21
Eran poco más de las cinco de la tarde.
—¿Quién es quién? —preguntó Mark Lee, el ayudante del forense.
—Éste es el interno —dijo refiriéndose a los restos esparcidos sobre una de las camillas—, y este otro es el enfermero.
En ambos cuerpos los restos de ropa estaban manchados de barro y sangre.
—Están todavía peor que el guardia —comentó el ayudante ladeando la cabeza e intentando poner sentido al amasijo de carne, piel y tela.
El doctor John Clark, el forense que debía examinar los cuerpos de las víctimas del derrumbamiento, se quedó mirando los restos con unas pinzas en las manos sin saber por dónde empezar. En toda su carrera profesional no había visto nada igual. Era especialista en casos en los que los cuerpos quedaban completamente destrozados, casos en los que casi siempre se debía recurrir a análisis dentales para determinar la identidad de las víctimas, pero lo que tenía ante sus ojos mezclaba lo más terrible de todos ellos.
Ambos cuerpos estaban dispuestos en sendas camillas. Una de las salas de urgencias del bloque A había sido habilitada para labores forenses.
—¿Aplastamiento, quizá? —preguntó Lee ajustando su mascarilla.
—Podría ser, pero… estos desgarros de aquí parecen hechos con algún tipo de superficie en sierra.
—Podrían ser los mismos escombros…
—No lo creo, habría restos de materiales en los cortes —replicó el doctor Clark acercando los ojos un poco más a una lupa flexible.
—¿Material metálico?
—Tendremos que mandar unas muestras al laboratorio, así a primera vista parecen cortes limpios, desgarros más bien.
—¿Es posible que hayan sufrido elevadas temperaturas? —preguntó Lee mientras veía cómo Clark separaba una muestra de piel de un pedazo de tela.
Lee acercó al doctor un bote donde Clark introdujo la muestra.
—No creo. Además fueron encontrados relativamente cerca de la superficie, y tampoco ha habido ningún tipo de incendio.
—Lo digo por el estado de…
—Es muy parecido al chico de la carretera del lago, es como si se hubiera deshecho, aunque en este caso es parcial. Aquí por lo menos tenemos un antebrazo casi entero —dijo apartando el miembro de los otros restos.
—Entonces, ¿la liberación de los gases de los que habla el informe del USGS (Instituto Geológico de Estados Unidos)? —preguntó Lee.
Alguien llamó a la puerta. Doctor y ayudante se volvieron y vieron entrar en la sala al sheriff Norton, acompañado de Sunny y el juez del condado de Pennington, Ron McNeil.
—Buenas tardes —dijo Clark.
Los tres tardaron unos segundos en contestar. El efecto que supuso ver sobre las camillas eso que en teoría habían sido dos personas como ellos, hizo que no encontraran palabras. A medida que se acercaban a los restos sus pasos se ralentizaban y sus caras hacían muecas. El ayudante Lee les ofreció unas mascarillas que los tres se pusieron sin quitar la vista de las camillas.
—Joder —exclamó Norton antes de mirar al juez.
Ambos pensaban lo mismo, ambos habían encontrado las mismas similitudes que hacía apenas un minuto había hallado el doctor Clark. Puede que la causa de la muerte hubiera sido el propio desprendimiento, pero tenían claro que sobre los cuerpos había actuado otro tipo de agente externo.
—¿Hay posibilidad de saber si sobre ellos ha actuado algún tipo de gas o algo similar? —preguntó Norton dando muestra de su desconocimiento.
—Claro. Hemos tomado unas muestras que enviaremos al laboratorio. Tendremos que cotejarlas con las obtenidas en el cuerpo del chico de la carretera del lago.
—¿Y de las del chico están ya? —preguntó Norton.
—Esperamos tener mañana los resultados.
—Y los de las muestras de hoy, pasado mañana, supongo —dedujo Norton con cierto fastidio.
—A todos nos gustaría que las cosas fueran más de prisa, pero hay papeleo y prioridades.
—¿Prioridades? Estamos hablando del riesgo de una posible intoxicación por un gas del que nadie sabe nada y que probablemente sea el causante de esto —dijo señalando los restos humanos—. ¿No es eso una prioridad?
Los muertos estaban muertos. Posiblemente, el resto de desaparecidos también. Pero en aquellos momentos a Norton sólo le preocupaba mantener vivos a los vivos.
—Necesitamos esos análisis lo antes posible. —Se dirigió a Clark y al juez—. No sé las llamadas que tendrán que hacer y con quién deben hablar, pero creo que esto es una prioridad. Si coinciden con los resultados del chico de la grieta la cosa se va a poner muy fea.
El informe remitido por el FBI en el que se citaba la posibilidad de que unos gases tóxicos fueran liberados con los temblores parecía ser cierto. Aquellos cuerpos estaban deshechos. Parecían fundidos. Algo así no lo hace un puñado de tabiques derrumbados y un montón de hierros retorcidos. Se sabía que los restos eran humanos por sus ropas y poco más. Sunny los miraba pensando en la posibilidad de que Ethan se encontrara en ese estado.
—Voy fuera —dijo Sunny.
Norton, a pesar de querer aparentar lo contrario, era consciente de que este caso afectaba en el plano personal a Sunny. Con él tenía muchas diferencias referentes a la manera de llevar su trabajo, a la disciplina y a esa cierta anarquía con la que actuaba. Pero sabía de su valor profesional y de la necesidad de tenerlo al cien por cien en momentos como aquél. Las cosas estaban mal, pero lo preocupante era que quizá irían a peor.
—Ron, doctor, esos resultados son fundamentales. Los necesitamos. Si los temblores persisten, es muy posible que la liberación de gases, tal y como dice el informe preliminar, vaya en aumento. Manden fotos, pruebas de lo que sea —insistió señalando una de las camillas—, llamen a quien tengan que llamar y hagan todo lo que crean conveniente. Pero esos resultados no pueden esperar más. Hay mucha gente que puede verse afectada.
Es lo que tiene ser sheriff de un pueblo venido a menos en mitad de unas montañas por las que ni tan siquiera pasa una carretera en condiciones. Si lo sucedido en Cristal Hood hubiera pasado en una ciudad importante, no sólo hubieran estado los resultados de los análisis en apenas unas horas, sino que el mismísimo ejército habría levantado los escombros del bloque C en un par de días. Pero no fue así. Fue una noticia que tuvo repercusión a nivel local. Mientras, en otras partes del mundo había noticias que se comían literalmente minucias como un derrumbamiento o unos cuantos temblores que, como mucho, abrían una grieta en la carretera. No había nada que hacer contra terremotos de escala 9, tsunamis o huracanes que arrasaban ciudades de cientos de miles de habitantes.
—Estaré ahí fuera —dijo Norton señalando la ventana—. Manténganme informado con lo que sea. Necesitamos esos análisis —añadió levantando un índice amenazador.
El sheriff salió de la sala. Cuando cerró la puerta vio a Sunny de cuclillas en mitad del pasillo y apoyado en la pared. Norton se acercó hasta él. Conocía a su mejor hombre desde que éste era un crío. Siempre estaba metido en todos los líos que tenían que ver con las travesuras típicas de los niños de su edad. Además, era casi una norma verlo metido en peleas con otros jóvenes por salir en defensa de su amigo Isaiah. De ahí que Norton temiera que todo aquello pudiera afectarle más de la cuenta.
—Sunny, hay mucho trabajo en el pueblo, si quieres puedes ir allí…
—No, jefe, quiero estar aquí.
Una vez que Sunny respondió, no hizo falta que Norton insistiera. Sabía lo que era enfrentarse a un cabezota; no en vano poca gente era tan cabezota y testaruda como el viejo sheriff.
—Debo estar aquí —insistió Sunny—, pero si cree conveniente que me ocupe de otra cosa, haré lo que me diga.
Norton no dijo nada. Puede que su hombre estuviera dando vueltas por el pueblo buscando a Edgar o preparando un plan de alerta ante posibles réplicas, pero su cabeza estaría en aquel sanatorio junto a sus amigos, junto a su familia. Al sheriff le había tocado estar en ese lado, por lo que sabía perfectamente lo que pasaba por la cabeza de Sunny. Hasta que el asunto de Ethan no estuviera cerrado, para bien o para mal, llevar la mente de Sunny a otro lugar sería misión imposible.
—¿No crees que deberías descansar un poco? —preguntó Norton.
—¿Descansar? —Sunny sonrió mientras se incorporaba—. Me ha tenido casi dos semanas de vacaciones, es imposible que esté cansado —replicó.
—De todos modos, ve a tomar algo…
—Vale. Estaré fuera —asintió Sunny estirando los brazos.
—Sunny, ¿qué tal está Isaiah? —preguntó Norton.
Sunny permaneció unos segundos en silencio que habrían sido suficiente como respuesta, pero aun así contestó…
—¿Le digo la verdad o lo que dicen los doctores?
Norton tuvo bastante con aquello. La versión del doctor ya la conocía. Sabía que Isaiah estaba ingresado bajo los efectos de potentes sedantes. Sabía de la recaída, de la aparición de las famosas pérdidas de consciencia de las que él era conocedor de primera mano. No olvidaría jamás la noche en la que respondió a una llamada en la que un crío balbuceaba que su amigo estaba lleno de sangre en la cocina de su abuela. Por todo aquello y por lo que vino después, quería saber cómo se encontraba el niño que realizó aquella llamada: su agente, Sunny.
Si algo tenía el sheriff es que siempre iba un paso por delante. Era raro que cualquier detalle se le pasara por alto. Sabía que se movía en terreno delicado, sabía que en cualquier momento una minucia podía convertirse en un gran problema, por lo que prefería estar preparado. El viejo Norton siempre decía que ante un problema, ya se debe tener preparada una solución.
—De todos modos, jefe, por qué pregunta, si ya lo sabe —comentó Sunny—. Si lo que quiere saber es cómo me encuentro yo…, sí, estoy jodido. Pero esté tranquilo, ya sabe que haré mi trabajo.
—Vamos por un café —le indicó Norton llevando el sombrero a lo alto de su cabeza—, luego veremos qué tal va todo por el pueblo.
—Antes, si no le importa, me gustaría…
—Claro, no hay problema. Puedes ir a ver a Isaiah.
—También me gustaría pasar…
—Puedes pasar aquí la noche. Quiero que mientras yo no esté aquí te quedes al cargo de todo esto.
Norton era un tipo áspero y en ocasiones desagradable, pero detrás de esa apariencia había un hombre que, por encima de todo, daba importancia máxima a ciertos valores que creía indispensables para considerar a las personas como tal: lealtad y amistad.
—¿Han encontrado ya a Edgar? —preguntó Sunny.
—¿Con Clyde al mando?; ese muchacho sería incapaz de encontrarse el agujero del culo.
—Puedo hacer unas llamadas, suele moverse con gente del Arena.
—¿Moverse? —preguntó Norton, dando a entender que lo que Edgar hacía por allí era trapichear como un ratero más.
—No creo que haya ido lejos…
Ambos se perdieron por la escalera camino de la planta baja. Casi seguro que al llegar abajo y ver todo el follón de fuera se olvidarían del café o de cualquier otra cosa que tuvieran en la cabeza. Era algo que inconscientemente iba con ellos. Por eso, a pesar de lo que pudiera parecer a primera vista, el sheriff Norton y Samuel Sunny Jones no eran tan diferentes.