50

Habían llegado a la carretera. Llevaban recorrido más de un kilómetro a través de ese paisaje que conocían de memoria, pero que parecía otro. Sus voces, que sonaban como dentro de una caja de cartón, era lo único que oían. Pero llegó un momento en el que ya no sabían de qué hablar. Podía ser fruto del cansancio, pero el verdadero motivo estaba más cercano a no tocar ciertos temas que pudieran resultar incómodos. Los tres tenían motivos más que suficientes para guardar para sí un buen número de pensamientos.

Isaiah pensaba en su hermano. Desde que despertó en el interior de la cámara de desagüe no había mencionado a Ethan. Tenía la certeza de que su hermano estaba bien, la misma que tenía respecto a lo que pensaba Sunny. Pero Isaiah se negaba a creer que su hermano estuviera muerto bajo los escombros del bloque C. Intentar convencer a Sunny de lo contrario sería una pérdida de tiempo. Prefería esperar, ser paciente. Mentalmente intentaba poner orden a toda esa información deslavazada que parecía de locos y que había llegado a él a través de una voz que lo acompañaba en sueños, y que ahora también parecía hacerlo cuando estaba despierto.

El bueno de Sunny bastante tenía con procurar que su hermano político se encontrara lo mejor posible dentro de lo que podía llegar a estar. Habían pasado tantas cosas en las últimas horas que no acertaba a adivinar qué camino tomar. El más sencillo y rápido era agarrar el toro por los cuernos y hablar con total franqueza a Isaiah. El otro era alargar la situación al máximo hasta que cayera por su propio peso, pero eso entrañaba un serio peligro: si dejaba que Isaiah alargara en el tiempo las expectativas de encontrar a Ethan con vida, podía suceder que, llegada la hora, el golpe fuera aún más duro. De una vez por todas Isaiah debía ir aceptando que su hermano estaba muerto. Mantener esas falsas esperanzas, en vez de permitirle avanzar lo estaban sumergiendo en algo irreal. «Pero ¡qué demonios!, ¿acaso esto es real?», se preguntó Sunny echando un vistazo a su alrededor.

Steve reconstruía en su memoria lo sucedido la noche anterior y aquella misma mañana. Sentía que en cualquier momento una de esas cosas podía plantarse delante de él y despedazarlo en un par de segundos. Harto de pensar o preguntarse qué eran, imaginó la manera en que podía hacerles frente. No se le ocurrió otra cosa que agarrar con fuerza su pistola. Pero con ella no haría mucho. Antes de que fuera capaz de apretar el gatillo, una de esas sombras le habría arrancado el brazo. Por lo que había visto, de eso sí estaba seguro, esos bichos salían de la tierra como rayos, como latigazos negros que aparecían y desaparecían en lo que dura un simple parpadeo. Inconscientemente aminoró el paso para que Sunny e Isaiah se acercaran más a él. Era multiplicar sus posibilidades por dos si una de esas cosas aparecía de repente. Se volvió y miró a Isaiah, que caminaba mirando al suelo sin aparente preocupación. Entonces pensó a qué debió referirse cuando dijo aquello de «tenemos hasta la noche…». Luego toda esa conversación con la nada en la que hablaba de sombras, en la que temía perder a su hermano, en la que preguntaba acerca de algo que iba a suceder de nuevo y en la que mencionaba al sheriff. Todo aquello sin ningún sentido era muy parecido a lo que él había vivido en el interior de su garita. Pero había algo que se le escapaba; algo que Isaiah escondía tras esa mirada.

—Pero qué… —exclamó Sunny señalando con el dedo.

Steve miró al frente. Vieron el coche al final de una larga recta. El efecto visual era como si se encontraran en el interior de un gigantesco aparcamiento subterráneo con las paredes y el techo completamente pintados de blanco.

—¿Te suena? —preguntó Steve refiriéndose al vehículo.

Sunny se adelantó unos pasos. Claro que le sonaba, se trataba del coche patrulla del sheriff Norton.

—Es el coche del sheriff —afirmó.

Steve y Sunny reanudaron la marcha en dirección al vehículo. Isaiah, por el contrario, se quedó clavado en la carretera. En aquel momento no sabía qué pensar ni qué hacer. No sabía si advertir a sus acompañantes de lo que encontrarían o, por el contrario, guardar silencio y esperar a que ellos mismos lo comprobaran. Porque de lo que sí estaba seguro a estas alturas era de que esa especie de sueños adivinatorios eran reales. Lo que veía con sus ojos era lo mismo que vio de noche, pero ahora cubierto de blanco.

—¿Isaiah? —lo llamó Sunny en voz alta unos quince metros por delante—. Vamos, tío.

Steve echó un vistazo a la carretera. Encontró el motivo por el cual el vehículo se había detenido: una grieta partía en dos el manto blanco que cubría el asfalto. No había rastro del sheriff. No se encontraba en el interior del coche ni tampoco en las inmediaciones.

—Se dirigía al Shine Memorial —dijo Sunny.

El guardia, muy despacio, quitó el seguro de su arma. Sunny lo miró preguntándose si eso era necesario. Steve ralentizó su avance hasta detenerse junto a la grieta. Asomó la cabeza al interior. El corte era limpio. En las paredes de la misma había también restos de ese polvo blanco salpicado de sangre. Cuanto más se asomaba, más se agriaba su gesto.

—¡Cojones! —exclamó Sunny mirando también al interior.

Era complicado llegar a ver el fondo, entre otras cosas porque restos de ropa y de carne lo impedían. Pedazos de camisa y lo que parecía ser la chaqueta del sheriff estaban incrustados en la roca.

—¿Es él? —preguntó Steve.

Sunny asintió sin creer lo que veía. Alrededor del vehículo no había huellas. No había marcas de neumáticos. Steve vio algo en el suelo, y lo golpeó ligeramente con el pie antes de agacharse y recogerlo.

—Es su walkie —confirmó Sunny.

Steve le quitó el polvo que lo cubría con las manos y un par de soplidos.

—Déjamelo —pidió Sunny.

El guardia se lo entregó. Tras varios intentos, Sunny no logró ponerlo en marcha: se había quedado sin batería.

—Pasó lo mismo, pasó lo mismo que en el sanatorio… A él también lo… —dijo Steve, que se volvió buscando a Isaiah—. Sabes algo, ¿verdad? Cuando despertaste ahí arriba… mencionaste al sheriff. Dime qué cojones está pasando aquí —exigió Steve dirigiéndose a Isaiah.

—Tío, tío, déjalo en paz —lo defendió Sunny.

Isaiah reculó un par de pasos con la intención de ganar espacio respecto a Steve, que iba directo hacia él. Justo en ese momento Isaiah echó en falta esa voz que le aconsejara qué hacer o qué decir. Pero no oyó nada. Debía improvisar, inventar algo o simplemente decir la verdad.

—Ni tío ni hostias, joder, no sé cómo demonios lo ha hecho, pero tu amigo sabía lo que pasaba, sabía lo que había pasado aquí abajo, ¿no es así? ¡¿no es así?! —preguntó con creciente insistencia.

—Joder, Steve, tú estabas con nosotros, en todo momento estuviste con nosotros. Joder, mira a tu alrededor, mira el suelo… No hay ni una puñetera marca, no hay pisadas…

—Nombró al sheriff, nombró al maldito sheriff. —Steve se refería al estado de aparente sonambulismo, pero no encontraba la manera de definirlo.

—No recuerdo nada de eso de qué hablas… —replicó Sunny, que probablemente no mentía.

Steve apartó con el brazo a Sunny y se dirigió hacia Isaiah, que en silencio llamaba a gritos a esa voz que ahora deseaba volver a oír como nunca.

—Fue aquí donde los viste. Viste lo que hicieron con él —insistió el guardia señalando la grieta.

—¡Tío, déjalo de una puta vez!

Sunny se revolvió y tiró a Steve al suelo de un empujón. Éste se levantó en seguida y se abalanzó sobre Sunny. Ambos se enzarzaron en una disputa que acabó con los típicos revolcones de un par de críos en el recreo.

—Vale ya, vale ya de una vez —intervino Isaiah.

Sus palabras sirvieron para que Sunny y Steve dejaran de patalear y lanzarse manotazos.

—Sí, sí… Sí los vi —admitió.

Sunny se levantó tendiendo la mano a Steve, que nada más incorporarse miró a Isaiah esperando que continuara.

—Isaiah, no tienes que…

—Sí, Sunny, déjame hablar —reclamó con rotundidad.

No esperó a que la voz sonara en su cabeza. Pensó que era el momento de poner fin a un silencio que muy probablemente comenzara a ocasionarle más problemas que beneficios.

—Los vi aquí.

Sunny puso cara de no entender nada.

—Vi lo que pasó con el sheriff Norton, vi como esas cosas salían de la grieta y se lo llevaban.

—Explícate —pidió Steve.

—Un momento, tío, un momento… ¿Nos permites un momento? —preguntó al guardia.

—Deja que hable…

—¿Nos permites? —repitió elevando el tono.

Sunny se acercó a Isaiah y lo apartó a un lado.

—Isaiah, no es necesario, no hagas ni caso. Vale que intentes que esto esté menos jodido de lo que está, vale que debamos seguir el rollo a este tío… Pero no voy a consentir que piense que estás tan chalado como él —declaró Sunny en voz baja para evitar que sus palabras llegaran a oídos de Steve.

—Es cierto, Sunny, sé lo que pasó.

—¿Qué cojones dices, joder, qué dices?

—Estuve aquí.

Sunny tragó saliva. Lo que menos necesitaba en esos momentos es que su amigo hubiera perdido la cabeza.

—Estabas en una habitación del hospital, llevabas allí dos días, estabas hasta arriba de sedantes y yo qué sé que mierdas más, es normal que pienses que estuviste y que viste cosas… Hablé con Shepard, me dijo lo que te pasaba… Es un dejà-vu de esos, el cerebro te…

—Te digo que sé lo que pasó aquí y lo que pasó en…

—Ayer mismo estuve con Norton —lo interrumpió apretando los puños—, así que no me vengas con esas historias. Será lo que éste quiere oír —dijo refiriéndose a Steve—, pero te aseguro que a mí no me hace gracia, tío…

—Te digo la verdad. ¿Para qué iba a inventarme todo esto?

—Isaiah deja de… —dijo agarrándolo del brazo.

—Norton estuvo llamando por radio, nadie contestó y…

Isaiah dejó de hablar, de repente se llevó las manos a la cabeza como si en su interior se produjera una descarga eléctrica; por momentos sentía que le iba a estallar. Sus piernas perdieron fuerza y sus ojos giraron hacia atrás poniéndose blancos. Sunny no pudo hacer otra cosa que sujetarlo y evitar que cayera desplomado poseído por los espasmos.

—Tío, tío —intentó reanimarlo Sunny dándole unos cachetes.

Steve se acercó rápidamente.

—Ponlo de lado.

El guardia se agachó junto a ellos y comprobó que Isaiah no se hubiera tragado la lengua. Mientras, Sunny lo sujetaba con todas sus fuerzas. Resultaba increíble la rigidez del cuerpo de su amigo, la tensión que mostraban los tendones de su cuello bajo la piel y lo que podían llegar a engarfiarse sus dedos.

—Sujétalo, sujétalo —le indicó Steve mientras sostenía la cabeza de Isaiah entre sus manos.

Sunny miró a Steve pensando que qué demonios se creía que estaba haciendo. Sus más de noventa kilos de músculo casi no podían con los apenas setenta de su amigo, que tras unas violentas sacudidas se quedó tan quieto como un muerto.

—Isaiah, Isaiah… —gritó Sunny entre jadeos poniéndole boca arriba.

—Ya está… Está bien.

—¿Qué está bien?… ¿Bien, dices? —exclamó en vez de coger a Steve del cuello. Tuvo que morderse los labios para no hacerlo—. Sólo voy a decírtelo una vez: no quiero volver a oír hablar de bichos o mierdas raras delante de él. Ni una puta palabra, ni una sola, tío.

Steve prefirió guardar silencio. No era momento para discusiones. Pero ni Sunny ni nadie iba a quitarle de la cabeza lo que vio.

—No puedes hacerte una idea de lo que ha pasado, de lo que está pasando. Por mucho que te contara anoche, por mucho que te contara ahora, me quedaría corto… La única manera de saberlo sería estando en su pellejo. Y no te gustaría estar en él, te lo aseguro —concluyó Sunny.

En todos los años que Steve había pasado trabajando en el Shine Memorial había visto y tratado con muchos chalados que lo paraban por los pasillos o en las salas comunes para advertirle de la presencia de alienígenas o terribles criaturas que lo atacarían si iba a mear a los servicios. Otros tantos contaban historias menos fantásticas, pero igualmente falsas. Pero lo que había sentido con cada gesto y cada mirada de Isaiah era muy diferente. No mentía. Isaiah no mentía. No tenía dudas. No sabía cómo, pero estaba seguro de que sabía lo que había ocurrido con el sheriff Norton.

—Así que ahora nos vamos a meter en ese coche y nos vamos a ir al pueblo, buscaremos ayuda y a alguien que nos explique lo que ha pasado. Pero tío, no quiero volver a saber nada de tus putos bichos raros… ¿de acuerdo?

Steve asintió. Tarde o temprano Sunny entendería que lo que había ahí fuera era tan real como él mismo. El guardia se puso en su lugar y entendió la manera en la que su compañero de viaje quería llevar todo aquello. Cualquiera en su posición haría lo mismo. Lo único que quería Sunny era proteger a una persona a la que quería como un hermano y que se encontraba en una situación límite. Ante algo así, Steve no podía hacer nada. Todo lo que dijera en aquellos momentos se volvería en su contra. En mitad de la estatal 16 no iban a conseguir nada, así que lo mejor que podía hacer era agarrarse a lo único en lo que estaban de acuerdo y esperar el momento.

—Muy bien… salgamos de aquí. ¿Crees que la carretera estará bien de aquí al pueblo? —preguntó mirando la grieta e intentando cambiar de tema.

—No lo sé. —Inspiró un par de veces—. La seguiremos hasta donde se pueda. Con un poco de suerte puede que encontremos a alguien… Supongo que a los servicios de rescate…

—Vamos, cuanto antes mejor…

Tenían por delante más de treinta kilómetros. Si la carretera estaba bien no tendrían problemas. En poco más de una hora llegarían a Crystal Hood, pero si por el contrario volvían a encontrarse con una grieta, un desprendimiento o cualquier otro obstáculo que impidiera su paso, el regreso se complicaría. Steve quería evitar que la noche se les echara encima.

—Échame una mano —dijo Sunny.

Entre los dos llevaron a Isaiah al coche patrulla. Subieron por una de las cunetas para evitar la grieta. Steve resbaló un par de ocasiones; el polvo blanco y las agujas de pino no eran una buena mezcla para mantener el equilibrio, y más cuando uno sujeta un cuerpo por los pies.

—¡Joder! —exclamó.

Un escalofrío le puso la piel de gallina. En el segundo resbalón Steve se clavó una piedra en la rodilla, una de esas piedras solitarias que asoman clavadas en la tierra y que uno siempre acaba encontrando.

—¿Qué pasa? —preguntó Sunny.

—Puta piedra… —contestó.

Se adentraron una decena de metros en el bosque hasta que la amplitud de la grieta les permitió atravesarla. Primero cruzó Sunny, que sostenía a su amigo por debajo de los brazos. Después lo hizo Steve, que aún sentía punzadas por debajo de la rótula. No había querido mirar, pero notó un calor húmedo descenderle por la tibia.

—¿Vas bien? —preguntó Sunny al ver que Steve cojeaba.

—Sí, sí —contestó éste con un claro gesto de dolor.

Sunny, mientras caminaba de espaldas, miró de refilón el corte en la tierra. En todo el horizonte blanco y silencioso que se extendía delante de él, pudo ver su recorrido, que se extendía hasta donde le alcanzaba la vista y le dejaban ver los arbustos y los troncos de los árboles. Entonces algo llamó su atención, y es que el recorrido de la misma parecía estar trazado en semicírculo. Según su posición, la grieta giraba hacia la izquierda.

—Cuidado ahí, el tronco —advirtió Steve.

Sunny miró a sus pies, esquivó el tronco pero no pudo evitar engancharse con una rama que casi le hizo perder el equilibrio. Salvado el obstáculo, llevó de nuevo su mirada a lo que lo rodeaba. Cuanto más veía, más tenía la sensación de encontrarse en otro lugar muy diferente al que conocía. Todo lo que había pasado con Isaiah, con Ethan y con toda esa serie de trágicos sucesos le había impedido pensar en qué posición había quedado él. No sólo había cambiado el entorno. Él también se sentía diferente. Por primera vez notaba que no tenía el control. Hasta la fecha, Sunny estaba acostumbrado a manejar cualquier situación de una forma en la que nada se le escapaba y nada quedaba al azar. Era un tipo que, por complicadas que se pusieran las cosas, siempre daba con el botón adecuado para obtener una solución; y si no era así, volvía a pulsarlo las veces que fueran necesarias hasta conseguirlo. Esa facultad o capacidad se había esfumado de la misma manera que parecía haberse esfumado todo lo demás. Por mucho que pulsara, no conseguía nada. En sus manos sostenía a su amigo, pero era lo único.

—Sunny… Sunny —oyó como en un estado de duermevela que lo tenía apartado de lo que hacía.

—Sí, dime… —respondió.

—Decir qué —replicó Steve.

Sunny, sin darse cuenta, se había plantado delante del coche patrulla. Sacudió la cabeza como si con ello quisiera espabilarse.

—Bájalo con cuidado. Voy a ver si arranca —dijo el guardia.

Instantes después el motor del Ford rugió partiendo en dos el silencio. Oír algo más que no fueran voces resultó reconfortante, más aún sabiendo que ese sonido significaba la posibilidad de encontrar respuestas.

—Sunny… Sunny —oyó de nuevo.