steve se acercaron a él clavando los ojos en ese papel. No tenían ni idea de lo que ocurría ni lo que Sunny había encontrado cuando éste levantó el informe correspondiente al suceso de la grieta en la Hill Lake Road.

—¿Qué ocurre? —preguntó Steve.

—Un momento —respondió Sunny levantando la mano pidiendo que no le interrumpieran.

Se fijó en la fecha y la hora de aviso del suceso y en quién lo comunicó a comisaría. Además del lugar y las personas implicadas. Miró el nombre de los agentes que aparecían en el parte, también el nombre de las personas que de una manera u otra figuraban como testigos. No pasó por alto la descripción del estado de la vía y los vehículos. Cada vez que Sunny leía una palabra, todas esas fichas que tenía mezcladas en su cabeza comenzaban a encajar. Era una locura, pero lo cierto es que lo hacían a la perfección. Volvió a los informes de la mesa. Los desplazó sobre el mantel colocándolos cronológicamente. Por último añadió el que sostenía entre sus manos, situándolo en primer lugar.

—Joder… —repitió en voz baja—, esto es…

Sunny, que siempre actuaba acorde con lo que veía y a las pruebas que consideraba claras, se encontraba frente a una situación nueva para él. Todo encajaba, pero digerir todo aquello no iba a ser fácil. Entonces se acordó de Isaiah, de los momentos que había vivido junto a él en el hospital y después en la carretera. De las veces que su amigo intentó hablarle y él no supo escuchar.

—¿Qué pasa, Sunny? —preguntó Steffi.

—Mirad. Es una maldita locura, pero después de todo…

Sunny recolocó los informes. Lo hizo para encontrar la manera de comenzar. Ahora era él el que se sentía como si estuviera chalado.

—El día 20 hubo un incidente en la carretera del lago. Una grieta, supuestamente originada por el temblor de aquella noche, provocó un corte en la circulación. Los que encontraron la grieta o los primeros que llegaron a ella fueron dos jóvenes, un chico y una chica. Uno de ellos, el chico, fue encontrado muerto en el interior del agujero, después, la chica se quitó la vida delante de todos los que habían llegado hasta allí.

Steffi y Steve seguían con atención la explicación de Sunny, que puso la mano sobre el informe colocado en primer lugar.

—¿Quién fue la persona que encontró el coche de los chicos…? Ted Simmons. Él fue quien llamó a comisaría —dijo moviendo la mano hasta el segundo informe, el que hacía referencia al suceso en Mary’s Cake.

Con sólo oír ese nombre a Steffi se le puso la piel de gallina.

—Ted no pudo continuar su camino, lo mismo que otras personas que llegaron minutos después a ese punto de la carretera. Personas como Edgar Ramos o la familia Whitmore.

Eran nombres que le sonaban a Steffi. Entendía por dónde quería ir Sunny.

—Los agentes que estuvieron allí fueron Clyde, Miles y el sheriff Norton.

Steve también comenzó a atar cabos. Sabía lo que había ocurrido con Norton y con Miles.

—Después de aquella noche comenzaron a pasar cosas —añadió Sunny dirigiéndose a Steffi.

—Lo que quieres decir es que…

—Todos los que tuvieron que ver algo con la grieta están muertos o no han salido bien parados —afirmó Sunny pasando la mano por encima de los informes.

Todo hilaba perfectamente. Primero Ted, luego Edgar y los Whitmore. Más tarde Norton y Miles. Todos estaban muertos. Y en el caso del primero y el chico latino, había otras personas, la señora Simmons y Ben Carter, que podían considerarse como daños colaterales. Fue entonces cuando Sunny pensó en Clyde. Al darse la vuelta, comprobó que su compañero no estaba sentado en el banco donde Steve lo había dejado. No estaba allí con ellos.

—Paul… —murmuró Steffi con clara preocupación en la voz.

Antes de que ninguno pudiera reaccionar, un estruendo acompañado de cristales rotos, provocó en los tres un sobresalto simultáneo.

Steve vio a través de las ventanas que algo caía de la planta superior impactando contra la acera. Sunny corrió a la puerta de entrada y Steffi se llevó las manos al rostro quedándose clavada en el sitio. Steve siguió los pasos de Sunny. Cuando los dos salieron fuera, el horror de lo que vieron los frenó en seco. Era Paul, que literalmente había caído de cabeza. Una brecha en la frente por la que escapaba algo más que sangre y los repetidos espasmos de sus extremidades eran suficientes para ver que ya nada se podía hacer por él. Steve miró la planta superior. Asomado a la ventana estaba Clyde, que sonreía disfrutando del espectáculo.

—No me digas que ahora no te sientes mejor… —oyó Clyde apoyado en el marco repleto de restos de cristales.

Sunny también pudo oírlo desde abajo.

—Dime una cosa más, Clyde, ¿cuántas veces has deseado perder de vista a ese negro de mierda? —oyó detrás de él.

Clyde volvió la cabeza y miró el interior de la habitación.

—Creo que ya va siendo hora, ¿no?

Se oyó un grito desgarrador. Steffi sintió como sus piernas no eran capaces de mantenerla en pie cuando vio el cuerpo de Paul tirado en el suelo, ya completamente quieto. Steve llegó a tiempo para sujetarla. Sunny volvió a mirar hacia arriba.

—Asegúrate de perder de vista a ese negro de una vez…

Clyde agarró un trozo de cristal puntiagudo que había quedado en el marco y lo llevó con decisión a sus ojos, primero al derecho, después al izquierdo. Se tomó el tiempo necesario para asegurarse de que jamás volvería a ver a ese negro. Un instante después hurgó en su garganta con el mismo cristal hasta que su cuerpo dejó de hacerle caso. Sólo entonces perdió la sonrisa.