NOTAS
LIBRO TERCERO
DESDE LA REUNIÓN DE ITALIA HASTA LA SUMISIÓN DE CARTAGO Y DE
GRECIA
I. CARTAGO
[1] Sobrada razón tiene el autor para no acoger con absoluta confianza las afirmaciones de los historiadores en lo tocante al país donde aparecieron y se desarrollaron los primeros gérmenes de la cultura; hoy que se está rehaciendo por completo la historia de las primeras civilizaciones. En efecto, las últimas investigaciones en cuestiones cronológicas remontan los conocimientos astronómicos de los egipcios a una fecha anterior a los años 3400 a.C., en que, según los cálculos más fundados, procedieron ya a la división del tiempo y a la formación del calendario. En esa época no había aparecido, ni apareció en muchos siglos, la civilización en el país sobre el que más tarde se asentó Babilonia (V. Lepsius, Cronolog., págs. 157 y sigs.; Bunsen, Los egipcios, IV, 41 y siguientes; Duncker, Hist. de la antig., tomo I, págs. 46 y sigs.; 247 y sigs., y 297 y sigs. de la versión castellana.) (N. del T. E.) <<
[2] Libro de los Jueces, XV, 7. <<
[3] Véase el Atlas antiquus de Spruner, carta XIII (tercera edición), y el plano de Cartago que hay en ella. <<
[4] Esta importante clase de súbditos está perfectamente caracterizada en un documento público cartaginés citado por Polibio (VII, 9), en el que se los ve puestos en parangón con los habitantes de Utica, por una parte, y con los súbditos libios, por la otra: Ωἰ Καρχηδονίωνὓπαρχος ὂσοι ποῖς […] (Los súbditos cartagineses que tienen las mismas leyes que Cartago). En otro lugar se habla de ellas con el nombre de ciudades confederadas (Diodoro, XX, 10), o de ciudades tributarias (Justino, 22, 7, 3 Urbes Vestigales, Urbes tributariæ). Diodoro (XX, 55) menciona también su derecho de connubium con Cartago; y, en cuanto al comercium, resulta de la comunidad de leyes a las que alude Polibio. Sin embargo, es indudable que las antiguas colonias fenicias estaban colocadas entre los libio-fenicios. Tito Livio (25, 40, Lib. y Phenicum Generis Hipponiates) habla de Hipona como de una ciudad libiofenicia; y, por otra parte, se daba también el mismo nombre a los establecimientos fundados por Cartago. En el Periplo de Hannon se lee que «los cartagineses decidieron que Hannon navegase más allá de las columnas de Hércules, y fuese a fundar ciudades libio-fenicias». En el fondo los libio-fenicios no formaron una nación separada de Cartago; su nombre no constituye en realidad más que una distinción política. Admitimos también que, gramaticalmente, la palabra libio-fenicios significa fenicios y libios mezclados (Liv. 21, 22: mixtum Punicum Afris genus, comentario verdadero del texto de Polibio). De hecho, en tiempos de la fundación de las colonias más avanzadas, muchos libios estaban unidos con los fenicios (Diodoro, XIII, 79, Cic., Pro Scauro, §42.) Es patente, pues, la analogía del nombre y de los derechos recíprocos entre los latino-romanos y los libio-fenicio-cartagineses. <<
[5] El alfabeto libio o númida, el usado entre los bereberes para la escritura de la lengua no semítica, lo mismo hoy que en tiempos remotos, es uno de los muchos derivados del tipo arameo primitivo. En alguno de sus detalles hasta parece aproximarse a él más que el de los fenicios. Sin embargo, no vaya a creerse que los libios recibieron la escritura de importadores más antiguos que los fenicios; en esto sucedió aquí lo mismo que en Italia, donde ciertas formas evidentemente más antiguas no impidieron que el alfabeto local se pareciese o aproximase a los tipos griegos. Todo lo que de aquí puede inducirse es que el alfabeto libio pertenece a la escritura fenicia de una época anterior a aquella en la que fueron escritos los monumentos fenicios que han llegado hasta nosotros. <<
[6] Levanzo, Fabignana y Marítima, en el extremo occidental de Sicilia. <<
[7] Véase Política, libro II, cap. VIII. <<
[8] Aristóteles, Política, II, VI, pár. 21. <<
[9] Columela llama a Magón el «rusticationis porens». De re rust., 1. l.; 12, 4. Plinio, Hist. Nat., 18, 5, 7. Cic., De Orat., I, 18. <<
[10] M. Charton ha hecho de él una traducción con buenas notas críticas y geográficas en el tomo I de sus Viajeros antiguos y modernos. <<
[11] Hasta el intendente o encargado de una posesión rural, aun siendo esclavo, debe saber leer y haber recibido cierta educación. Tal es el precepto del agrónomo Magón (Varr., De re rus., I, 17.) En el prólogo del Cartaginés de Plauto, dice de su héroe el autor:
Et is omnes linguas scit: sed disimulat seiens.
Se scire: Penus plane est. Quid vebis opus […]»
«Sabe todas las lenguas: pero disimula su ciencia, como buen cartaginés: es cuanto se puede decir.» <<
[12] Han surgido dudas sobre la exactitud de esta cifra; y, tomando como base del cálculo la superficie de Cartago, se ha evaluado su población posible en un máximo de doscientos cincuenta mil habitantes. Pero estos cálculos son completamente hipotéticos, sobre todo tratándose de una ciudad en la que las casas tenían seis pisos. Por lo demás, nosotros damos aquí el total de la población ciudadana, no solo la del casco de la ciudad, como sucedía en las listas del censo romano; y comprenderemos en él a todos los cartagineses, ya fuera que residiesen en la ciudad, en los arrabales, en las provincias sujetas o en el extranjero. Los ausentes eran muchos. Sabemos ciertamente que el censo de los gaditanos era muy superior al número efectivo de ciudadanos de Gades que residían en esta ciudad. <<
[13] Como Himilcón no pudo sostenerse delante de Siracusa, a la que había sitiado en vano, compró a Dionisio el Mayor, mediante trescientos talentos, la facultad de retirarse solo con sus cartagineses, dejando a merced de los siracusanos el resto de su ejército, que tuvo que rendirse incondicionalmente (Diodoro, XIV, 64). <<
II. GUERRA DE SICILIA ENTRE ROMA Y CARTAGO
[1] Los mamertinos obtuvieron todos los derechos de los italianos y fueron obligados a suministrar buques de guerra (Cic., In Verr., V, 19, 50). Se ve, sin embargo, en las medallas que aún nos quedan, que no tuvieron derecho a acuñar moneda de plata. <<
[2] Al oeste de Siracusa, en el interior, y sobre los montes Hereos. <<
[3] Alesa, en la parte norte, en medio del camino de Messina a Palermo. Centoripa, al este de Catana, en el camino que va de esta ciudad a Agrigento. <<
[4] Πεντἠρης, penteris, palabra griega, sinónima de la latina quinqueremis. <<
[5] V. Corp. Ins. Rom., pág. 18, núm. 32. Tit. Liv., Ep., 17. <<
[6] Creo exagerados los relatos según los cuales Cartago debió su salvación únicamente a Xantipo y a sus talentos militares. Los oficiales cartagineses no necesitaban que él les dijese que la caballería ligera de los africanos maniobraba excelentemente y proporcionaba grandes ventajas en campo raso, y no en país montañoso o cubierto de bosque. El mismo Polibio desconfía de estas erróneas tradiciones, eco sin duda de los relatos de los cuerpos auxiliares de los griegos. En cuanto a sostener que después de la victoria los cartagineses ajusticiaron a Xantipo es una pura invención; se volvió libremente y entró, según parece, al servicio de Egipto. <<
[7] Nada se sabe con seguridad acerca de la muerte de Régulo. Su envío a Roma, que unos colocan en el año 503 (251 a.C.), y otros en el 513, no es de ninguna manera un hecho demostrado. En los tiempos posteriores, cuando las vicisitudes de la fortuna romana servían de tema en las escuelas, Régulo se convirtió en el tipo de héroe desgraciado, como Fabricio en el del héroe pobre. Su nombre va unido a una porción de cuentos y de invenciones. ¡Lentejuelas y oropel mal pegados sobre el vestido sencillo y severo de la historia! <<
[8] Se cree que era el Pulcrum Promontorium, o cabo Bon. <<
[9] Parece muy verosímil que los cartagineses prometiesen también no enviar buques de guerra a los puntos pertenecientes a la confederación romana, por consiguiente a Siracusa y aun a Messina (Zonar, 8, 17), pero el texto de la ley no lo dice (Polibio, 3, 27.). <<
III. ITALIA SE EXTIENDE HASTA SUS FRONTERAS NATURALES
[1] Elora estaba situada al sur de Siracusa en la embocadura del Elorum flumen, hoy Telloro, que riega el Val Dinoto (antes Neetum). Acre, como su nombre indica, estaba sobre una altura, en las fuentes del Elorum. Leontini, hoy Lentini. Megara, al norte de Siracusa, bajo el Etna y cerca de la costa, hoy Palermo. Tauromenium hoy Tahormina. <<
[2] Está perfectamente demostrado que la cesión de las islas colocadas entre Italia y Sicilia no implicaba en manera alguna, según los términos del tratado del año 513, la entrega de Cerdeña, y no se ha probado que los romanos se apoyasen en este tratado cuando se apoderaron de ella, tres años después de hecha la paz. Alegar semejante motivo hubiera sido querer cubrir con una necedad diplomática un acto de manifiesta violencia. <<
[3] Apoyamos este aserto sobre la queja de los sicilianos contra Marcelo (Tit. Liv., 26, 27 y sigs.) sobre las peticiones comunes de todas las ciudades sicilianas de las que habla Cicerón (In Verr., 2, 42, 102, etc.), y, por último, en una analogía muy constante (Marquardt Hand., 3, 1, 267). Del hecho de que las ciudades no hayan tenido entre sí el comercium, no se sigue en manera alguna que no hayan tenido el derecho de reunión (concilium). <<
[4] El monopolio de las monedas de oro y plata no fue ejercido en las provincias; la razón de ello se comprende fácilmente. Allí donde las monedas de oro y plata no tenían nada en común con la base romana, su circulación no entrañaba serios inconvenientes. Y, sin embargo, los talleres sicilianos no debieron acuñar más que piezas de cobre o, cuando más, piezas de plata de poco valor. Las ciudades de la Sicilia romana más favorablemente tratadas, los mamertinos, los habitantes de Centoripa, de Alesa, de Segesta y los panormitanos, no han acuñado bajo el dominio de los romanos más que monedas de bronce. <<
[5] Decía Hieron (Tit. Liv., 22, 37) que sabía muy bien que los romanos no formaban su infantería y su caballería más que con los contingentes romanos o latinos, y que no admitían a los extranjeros más que en las tropas ligeras. («Milite atque equite scire, nisi romano latinique nominis, non uti populum Romanum, leviora armorum»). <<
[6] En el interior, hacia el extremo occidental. <<
[7] Esto es lo que aparece a la primera ojeada que se echa sobre la carta. Agréguese a esto el permiso, dado por excepción a sus habitantes, de adquirir y establecerse en cualquier punto de Sicilia, pues como espías de Roma necesitaban su libre locomoción. Por lo demás, Centoripa parece también haber sido una de las primeras en entrar en alianza con los romanos. (Diod., I, XXIII, pág. 501.) <<
[8] Desde el siglo VI de Roma, en muchas de sus aplicaciones se encuentra el dualismo político entre Italia, continente romano o departamento consular, y el territorio transmarino o departamento pretoriano. Se explicaba la prohibición impuesta a ciertos sacerdotes de no salir nunca de Roma (Valerio Máximo, I, págs. 1 y 2) en este sentido: que solo les estaba prohibido pasar el mar. (Tit. Liv., Ep., 19, 37. Tácito, Anal., 3, 38. Cicerón, Philip., 11, 8, 18.) Citamos como un ejemplo aún más patente la interpretación dada en el año 544 (210 a.C.) a la antigua regla que no permitía al cónsul nombrar dictador sino «en territorio romano». Este territorio, se dice, comprende toda la Italia (Tit. Liv., 27, 5). Durante el gobierno de Sila fue cuando por primera vez se verificó la separación del país celta entre los Alpes y el Apenino, y su organización en un departamento extraconsular, confiado a un magistrado especial y permanente. Y no se objete el nombre de provincia del cónsul, dado con frecuencia a la Galia cisalpina, o a Ariminun, desde el siglo VI. La palabra provincia no tiene en manera alguna en la lengua antigua de Roma el sentido de departamento territorial, o de gobierno colocado bajo el mando de un funcionario supremo. Expresa solamente la competencia de atribución conferida por la ley a tal o cual magistrado, el senadoconsulto o el convenio con un colega. Desde este punto de vista fue siempre cosa lícita, y por mucho tiempo hasta una regla, que uno de los cónsules tuviese en su provincia el gobierno de la Italia del Norte. (Sobre esta interesante cuestión remitimos a nuestros lectores a la disertación publicada por Mommsen, en las Memorias de la sociedad histórica y filosófica de Breslau, tomo I, págs. 1, 11, y titulada: La cuestión de derecho entre César y el Senado.) <<
[9] Se hace mención en Polibio (22, 15, 6, mal interpretada por Tito Livio, 38, 11) de un comandante romano con residencia fija en Corcira; se encuentra otro en Issa, en Tit. Liv. (43, 9). Se habla también, por vía de analogía, de la creación muy conocida del prefectus pro legato insularum Baliarum (Orelli, 732) y del gobernador de Pandataria (Corp. Inscrip., núm. 3528). De esto se deduce que los romanos acostumbraban enviar prefectos (præfecti) no senatoriales a las islas cercanas. En la época que vamos historiando estos prefectos están evidentemente bajo un dignatario que los nombra y los vigila (el cónsul). Después, cuando la Macedonia y la Galia cisalpina fueron convertidas en provincias, se adjudicó el mando de estas islas a uno de los dos gobernadores; y hasta los territorios que comprenden, y que formaban el núcleo del iliricum, se vieron colocados en el dominio administrativo de César. <<
[10] Según las investigaciones más recientes y minuciosas, el Rubicon no debió ser otro que el Fiumicino de Sabignano, cuyo curso superior ha debido cambiar de lecho. <<
[11] Polibio llama a estos mercenarios «los galos procedentes de los Alpes y del Ródano». Se los denominaba gosates (lansquenetes) a causa de su pica (gæsum) y los Fastos Capitolinos hacen de ellos germanos (germani). Pudo suceder que los contemporáneos redactores de los Fastos los conociesen solo como galos, y que la denominación de germanos sea solo una invención debida a las elucubraciones mal llamadas históricas de los siglos de César y de Augusto. Ahora, si en realidad constaba en los Fastos originariamente la expresión germanos (en cuyo caso debería verse aquí la mención más antigua hecha de este nombre), creo que no convendría interpretar la designación de germanos en el sentido que posteriormente se ha dado a esta palabra, sino referirla simplemente a alguna horda céltica. Nuestra conjetura será tanto más aceptable, cuanto que, según ciertos filólogos, la palabra germani es celta y no germana, y significa simplemente los gritadores. <<
IV. AMÍLCAR Y ANÍBAL
[1] Tenemos muy pocos datos sobre estos hechos, y lo que sabemos lo debemos a la narración parcial de los escritores cartagineses, pertenecientes a la facción de la paz, a quienes han copiado los romanos que de esto se han ocupado. Pero hasta en los relatos truncados y desfigurados (entre ellos, los principales son los de Fabio, reproducidos por Polibio, 3, 8; Apiano, Hispan. 4, y Diodoro, 25, pág. 567) percibimos claramente el juego de los partidos. Si se quiere un ejemplo de las innobles calumnias levantadas contra los patriotas por los interesados en mancharlos a ellos y a sus «adherentes revolucionarios», no hay más que leer a Cornelio Nepote (Amílcar, 3). Además, se encontrarían en otros escritores muchos rasgos semejantes, si nos tomásemos el trabajo de buscarlos. <<
[2] En efecto, los Barcas celebran en adelante los tratados más importantes, cuya ratificación no es más que una cuestión de forma (Polibio, 3, 21). Roma protestó ante ellos y ante el Senado de Cartago (Polibio, 3, 15). La situación creada a los Barcas tiene muchos puntos de contacto con los poderes de los Oranges, en lo que respecta a los Estados generales de Holanda. <<
[3] Scharnhorst, uno de los generales que reorganizó el ejército prusiano después de los desastres de 1806 y 1808, y organizó la guerra de 1813. Pereció en Gross Goerschen, pocos días antes de la batalla de Bautzen. <<
[4] El general York, que mandaba el cuerpo prusiano del gran ejército, capituló y se pasó a los rusos, como todos sabemos, al tener noticia de los desastres de los franceses en 1813. Esta defección fue la señal de guerra de la independencia alemana. <<
[5] La ruta del Mont Cenis no ha sido practicable para un ejército hasta la Edad Media. Aníbal no pudo ni siquiera pensar en seguir el paso más al este, por los Alpes Peninos, o el Gran San Bernardo, que se convirtió en vía militar con César y Augusto. <<
[6] Todas las cuestiones topográficas relativas al famoso paso de los Alpes por Aníbal, nos parecen a la vez vanas y resueltas, en cuanto a los puntos más esenciales, en la disertación hecha de forma maestra por Wickham y Cramer (Dissertation on the passage of Hanníbal, Oxford, 1820. Véase también en el mismo sentido: De Luc, Historia del paso de los Alpes por Annibal, desde Cartagena hasta el Tesino, según la narración de Polibio, París y Génova, 1818. Mommsen ha adoptado enteramente su sistema, que parece el más aceptable, sobre todo en lo tocante al paso por el Pequeño San Bernardo). No son menores las dificultades cronológicas. Hagamos sobre esto algunas consideraciones. Cuando Aníbal llegó a la cumbre del San Bernardo «ya estaban cubiertos los picos de espesa capa de nieve» (Polib., 3, 54). Había nieve en el camino (Polib., 3, 55), pero tal vez no fuese reciente, sino procedente de las avalanchas del estío. En el Pequeño San Bernardo comienza el invierno por San Miguel (a fines de septiembre), y en septiembre es también cuando nieva. A fines de agosto, los ingleses Wickham y Cramer no la hallaron en el camino, pero la había en ambos lados, en las laderas de la montaña. De aquí se deduce que Aníbal debió llegar a la cumbre a principios de septiembre, lo cual se concilia perfectamente con lo que dice Polibio: «Ya estaba próximo el invierno», que esto y no otra cosa es lo que significan las palabras συνάπτειν την της πλείαδος δύσιν (Polibio, 3, 54), y no debe atribuírseles en manera alguna el sentido de que se estuviese entonces en la época «de declinación de la pleyada» (hacia el 26 de octubre. Véase Ideler, Cronolog., I, pág. 241). En consecuencia, si se calcula que Aníbal llegó a Italia nueve días después, es decir, a mediados de septiembre, queda tiempo suficiente para colocar en el intervalo todos los sucesos que siguieron hasta el día de la batalla del Trebia (a fines de diciembre, Polib., 3, 72), y sobre todo para que llegasen de Lilibea a Plasencia las tropas del ejército expedicionario de África. Estos hechos se concilian también con la gran revista efectuada en la anterior primavera (Polib., 3, 34) y con el día en que se dio la orden de marchar y, en fin, con el tiempo que duró la campaña, que fueron cinco meses (seis según Apiano, 7, 4). Si Aníbal llegó entonces al Pequeño San Bernardo a principios de septiembre, debe deducirse de esto que a principios de agosto estaba en el Ródano, pues se sabe que necesitó treinta días para llegar allí desde este río. Según esto, podemos afirmar que Escipión, que se había embarcado al comenzar el verano (Polib., 3, 41), a principios de agosto, o había perdido mucho tiempo en el camino, o había permanecido inactivo en Marsella. <<
V. GUERRAS DE ANÍBAL HASTA LA BATALLA DE CANAS
[1] Nada más claro que el relato que hace Polibio de la batalla del Trebia. Es verdad (a pesar de haber asegurado lo contrario sin razón) que Plasencia estaba situada en la orilla derecha de este río, que el campamento romano estaba colocado en aquel mismo lado y, por último, que se dio la batalla en la orilla izquierda. De donde resulta que, ya sea para volver al campamento o para entrar en la ciudad, los soldados que habían escapado a la matanza debieron volver a pasar el torrente. Mas para llegar al campamento les resultaba necesario abrirse paso entre los fugitivos de su propio ejército, entre los cuerpos enemigos que los rodeaban, y, por último, vadear el río peleando. Diez mil hombres pasaron el Trebia frente a Plasencia, probablemente para refugiarse en sus muros. Por entonces habían dejado ya de perseguirlos; los separaban del campo de batalla algunas millas y los protegía la fortaleza inmediata. Quizás hasta habría algún puente fortificado en la orilla derecha, ocupada por la guarnición de la ciudad. Por consiguiente, el paso del río frente al campamento ofrecía muchos peligros, mientras que el otro era muy fácil. Así, Polibio, como buen militar, dice sencillamente que el cuerpo de diez mil hombres se retiró en buen orden a Plasencia (3, 74, 76), sin hacer mención de la circunstancia de haber pasado el río. En los tiempos modernos, todos los críticos han hecho notar los errores del relato de Tito Livio, que coloca el campamento cartaginés en la orilla derecha y el campamento romano en la orilla izquierda del río. Recordemos por último que Clastidium es la actual Casteggio, lo cual atestiguan claramente las inscripciones. (Orelli-Henzen, 5117.) <<
[2] El calendario imperfecto de los romanos fija el día de la batalla en el 23 de junio. Según el calendario rectificado debió tener lugar en abril, pues Quinto Fabio Máximo salió a mediados del otoño, después de seis meses de cargo de la dictadura (Tit. Liv., 22, 31, 7, 32, 1), que, por consiguiente, había debido inaugurar en mayo. Ya en esta época eran considerables los errores del calendario romano. (volumen I, libro segundo, pág. 497.) <<
[3] En la Apulia del norte, en el territorio de los daunos. <<
[4] Un poco al norte de la Capua antigua sobre el Volturno. <<
[5] Es interesante el relato detallado que de este suceso hacen Tito Livio (22) o Polibio, así como seguir el movimiento de ambos ejércitos en el Atlas antiguo de Spruner. (Núm. XI, Latium y Campania.) <<
[6] Hoy Dragonara, en la Capitanata. <<
[7] En 1862 se encontró en Roma, cerca de San Lorenzo, la inscripción del monumento votivo elevado a Hércules victorioso por el nuevo dictador, en memoria de su alto hecho de Gerunium. Herculei sacrum, M. Minucius, C. f. dictator vovit. <<
[8] Atella no lejos de Aversa; Calatia, hoy Galazo, no lejos de Casseta. <<
VI. GUERRAS DE ANÍBAL DESDE CANAS HASTA ZAMA
[1] Según Plutarco, los spolia opima, los quitados por el general romano al general enemigo después de haberle dado muerte, solo han sido consagrados tres veces en el templo del Júpiter feretriano. Los primeros fueron los que Rómulo quitó a Acrón, rey de los ceninatas; los segundos, por Aulo Cornelio Coso, a Lars Tolumnio, rey de Veyes, y los terceros, por Marcelo a Virdumar. <<
[2] Honoris et virtutis ædes, fuera de la muralla de Servio, antes de llegar a la bifurcación de la vía Apia y la vía Latina. <<
[3] Al sur del lago de Patria, al norte de Cumas. <<
[4] Illiturgi, sobre el Guadalquivir, al norte de Córdoba. No se conoce el punto fijo de su posición. Intívili, no lejos de la costa, en el sudoeste de Cataluña. <<
[5] Cualquiera que haya leído a Tucídides, Diodoro, Polibio y Tito Livio recordará los detalles topográficos relativos a Siracusa. En tiempos de la guerra del Peloponeso, se componía de la isla (Ortigia), frente al puerto, y de la ciudad propiamente dicha, la Acradina al oeste de la isla, con los arrabales de Tiche y Neápolis. Dionisio el Mayor le había agregado la Epipola, o la colina de la Ciudad Alta, coronada la cima de su triángulo por el fuerte Eurialus (V. Grote, Hist. of Greece, New York, 1859, tomo VII, pág. 245 y tomo X, págs. 471 y siguiente. Véase también el Atlas antiquus de Spruner, cap. X. Allí se ve un plano muy exacto de Siracusa, donde están indicadas las secciones de la ciudad, cada cual con sus murallas anteriores y exteriores). <<
[6] Al sur de Gaza, en los confines de Egipto y Siria, hoy Retha. <<
[7] Anticira, hoy Aspro Spitia en Fócida, sobre el golfo de Corinto. Dimea, hoy tal vez Papas, en Acaya. Oreos o Histia, hoy en Orio Eubea. <<
[8] Pequeña ciudad situada en la frontera de la Bética, en Sierra Morena. Sus ruinas se muestran en un despoblado llamado Úbeda la Vieja, inmediato al puente de Úbeda, a siete millas de Baeza. Según Cean, perteneció a la región bastetana. En el Mapa itinerario de la España romana en sus divisiones territoriales, publicado en 1862 por los Sres. Saavedra y Fernández Guerra, Baeza y Úbeda aparecen en la circunscripción oretana (F. G.). <<
[9] Salpi en la costa, al norte del Ofanto. Se la consideraba como el puerto de Arpi. <<
[10] Véase la palabra mensarii en el Dicc. de Smith. <<
[11] Agrimonte, sobre el Agri en la Basilicata, según la opinión más común. <<
[12] Véase Tit. Liv., 29, 16 y sigs. «Omnes rapiunt, espoliant, verberant, vulnerant occidunt: constuprant matronas, vírgenes, ingenus, raptos ese conplexu parentmm. Quotidie capitur urbs nostra…» Entonces fue cuando Quinto Fabio exclamó en pleno Senado: «Natum eum (Scipionen) ad corrumpendan disciplinam milatarem!». <<
[13] El lugar y la fecha de la batalla de Zama están muy mal determinados. El campo de batalla estuvo seguramente en las inmediaciones de la localidad conocida con el nombre de Zama regia; y, en cuanto a la fecha, debe colocarse hacia la primavera del año 552. No hay razón para colocarla en el 19 de octubre, por el eclipse de sol del que hablan los historiadores. <<
[14] Véase en el capítulo XIV, comedia romana.
Tum autem Syrorum genus quod patientissimun est
Hominimum, nemo stat, qui ibi sex menseis vixerit
Ita cuncti solstitiali morbo decidunt.
[…]Sed Campas gens.
Multo Syrorum jam antidit patientia:
Sed iste est ager profecto […]
Malos in quem omneis publice mitti decet […]
Hospitium et calamitatis […]
Plaut; Trinumus, 2, 4, 141, etcétera. (Véase también Rudens, 3, 2, 17.) <<
VII. EL OCCIDENTE DESDE LA PAZ CON ANÍBAL HASTA EL FIN DEL TERCER PERIODO
[1] Según Estrabón, cuando los boios de Italia fueron rechazados al otro lado de los Alpes, fueron a establecerse en las llanuras de la actual Hungría, entre los lagos de Neusiedel y de Valaton (Volcaæ paludes). En tiempos de Augusto fueron atacados por los getas del otro lado del Danubio, y resultaron completamente destruidos. Su última patria debió conservar después de ellos el nombre de Desierto Boio (deserta Boiorum). Este relato concuerda mal con el más auténtico de los Anales romanos. Según estos, Roma se contentó con confiscar la mitad del territorio de los boios al sur del Po. Para explicar la pronta desaparición de este pueblo, no es necesario echar mano de una expulsión violenta, pues las demás razas célticas, que sufrieron menos los efectos de la guerra y de la colonización, desaparecieron de la lista de las naciones itálicas tan pronto y completamente como aquellos. Hay otros documentos que refieren el origen de los boios al lago Valaton, a la raza madre de este pueblo, implantada tiempo atrás en Baviera y en Bohemia, y empujada más tarde hacia el sur por la invasión de las tribus germánicas. Agréguese a esto que es dudoso que todos los boios que se encuentran en las inmediaciones de Bordeaux, en el Po y en Bohemia, hayan pertenecido a una misma raza que se habría dispersado tiempo atrás. Tal vez no hay más que una semejanza de nombre. En tal hipótesis, el relato de Estrabón se fundaría únicamente en esta concordancia fortuita; y deduciría el hecho de sus orígenes sin profundizar más. Los antiguos obraban con frecuencia de este modo; testigos de esto son las tradiciones sobre los cimbrios, los vénetos y tantos otros. <<
[2] Nos parece que el autor ha dejado correr en este punto con alguna excesiva rapidez su generalmente docta y elegantísima pluma, apreciando la situación de la ciudad greco-española con criterio menos favorable hacia la ciudad, que aquel con que juzgaba el italiano Tito Livio a los enemigos de Italia. Cuando el florido escritor paduano se desviaba de la exactitud pragmática, no solía proponerse enaltecer a los enemigos de Roma, cualesquiera que fuesen sus declaraciones. Por otra parte, respecto de los fieros y belicosos españoles, no explica las medidas de los griegos ampurienses por el mero efecto del salvajismo ibérico, ni por condiciones ordinarias de inseguridad dimanadas de dicho salvajismo; antes bien puntualiza otras causas más naturales y verídicas.
De la vigilancia en el muro de la ciudad, señala como suficiente motivo la debilidad de la población griega entre los poderosos principados o federaciones de aquella parte de la península. Indica, además, que en ella la precaución era el único amparo de la debilidad, de forma que pudiera vivir entre los más poderosos; «disciplina crat eustos infirmitatis, quam intervalidiores». Por igual exceso de prudencia, refiere que no recibían a ningún español «neminen Hispanum recipiebant» y que los vigilantes del muro durante la noche no se atrevían a pasar en la mañana siguiente al campo de los españoles, sino yendo muchos reunidos. Pero, ¡singularidad pasmosa!, aquellos españoles supuestos tan incultos y maltratados, al punto de no ser recibidos por los focenses en la parte de la dípolis en que estos moraban, no oponían, al decir del mismo historiador, ningún estorbo para que entrasen en el recinto que les pertenecía los que llegaban a vender mercaderías de tierras extrañas o a tratar asuntos de mutuo comercio. Es más, se envanecían sobremanera de que crecieran y fuesen en aumento aquellas relaciones internacionales. «Commercio eorum (id est græcorum Ampuriensium) Hispani imprudentes maris gaudebant, mercarique et ipsa ea quæ externa navibus inveherentur et agrorum exhibere fructus volebant, hujus mutui usus desiderium, ut Hispana urbis græcis pateret, faciebat.» Histor. Rom., Década IV, lib. IV.) <<
[3] En el país de los vascos, hoy Corella, en Navarra. (Véase Tit. Liv., Epist., 41.) <<
[4] Macab., I, 8, 3: «Sabía (Judas) además lo que (los romanos) habían hecho en España; de qué modo se habían apoderado de las minas de oro y plata que hay en aquel país». (Lemaistre de Sacy.) <<
VIII. ESTADOS ORIENTALES. SEGUNDA GUERRA CON MACEDONIA
[1] Orchomene, en Beocia; Herea, en Arcadia, sobre el Alfeo; Trifilia, en la parte sur de la Elida. <<
[2] Restos de las bandas que en otro tiempo habían invadido la Grecia: los tolistoboios y los tectosagos eran belgas, hermanos de los volscos tectosagos de Tolosa. (Véase Am. Tierry, Hist. des. Gaulois, parte 1.a, cap. V.) <<
[3] Mercenario tarentino, que se hizo tirano de Esparta hacia el año 544, y que fue vencido y muerto en Mantinea por Filopemen. <<
[4] Sostenido con éxito contra Demetrio Poliorquetes, que no pudo conquistar la plaza. <<
[5] Cius o Cionte, ciudad de Bitinia, en la Prepóntide, hoy Ghio. <<
[6] Existe todavía una estatera de oro con la cabeza de Flaminio y la inscripción «T. Quincti (us)». Debió ser acuñada sin duda alguna en el curso de la administración del libertador de la Grecia. El empleo de la lengua latina era una adulación fina y característica. <<
IX. GUERRA CONTRA ANTÍOCO EN ASIA
[1] En los confines de Siria y de Egipto, no lejos de Gaza. <<
[2] Hoy cabo e islas Chelidonia, al sudoeste del golfo de Adalia. <<
[3] Si nos atenemos al testimonio formal de Jerónimo, que coloca en el año 556 los esponsales de la siria Cleopatra con Tolomeo Epífanes, las indicaciones suministradas por Tito Livio (33, 40) y por Apiano (Sirio, 3), y el matrimonio consumado en el 561, resulta, sin ningún género de duda, que la intromisión de los romanos en los asuntos de Egipto y en el Asia Menor no era en manera alguna motivada. <<
[4] Tenemos el testimonio formal de Polibio (28, 1), confirmado además por la historia ulterior de Judea. Eusebio se engaña cuando hace a Tolomeo Filopator dueño de Siria. En el año 567 vemos a los arrendadores de rentas sirios traer a Alejandría lo recaudado (Josefo, 12, 4); pero ¿no podía ser que la dote de Cleopatra se fijase sobre estas rentas, sin que afectase en nada los derechos de soberanía? Aquí está toda la dificultad. <<
[5] Todo este curioso episodio de la guerra con los gálatas lo refiere Tito Livio (38, 12 y sigs.). Recientemente ha sido objeto de una interesante disertación arqueológica y científica de M. Félix Robiou, «Memoria sobre las invasiones de los galos en Oriente y sus establecimientos en Asia Menor», Revista arqueológica, octubre 1863. <<
[6] Se dice que estuvo también en Armenia y que fundó sobre el Araxo la ciudad de Artasacta por orden del rey Artasias (Estrabón II, pág. 528). Pero es un puro cuento que solo atestigua que Aníbal, lo mismo que Alejandro, ocupó un alto lugar en las leyendas orientales. <<
X. TERCERA GUERRA CON MACEDONIA
[1] «Ήδη γὰρ φράσδη πάνθ’ ἃλιον ἀμμ» δεδύχειν. <<
[2] La disolución legal de la liga beocia no se había aún verificado en la época en que nos hallamos, pues se llevó a cabo después de la destrucción de Corinto (Pausanias, 7, 14, 4, 16, 6). <<
[3] Es seguramente un puro cuento el asesinato de Perseo, que tanto se echa en cara a los romanos. Se dice que no queriendo faltar a su palabra, que le había garantizado la vida, y al mismo tiempo queriendo vengarse, mataron a este desgraciado privándolo del sueño. <<
[4] Casiodoro refiere que en el año 596 debieron volver a abrirse las minas de Macedonia; las medallas afirman y precisan esta aserción. No hay medallas de oro que procedan de una de las cuatro Macedonias; de aquí infiero que las minas de oro continuaron cerradas, o que el comercio solo se servía de este metal en lingotes o barras. Pero existen monedas de plata de la primera Macedonia (Anfípolis). Aquí es donde se explotaban las minas de este metal, y, teniendo en cuenta el corto intervalo en que fueron acuñadas (de 596 a 608), admira su número. Es necesario, por tanto, o que las extracciones fuesen muy abundantes, o que se refundieran en cantidades enormes las antiguas monedas de los reyes. <<
[5] Dice Polibio (37, 4) que las ciudades macedonias quedaron «exentas de todas las cargas e impuestos reales», pero en esto no debe entenderse que Roma se los perdonase. El relato del autor se explica en el sentido de que los antiguos impuestos reales se convirtieron en impuestos comunales. La conservación, hasta el siglo de Augusto (Tit. Liv., pág. 5, 32. Justino, 32, 2), de las instituciones dadas por Paulo Emilio a la provincia de Macedonia se concilia perfectamente con la abolición de las tasas del rey. <<
XI. GOBERNANTES Y GOBERNADOS
[1] Plin., Hist. nat., 33, 4. <<
[2] Plin., l. c. En un principio estas insignias solo pertenecían a la nobleza propiamente dicha y a los descendientes de los magistrados curules; pero, como ocurrió con todas las condecoraciones, llegó un día en que se dieron a otras muchas personas. El anillo de oro, por ejemplo, que en el siglo V solo pertenecía a la nobleza (Plin., l. c., 33, 1, 18); en el VI se veía en la mano de todo senador o hijo de senador (Tito Liv., 26, 36); en el VII, en la de todo caballero inscrito en el censo, y durante el Imperio en la de todo hombre libre (ingenuus). El arnés bordado de plata era, en la época de las guerras de Aníbal, una insignia de nobleza (Tito Livio, l. c.). En cuanto a la franja de púrpura de la toga, en un principio solo pertenecía a los hijos de los magistrados curules; después; a los de los caballeros, y; por último, a todo hijo de ingenuo; pero desde el tiempo de las guerras de Aníbal la vemos hasta en los hijos de los emancipados (Macrob. Sat., 1, 6). La púrpura en la túnica (clavus) es evidentemente la insignia de los caballeros y de los senadores: larga para estos (latus clavus, laticlave), más estrecha para aquellos (angustus clavus, angusticlave). Por último, la bola de oro o amuleto (bulla), que solo la llevaban en tiempo de Aníbal los niños de los senadores (Macrob., l. c. Tit. Liv., 36, 36), en la época de Cicerón adornaba ya el cuello de los hijos de los caballeros (In Verr., 1, 58). Pero los niños no llevaban en general más que el amuleto de cobre (lorum). Si nos remontamos hasta el principio, se confirma que el clavus y la bulla han sido las insignias privilegiadas de la nobleza, antes de llegar a serlo de los senadores y de los caballeros; solo que la tradición y las narraciones han omitido decirlo (V. Dic. de Rich., his verb). <<
[3] Plin., Hist. nat., 21, 3, 6. El llevar una corona en público era una distinción militar (Polib., 6, 39. Tito Livio, 10, 47). Cualquiera que la ceñía sin derecho cometía un delito semejante al que hoy castigan nuestros códigos con el nombre de «uso ilegal de una condecoración». <<
[4] Quedan, pues, excluidos: el tribunado militar con potestad consular, el proconsulado, la cuestura, el tribunado del pueblo, etcétera. La censura, a pesar de la silla curul que tenía el censor (Tit. Liv., 40, 45), no era considerada como cargo curul; después no tuvo ya interés esta restricción, pues para ser censor era necesario haber sido antes cónsul. La edilidad plebeya no se contó tampoco entre las magistraturas curules en un principio (Tit. Liv., 23, 23); sin embargo, parece haberlo sido posteriormente. <<
[5] Generalmente se cuentan mil doscientos caballos para las seis centurias nobles, y tres mil, comprendidas todas las demás; pero este resultado es completamente inexacto. Calcular el número de caballos en el doble del que hablan los analistas es cometer una falta grave por error de método. Como si cada una de sus evaluaciones no tuviese su causa y su explicación enteramente distintas. Respecto del primer número (los mil doscientos caballeros nobles) no hay que pensar en apoyarse en el pasaje de Cicerón vulgarmente citado a este propósito (De Rep., 2, 20). Todos están conformes en la actualidad, hasta los partidarios de la opinión que combato, en no ver en ello más que una lección adulterada; y en cuanto al número total de tres mil seiscientos, no se lo encuentra en ninguna parte en los autores antiguos. Por el contrario, la opinión que emito en el texto tiene en su favor principalmente la cifra (mil ochocientos caballos), que concuerda no con testimonios más o menos dudosos, sino hasta con los cuadros de la institución ecuestre. Es cierto que en un principio hubo tres centurias de cien caballos (volumen I, libro primero, pág. 99); después seis (volumen I, libro primero, pág. 108), y, por último, dieciocho después de la reforma serviana (volumen I, libro primero, pág. 114). Si recurrimos a las fuentes, no contradicen estos cálculos más que en apariencia. La antigua tradición en que se apoya Becker (Hand., 2, 1, 223) no evalúa en mil ochocientos individuos las dieciocho centurias patricio-plebeyas, sino las seis centurias patricias, cuya tradición es seguida: a) Por Tito Livio (1, 36), según la letra de los manuscritos, letra que convendría corregir según las mismas indicaciones del autor; b) por Cicerón (l.c.), según la única lectura que puede ser admisible (MDCCC, v. Becker, 2, 1, 248). Pero Cicerón indica muy claramente que lo que quiere designar aquí es el contingente efectivo de la caballería de entonces. Deduzco de aquí que la cifra del total debió ser atribuida más tarde a lo que era la parte principal, y esto por efecto de una especie de prolepsis, bastante frecuente en los inexactos cronistas de la antigua Roma. De la misma manera que en otro lugar habían asignado ya a la ciudad primitiva de los Ramnes cuatrocientos caballos, y no cien, tomando en cuenta anticipadamente los futuros contingentes de los ticios y de los lúceres (Becker, 2, 1, 238). Por último, cuando se ve a Catón presentar la moción de elevar a dos mil doscientos el número de los caballos públicos, no puede dudarse ni por un momento de la verdad de la opinión que sustento, y del error de la que combato. Otro hecho viene en apoyo de mi tesis. Se conoce perfectamente la organización de la caballería durante el gobierno de los emperadores. Se sabe que se dividía en turmas, o secciones de treinta a treinta y tres hombres (Marquard, 3, 2, 258). Pero, por los pocos indicios que nos quedan, nos es imposible obtener la prueba de que la caballería no se fraccionaba solo en turmas, sino también, y al mismo tiempo, conforme a las tribus (Becker, 2, 1, 261). Nada hay menos fundado que la relación de las turmas con las centurias, sin que pueda rechazarse, sin embargo, que se necesitaban tres turmas para formar una centuria. Habría, pues, unas cincuenta y cuatro turmas en total, cuyo número está más por debajo que por encima de la realidad; puesto que en estas secciones venían a sentar plaza todos los caballeros romanos. Después de todo, solo se trata aquí del efectivo normal de los cuadros. De hecho se aumentó mucho algunas veces este efectivo por agregaciones supernumerarias. Resumiendo, digo que la tradición no ha suministrado nunca la indicación precisa del número total de turmas. Si las inscripciones designan solo los primeros números hasta la 5a o 6a, se debe únicamente al lugar que las primeras turmas ocupaban en la estimación pública. Por un motivo análogo las inscripciones que nombran el tribunus a populo, el laticlavius y el judex cuadringenarius (el tribuno del pueblo, el senatorial vestido con la laticlave, y el juez elegido entre los ciudadanos que poseían cuatrocientos mil sestercios), no mencionan nunca el tribunus rufulus et angusticlavius, como tampoco el juez ducenarius (el tribuno nombrado por el general fuera de los comicios, como lo fue Rutilio Rufo). (Tit. Livio, 7, 5, al final.) El juez ducenario era elegido entre los ciudadanos que no tenían más que doscientos mil sestercios. Menos posible es aún atenerse razonablemente a una cifra total de seis turmas. Si generalmente se la admite (Becker, 2, 1, 261), es refiriéndola, sin razón, al nombre que se daba al jefe de estas secciones (seviri equitum romanorum). Por mucho tiempo la caballería cívica de los romanos formó seis centurias bajo las órdenes de seis centuriones, tribuni celerum. Pero si quisiera sostenerse que, aun cuando las centurias se habían elevado a dieciocho, el número de jefes de la caballería permaneció estacionario, todavía podría impugnarse que los seviri equitum pueden identificarse de alguna manera con los tribuni celerum, puesto que nunca hacen mención de ellos las fuentes ni los monumentos, a pesar de que se trate de una sección, de una turma (seviri equitum: turmæ primæ […]). Luego se refieren no a los cuadros de la centuria, sino a los del pelotón de caballería. Aquí volvemos a encontrar todo lo que buscamos: los seis oficiales que están al frente de cada una de las turmas en la organización del ejército (Polibio, 6, 25), los decuriones y los optiones de Catón (fragm., pág. 39, Jordan) no son otra cosa que los seviri. Y estos serían, por consiguiente, el número séxtuplo con relación al de los escuadrones de caballería. Pero ¿en dónde se encuentran huellas de una prueba que apoye la aserción tan común de que había un sevir a la cabeza de cada turma? Toda su ordenanza protesta contra semejante error; pero se dice: «No ha establecido el sevir Marco Aurelio los juegos (ludi sevirales) cum collegis?». Henzen se ha apoderado de esa objeción (Annali dell Instituto, 1862, pág. 142). Sin embargo, nada puede concluirse de aquí contra nuestro número, pudiendo suceder muy bien que los colegas de Aurelio perteneciesen a la misma turma que él. Es probable, por otra parte, que los seviros de la primera turma fuesen más considerados. Los principes juventutis no son más ni menos que los príncipes imperiales colocados como seviros en esta misma sección; y los juegos sevirales les pertenecían sin duda exclusivamente. Puede suceder, en fin, que en tiempos posteriores solo las primeras turmas hayan recibido su organización completa con los seviros, mientras que en las otras secciones de la caballería pública (equites equo público) se hubiera abandonado la subdivisión seviral. Por lo demás, fuera de los contingentes suministrados por los súbditos itálicos y los extraitálicos, los caballeros públicos, o legionarios (equitus equo público; equites legionarii), componían ellos solos la caballería regular del ejército; mientras que los caballeros particulares, o privados (equites equo privato), no formaban más que compañías de voluntarios, o de disciplina. <<
[6] Esta es la nota, notatio o animadversio censoria, que llevaban sobre los registros del censo (tabulæ censoria). Pero, en la exclusión por preterición que equivalía a la radiación, o ellectio, ¿era motivada la sentencia en el libro del censor? Parece que no. <<
[7] Si se consultan los fastos de los cónsules y de los ediles, se confirmará la estabilidad de la nobleza romana, sobre todo la de los patricios. A excepción de los años 399, 400, 401, 403, 405, 409 y 411, en que los dos cónsules fueron patricios, se ve siempre, desde el año 388 al 581, que cada uno perteneció a distinto orden. Los colegas de los ediles curules fueron en los años impares del cómputo barroniano, y por lo menos hasta fines del siglo VI, elegidos constantemente en las filas del patriciado. Conocemos todos los nombres para los años 541, 545, 547, 550, 551, 553, 555, 557, 561, 565, 567, 575, 585, 589, 591 y 593. He aquí el cuadro de las familias de estos cónsules y ediles patricios:
Así, pues, indudablemente las quince o dieciséis familias nobles que tenían influencia en tiempos de las Leyes Licinias se conservaron intactas en su poder, y, en parte, por medio de adopciones oportunas durante los dos siglos siguientes, y bien podría decirse que hasta el fin de la República. De tanto en tanto solían entrar en la nobleza plebeya algunas familias nuevas; pero los fastos acreditan que reinó en ellas alguna estabilidad. Durante tres siglos las casas decididamente predominantes fueron las de los Licios, Fulvios, Atilios, Domicios, Marcios y Junios. <<
[8] Los ribereños tenían que suministrar la mayor parte de estos gastos. No se había renunciado por completo a los trabajos impuestos según la costumbre antigua, y muchas veces se quitaban a los grandes propietarios sus esclavos, para hacerlos trabajar en los caminos (Cat., De Re Rust., 2). <<
[9] Esto sucedió respecto de Enio de Rudia (hoy Rotigliano, en Calabria), a quien con motivo del establecimiento de las colonias de Potentia y Pisaurum se le concedió el derecho de ciudad, a través de uno de los triunviros, Quinto Fulvio Nobilior (Cic., Brut., 20). Después de esto el poeta tomó el sobrenombre de Quinto, su benefactor, según era la costumbre. Por lo demás, en la época que nos ocupa no se concedía así como así la ciudadanía a los no ciudadanos, y tampoco por el mero hecho de ser enviados a una colonia en unión con los ciudadanos. Muchas veces afectaban tomar un título que no se les había dado, pero sin derecho. (Tito Livio, 34, 42). Por lo común, en la ley que obliga a los magistrados a proceder a la fundación de una colonia civil se halla una disposición especial que confiere la ciudadanía a cierto número de personas (Cic., Pro Balb., 21, 48). <<
[10] Véase en el apéndice de este volumen la disertación sobre el derecho de hospitalidad y de clientela. <<
[11] Se sabe que el tratado agronómico de Catón se refiere principalmente a un dominio rural situado en el país de Benafre (hoy Venafro). Los procesos no se remiten allí a la jurisdicción de Roma, sino en un caso bien determinado, a saber: cuando el propietario ha arrendado los pastos de invierno al dueño de un ganado, no tiene derecho, propiamente hablando, a una renta fija sobre las fincas. De donde debe concluirse que en circunstancias ordinarias, cuando el segundo contratante tenía su domicilio en el país, las cuestiones se ventilaban ante los tribunales locales. <<
[12] Véase el apéndice sobre el derecho de clientela. <<
[13] La fundación del circo flaminio está probada por numerosos testimonios. De la institución de los juegos plebeyos por parte de Flaminio no hacen mención los antiguos (pues no debe tomarse por tal el conocido pasaje del Pseudo Asconio, pág. 143, Orelli). Pero como se celebran en el circo flaminio (Valerio Máximo, 1, 7, 4), y como, por otra parte, se celebran por primera vez en el año 538, cuatro años después de su construcción (Tito Livio, 23, 30), se los debe atribuir al mismo origen. <<
[14] Tito Livio, 25, 12. Macrobio, Saturnales, 1, 17. Marcio, antiguo adivino, cuyas profecías reveladas después de los sucesos habían anunciado el desastre de Canas y ordenado la institución de los juegos apolinares. <<
[15] (Pág. 297). El primer ejemplo cierto de sobrenombre se aplicó a Marcio Valerio Máximo, cónsul en el 491, que, luego de conquistar Messina, tomó el de Mesala (pág. 45). No es verdad que el cónsul del año 419 tomase el título de Calenus (de Cales). Respecto del sobrenombre de Máximo, dado a las gentes Valeria y Fabia, no tiene ninguna relación con los precedentes. <<
[16] Es muy difícil fijar las reglas del censo primitivo de Roma. Se sabe que en tiempos posteriores el censo mínimo de la primera clase era de cien mil ases. La relación, aproximada al menos, entre esta clase y las cuatro restantes, puede expresarse por las cifras siguientes: 3/4, 1/2, 1/4, 1/9. Según Polibio y los escritores que siguieron, solo se trataba del as pequeño (= 1/10 de dinero), y debían atenerse a esto, así como en lo que se refiere a la Ley Boconia y su aplicación. Por otra parte, deberá considerarse como ases grandes (as grave = 1/5 de dinero) los cien mil que en ella se establecen para el indicado objeto. (V. mi Historia del sistema monetario de los romanos, pág. 300.) Sin embargo se olvida que Apio Claudio, quien en el año 442 (312 a.C.) fue el primero que redujo el censo a dinero y no a tierras (volumen I, libro segundo, pág. 326), no pudo establecer sus cálculos sobre el as pequeño, que solo comenzó a usarse en el año 485. Luego, una de dos cosas: o es en ases graves en lo que se fijaron entonces las tasas del censo, salvo que pudieran convertirlas proporcionalmente en ases pequeños cuando se verificó la refundición del sistema monetario; o una vez fijadas las cifras se mantuvieron después, a pesar de esta reforma. Sin embargo, en este caso conviene notar que la reducción del as hubiera tenido por consecuencia rebajar más de la mitad las tasas del censo de las clases. Reconozco que surgen graves objeciones contra una y otra hipótesis; pero me siento más inclinado a aceptar la primera. En efecto, la segunda expresaría una gran conquista de la democracia, y no creo que se estuviese en estas condiciones a fines del siglo V. Y, además, ¿cómo suponer que el recuerdo de un hecho tan notable se hubiese perdido por completo? Cien mil ases pequeños o cuarenta mil sestercios parece, por otra parte, que formaban poco más o menos el equivalente del dominio normal de veinte yugadas. De esta suerte puede suceder que, aun variando en la expresión, no hubieran variado las tasas en cuanto al valor expresado. <<
[17] El hecho de fijar las tasas del censo de las cinco clases en cien mil, setenta y cinco mil, cincuenta mil, veinticinco mil y once mil ases, unido al hecho de que cada clase tenía el mismo número de votos, nos ayuda a comprender cómo podía suceder que la cifra total de censatarios de una clase superior, de la primera por ejemplo, se sobrepusiese a la de los ciudadanos de la clase siguiente. De aquí surgían sin duda grandes inconvenientes, pero los censores lo arreglaban todo, pues investidos de un poder arbitrario y extraño, según nuestras ideas modernas, cortaban por lo sano y obraban a su antojo en materia de categorías de votantes. Llegado el caso, no debían vacilar en arrojar a la clase inferior los últimos censatarios de la clase superior, hasta igualar perfectamente su número; y por esto es, sin duda, por lo que el censo de la primera clase se fijó ya en ciento diez mil y hasta en ciento veinticinco mil ases. Todas estas medidas tendían realmente a asegurar la igualdad de valor de los votos de los electores, sobre todo en las tres primeras clases. <<
[18] La expresión alemana spiessbürgerlich equivale, poco más o menos, a nuestra palabra hortera, pero por parecernos trivial usamos la de filisteos, por la que traduce aquella M. Alexandre. <<
[19] Caveant consules ne quid detrimenti Respublica capiat, o salus populi romani suprema lex esto. <<
XII. ECONOMÍA RURAL Y FINANCIERA
[1] A esto es a lo que el autor, con toda la escuela alemana, llama historia pragmática, en oposición a la historia filosófica, que en los hechos busca solo las causas y los efectos sociales o políticos. <<
[2] Por lo demás, para poder representarse la antigua Italia en su verdadera condición, es absolutamente necesario considerar los cambios verificados en ella por la agricultura moderna. Entre los cereales, los antiguos no cultivaban el centeno; a sus ojos la avena no era más que una mala yerba, y en tiempos del imperio se asombraban de ver que los germanos la comían cocida. El arroz no fue introducido en Italia hasta principios del siglo XV, y el maíz se sembró por primera vez a fines del siglo XVI. Las patatas y los tomates proceden de América. Las alcachofas solo son, según parece, una variedad del cardo obtenida artificialmente mediante el cultivo, muy conocido de los romanos, pero variedad producida recientemente. En cuanto a las almendras, o «nueces griegas», los albérchigos o nueces persas, exóticas en Italia en un principio, se las encuentra aclimatadas ya en ella un siglo antes de la era cristiana. La palmera, importada de Grecia, que a su vez la había importado de Oriente, es un testimonio vivo de las relaciones comerciales y religiosas entre los orientales y los occidentales. Se la cultivaba ya en Italia trescientos años antes de Jesucristo (Tito Livio, X, 47), no por sus frutos (Plinio, Hist. Nat., 13, 4, 26), sino como se hace aún en la actualidad, como árbol de ornato, y también por sus hojas, que se utilizaban para adornos en las festividades públicas. Aún más reciente es la cereza o fruto de Cerasunta (sobre el Mar Negro). El cerezo no comenzó a plantarse en Italia hasta el tiempo de Cicerón, y aún más reciente es el albaricoque o ciruela de Armenia. El cultivo del limonero se fija en los últimos tiempos del Imperio; mientras que el naranjo no fue importado hasta el siglo XII o XIII de los moros, y el aloe (pita americana) fue traído de América en el siglo XVI. El algodón solo fue cultivado en Europa por los árabes; en tanto los gusanos de seda pertenecen a la Italia moderna Por lo que precede se ve que todos los productos no mencionados son los que podremos llamar «indígenas en Italia». Si la actual Alemania, comparada con la Germania que visitó Julio César, parece casi un país meridional, puede decirse otro tanto de Italia, que se ha hecho «más meridional que lo que era en los antiguos tiempos». <<
[3] Dice Catón (De Re Rust., 137) que en el arrendamiento a medias el producto bruto del dominio se dividía entre el arrendatario y el propietario en la proporción que se estipulaba entre ellos, a excepción de los pastos necesarios para el ganado de labor. A juzgar por las analogías entre el arrendamiento francés (a medias; artículo 1818 y sig. del Código de Napoleón) y los arrendamientos a medias muy usuales en Italia, y careciendo de toda otra huella que indique una cuota diferente, puede creerse que las partes entre el propietario y el colono eran iguales. Es un error haber citado aquí el ejemplo del politor, a quien se daba el quinto de los granos, y hasta el sexto y el noveno de las gavillas, cuando la división se hacía antes de la trilla (Cat. 136). El politor no era un colono mediero, sino, por decirlo así, un simple obrero alquilado en tiempo de la siega, y remunerado por medio del dividendo fijado de este modo sobre la cosecha (véase más adelante). <<
[4] La ley romana no tiene palabra propia para designar el arrendamiento perpetuo. El contrato de alquiler se formó en Roma y se desarrolló en la jurisprudencia romana por el alquiler de las casas, y por analogía se extendió inmediatamente a las locaciones rurales. La prueba de ello está en el hecho de que, según la regla ordinaria, los alquileres se pagaban necesariamente en dinero. Esta regla que es esencial en el arrendamiento de las casas, no lo es, ni con mucho, en los demás. Por consiguiente, los arrendamientos a medias pertenecen en Roma al derecho práctico, y no se deducen de los principios de la teoría jurídica. Los arrendamientos tomaron gran importancia el día en que los capitalistas de Roma comenzaron a adquirir vastos dominios al otro lado de los mares. Se los apreció desde un principio en su justa utilidad, y se les asignó hasta una duración de muchas generaciones (Colum., 1, 7, 3). <<
[5] Entre las parras no se sembraba nada a no ser algunas yerbas para forraje, según refiere Catón (33); y Columela dice por su parte (5, 3) que la vid no da más que sarmientos como productos accesorios. En cambio se planta en medio de los árboles lo mismo que en campo raso (Colum., 2, 9, 6); pero cuando esta es cultivada enredándola en grandes árboles, pueden sembrarse también cereales. <<
[6] Magón, o su traductor (Varr., De Re Rust. 1, 17), quiere que, en vez de criar a los esclavos, se los compre antes de la edad de veintidós años. Sin duda, Catón es del mismo parecer, a juzgar por el personal de su alquería modelo. Aunque no dice lo anterior expresamente, enseña que es necesario vender a los esclavos en cuanto están viejos o enfermos. Respecto de la cría de esclavos, de la que habla Columela (1, 8) en el pasaje en que aconseja no hacer que la madre que tiene tres hijos trabaje, y emancipar a la que tiene cuatro, es una especulación sui generis más que una regla económica. Asimismo Catón compraba esclavos para criarlos y venderlos después con grandes ventajas (Plut., Cat. Maj, 21). El impuesto especial del que se habla en el texto se aplica solo a los esclavos domésticos (familia urbana). <<
[7] En estas condiciones, era un antiguo uso ponerle hierros al esclavo, aun al hijo de familia (Dionisio de Halic., 2, 26). Catón también dice que los criados del campo solo eran encadenados por excepción; y, como entonces no podían moler, en vez de trigo se les daba pan cocido (De Re rust., 56). Pero durante los emperadores se aplicaban diariamente los hierros, de un modo provisional cuando el que castigaba era el capataz, y de un modo definitivo cuando era el señor (Colum., 1, 8. Ulp., 1, 11). Sí se ve más tarde que los esclavos sistemáticamente encadenados son los que practican las faenas del campo; así como también se encuentran en todas las posesiones el ergastulum, el calabozo, con una porción de pequeñas ventanillas, a las que los prisioneros no alcanzan desde el suelo con la mano (Colum., 1, 6). Este hecho se explica fácilmente. La condición de los esclavos rurales era infinitamente más dura que la de los domésticos, y solo se enviaba a los trabajos del campo a los que habían cometido grandes faltas. No niego tampoco que algunos señores crueles de suyo cargaban de hierro a estos desdichados sin motivo. La ley romana alude a ellos claramente cuando, al regular la suerte tan triste que cabía a la familia servil del criminal, se calla con respecto a los esclavos encadenados; pero decreta la pena contra los que están medio encadenados. Lo mismo sucedía con la marca (stigma, notatio): era propiamente hablando una pena; pero muchas veces todo el rebaño (grex) llevaba la marca del señor (Diod., 35, 5. V. el Tucídides, de Vernay, pág. 31). <<
[8] Catón no lo dice expresamente respecto de las viñas; pero sí, Varrón (I, 17), y es además muy natural. Se hubiera hecho mal, económicamente hablando, en calcular el número de criados rurales por la extensión de la posesión. Menos aún se hubieran vendido las cosechas en rama teniendo este personal, lo cual se hacía muchas veces (Catón, 147). <<
[9] Columela cuenta cuarenta y cinco días de fiesta o de lluvia cada año. Esto lo confirma Tertuliano (de Idola, 14), diciendo que, entre los paganos, los días de fiesta no llegaban a los cincuenta que tenían los cristianos de la Pascua a Pentecostés. A estos cuarenta y cinco días hay que añadir el descanso de la mitad del invierno después de concluidas las sementeras, y al que Columela concede treinta días. En este período es en el que se colocaba por regla general la fiesta movible «de las sementeras» (feriæ sementivæ Ovidio Fast, 1, 662). No debe confundirse este mes de descanso con las vacaciones judiciarias de los tiempos de la siega (Plin. epíst, 8, 21, 2) y de la vendimia. <<
[10] El precio medio de cada modio de trigo puede evaluarse en Roma, en los siglos VII y VIII, en un dinero por lo menos. De 1816 a 1841, la misma medida valía en las provincias de Pomerania y Brandeburgo unas seis pesetas por término medio. Sin embargo, sería difícil decir en qué consiste la insignificante diferencia entre ambos precios, el de la Roma antigua y el de la Prusia actual. ¿Debe acaso explicarse por el alza de precio del trigo, o por la depreciación del marco monetario? También es cosa incierta la fluctuación de la venta en la Roma de entonces y en la de los tiempos posteriores. ¿Fue esta fluctuación tan considerable como la de nuestros días? Si se comparan los precios inscritos en el texto, de cuatro a siete silbergros prusianos cada seis modios (cincuenta y dos litros y medio), con los de los tiempos más difíciles de carestía por efecto de la escasez o de la guerra, con los de los tiempos de Aníbal, por ejemplo, en que se vio que los seis modios subieron a noventa y nueve silbergros y el medimo a quince dracmas, según Polibio; o con los de la época de la guerra social, cuando el modio valió hasta doscientos dieciocho silbergros (Cic., Verr., III, 92), y, por último, con el de la época de gran escasez en tiempo de Augusto, en que se pagaron los mismos seis modios a razón de doscientos diez silbergros, o sea a veintisiete dineros y medio los cinco modios (Euseb., Cron.), la diferencia parece monstruosa. Pero no se puede sacar de estas cifras extremas ninguna conclusión seria, pues en las mismas condiciones se reproducirían también entre nosotros. <<
[11] De aquí procede el hecho de que Catón, al describir dos especies de bienes rurales, denomine sencillamente a uno oliventum y al otro vinea, por más que ambos dominios produzcan, además de vino y aceite, otras cosechas y hasta cereales. Sin embargo, si el producto máximo de la cosecha anual llegaba a ochocientos culei (46 202, 26 litros) (culeus: medida de capacidad que valía veinte cántaras), como dice Catón cuando le aconseja al dueño de la viña proveerse de vasos en cantidad suficiente, era necesario que las cien yugadas del dominio estuviesen completamente pobladas de viña y dieran ocho culei por yugada, lo que constituiría un producto inaudito (Colum., III, 3). Pero Varrón (I, 22) entendía, sin duda y con razón, de otro modo el pasaje de Catón. Cree que el viejo agrónomo indicaba las precauciones que debían tomarse para el caso en que el propietario tuviera que encerrar la nueva cosecha antes de haber vendido la anterior. <<
[12] Columela (3, 3, 9) nos dice que el agricultor romano sacaba ordinariamente el 6% de su capital. Respecto de la viña tenemos indicaciones preciosas, tanto en cuanto a los gastos como a los productos. He aquí la cuenta que hace el mismo Columela:
Calcula el producto sobre la base mínima de sesenta cántaras, que valen por lo menos novecientos sestercios, y que dan por consiguiente una renta del 17%. Pero este cálculo es en parte ilusorio: dejando a un lado los malos años, hubiera debido tener en cuenta al menos los gastos de recolección y de cultivo. El mismo agrónomo evalúa en 100 sestercios el máximo de producto bruto de cada yugada destinada a prados, y aún menor el de las tierras destinadas a cereales. En efecto, si se calculan veinticinco modios de trigo por yugada y el precio de cada modio es un dinero en el mercado de Roma, el producto bruto no pasará de la cifra anteriormente indicada. Varrón (3, 2) evalúa en ciento cincuenta sestercios por yugada el producto bruto medio de un gran dominio. Pero no cuenta los gastos que hay que deducir; es natural, por otra parte, que el cultivo costase mucho menos que el de los viñedos. Todas estas indicaciones se refieren a un siglo después de la muerte de Catón. En lo que a él respecta, solo nos dice que la cría de animales da más que el cultivo de las tierras (Cic., De Offic, 2, 25, 89, Colum., 6, Præf. 4, Plin., Hist. Nat., 18, 5, 30, Plutarco, 1. c. 21). No entiende naturalmente que convenga transformar siempre las tierras en praderas, sino que sencillamente quiere mostrar que el capital territorial en pastos y praderas, donde el suelo es a propósito para ello, reporta un interés mayor que el de la renta que da la buena tierra sembrada de trigo. Quizá deba añadirse también que la falta de actividad en el propietario de un dominio dedicado a pastos era menos perjudicial que en los demás, sobre todo que en el dedicado a viñedo o a olivar. En cuanto a las tierras, he aquí el orden en que Catón las clasifica según el aspecto de la renta:
- Viña.
- Hortalizas.
- Madera (que producía mucho para sacar de ella estacas para las viñas).
- Olivar.
- Prados naturales (por la producción de heno).
- Tierras destinadas a cereales.
- Bosques y sotos.
- Arbolado.
- Bosque de encinas.
Estos nueve artículos se ven constantemente citados en la quinta modelo catoniana. ¿Se quiere una última prueba de la superioridad del producto de la vid sobre el de los cereales? Pues en el año 637, cuando hubo necesidad de dar una sentencia arbitral en una cuestión que existía entre Génova y las aldeas circunvecinas, sus tributarias, se fijó el tributo hereditario que debían pagarle en una sexta parte del vino y una vigésima de los cereales. <<
[13] ¿No vemos a los bataneros desempeñar a menudo un papel importante en la comedia romana? ¿Y no es esta una prueba de la importancia industrial de la fabricación en Roma? Catón confirma también (Plut., Cat. maj., 21) los beneficios obtenidos de los batanes. <<
[14] Porque llevaba en el reverso una Victoria alada. En su origen pestres, o escrupulus (scripula), 4, 411, gr. V. Plin. 33, 3. Borghesi, Osservozioni numism. decad. XVII. Mommsen, Münzwesen, págs. 389-400. Hultsch, Metrología, pág. 217. <<
[15] Los ahorros eran de 17 410 libras romanas en oro, 22 070 de plata en bruto y 18 230 en plata acuñada. La relación legal de ambos metales era la siguiente: una libra de oro = 4000 sestercios, o 1:11, 91. <<
[16] Para más detalles véase Mommsen (Sistema monetario de los romanos) y Hultsch, l. c. <<
[17] Tal es el fundamento de la acción en materia de venta, de arrendamiento o de sociedad. Sobre este principio general se funda también toda la teoría de los contratos que no engendran acción especial y determinada. <<
[18] Colocado ordinariamente en el extremo del atrium que da frente a la entrada de la casa. V. esta palabra y domus en el Dicc. de Rich y en el de Smith. <<
[19] La fuente principal de donde tomo estos hechos es Aulo Gelio, y el pasaje de Catón que cita, 14, 2. En lo tocante al contrato literal, es decir, el probado por la sola inscripción del crédito en el registro del demandante, el motivo jurídico es el mismo y reside en la honradez personal de la parte, aun cuando declara en su propia causa. Por esta razón, además, cuando en los siglos posteriores desapareció poco a poco de la sociedad romana esta probidad comercial, vino el contrato literal a no producir efectos sino con ciertas condiciones. <<
[20] En el notable modelo que Catón (144) nos da del contrato que debe celebrarse con el empresario de la recolección de la aceituna, se lee el párrafo siguiente (en la adjudicación de la empresa): «Ninguno de los que pujan debe retirarse con objeto de hacer subir el precio de la recolección, a no ser, sin embargo, que el adjudicatario lo designe como su asociado. Si se ha omitido esta precaución, es necesario que a petición del propietario, o de su capataz, presten juramento todos los miembros (de la asociación que se ha presentado) de no haber hecho nada contra la sinceridad de la concurrencia; y, si no lo prestan, no se les pague el precio estipulado». No es necesario decir que aquí se hace referencia a una sociedad, y no a un empresario particular. <<
[21] Tito Livio (21, 23) no menciona más que la interdicción relativa a los armamentos marítimos; pero sabemos por otra parte que se extendía también a todas las empresas públicas (redemptiones). Asconio (In orat., in toga cand., pág. 94) y Dion. (55, 10) lo dicen expresamente; y como, según Tito Livio, «toda especulación por parte de un senador era mal vista», parece probable que la Ley Claudia fuese aún más lejos en el camino de las prohibiciones. <<
«Eodem herede vos pono et paro: parissumi estis iibus.
Hi saltem in obscuris locis prostant, vos in foro ipso.
Vos fænore, hi malesuadendo et lustris lacerant homines
Rogitationes plurimas propter vos populus scivit
Quos vos rogatas rumpitis; aliquam reperitis rimam.
Quasi aquam ferventem, frigidam esse, ita vos putatis leges.»
Plauto, Curculio, 4, 2, 19 y sigs. <<
[23] «Estinterdum prætare rem mercaturis quærere, ni tam periculosum siet; et item fœnerari, ni tam honestum siet. Majores enin nostri hoc sic habuerunt, et ita in legibus posiverunt, furem dupli condemnari.» (De Re Rust. præm.) <<
[24] «Et virum bonum cum laudabant, ita laudabant, bonum agricolam, bonumque colonum. Amplissime laudari existimabatur qui ita laudabatur. Mercatorem, autem, strenuum studiosumque rei quærendæ existimo; verum, ut supra dixi, periculosum et calamitosum. At ex agricolis, et viri fortissimi et milites strenuosissimi gignuntur: maximeque pius quœstus.» Cat., De Re Rust, proem. <<
[25] Catón, lo mismo que los demás, colocaba su capital en ganados y empresas comerciales análogas. Pero procuraba sobre todo no infringir la ley. No especulaba en los arrendamientos públicos porque le estaba pohibido por su calidad de senador, ni entraba tampoco en las compañías de préstamos usurarios. Sería injusto echarle en cara en esto costumbres que eran contrarias a su teoría. El préstamo marítimo, en que muchas veces colocó sus fondos, no era en lo más mínimo un préstamo usurario prohibido. En su esencia, se coloca en la clase de operaciones de armamento y flote. <<
XIII. CREENCIAS Y COSTUMBRES
[1] Véase Diccionario de Smith: nobiles. <<
[2] Para más detalles sobre las ceremonias fúnebres en Roma, véase Dicc. de Smith, funus, y el tan completo libro de Guhl y Koner sobre La vida y las costumbres de los griegos y romanos. (Das Leben der Griech…), Berlín, 1862. <<
[3] Las monedas y las inscripciones atestiguan, en efecto, que el vencedor de Magnesia y sus descendientes tuvieron en un principio el sobrenombre de Asiagenus. Es verdad que los fastos capitolinos le dan el de Asiaticus, pero esto es precisamente una de las muchas huellas que se encuentran de una redacción posterior a los sucesos. La expresión Asiagenus quiere decir simplemente natural de Asia y no, vencedor de Asia, y es una corrupción de la palabra griega Ἀσιαγένης. <<
«Da quod dem quincuatribus,
Præcantatrici, conjectrici, harioæ, atque aruspice:
Flagitium est, si nihil mittetur.»
(Plauto, Mil, glor., I, 18). <<
[5] «Istic est is Juppiter, quem dico, quem Græcei vocant Aera.»
Ennius: Epichar. Versos citados por Varrón, De ling. lat., 5, 65. <<
[6] M. Egger ha publicado los pocos fragmentos que nos quedan del Evemeres de Ennio. <<
[7] Se las echaba en un vaso lleno de agua, de donde se las sacaba una detrás de otra y al azar. V. Dicc. de Smith: sortes. <<
[8] Véase Tito Livio, 49, 29. Plinio, 13, 13. Plut., Numa, 22. Sobre los libros apócrifos de Numa, de ese Moisés de Roma, como lo llama Tertuliano, véase Preller, Mit., pág. 719. Desgraciadamente aún no está traducida a nuestro idioma la excelente y completa obra de Preller. <<
[9] Tito Livio, 29, 10 y sigs., V. Preller, Magna Mater Idea, pág. 445. <<
[10] Es curioso comparar el sencillo y desnudo relato de Tito Livio con el de Ovidio (Fast., 4, 247), que parece menospreciar la leyenda de una de esas vírgenes negras traídas de Asia en la Edad Media por ciertos piadosos caballeros. La piedra de la Gran madre no era otra cosa, según parece, que un aerolito encontrado en el campo: nigellus lapis, dice Prudencio, Martirologio rom., 206. <<
[11] Todo el mundo habrá leído el proceso de las Bacanales, uno de los más bellos relatos de Tito Livio, 39, 8, sigs. Uno de los textos legislativos contra las Bacanales, aquel que analiza Tito Livio, l. c., 18, ha sido hallado en 1640 en el antiguo Brutium no lejos de Catanzaro, y se conserva hoy en el Museo de Viena. V. Egger, pág. 127. Véase también el Corps insc. lat. de Mommsen, pág. 43. <<
«Sed superstitiosi vates impudentesque harioli,
Aut inertes aut insani, aut quibus egectas […].»
Telamon, Frag. <<
[13] Se bebía el nombre, nomen bibere, o en otros términos, se echaban brindis en los que se vaciaban tantas copas como letras tenía el nombre del convidado con quien se brindaba. Véase el precioso epigrama de Marcial, 1, 72:
«Nævia sex cyathis, septem Justina bibatur.
Quinque Lycas. Lyde quator, Yda tribus.
Omnis ab adfuso numeratur amica Falerno.»<<
Se encuentra en el Curculio de Plauto una especie de parabasis que reproduce, si no con mucho ingenio, por lo menos con gran exactitud, el movimiento del Forum romano de esta época (habla al público el Chorabus):
«Sed dum hic egreditur foras
Commonstrabo, quo in quemque hominem facile inveniatis.»
«Mientras que está ausente voy a deciros, para evitaros la molestia de buscarlos demasiado, dónde encontraréis a los que queráis ver, gente viciosa o sin vicios, honrada o deshonesta. ¿Buscáis un perjuro? Pues id a los comicios(a). ¿Un embustero o un fanfarrón? Id al Templo de Cluacina(b). (Los maridos pródigos o borrachos, van a la basílica(c): allí encontraréis a los cortesanos ya jubilados y a los negociantes. Debajo del Forum se pasean los notables y los ricos. En medio o a lo largo del arroyo (propter canalem), los matamoros(d). Más arriba del lago(e) los parlanchines, etcétera.» Los versos «Dites damnosos maritos sub Basilica quærito» parecen una interpolación posterior a la construcción de la primera basílica o bazar. Los panaderos vendían entonces artículos muy sabrosos (V. Festus V°, Alicariæ Plauto, Cap. 160).
(a) Parte del Forum donde se administraba justicia, y donde las partes prestaban juramento.
(b) También en el Forum, a la entrada de la vía Sacra.
(c) La basílica o pórtico Porcio.
(d) De aquí procede canalícola de donde un etimologista sostiene que trae su origen canalla.
(e) El lago Curcio, Tito Livio, 1, 13, 7, 6. <<
[15] Véase el Diccionario de Smith, sobre estas palabras. El sæculum no designa aquí en manera alguna el período secular ordinario de cien años, sino más bien el etrusco de ciento diez años lunares. <<
XIV. LA LITERATURA Y EL ARTE
[1] El lenguaje de Plauto se caracteriza por el empleo de cierto número de expresiones puramente griegas: stratioticus, danista, drapeta, ænopolium, logus, apologus, schema, etcétera. Algunas veces el poeta les agrega la interpretación en latín, pero solo cuando la palabra griega pertenece a un orden de ideas extrañas a su vocabulario habitual. En el Truculentus, por ejemplo, en un verso quizás interpolado, se lee: Phronesis est sapientia. En otra parte mezcla citas griegas en medio de la frase. En la Casina (3, 6, 9) se lee este verso:
Πράγματα μοί παρέχεις; —Dabo μέγα κακόν, ut opinor… «Provocas mi enojo. Te aseguro que te pesará.»
Ennio a su vez supone que la etimología de las palabras Alexander y Andrómaca es conocida por todos sus oyentes (Varr., De ling. lat., 7, 82). Citemos, además, como muy curiosos ciertos términos forjados y semigriegos: ferritribax, plagipatida, pugilice, o el verso muy conocido del Miles gloriosus (2, 2, 68): Euge. Euscheme, hercle adstitit sic Dulice («ved, voto va, qué aires de comedia se da»). <<
[2] He aquí uno de los epigramas poéticos que llevan el nombre de Flaminio:
«Escuchad oh dioscuros, alegres y diestros escuderos. ¡Hijos de Júpiter! Tindaridas que reináis en Esparta, escuchad. Tito, un descendiente de Eneas, os dedica esta noble ofrenda, cuando da libertad a los pueblos helenos.» <<
[3] Citemos como ejemplo a Chilón, esclavo de Catón el Mayor, que dio muchos productos a su señor en su calidad de pedagogo (Plutar., Cat. maj., 20). <<
[4] Aún no se aplica en la Roma republicana la regla establecida más tarde, según la cual todo emancipado debe llevar el prenombre de su patrono. <<
[5] Citemos un verso de una de sus tragedias (Festus, pág. 133, ed. Muller).
«Quem ego nefrendem alui lacteam in mulgens opem
[…].»
(al que yo he alimentado, cuando aún no tenía […].)
También es dura e incorrecta la traducción que hace de la Odisea, lib. 12, verso 16 y sigs.:
[6] En realidad se levantó uno antes del año 575 en el hipódromo Flaminio para los juegos de Apolo (Tit. Liv., 40, 50); pero según lo más verosímil parece que fue arrasado inmediatamente (Tertul., De Spec, 10). <<
[7] En el año 599 aún no había banquetas ni asientos (Ritsch, Parerg., pág. 285). Mas como el autor de los prólogos de Plauto y este mismo hacen frecuentes alusiones a un público sentado (Miles glor. act. II esc. I versos 3 y 4), debemos concluir de aquí que los espectadores llevaban sillas o se sentaban en el suelo. <<
[8] En todo tiempo fueron admitidos en el teatro de Roma las mujeres y los niños (Val. Max., 6, 3, 12. Plut., Quœst. Rom. 14, y sigs.). Los esclavos eran excluidos de derecho (Cic., De Harusp., resp., 12, 36), y otro tanto puede decirse de los extranjeros, a excepción sin embargo de los huéspedes públicos: estos tomaban asiento en medio o al lado de los senadores (Varr., 5, 155. Justin., 43, 5, 10). <<
[9] Véase el prólogo del Pænulas, verso 17 y sigs.:
Scortum exoletum ne quis in proscœnio
Sedeat, neu lictor verbum […].
Recordamos también a este propósito el verso de Horacio:
Scriptores autem narrare putaret asello
Fabellam surdo: nam quœ pervincere voces […].
Epist. II, I, 199 y sigs.
[10] Fundándose en ciertas indicaciones de los prólogos de Plauto (Casina, verso 17) no habría razón para pensar que se daba un premio después del concurso (Ritschl, Parerg., 1, 229). El pasaje tantas veces citado del Trinumus (verso 706) pertenecía probablemente al texto griego original, y parece haber sido pura y simplemente transcrito por el traductor. Sobre este punto, el silencio de las didascalias y de los prólogos en lo tocante a los jueces y a los premios es un argumento decisivo y concuerda con la tradición. Añadimos además que no se representaba más que un drama por día. Vemos, en efecto (Pænulus, 10), que los espectadores abandonaban sus casas para ver comenzar la representación, y que terminada la pieza se volvían a ellas. De todos estos textos resulta que los romanos iban al teatro después del segundo desayuno (prandium) y que volvían a sus casas a la hora de comer. Según esto, la representación duraba desde el mediodía hasta las tres de la tarde. Esto no tiene nada de extraño sabiendo que las piezas de Plauto se representaban con intermedios de música al fin de cada acto. Más tarde cambiaron las cosas y Tácito nos habla (Annal., 14, 20) de espectadores que pasan todo el día en el teatro. <<
[11] No hacemos más que citar algunos raros plagios de la comedia media, que no es más que el género de Menandro en un estado aún imperfecto. Respecto de la comedia antigua, no se encuentra huella alguna de imitación en la literatura de Roma. La hilarotragedia, cuyo ejemplo nos ofrece el Anfitrión de Plauto, recibió de los historiadores literarios de Roma el nombre de comedia rintoniana; pero los nuevos cómicos de Atenas escribieron también parodias de este género, y no se explica por qué habrían ido hasta Rinton (natural de Tarento o de Siracusa) los poetas atenienses de la nueva escuela a pedir modelos, cuando las tenían en sus manos. <<
[12] Todas las apreciaciones siguientes, y gran parte de las que preceden, son tomadas, como el lector notará, de los mismos textos y fragmentos de los cómicos griegos y latinos. Leyendo lo que precede puede reconocerse una alusión a los versos 52 y 59 del prólogo del Anfitrión:
[13] El poeta creyó también que debía excusarse ante su público. Pero ¿de dónde saca su excusa? Oigámosle:
Hi senes, nisi fuissent nihili jam inde ab adolescentia,
Non hodie hoc tantum flagitium facerent canis capitibus […].
Bacch, epilog.<<
[14]Bacch, 35. Trinumus, 3, 1, 8, y sigs. También Nevio, que por regla general se contenía menos que sus compañeros, se burla de los prenestinos y de los lanubinos (Comm., 21, R.). Las relaciones entre los prenestinos y los romanos fueron siempre tirantes (Tit. Liv., 23, 20, 42, 1): lo prueban las ejecuciones llevadas a cabo en tiempos de las guerras de Pirro y la catástrofe contemporánea de Sila. <<
[15] Con voto de esta clase termina el prólogo de la Cajita, único ejemplo de los escritos latinos contemporáneos llegados hasta nosotros que hace alusión directa a las guerras de Aníbal:
Hœc res sic gesta est. Bene valete, et vincite
Virtute vera, quod fecistis antidhac.
Servate vestros socios, veteres et novos,
Augete auxilia vestris justis lejibus,
Perdite perduelleis […].
«Aconteció de este modo. Salud, y que vuestro gran valor obtenga la victoria, como ha sucedido en otro tiempo. Salvad a vuestros aliados antiguos y nuevos […].»
Cistella, prolog. in fine. <<
[16] No puede examinarse esto con gran detenimiento sin interpretar algún que otro pasaje de Plauto en el sentido de una alusión a los acontecimientos del día. La crítica moderna ha rechazado como sutiles y evidentemente falsas una infinidad de traducciones. ¿No ha debido colocarse en este número cierto pasaje de la Casina (5, 4, 11) alusivo a los Bacanales? V. Ritschl, Parerg., 1, 192. En verdad se podría invertir la cuestión, y apoyándose en el texto de esta comedia y sobre otros muchos alusivos a las fiestas de Baco (Anfitr., 307. Aulul., 3, 3, y sigs.) sacar sencillamente la conclusión de que todas han sido escritas en una época en que no había inconveniente alguno en decir lo que se quisiera sobre las Bacanales. <<
«Etiam qui res magnas manu sœpe gessit gloriose,
Cujus facta viva nunc vigent, qui apud gentes solus prœstat,
Eum suus pater […]» <<
[18] ¿Puede darse otro sentido a este notable pasaje de su Tarentilla?: «Lo que debería valerme un buen éxito en la escena, no hay en parte alguna rey que quiera disputármelo. ¡En cuántos palacios de reyes se trata mejor al esclavo que aquí al hombre libre!». <<
[19] Recordemos lo que dice Eurípides respecto de los sentimientos de la Grecia en su tiempo en materia de esclavitud (lon, 854; Helena, 728): «Solo una cosa vergonzosa tiene el ser esclavo, el nombre. En ninguna otra parte está el esclavo por debajo del hombre libre, siempre que sea honrado». <<
[20] Spectatores, quod futurum est intus, hœc memoravimus hæc Casina hujus reperietur filia esse […]. De este modo habla el jefe de la comparsa (grex) anunciando el desenlance que se verificará entre bastidores, como diríamos hoy.
«Espectadores, voy a deciros lo que va a suceder en este logis. Va a descubrirse que esta Casina es hija del vecino y se casará con Eutinice hijo de nuestro señor.» <<
[21] Citemos por ejemplo la escena del Stichus en la que el padre de familia examina con sus hijas las cualidades que debe reunir una buena esposa. De repente se plantea la cuestión más incongruente del mundo, y se pregunta qué vale más, si casarse con una doncella o con una viuda, únicamente con objeto de obtener una respuesta no menos disparatada en boca de la que la da, y una salida contra las mujeres, que no es más que un absurdo lugar común. Pero esto no es más que un pecadillo. En el Collar de Menandro, cuenta un marido sus penas a su vecino en esta forma: «Me he casado con Lamia, la heredera; ¿te lo había dicho ya? No. Esta casa es suya, lo mismo que todos los campos que la rodean. Pero qué azote tan terrible es esta mujer […]».
En la imitación latina del poeta Cecilio, el diálogo sencillo y elegante del cómico de Atenas cede el puesto a la siguiente grosería:
¿Luego tu mujer es una abutarda?
¡Y me lo preguntas!
Pero… —¡Oh! no me hables de ella. Cuando entro en casa […]».
¿Sed tua morosane uxor, quœso, est? —¿Quam rogas?
—Qui tandem
—Tædet mentionis. Quæ mihi.
Ubi domum adveni ac sedi […]».
Véase Aulo Gelio, 2, 23. Consagra todo el capítulo a una interesante comparación entre Cecilio y Menandro. <<
[22] Aun cuando más tarde se construyeron los teatros de piedra, los romanos no colocaron bajo los actores esos grandes vasos acústicos que tanto usaron los arquitectos griegos (Vitruv, 5, 5, 8). <<
[23] Reina una gran confusión en los documentos biográficos que a él conciernen. Habiendo sido soldado durante la primera guerra púnica, debió nacer antes del año 495. Desde el año 519 comenzaron a representarse sus dramas, aunque serían sin duda los primeros (Aul. Gel., 12, 21, 45). La opinión común colocaba la época de su muerte en el año 550; pero Catón pone en duda, y con razón, la exactitud de esta fecha. Si hubiera sido cierta, habría terminado sus días en suelo extranjero durante la guerra de Aníbal. Pero sus versos satíricos relativos a Escipión son evidentemente posteriores a la batalla de Zama. Su vida se coloca, pues, entre los años 490 y 560. Por consiguiente debió ser contemporáneo de los dos Escipiones muertos en el año 543; debía ser diez años más joven que Andrónico, y quizás otros diez más viejo que Plauto. Aulo Gelio hace alusión directa a su origen campanio; y, si fuera posible dudar de su nacionalidad latina, él mismo la menciona en su conocido epitafio (pág. 452) ¿Fue ciudadano romano, o solo ciudadano de Cales, o de alguna otra ciudad latina de Campania? La segunda hipótesis parece la más probable; y así se explican fácilmente los despiadados rigores que usó con él la policía romana. De todos modos, lo cierto es que no fue actor, puesto que servía en el ejército. <<
[24] Para darse cuenta de esto, compárese el principio de su tragedia Licurgo con el fragmento que nos queda de Livio: «Vosotros los que veláis al lado del real cadáver, id enseguida a esos lugares sombríos donde los árboles deben su nacimiento y su vida solamente a la naturaleza».
Vos qui regalis corporis custodias
Agitis, ite actutum indu frundiferos locos
Ingenio arbusta […].
O las célebres palabras dirigidas por Héctor a Príamo en el Adiós de Héctor: «Grato me es, padre mío, oír alabanzas que proceden de ti, de ti a quien alaban los demás hombres».
O, por último, este precioso verso de la Tarentilla (La hija de Tarento): «Alii adnutat, alii adnictat, alium amat, alium tenet». Al uno, una seña, al otro, una mirada; ama al uno, sujeta al otro. <<
[25] Gottsched (1700 a 1766), nacido cerca de Kœnigsberg, crítico, gramático y literato, jefe de la escuela literaria purista del siglo XVIII. <<
Mortales immortales flere si foret fas,
Flerent divœ bamenœ Nœvium […].
«Orgullo campanio» exclama Aulio Gelio; pero este orgullo lo justifican el consentimiento de todos los buenos jueces nacionales, Catón, Cicerón, etcétera. <<
[27] Es necesario admitir esto, pues de otro modo no podría comprenderse cómo han podido los antiguos dudar con tanta frecuencia sobre la autenticidad o la no autenticidad de tales o cuales dramas de la escuela plautiana. En efecto, ningún escritor romano ha dejado tan insolubles incertidumbres como Plauto. En este aspecto, como también en otras cuestiones, existen entre él y Shakespeare notables analogías. (Aul. Gel., I, III, 3, De noscendis explorandisque Plauti Comædiis.) <<
[28] No puedo dejar de citar aquí la excelente traducción francesa de las comedias de Plauto hecha por M. Naudet, y la erudita noticia biográfica que del mismo ha publicado recientemente en la Nueva biografía general, editada por Didot. <<
Epectatores, ad pudicos mores facta hæc fabulæ est.
Neque in hac subagitationes sunt, neque ulla amatio,
Neque pueri subpositio, nec argenti circunductio,
Neque ubi amans adolescens scortum liberet clam suum patrem
Hujusmodi paucas poetæ reperiunt comœdias.
Ubi boni meliores flant. Nunc vos, si vobis placet.
Et si placumus, neque odio fuimus, signun hoc mittite.
Esto mismo había dicho ya el poeta en el prólogo. <<
[30] En el lenguaje jurídico y técnico la palabra togatus designa más especialmente al italiano, en oposición al extranjero y al ciudadano de Roma. Tal es principalmente el sentido de la frase formula togatorum (Corp. insc. lat. 1, n° 200). Es necesario entender por ella los milicianos italiotas, fuera del cuadro de las legiones (volumen I, libro segundo, pág. 451). Hirtius es el primero que denominó Gallia togata a la Galia cisalpina o citerior, y poco tiempo después de él desapareció esta denominación. Es indudable que califica así esta región en razón a su condición jurídica. En efecto, del año 665 al 705 fueron regidas por el derecho itálico la mayor parte de sus ciudades. Hablando Virgilio (Eneida, 1, 282) de la gens togata al lado del pueblo romano, parece aludir a la nación latina. Debemos concluir de todo esto que fabula togata era en el Lacio lo que en Grecia la fabula palliata. En una y otra se transporta la escena al extranjero, siendo la ciudad y el pueblo de Roma cosa vedada para el poeta cómico. La prueba de que la togata no podía colocar su fábula sino en las ciudades de derecho latino está en el hecho de que todas las ciudades donde sucede la acción en las comedias de Titinio y de Afranio, es decir, Setia, Terentinum, Velitres y Brindisi, tuvieron indudablemente el jus italicum hasta el tiempo de la guerra social. Cuando se extendió en toda Italia el derecho de ciudad, los poetas dejaron de poner el lugar de la escena en las ciudades latinas; y en lo que toca a la Galia cisalpina, colocada jurídicamente en la condición de ciudades de derecho latino, sin duda estaba muy lejos de los poetas dramáticos de la capital. Así, pues, desde esta época probablemente no se escribió más que comedias de toga. Parece que para reemplazarlas, en cuanto al lugar de la acción, se pensó entonces en las ciudades «sujetas», Capua y Atella. La atelana ha sido, pues, en cierto modo la coninuación de la togata. <<
[31] La historia literaria nada dice en cuanto a eso. Todo lo que puede concluirse de un pasaje de Varrón es que era mayor que Terencio. Pero no puede buscarse otra cosa. Por otro lado, si parece cierto que, de los dos grupos de poetas que Varrón compara, el segundo, compuesto por Trabea, Atilio y Cecilio, es más antiguo que el primero (Titinio, Terencio y Atta), no se sigue de esto que el mayor del grupo más joven sea también más joven que el menor del otro grupo. <<
[32] De las quince comedias de Titinio, cuyos títulos han llegado hasta nosotros, solo hay cinco hombres que desempeñen un papel principal (Baratus Çæcus, Fullones, Hortensius, Quintus y Varus). Se cuentan nueve correspondientes al otro sexo (Gemina, Jurisperita, Privigna, Prilia, Setina, etcétera). En dos de estas (en la Jurisperita y la Tibicina), parece que los papeles principales parodiaban profesiones evidentemente masculinas. <<
[33] Estaba reservado a los senadores y personas de distinción. <<
[34] Citemos, como término de comparación, los siguientes fragmentos de la Medea de Eurípides y de la de Ennio:
Εἴθ, ωφελ’ Ἀργοῦς μή ηιαπτασθαι σκαφος Κολχων ές αἶαν, etc.
«¡Ojalá que el navío Argos no hubiese nunca volado hacia la tierra de Colcos, a lo largo de las azuladas Simplegadas; o que nunca hubiera caído el pino en las selvas de Pelion, bajo el hacha, poniendo su rama en las manos de los héroes reunidos por Pelias para la conquista del Toisón de Oro! Entonces no hubiera navegado mi señora Medea […].»
He aquí la traducción de Ennio:
Utinam ne in nemore Pelio securibus
Cæsa accidisset abiegna ad terram trabes;
Ne ve inde navis inchoande exhordium
Cæ pisset, quæ nunc nominatur nomine
Argo, qua vecti Achivi delecti viri
Petebant illam pellem inauratam arietis
Colchis, imperio regis Pelliæ […].
«Ojalá que en los bosques del Pelion no hubiera abatido el hacha el tronco de los pinos, ni se hubiese comenzado entonces a construir ese navío famoso con el nombre de Argos, donde subieron esos hombres elegidos entre los aqueos, para ir, por orden del rey Pelias a conquistar en Cólquida, ayudados por la astucia, el Toisón dorado del carnero. Mi señora Medea no hubiera entonces abandonado[…].»
Son notables las diferencias que hay en la traducción latina. No señalamos en ella las tautologías, ni las perífrasis, sino las explicaciones dadas de los nombres mitológicos menos conocidos por los romanos, o su completa supresión. No se menciona a las Simplegadas del país de iolchos. Ennio dice lo que son el navío Argos, Pelias, etcétera. En cambio es muy raro en él un contrasentido. <<
[35] En efecto no es dudoso, y los antiguos lo declaran, que hacía su propio retrato en los siguientes versos del libro VII de sus Crónicas. El cónsul llama a sus confidentes y conversa con ellos:
Hocce locutu vocat, quicum bene sæpe libenter
Mensam, sermonesque suos, rerumque suarum,
Comiter impertir: magnam quam lassu diei
Partem fuvisset de sum meis rebu regumdeis […].
(Aulo Gelio, XII, 4.)
«Habiendo hablado de este modo, llama a un hombre con quien le gusta conversar y comer, hablándole de sus negocios con afabilidad, y descansando de las fatigas de un día dedicado en su mayor parte a la cosa pública, al extenso Forum y al augusto Senado. ¡Con él habla sin temor: asuntos graves o leves, de broma o en serio, poco importa! Con él da expansión a sus placeres y a sus alegrías, lo mismo en secreto que en público. Es un hombre que nunca piensa mal, cuánto menos hacerlo. Ligero sin doblez, es sabio, fiel, dulce y elocuente; está contento con su suerte, es feliz y sensato; es oportuno, habla poco y calla mucho; conoce los hechos más antiguos ocultos en la noche de los tiempos, y lo mismo las costumbres antiguas y nuevas y las leyes divinas y humanas […].» Y Aulo Gelio añade: «He aquí un amigo que conviene a los hombres colocados en altos puestos ya por el nacimiento o por la fortuna.» L. Emilio Stilon aseguró muchas veces, que escribiendo Ennio estos versos había pensado en sí mismo y hecho la pintura de sus costumbres y de su espíritu.
(Aulo Gelio, l. c.)
[36] Véase entre otras la escena entre Dicæopolis y Eurípides, en los Acarnanios de Aristófanes. <<
[37] Dice Eurípides (Ifig. en Aul., V, 956) «que un adivino es un hombre que dice alguna verdad mezclada con muchas mentiras, y esto cuando es afortunado. Nada le importa equivocarse». En su imitación del trágico griego, Ennio lanza la siguiente diatriba contra los formadores de horóscopos: «Busca en el cielo los signos de los astrólogos: observa el paso de la constelación Capricornio, de Cáncer, o la estrella de cualquier animal; y a fuerza de mirar al cielo no ve lo que sucede en el suelo».
Astrologorum signa in cœlo quæssit: observat Jovis
Cum capra aut nepa aut exoritur lumen aliquod beluæ […].
(Ifigenia.) <<
«Ego deum genus esse semper dixi et dicam cœlitum; Sed eos non curare opinor quid agat humanum genus […]».
(Telamon.) <<
«Palam mutire plebeis piaculum est.»
«Hablar alto es un crimen en un hombre plebeyo.»<<
[40] Citemos además aquí ciertos pasajes excelentes por el fondo y la forma, sacados del Fénix de Ennio, e imitados de Eurípides:
«Conviene al hombre vivir animado por la verdadera virtud, y llevar sin temor al culpable ante el tribunal de justicia. La libertad está allí donde el corazón late fuerte y puro en el pecho.»
«Sed virum virtute vera vivere animatam abdecet,
Fortiterque innoxium vocare […].»
En el Escipión que forma parte de las poesías de Ennio, se encuentran también los siguientes versos pintorescos:
«[…] mundus cœli vastus constititit silentio,
Et Neptunus sævus undis asperis pausam dedit;
Sol equis iter repsesit unguibus […].»
«Reina el silencio en toda la inmensidad de los cielos; Neptuno en su carro impone silencio a las mugientes ondas; el Sol detiene sus caballos […].»
Este último fragmento nos muestra al imitador rivalizando con su modelo. No hace más que parafrasear las palabras de un testigo presencial del combate entre Neptuno y el río Escamandro en la tragedia primitiva de Sófocles, titulada Rescate de Héctor.
«Constitit, credo, Scamander: arbores vento vacant!»
«Párase el Escamandro, y el viento no susurra en la enramada.»
En la Ilíada (21, 381) es donde se encuentra primeramente este pensamiento.<<
[41] Citemos por ejemplo este verso del Fénix:
[…] stultus et qui cupita cupiens cupientur cupit.
«Es realmente un necio el que desea deseando la cosa deseada.»
Y aún hacemos gracia al lector de otras necedades más insípidas. <<
[42] Sin contar a Catón, se hace mención de dos «consulares poetas», Quinto Laveon, cónsul en 571, y Marco Popilio, que lo fue diez años después. ¿Publicaron acaso sus poesías? Se ignora por completo. En lo tocante al viejo Catón, hay motivos para dudarlo. <<
[43] Los fragmentos de la Historia sagrada de Evemeres, traducidos por Ennio, y que nos ha conservado Lactancio, están escritos en prosa. V. Lact., Inst., div. I, 11, 13 y 14. <<
[44] Puede juzgarse el estilo de su relato poético por estos pequeños fragmentos:
«Ella (Dido) pregunta, por más que ya lo sabía, de qué manera Eneas abandonó a Troya.»
Y en otro lugar:
«Levantó el rey Amulio sus manos al cielo y dio gracias a los dioses.»
Y en otra parte también, en un pasaje sacado de un discurso en el que se nota el empleo de la forma indirecta:
«Abandonar en el peligro a hombres tan bravos sería una vergüenza para el pueblo, para todas las familias.»
Cuando habla del desembarco en Malta en el año 498, dice:
«El ejército romano desembarca en Malta, lleva a sangre y fuego toda la isla, la tala, y aniquila al enemigo.»
«[…] transit Melitam
Romanus exercitus, insulam integram urit […].»
Por último, cuando habla de la paz que puso término a la guerra de Sicilia, se expresa así:
«Convínose en que se compraría la paz a Lutacio por medio de regalos; y estipula, además, que todos los prisioneros y rehenes sicilianos serán devueltos.» <<
[45] Estos nombres son en la actualidad desconocidos, incluso en Alemania. Ana Luisa Karschin nació en Sehrvibus, Silesia, en 1722, y fue una simple aldeana, dotada de una rara capacidad de improvisación poética. Después de dos matrimonios desgraciados con hombres de condición humilde, vino a Berlín, donde los renovadores de la poesía y de la literatura nacional alemana, Glein, Ramler, Moses Mendelsohn y otros, la acogieron con entusiasmo y la apellidaron la Safo alemana. El Gran Federico la trató con mucho desdén, y mandó una vez que le diesen dos escudos. Murió en 1791. Tenía un gran talento natural y mucha pasión; pero la corrección y la cultura mataron su genio. Juan J. Willanow nació en 1736 y murió en 1777. Fue imitador de Píndaro, publicó ditirambos en 1763, fábulas dialogadas y otros poemas ya olvidados. Vivió mucho tiempo en San Petersburgo, donde dirigió el Instituto Alemán. <<
[46] El empleo de la lengua griega por el padre de la historia romana en prosa está atestiguado por Dionisio de Halicarnaso, 1, 6, y por Cicerón, De Divin., 1, 21. Pero Quintillano y los gramáticos posteriores hacen también mención de los Anales latinos que llevan el nombre del mismo autor, y lo que aumenta la dificultad del problema es que ha existido un tratado muy extenso del derecho pontifical, escrito también por un Fabio. Sin embargo, para el que haya estudiado de cerca y en su conjunto el movimiento de la literatura romana, parecerá imposible atribuir esta última producción a un escritor cualquiera del tiempo de las guerras de Aníbal. En cuanto a los Anales latinos, es dudoso que se publicaran en esta misma época, sin contar con que hay confusión de nombre con el otro analista más reciente, Quinto Fabio Máximo Serviliano. Por otro lado, también pudo suceder que los Anales en lengua griega de nuestro Fabio fuesen traducidos desde muy antiguo al latín, como lo fueron más tarde los de Acilio y Albino. Por último, ¿no ha podido ser que hubiese dos analistas que tuviesen el mismo nombre? No pretendemos decidir nada. También se ha atribuido otra composición histórica en lengua griega a un contemporáneo de Fabio, a Lucio Cincio Alimentus, pero este libro es apócrifo, al parecer, y debe ser en realidad del siglo de Augusto. <<
[47] Gleim (de 1719 a 1803), el Anacreonte y el Tirteo alemán, y Ramler (de 1725 a 1798), ambos poetas prusianos, fueron célebres en el último siglo. Sus odas guerreras han caído en olvido en la actualidad. Pero por lo menos fueron, lo cual no es poco mérito, los precursores de los grandes poetas nacionales de Alemania, si es que no los fundadores de la gloriosa escuela de los Lessing, Schiller, etcétera. <<
[48] Y aun después de Catón, Cicerón dirá que la literatura romana no cuenta con una verdadera obra histórica: «Abest historia litteris nostris […]». (De Leg., I, 2.) <<
[49] Todos los trabajos literarios de Catón pertenecen a sus últimos años (Cic., Cato, 11, 38). La composición de los primeros libros de los Origines no es anterior al año 586, pero tampoco muy posterior (Plin., Hist. nat., 3, 14). <<
[50] Polibio (40, 6, 4) observa que Albino, al contrario de Fabio, había escrito una historia seria y positiva a la manera de los griegos. <<
[51] Como, por ejemplo, los incidentes del sitio de Gabies (Tito Liv., 1, 53) imitados de las aventuras de Zopiro y del tirano Trasíbulo (Herod., III, 154). <<
[52] Esto es lo que refiere Plauto (Mostel, 126): «Los padres educan a sus hijos; les enseñan las letras, el derecho y las leyes» (litteras, jura, leges). <<
[53] En las poesías imitadas de Epicarmes, hace derivar a Júpiter de quod juvat, y a Ceres de quod gerit fruges. <<
[54] Nulla tunc geminabatur littera in scribendo: quam consuetudinem Ennius mutavisse fertur, etc. (Fest. v° Solitaurilia). <<
[55] Philosophari est mihi necesse; at paucis, nam omnino (haud placet […].) (Neoptolemus.) <<
[56] Residuo o precipitado químico. <<
[57] «Dominad el asunto; las palabras vendrán naturalmente…» ha dicho Boileau parafraseando el precepto. «Piensa, siente, y la palabra viene de suyo», ha dicho Fenelón con precisión catoniana. <<
[58] «Enni poeta salve!» Nótese la forma característica de la palabra «poeta» derivada del griego vulgar ποητής (en lugar de ποιητής). Los alfareros del Ática grababan sobre sus productos la palabra ἐποητεν. Poeta solo se dice de los autores épicos, o a los de las poesías recitadas. No se aplica a los autores dramáticos, que en esta época son simplemente scriba (Fest. v° «scriba»). <<
[59] «Græcia capta ferum victorem cepit, et artes intulit agresti Latio […].»
(Horacio, Epist., 2, 1, 156.) <<
[60] Marco, hijo mío, te diré en su día el provecho que he sacado de estos griegos en Atenas; mostraré que es bueno leer sus libros, pero no estudiarlos. ¡Raza viciosa e indisciplinable! Créeme, como si oyeras hablar un oráculo. El día en que nos entreguemos al cultivo de sus artes, todo estará perdido. ¡Peor aún será que den en la manía de enviarnos aquí sus médicos! Estos han jurado no dejar un bárbaro vivo, valiéndose para ello de sus medicinas, y esto es lo que hacen pidiendo salario para que nos fiemos de ellos. <<
[61] Véase Dicc. de Rich. v° lacus. Tit. Liv., 39, 44. <<
[62] «[…] Theodotum Compiles, nuper qui aras, Compitalibus Sedens in cella […].» <<
[63] Este Plaucio pertenece a esta época, o a los primeros tiempos de la siguiente. La inscripción colocada debajo de sus cuadros estaba en exámetros; no es, pues, más antigua que Ennio. Por lo demás, la colación del derecho de ciudadano de Ardea es de una época anterior a la guerra social, puesto que, en esta, dicha ciudad perdió su autonomía. <<
APÉNDICE PRIMERO
[1] Tit. Liv., 2, 56. <<
[2] Íd., 3, 19. <<
[3] Íd., 4, 6. <<
[4] Íd., 4, 36. <<
[5] Íd., 4, 48, 5, 2, 6, y sigs. <<
[6] Tit. Liv., 9, 33, 34. «En […] illius Appi progenies […].» <<
[7] Tácito, Ann., 1, 4. <<
[8] Tiber., 2. <<
[9] Cierto pragmatismo, dice Mommsen. Ya sabemos que los alemanes designan de este modo la historia que presenta el relato de los hechos en oposición al método filosófico. <<
[10] «Patricia gens Claudia duoder triginta consulatus, dictaturas quinque […]» (Suet. Tiber., 1). Hallamos en efecto veintidós cónsules Claudianos bajo la República, cuatro dictadores, seis censores, cuatro triunfos y una ovación. <<
[11] Cicerón habla de esto en dos ocasiones a Atico: «Audio Appium» (6, 1, 26). Habían sido levantados a la vez por Apio, durante su mando en Cilicia, y por Q. Marcio, hijo de su hermana, el mismo a quien Cicerón dirige su carta Ad fam., 13, 52. Mr. Lencormand ha encontrado en 1860 el epistilo de estos propileos en las ruinas de Eleusis; y la inscripción que es fácil de completar la da Mommsen en el Corp. insc. lat. núm. 619. <<
[12] Los Claudio Marcelos que figuran en los fastos consulares desde el año 423 y los Claudio Ceninas que se ven en ellos desde el año 469. <<
[13] Cicerón, De Orat., 1, 29, 76. <<
[14] Véase el Corp. insc. lat. donde Mommsen expone el texto con comentarios. <<
[15] Niebuhr, 2, 364. <<
[16] Tit. Liv., 3, 9, 5, 3, 32: «Placet creasi decemviros […] admiscerentur me plebei, controversia aliquandiu fuit, postremo concesum […].» <<
[17] Íd., 3, 33. <<
[18] Tit. Liv., 3, 36. <<
[19] Íd., 3, 37. <<
[20] M. Claudius, 3, 44. <<
[21] Tit. Liv., 3, 36: «Decem regum species erat. 39: Id. vero regum aud dubie videri». El emperador Claudio en su discurso de Lyon (véase la tabla de bronce del museo de dicha ciudad) habla del decemvirale regnum. <<
[22] Según Diodoro (12, 23 a 26), las dos últimas tablas debieron ser publicadas por los cónsules Valerio y Horacio; pero los antiguos analistas a quienes consultó Cicerón para su tratado De Republica, los atribuyen a los segundos decenviros. Lo mismo hacen Tito Livio, Dionisio y todos los que le siguen. A priori no tengo más confianza en una versión que en otra; pero creo más probable que las dos últimas tablas hayan sido promulgadas, lo mismo que el calendario, por los decenviros. <<
[23] Pág. 250. <<
[24] Volumen I, libro segundo, pág. 479. <<
[25] Filósofo estoico, amigo de Escipión. <<
[26] Tuscul., 4, 2. <<
[27] L. 2, pár. 36. <<
[28] Marciano, Capella, 1, 3, pár. 261. <<
[29] L. 2, pár. 36. <<
[30] 20, 36. Es necesario leer el párrafo del autor griego que se refiere a toda la vida del Ciego. <<
[31] Tiber., 2. Hay en esto un error o un nombre mal escrito. Nunca hubo un Druso que perteneciese a los Claudianos, y así lo reconocen todos los críticos. Mommsen propone la restitución del texto en la forma siguiente: «Cœcus rursus (en lugar de Drusus) statua sibi». Es verdad, en efecto, que el Forum Appii (hoy foro Apio, cerca de Sezza) tuvo por fundador al constructor de la vía Apia. Solo él podía pensar en crear un mercado en el punto de la vía que ha inmortalizado su nombre. <<
[32] Plin., Hist. nat., 35, 3, 12. <<
[33] Tit. Liv., 10, 7. <<
[34] Íd., 10, 15. <<
[35] Cic., Brutus, 14, 55. <<
[36] Cic., Pro Planc., 21, 51. <<
[37] Tito Livio, 45, 15. <<
[38] Volumen I, libro primero, págs. 181 y sigs. <<
[39] Imitadas por Michelet, en sus Orígenes del derecho francés. <<
[40] No siendo el esclavo, en el rigor del derecho romano, más que una cosa y no una persona, no puede entrar la esclavitud en el sistema de las relaciones personales de protección. <<
[41] Demuestra perfectamente esta sinonimia C. Curcio, a quien hemos consultado. <<
[42] El parentesco de la palabra hospe(t)s con hostis parece muy verosímil. La primera se aplica principalmente al extranjero admitido a la hospitalidad, mientras que la palabra hostis ha servido más especialmente para designar al extranjero enemigo (hospitium: hostis petens). <<
[43] La amicitia parece referirse en Roma a un contrato público de la ciudad; existen, sin embargo, excepciones (Gori, Inscrip., 2, 306). Pudo también suceder que, en el derecho público posterior de Roma, la amicitia no comprendiese el hospitium, por más que no se pueda sacar esta consecuencia de las fuentes citadas ordinariamente (V. p. ej., Pomponio, De captivis el postliminio, Dig., 5, 2). Sin embargo, no puede establecerse una diferencia marcada entre ambos derechos y la fórmula «in amicos populi rom. referri» (V. el senadoconsulto votado en favor del clazomediano Asclepiades en el año 676, Corp. inscrip. lat., pág. 203), se lleva consigo el hospitium publicum. <<
[44] Tal es el contrato entre dos familias (gentihtates) de la gens de los Zoeles, uno de los veinticuatro pueblos astures de Esp. (Plin., Hist. nat., 3, 3, 28): «Hospitium vetustum antiquum renovaverunt eique omnes alis alium […]». La fórmula ordinaria, en semejante caso, es: hospitium publice privatimque facere (Tit. Liv., 30, 33); pero la mayoría de las veces se agregaba otra, a título privado, entre los ciudadanos de ciudades diferentes que se ocupaban principalmente del asunto (Tit. Liv., l. c.; Josefo, Corp. inscrip. grœc., 2485, 77, 3, 4). <<
[45] Homero, Ilíada, 6, 168. El huésped es alimentado por espacio de nueve días antes de preguntarle su origen. En el norte la hospitalidad duraba tres días (Grimm, Antigüedades del dcho., pág. 400). <<
[46] Nec obstat, Herodoto, 3, 11. Plutarc., Poplicola, 4 (conjuración para la vuelta de los Tarquinos. Salust., Catil., 22). Estos no son más que accidentes, o quizá —sobre todo en estos últimos autores—, amplificaciones retóricas. <<
[47] También los samnitas tenían sus soldados unidos con los vínculos del juramento (militis sacratis. Tit. Liv., 9, 39 y 40; 10, 37 y 38). Los oficiales elegían los juramentados, según el número de secciones, y estos elegían cada uno en su sección a sus compañeros de armas (comilitones). En la conjuratio se prestaba el juramento en masa y no por individuos. <<
[48] Véase el decreto relativo a la ciudad de Gurza, en África, en el año 12 (742 a.C.), el más antiguo documento de este género: «Senatus populusque […]hospitium fecerunt quum L. Domitio […]eumque et poster(o)s ejus sibi posterisque sueis patronum cooptaverunt, isque eos posterosque eorum in fidem clientelamque suam recepit» (Marini, Arvali, pág. 782). <<
[49] El juramento, en tales casos, pertenece entre los griegos a épocas posteriores; pero entre los romanos ha podido ser prestado en forma complementaria o de confianza, en apoyo de un contrato imperfecto o negado. <<
[50] Cayo, 3, 94; Cic., Pro Balbo, 12, 29. ¿Spondesne? Spondeo. <<
[51] «Deum hospitalem ac tesseram mecum fero» (5, 1, 25). «Tesseram si vis conferre hospitalem […]» (5, 2, 87). <<
[52] Corp. inscrip. grœc. 5496, 6778, y sigs. La palabra symbolum es griega (Plinio, Hist. nat., 33, 1, 10) y significa en realidad sello, marca, etcétera. <<
[53] V. el contrato con Asclepiades: Πινακα ιαλκοῦν […]. De este modo se constituyeron los famosos archivos de la República que contenían más de tres mil títulos grabados en bronce, senadoconsultos y decretos del pueblo relativos a los tratados, alianzas y privilegios otorgados a los extranjeros. Estos fueron destruidos por un incendio a la caída de Vitelio, y Vespasiano se esforzó en restablecerlos, haciendo que se buscasen por todo el Imperio los duplicados (Suet. Vesp., 9). Allí estaban los tratados con Cartago, citados por Polibio, y particularmente el decreto de hospitium de Asclepiades citado antes, así como el tratado de amistad entre Roma y la ciudad De Termesson, en Psidia (Corp. ins. lat., núms. 203 y 204, textos y comentarios). <<
[54] Muchas hojas lo demuestran, y cerca de cuarenta tablillas grandes (unas del siglo de los Gracos y otras que no son anteriores, en manera alguna, al siglo IV de nuestra era): Apud penates domus hujus (Corp. inscrip. neapol., 591). <<
[55] Murator, 564, 1. <<
[56] V. anteriormente, Plaut., l. c. del Pænulus y Cistellar, 2, 1, 17. <<
[57] Tit. Liv., 25, 18, 38; Dionisio de Halic., 5, 34. <<
[58] «Amicitiam renuntiatam videri, cum […] nec satisfieri, æquum censuissent». Tit. Liv., 36, 3. <<
[59] Tesseram confringe (Plaut., Cistell., 2, 1, 27). <<
[60] Los enviados extranjeros se presentan primeramente a los cuestores, estos antiguos y únicos auxiliares de los reyes. Después tuvieron también los ediles el cuidado de velar por el ejercicio de la hospitalidad pública. <<
[61] Locus, ædes liberæ; Tit. Liv., 30, 21. Valer. Máximo, 5, 1. <<
[62] Lautia (V. esta palabra en el Dicc. de Rich.). «Dautia quæ lautia dicimus dantur legatis hospitii gratia.» (Festus, Ep., pág. 68. Tit. Liv., 28, 39.) <<
[63] Sabemos que munus indica la prestación mediante contribución (de aquí municeps, el que debe pagar el munus; immunis, el que está exento de él; communis, el que paga en común; mænia, los trabajos o prestaciones). Respecto de los dos mil ases, los hallamos a cada paso (Tit. Liv., 42, 19; 43, 5, 6, y sigs.). En otro lugar se dan cuatro mil, cinco mil, diez mil ases; cinco libras de oro, veinte de plata o veintiocho ases, etc. <<
[64] En Delos recibe ἅλας, και ὄξος καί ἔλαιον, etc., y lo mismo entre los magnetas (Atenea, 4, 74). <<
[65] Un día recibió el Senado como huésped a un rey fugitivo y ordenó «ut ei munera pro quæstorem darentur cuotidie». (Valerio Máx., 5, 1, 1). <<
[66] Tit. Liv., 30, 17; 43, 5. Tácito, Germ., 21. <<
[67] Plut. Quæst Rom, 43. <<
[68] V. el Corp. inscrip. græc., 5880, y Tit. Liv, 22, 37; 28, 39. <<
[69] Varrón, De ling. lat., 5, 155. Justino, 43, 5, 10: «Ob quod meritum […] illis […]locus spectaculorum, in senatu datus est». <<
[70] Diodoro, 14, 93. <<
[71] Paulo, 15, 19, 3; Digesto, De Captivis et postlim. (Sed etsi in civitatem […]. <<
[72] En los primeros tiempos se decía hostis. Varr. loc. cit.; hostis era, como ya hemos visto, sinónimo de extranjero, peregrinus; al enemigo se aplicaba entonces la denominación de perduellis. <<
[73] Comprendía seguramente el derecho de adquirir la propiedad inmueble, el εγκτησις de los griegos. <<
[74] He aquí el texto en ambas lenguas: Εἀν τε εν ταῖς πατρίσιν […]. Judicio certare, seive apud magistratus nostros Italicis judicibus […]. <<
[75] Tit. Liv. 4, 13; 9, 36. <<
[76] Dionis. de Hal., 2, 11. Tit. Liv., 9, 20. Cicer., In Verr., 2, 49, 122. Suet., Tiber., 2. «Drussus Italiam, per clientelas occupare tentavit.» <<
[77] V. la Lex repetundarum del tiempo de los Gracos. Esta ley, atribuida por Sigonio y Kalenze al tribuno Servilio Glaucia, corresponde probablemente a Acilio Glabrion, hacia el año 631 (Corps. ins. lat. n° 198). <<
[78] La palabra clientela se emplea también para designar las relaciones de esta clase con los pueblos extranjeros (Cæsar, De Bell. Gall., 1, 31; 4, 6). Por más que no se sirviesen de ella, no por eso dejaba de ser la más exacta aunque tenía algo de depresivo y humillante. <<
[79] La palabra matrona tenía antiguamente el mismo sentido. Solo la mujer patricia, en la familia de los ciudadanos completos, es la única que jurídicamente hablando puede llamarse y ser madre de un ciudadano. <<
[80] V. la Lex repetundarum citada: los huéspedes entran in amicitia populi rom; los clientes, por el contrario, están clasificados in arbitratu diccione potestatio populi rom. La expresión técnica del derecho civil para designar al esclavo emancipado de hecho, servus qui in libertate moratur, indica con mucha exactitud el origen de la clientela individual. <<
[81] La aplicación era a la clientela lo que la recomendación al señorío feudal; es la clientela voluntariamente constituida por el individuo o la ciudad, a elegir un patrono y colocarse bajo su protección (Cic., De Offic., 1, 39, 177). <<
[82] Cui Romae exulare jus esse (Cic., loc. cit., n° 3). <<
[83] Véase anteriormente en la nota 48 de este apéndice, la fórmula del decreto relativo a la ciudad africana de Gurza. <<
[84] Véase lo dicho anteriormente en la nota 81 de este apéndice, de un pasaje de Cicerón, De Offic., 1, 39. <<
[85] Cicerón, De Offic., 1, 11, 35: «Ut ii qui civitates aut nationes devictas bello in fidem recepissent» (sigue Mommsen citando aquí una porción de ejemplos: el patronato de Marcelo sobre Siracusa y las ciudades de Sicilia; el de Paulo Emilio sobre las de España, Liguria y Macedonia; el de Catón el Mayor sobre los españoles, etcétera). <<
[86] La libertad del cliente en este caso es precaria (Tito Livio, 39, 37): está subordinada a la cláusula «en cuanto agrade al Senado y al pueblo romano» (Ap. Hisp. 44). <<
[87] Mommsen se refiere aquí a la Ley Julia Norbana. <<
[88] Así también el plebeyo consular, después de haber vestido por mucho tiempo la túnica angusticlave, tomó un día la túnica laticlave, como los senadores patricios. <<
[89] «Patres senatores ideo appellati sunt quia agrorum partes […]» (Festus, Ep., pág. 247). <<
[90] Tit. Liv. 2, 16; 44, 16. V. la Lex agraria del año 643, 1, 75 y 76. <<
[91] Tit. Liv., 2, 5; 4, 45. <<
[92] Dionis. de Halic., 2, 10: Aul. Gel., 20, 1, 40: «Neque pejus ullum facinus existimatum est, quam si quis probaretur clientem divisui habuisse». Tit. Liv., 34, 4: «Quid legem Cinciam de donis et muneribus […]». Siempre los clientes son la plebe; los patronos, los patricios, los senadores. <<
[93] Tit. Liv., 2, 16; Dionis. de Hal., 2, 46; 5, 40; 10, 14. <<
[94] Tit. Liv. habla de Claudio, cliente de Apio Claudio (3, 44). <<
[95] Valer. Máx., 6, 1, 14. Suet. Coes., 48. <<
[96] Tácito, Ann., 13, 26. <<
[97] Dionis. de Hal., 2, 10; 13, 5; Tit. Liv., 5, 32; 38, 60. <<
[98] Cic., ad Attic. 7, 2, 8. <<
[99] Excepto el caso en que el patronato corresponda a una ciudad, o sea a un ser colectivo; en este caso ejerce, como ya hemos visto, exclusiva y hereditariamente la clientela aquel que recibió la dedición. <<
[100] Hostis, Vinctus, mulier, virgo exesto (Fest., pág. 82). <<
[101] Horacio, Epist., 2, 1, 103 y sigs.:
[…] Clienti promere jura:
[…] minori dicere, per quæ
Crescere res posset, minui damnosa libido.
V. también a Cicerón de Orat., 3, 33, 133. Ad quos, etcétera.<<
[102] Dionis. de Halic., 2, 10. César, en Aul. Gel., 5, 13. <<
[103] Cayo, 4, 82. <<
[104] Sabemos que en las causas criminales, según el derecho primitivo de Roma, el procedimiento era inquisitorial y no por vía de pura acusación. No tenemos, pues, que preguntarnos cuál era el papel del patrono. Cuando el cliente es lesionado, el patrono demanda al delincuente ante el tribunal popular (Cic. Divin. in Cæc. 20, 67); pero en los ejemplos conocidos obra como juez, y no en virtud de patronato. <<
[105] V. un pasaje muy preciso de Dion. de Hal., 2, 10. Catón dice: «Testimonium adversum clientem nemo dicit». La Lex repetundarum, ya citada, 1, 10 y 37, prohíbe el testimonio y el mandato judicial a aquel que está in fide con el acusado. <<
[106] Plut., Mar.: 5. Dig. de testibus, pár. 3, 4. <<
[107] Aul. Gel., 5, 13. <<
[108] Ídem, íd. <<
[109] «Patronos sei clientei frauden facsit, sacer esto»; y Servio añade: «Tantum est clieatem cuantum fillium fallere». <<
[110] Cic., De Rep., 2, 9, 16: «Habuit plebem in clientelas principum descriptam». Fest., v°patrocinia. Dionis de Hal., 2, 9. Plutar., Rom., 13. <<
APÉNDICE SEGUNDO
[] Como algunas de las modificaciones que Mommsen ha introducido en su obra después de la primera edición las ha tomado de unos fragmentos de Granio Liciniano, nos ha parecido oportuno insertarlos aquí como apéndice, terminando con esto los tres primeros libros, que forman como una primera parte de esta obra (fundación y extensión de la nacionalidad romana). Dichos fragmentos han sido hallados de la siguiente manera:
En 1853, el Sr. La Guardia (Boetticher) manifestó al señor Pertz, que se ocupaba a la sazón en recoger materiales para su gran publicación, Monumenta historica Germaniæ, que existía un manuscrito siriaco en el Museo Británico de Londres. Este manuscrito había venido entre una colección de quinientos volúmenes procedente del monasterio de Santa María Madre de Dios (Sancta María Deipara), en el desierto de Nitria, no lejos de El Cairo, y estaba cubierto de tres escrituras superpuestas. La más reciente, en siriaco, se refería a ciertas homilías de San Juan Crisóstomo y estaba sobre dos escrituras latinas. Una, en caracteres cursivos, era un tratado de gramática (del verbo y del adverbio); la otra, la más antigua de las tres, constaba de letras mayúsculas, y se leían en ella a simple vista algunas palabras de un fragmento histórico. Obtenida la competente autorización para tratar el palimpsesto de la manera más conveniente, M. Pertz pudo descubrir alguna parte del antiguo, borrado por el último copista, y después de un trabajo inaudito pudo por fin transcribirlo y publicarlo después de un año, en la forma que aquí se presenta. <<
[1] Cf. Flori, I, 9, 14: «Dis manibus se devoverit ut in confertissima se hostium tela jaculatus novum ad victoriam iter sanguinis sui limite aperiret». <<
[2] Cf. Festus Pauli, pág. 221, «paribus equis, id est, duobus, Romani utebantur in prœlio, ut sudante altero transirent in siccum. Pararium æs appellabatur id, quod equitibus duplex pro binis equis dabatur». <<
[3] De pompa equitum Castoris et Pollucis ædem prœtervehentium, Dion. Hal., VI, 13. <<
[4] Flexuntes: V. Plin. XXXIII, 35. V. Mommsen, volumen I, libro primero, págs. 97 y 111. <<
[5] De Antiocho Epiphane (IV, pág. 35) Gran. Licinianus, credo, id loquitur. <<
[6] Ædes-permansit. Hœc verba inserta videntur ab eo qui post Hadrianum libros Grani in compendium redegit. <<
[7] Cf. Varr. apud Plinium VII, 177. <<
[8] Cf. Ciceronem, De nat. deor. II, 4: «(Tiberius Gracchus, consul iterum) post ex provincia literas ad collegium misit ses cum legeret libros recordatum esse vitio sibi tabernaculum captum fuisse hortos Scipionis, quod cum pomerium postea intrasset habendi Senatus causa, in redeundo cum idem pomerium transiret, auspicari esset oblitus: itaque vitio creatos consules esse.» <<
[9] «Cum a majoribus nostris P. Lentulus qui princeps senatus fuit in en loca missus esset, ut privatos agros qui in publicum Campanum incurrebant pecunia publica coemeret, dicitur renuntiasse.» Cicero., De lege agr., II, 82, V. Momm., pág. 36. <<
[10] Cic., Ad Att., II, 16: «Omnis expectatio largitionis agrariæ in agrum Campanum videtur esse derivata, qui ager ut dena jugera sint non amplius hominum quinque milia potest sustimere.» V. Momm., pág. 36. <<
[11] «M. Aurelius Scaurus legatus consulis a Cimbris fuso exercitu captus est cum in concilium ab eis advocatus deterreret eos ne Alpes transirent Italiam petituri eo quod diceret Romanos vinci non posse, a Bojorige feroci juvene occisus est», Liv. perioch. LXVII. <<
[12] Discrepat Livi perioch. LXVII. «Militum milia octoginta occisa, calonun et lixarum quadraginta secundum Arausionem.» Nec dubium quin de eadem pugna locutus sit hic Granius. <<
[13] «Trebulæ Mutuescæ antequam ludi committerentur canente tibicine angues nigri aram circumdederunt, desinente cantere dilapsi, postero die exortia populo lapidibus enecati, foribus templi adapertis simulacrum Martis ligneum capite stans inventum.» Julius Obsequens, 42. <<
[14] Non a quo portu profectus sit Marius Granius videtur indicasse (Cercinam nominat Plutarch., Mar. 40: V. item Appian, bell. civ. I, 62:διεχείμαζεν ἐν τῆ θαλάσση μικρὸν ὑπὲρ Λιβύης ἄνω ἐν τοῖς Νομάδων ὄροις; sed ad quem appulit (Ostiensem scilicet), unde probabiliter Telamo significatur. <<
[15] Cf. Vell. Paterc. II, 57: «Cum quidem plurima prœsagia atque indicia di inmortales futuri obtulissent periculi». <<
[16] Cf. J. Obsequens: «Ipse Pompeius afflatus sidere interiit. Lectum ejus populus diripuit, corpus unco traxit». <<
[17] Mira hœc de Sallustio historiographo Grani sententia! <<