41
No podía creer lo que estaba viendo. Esa gente se estaba volviendo completamente loca en mitad de esa niebla. Estaban quitándose la vida, pero lo hacían de una manera tranquila y ordenada. Lo hacían en silencio, sin expresar dolor. Eso era lo más escalofriante de todo. Parecía que sus actos estaban planificados; se ayudaban unos a otros. Se fijó en un hombre que estaba en la terraza de uno de los edificios de enfrente propiedad de la familia Wan. No podía verlo muy bien, pero parecía ser el hijo mayor del señor Wan, quien ayudaba a su hija pequeña a auparse sobre la barandilla. La niña, sin tan siquiera pensarlo, se dejó caer en picado. Paul se apartó de la ventana antes de que el cuerpo de la cría chocara contra el suelo.
El gas, era ese gas que decían que procedía de la tierra y que los científicos de la antigua mina habían liberado en uno de sus experimentos, pensó refiriéndose al Dusel. Esos locos al final se habían salido con la suya. Se acordó de las palabras de George, de la cantidad de veces que había dicho que si esa mina se cerró en su momento era por algo, y no sólo porque se hubieran agotado los minerales que se extraían de ella. Los que de verdad habían pasado mucho tiempo en su interior sabían que de allí abajo no podía salir nada bueno.
A Paul le preocupaba su seguridad. Si a uno de esos tipos le daba por estrellarse contra las ventanas de su establecimiento, las consecuencias podrían resultar fatales. Estaba claro que no iba a dejarse atacar por uno de esos pirados. Él no se sentía como ellos, él quería vivir. Aguantó la respiración y levantó un poco la cabeza con la intención de escuchar con mayor claridad lo que ocurría en la calle. Pero ya no se oía nada. Ni golpes ni cristales rotos. Esperó unos segundos antes de asomarse de nuevo.
Vio cuerpos tumbados a lo largo de la calle. Algunos colgaban de las ventanas, pero sobre todo le llamó la atención uno en particular. Era una mujer. Estaba más o menos a unos veinte metros. Sólo podía verle las piernas y los pies descalzos. El resto del cuerpo estaba en el interior de una grieta que partía la calle en dos. Todo estaba tan quieto que parecía una foto. Pero la calma duró poco. En una fracción de segundo la parte visible de esa mujer desapareció en el interior de la grieta.
—Qué ha sido eso… Qué ha sido eso… —se preguntó en voz alta apoyado contra la pared.
Algo con una fuerza brutal había tirado de ella, algo que Paul no llegó a ver pero que desde luego estaba allí. Entonces comenzaron a oírse nuevos disparos a lo lejos.
George disparaba desde la puerta de entrada, pero no sabía contra qué o quién lo hacía. Habían aparecido de repente. Surgían del suelo y zarandeaban de un lado a otro los cuerpos de aquellos desgraciados. Los partían en trozos, otros parecían vaciarlos por completo hasta dejar sólo la piel en el interior de sus ropas. Los cartuchos caían a sus pies y sintió que los estaba desperdiciando. Disparaba pero no le daba a nada. Ellos eran mucho más rápidos que sus reflejos o que cualquier otra cosa que hubiera visto jamás. El jubilado gruñón cerró la puerta, echó los seguros y se dejó caer al suelo. Miró los cañones de la escopeta como si mirara dos ojos a los que debía obedecer. Las opciones eran pocas, la decisión a tomar demasiado complicada como para pensar mucho en ella. George cargó de nuevo el arma.