Capítulo 20
—Espero no volver a verte nunca más.
Ha habido, trágicamente, algunas personas en mi vida que estuvieron en la situación de decirme lo mismo, pero, por fortuna, la persona que me lo estaba diciendo era alguien hacia quien sentía exactamente lo mismo: conocer a la detective Darcy Cook había sido desagradable; verme relegada por ella en el trabajo había sido doloroso; decirle adiós era un placer.
Íbamos por la acera de enfrente de la comisaría de Kyle. El detective Myerson había ido para recuperar a su compañera, dada de alta en el hospital, y tramitar los papeles necesarios para trasladar a Rebecca al condado de Suffolk. La detective Cook todavía estaba aprendiendo a andar con muletas, pero no tenía ninguna duda de que pronto las utilizaría tanto como instrumentos de transporte como de castigo.
Tricia y Cassady me habían acompañado, principalmente para asegurarse de que de verdad aparecía y hablaba con la detective Cook, porque hubiera sido perfectamente feliz si dejábamos languidecer nuestra relación donde estaba. Pero mis distinguidas colegas estaban por encima de mí, y me habían convencido de que un gesto cortés también podía ser muy efectivo para arreglar las cosas con el detective de homicidios más importante de mi vida. Asumiendo que se pudieran arreglar. Había empujado a Kyle al límite y todavía no tenía claro si había retrocedido a tiempo o si él ya se había ido. En realidad había hablado más con el detective Lipscomb ayer, tras el arresto de Rebecca, de lo que había hablado con Kyle. Descolgué el teléfono unas seis veces ayer por la noche, porque quería llamarle, y entonces me di cuenta de que no tenía ni idea qué decirle. Esta mañana había estado presente mientras intentaba arreglar los inconvenientes con la detective Cook.
—Lo entiendo y le pido disculpas —le dije.
Unas flores o unas golosinas probablemente le hubieran extrañado, pero deseaba tener alguna ofrenda ceremonial para darle que no fuera un apretón de manos. Incluso había pensado en una botella de champán, pero no creía que le viera la gracia. Si le entregaba un objeto, estaría forzada a cogerlo, pero al alargarle la mano, sabía que existía la oportunidad idónea de dejarla boquiabierta.
Ella me dio la mano, y luego se la dio a Tricia.
—Siento la pérdida de su familia. Las pérdidas. Pero seguro que ayuda mucho tener una amiga tan dedicada.
Tricia sonrió agradecida.
—Gracias, sí que ayuda.
—Las amigas, en general —corrigió Cassady, extendiéndole la mano.
La verdad es que la detective Cook se rió y movió la mano.
—En general.
El detective Myerson nos dijo adiós con la mano.
—No os metáis en problemas, y no os acerquéis a Southampton, por favor.
Comenzó el lento proceso de llevar a la detective Cook al coche.
Yo me di media vuelta para ver de cara a Kyle. Estaba allí, de pie, con las manos en los bolsillos, mirando hacia el suelo. Al menos no se estaba mordiendo el labio.
Tricia me dio un golpe en el brazo.
—Vamos a bajar a la esquina para coger un taxi. Te esperamos. Hasta luego, Kyle —dijo con una seguridad y confianza que yo no sentía.
—No la hagas llorar —le advirtió Cassady antes de que Tricia se la llevara.
Los brillantes ojos azules de Kyle se alzaron para encontrarse con los míos.
—¿Por qué piensan que te voy a hacer llorar?
—Porque he estado tranquila e indiferente como de costumbre últimamente y no haría falta demasiado para provocarme lágrimas.
Sus ojos volvieron a mirar al suelo.
—¿Estás bien?
—Al menos no me dispararon.
Sacó una mano del bolsillo y se la pasó por el cabello.
—Sé cómo son ese tipo de cosas.
—Kyle, lo siento.
No era lo que había planeado decir pero me percaté de que no podía esperar más.
Alzó la vista de nuevo, esta vez sorprendido.
—¿Por qué?
—¿Quieres una lista?
Se encogió de hombros.
—Solo dime si hay salvedades.
Traté de no sonreír.
—No, siento haber armado tanto barullo.
A él sí que se le escapó la sonrisa.
—Sí, pero desde que te diste cuenta de que estabas en lo cierto, te he dejado pasar alguna que otra. Solamente no planees utilizar a Cook como referencia personal en ningún otro lugar.
—Tú... ¿qué tal?
Entrecerró los ojos inmerso en su pensamiento y agachó la cabeza.
—Ya sé que han pasado seis meses, o un poco más, pero...
—¿Has estado hablando con Lipscomb? —cabeceé.
Él dijo que no con la cabeza y yo no veía claro cuál de sus compañeros lo frustraba más, si es que todavía me podía considerar su compañera en algún sentido.
—Merece la pena resolverlo —dije cuando él se calló.
Dio un paso acercándose a mí.
—Otra vez.
—Simplemente manteniendo el promedio de bateo —dije, intentando con todas mis fuerzas sonar bien, como si no lo hubiera puesto en duda ni un minuto.
—Tienes que irte antes de que entre en un comportamiento público inapropiado y me meta en serios problemas.
Rozó mi mejilla con el dorso de la mano.
—Llámame cuando estés en el trabajo.
—No me van a perseguir nunca más.
—No, pero ya has decidido dónde quieres cenar.
—Ya sé dónde quiero comerme el postre.
—Hecho. —Me tocó los labios con el dedo y subió las escaleras.
—¿Kyle? —le llamé.
Se paró y volvió abajo. Mientras hablábamos sobre cómo resolver ciertos asuntos, tenía otro acumulado en el montón.
—Hablando de llamadas telefónicas, esa vez que me estaba yendo... y me llamaste, me ibas a hacer una pregunta que nunca hiciste.
Asintió con la cabeza.
—He estado muy liado.
—¿Qué era?
—¿Tiene alguna relevancia ahora?
—¿Qué puedo decir si no sé qué era?
Movió la cabeza con gracia.
—Iba a preguntarte si querías pasar el fin de semana fuera.
Me hubiera dado una patada en el trasero de no ser porque mis Blahniks tenían aquellas punteras.
—¿Perdí la ocasión?
—Para nada. Solo hemos tachado de la lista Southampton. Hablamos durante la cena.
Tricia y Cassady estaban jugueteando en la esquina mientras yo flotaba. Cassady puso el párpado en un ángulo de agradecimiento.
—¿Han vuelto las cosas a su curso y disfrutas de lo mejor de Nueva York?
—¿Gracias a lo mejor del detective o a lo mejor de las amigas? —dije, entrecruzando mis brazos con los suyos.
—Siempre estuvimos bien —declaró Tricia.
—Mentirosa —le digo yo.
—No, de verdad —insistió ella—. Estaba mosqueada contigo, y con razón, pero en principio siempre estuvimos bien. Bueno, casi del todo bien. Sinceramente no puedo imaginarme poniéndome tan furiosa como para no ser nunca más tu amiga.
Cassady agitó las manos en señal de aflicción simulada.
—Tricia, por favor. Sabes cómo le encantan los retos. No se lo pongas fácil.
Miré la hora.
—¿Tenéis tiempo para tomar un café antes de ir a trabajar?
—Lo considero una necesidad médica —contestó Cassady.
—Yo también —acordó Tricia—. ¿Pero te apetece a ti? Tienes un artículo por escribir.
—¿El qué? —contestó Cassady en mi lugar porque estaba completamente sorda y era incapaz de responder por mí misma.
—No vas a permitir que Peter Mulcahey tenga la última palabra en esta tragedia, ¿no? En particular desde que he ordenado a mi familia que no hablen con ningún miembro de la prensa excepto contigo. Y de paso os informo de que el almuerzo es a la una en Aquavit. Mamá, papá, Richard, David y yo.
Miré a Cassady, ansiosa de compartir su incredulidad. Cassady dijo que no con la cabeza.
—Dejemos que se haga cargo de la situación, Molly. Es su modo de lamentarse.
A medida que bajábamos la calle, me sentía profundamente agradecida por haber conseguido que se me brindara una segunda oportunidad. Me da la sensación de que incluso cuando sabes lo difícil que será el proceso en algunas cosas como enamorarse, resolver un misterio o hacer amigos, vale la pena hacerlas otra vez porque te dan una nueva oportunidad para entender y darte cuenta de las complejidades del corazón humano. Y esas lecciones, aunque sean muy difíciles de aprender, nos ayudan a asegurarnos de que hemos hecho lo apropiado y, por lo tanto, la vida ahora se aclarará.
Por lo menos durante un buen tiempo.