Capítulo 16
Suelta un bramido de dolor y haz conocer tu angustia al mundo. Algunos se quedaron callados al tratar de reconstruir el camino de tortura que les había llevado a este lamentable momento. Cuando estoy con resaca, me acurruco en forma de bola y rezo para que mi cabeza pare de friccionar con el interior de mi cráneo, en especial con ese lunar irregular que hay justo encima del ojo izquierdo. Quiero deshacerme de ello, aunque suponga no volver a ser capaz de hacer una división larga o bailar un vals nunca más. Al fin y al cabo, ¿cada cuánto utilizo esas habilidades últimamente?
No habíamos empezado a beber con el objetivo de excedernos. Bueno, al menos yo no. Si miraba atrás, con lo difícil que era hacerlo al no tener una perspectiva clara de nada, me daba cuenta de que Tricia probablemente lo tenía en mente desde el primer momento. Cassady y yo nos fuimos a dar un paseo.
El paseo aterrizó de emergencia en mi piso a altas horas de la madrugada. Tricia se había entusiasmado con ir de parranda, pero Cassady se había puesto casi estridente ante el acérrimo deber de entregarme a casa sin peligro, por lo que Kyle sería capaz de hacerle si me escapaba de su vista. Por otra parte, los cócteles en mi piso eran menos caros. Así que nos acabamos el Veuve Clicquot pues era un pecado desperdiciarlo, nos apilamos en un taxi y nos fuimos a mi casa.
Una vez que entramos, Tricia anunció que estaba harta de la hipocresía y que quería beber en honor a la verdad. Mi respuesta fue preparar unas copas de Martini. Una copa de Martini es el mejor detector de mentiras que hay; comprueba si la historia que has contado cuando la copa estaba llena coincide con la que explicas cuando la copa ya está vacía.
Así pues, la primera copa la dedicamos a la verdad. Tricia estaba tan lanzada que me dijo: «La verdad es que todavía estoy enfadada contigo, pero todavía lo estoy más con mi madre, así que esta noche tienes pase libre».
—Podré soportarlo —le prometí.
La segunda copa se la dedicamos a nuestras familias y las insidiosas formas en las que nos moldean. En la tercera copa brindamos por todas las maneras en que el amor se puede convertir en algo malo, creo. Y la cuarta copa la dedicamos a... una causa más meritoria, estoy convencida. A partir de entonces todo se volvió neblinoso.
De hecho, mi siguiente pensamiento medio coherente fue: «alguien me está robando los zapatos». No importaba que de manera imprecisa supiera que estaba en mi piso, mis zapatos, mis maravillosos zapatos de Jimmy Choo estaban en peligro y tenía que ponerme en acción. Pero ponerme en acción requería enderezarme, y enderezarme causaba todo tipo de sensaciones desagradables como los pinchazos que tenía en el estómago, los destellos que entraban en la habitación y las alucinaciones de ver a Kyle. Excepto que no era Kyle. Kyle era real. Guapo, un poco mal enfocado, pero real.
Me movió el zapato una vez más para darle mayor énfasis al gesto y me di cuenta de que me estaba estirando en el sofá, completamente vestida, y con una copa medio llena de Martini todavía en la mano.
—Ingeniosa jugarreta —observó él.
Me cogió la copa de la mano y la puso encima de la mesa.
—Venga, seguro que te sientes mejor después de desayunar.
—¿Qué hora es? —le pregunté mientras me ayudaba a ponerme los zapatos.
Mi boca sabía como a musgo descongelado de Alaska y solamente era capaz de imaginarme los pelos de loca y la cara que debía tener. Me sentía como si no me hubiera movido durante días. Tenía que ser por lo menos mediodía.
—Las siete. Danny me ha dejado entrar.
—Sádico —grazné.
—Tienes que ir a trabajar.
—Llamaré para decir que estoy enferma.
—Tramposilla.
Se dirigió hacia la cocina y mi nariz tapada captó tardíamente el olor de la carne a la parrilla. Mi estómago rugió.
—¿Qué es eso?
Kyle miró la parrilla.
—Un filete. ¿Te gustan los huevos? Mi padre siempre acostumbraba a hacer un huevo duro con un poco de pelo de perro, pero eso seguramente te mata —sonrió, disfrutando de la imagen, y puso la sartén en el fuego.
—No voy a comer huevos.
—Seguro que te sientan bien. Dime algo o, si no, no los hago —rompió dos huevos y los echó en la sartén en espera de una respuesta.
—¿Has venido a atormentarme? —intenté sonar brusca, pero en realidad estaba encantada de verle.
Las pocas noches que se había quedado a dormir habíamos ido a desayunar fuera, cuando no había tenido que marcharse antes debido a una llamada. Pero parecía estar cómodo en la cocina. Mi cocina. Lo encontré emocionante. Casi me devuelve el apetito.
—De hecho, he venido para contarte que Jake Boone ha llamado a la comisaría para ponerte una denuncia.
—¿Qué?
—Ya me he ocupado de esto, pero estaba relacionada con tus llamadas y tus amenazas.
—Te dije que le había dicho que no era yo. Se está inventando una historia tonta para hacerse el inocente mientras él es quien está amenazándome
—Pero es una mujer quien aparece en tu contestador.
—Tiene una novia que felizmente me acosaría por él. Ella ya está informada de todo, a pesar de que le dijera que se estaba equivocando. Estoy segura de que también fue ella quien estuvo anoche en el Algonquin.
Kyle le dio unos golpecitos a los huevos.
—¿Qué opinan Cassady y Tricia?
—Seguramente están de acuerdo conmigo.
—¿Les gustan los huevos? —Mi confusión se vio reflejada en mi cara porque su sonrisa se amplió—. Están en tu habitación. Si no te ves capaz de caminar hasta allí, voy yo a decirles que el desayuno está en la mesa.
Es consolador saber que mientras tienes una apariencia horrorosa, tus amigas están todavía peor. Mientras Cassady y Tricia se arrastraban fuera de la cama, donde se habían desplomado completamente vestidas pero sin las copas de Martini, ya había preparado un vaso de zumo de arándano y había empezado a pensar que viviría. Kyle había cocinado un filete con huevos para todas nosotras y estaba teniendo problemas en masticar el suyo, puesto que su sonrisa cada vez era más y más amplia.
—Hicimos bien en quedarnos anoche —coincidieron en decir Cassady y Tricia.
Tricia estaba aguantándose la cabeza con las manos, aclimatándose al aroma del desayuno antes de empezar a devorarlo.
—No fue una decisión a conciencia. Fue más bien una decisión inconsciente.
Cassady estaba arremetiendo contra el filete a placer.
—Está delicioso, Kyle. Quizá acabe vomitándolo todo dentro de veinte minutos, pero de momento lo estoy disfrutando.
Tricia gimió, Kyle se rió y yo cogí la cafetera. Tenía una sensación horrorosa: me fastidiaba que hubiera pasado algo la noche anterior que no debiera haber pasado, pero no sabía concretamente qué era. Y todas íbamos completamente vestidas sin ninguna especie de droga, parafernalia, juguetes eróticos o cajas de crema de cacahuete a la vista, así que puede que no haya sido muy pecaminoso, ¿no?
Tricia vio mi mirada.
—¿Qué es eso?
—Un lunar.
—¿Solo uno? Yo tengo muchos y ninguno de ellos está en el sitio que toca. Todavía tengo que ir a casa y mantener una conversación con mi madre.
—¿Puedo ir a verlo? —preguntó Cassady.
—No hay motivo alguno para que vayas, al fin y al cabo voy a perder el valor en cuanto llegue allí.
—Cómete el filete y seguro que así coges fuerzas para improvisar debidamente —sugirió Kyle.
Se levantó de la mesa y enjuagó el plato en la pila.
Tricia se quedó mirándolo, porque parecía inspirado, luego cogió el cuchillo y el tenedor y empezó a comer. Su imagen, con el vestido de Betsey Johnson profundamente arrugado y con el pelo despeinado, masticando con felicidad el filete mientras soñaba en enfrentarse a su madre, nos resultó alentador a todos los presentes.
Kyle tenía que irse, así que nos dio las instrucciones para quedarnos sobrias y, a mí, para que me mantuviera alejada de Jake Boone. No podía creerme que el tonto de remate hubiera llamado a la policía para denunciarme. No podía esperar a devolverle el favor, pero todavía no tenía suficientes fuentes. Aún no.
—Tengo un vago recuerdo de la discusión que tuve anoche con Jake Boone —dijo Cassady, mientras sostenía el termo de café en la frente como para comprimírsela.
—Pero no convenimos en que era un imbécil asesino; no logro recordar qué medidas decidí tomar.
—¿Crees realmente que fue Jake? —preguntó Tricia, alzando el filete y mordiendo el hueso con insistencia.
—Le dio a Lisbet un ultimátum para que dejara a tu hermano, pese al hecho de que él se acostaba con Verónica...
Me vino una idea a la cabeza y tuve que detenerme un segundo para maravillarme ante tal belleza.
—Estoy segura de que envió a Verónica para seducir a David y luego se aseguró de que Lisbet les pillaría juntos.
—¿Verónica habría hecho eso por él? —preguntó Cassady.
—Ella quería a David. También le llevaba la agenda. —Tamborileé en el borde de la mesa a medida que veía cómo las piezas del puzzle se iban uniendo—. Y, aun así, Lisbet no hubiera dejado a David, lo que enfurecía a Jake, y ambos se enfadan en la fiesta; eso explica el tinglado montado en la pista. Más tarde, Lisbet va y se pelea con David, Jake cree que tiene el camino libre, incluso Lisbet se acuesta con él, pero entonces ella le dice que va a volver con David, y es en ese preciso momento cuando se le cruzan los cables y la mata.
Tricia y Cassady estaban absortas, cabeceando, mostrándome su apoyo. Traté de imaginarme a la detective Cook y a Kyle sentados en sus asientos, asintiendo igual que ellas, pero no pude llegar a verlo del todo, aunque me acerqué bastante.
—Entonces, ¿dónde encaja Lara en toda esta historia? —preguntó Tricia.
—¡Ahí está! Lara —dije, mientras tamborileaba cada vez más rápido en la mesa—. Ella cree que está ayudando a Jake pero él la está utilizando y, si lo descubre, se convertirá en el punto débil.
—Así que Lara es la mujer que te está siguiendo de cerca.
Cassady se inclinó hacia delante y me sujetó las manos para que dejara de dar golpecitos en la mesa. Avergonzada, puse las manos sobre las piernas. Era verdad: los golpecitos en la mesa no ayudaban demasiado al dolor de cabeza que teníamos todas.
—¿Quién es la mujer que está amenazando a Jake?
—Se lo está inventando. O tal vez Verónica haya descubierto que la estaba utilizando y está lista para la revancha. Es una chica totalmente iracunda.
—Y entonces, ¿qué viene a continuación? —preguntó Tricia, lamiéndose los dedos.
—Tengo que hablar con Lara a solas, sin Jake, para ver si puedo pincharla un poco y suelta algo.
—Molly, valoro de verdad todo lo que estás haciendo, aparte del artículo. Mi familia no se merece esto, pero...
La agitó un dolor que no tenía nada que ver con la disipación de la noche y un recuerdo salió a la superficie inesperadamente: Tricia estaba sentada en mi sofá, la copa de Martini se balanceaba sobre mis rodillas, mientras proclamábamos que Einstein había comprobado que era imposible ser completamente feliz. Cassady estaba a esas alturas tumbada en el sofá con los tobillos cruzados y recostada en el filo de la mesa de los cafés, intentando equilibrar la copa en la frente.
—Echo de menos la clase de ciencias.
—Einstein dijo que nunca podríamos viajar a la velocidad de la luz porque a medida que un cuerpo se acerca a la velocidad de la luz, su masa aumenta hasta el punto que disminuye y no puede alcanzar la velocidad necesaria.
—Si tú lo dices —dije desde un sillón en el que me siento de lado, con las piernas encima de un brazo y la cabeza sobre el otro. Muy cómodo, pese a que podía provocar la huida de un quiropráctico horrorizado.
—Lo mismo que con la felicidad. Cuanto más cerca te encuentres de alcanzar ese momento de trascendencia, más masa ganas porque empiezas a pensar en todas las cosas que pueden ir mal, y si te mereces la felicidad, otras personas tiran de ti hacia atrás y tú vas disminuyendo la velocidad hasta que nunca acabas llegando.
Alzó el brazo.
—Por Albert.
Ahora Cassady puso su brazo alrededor de los hombros de Tricia y cogí su brazo para que me rodeara. Quería decir algo profundo y reconfortante para convencerlas de que todo iba a ir bien, que íbamos a superarlo, que su familia se recuperaría, pero me pregunté si los Vincent no tendrían sus propios problemas psíquicos, con el impacto de la muerte de Lisbet, que revelaban las fracturas, debido al estrés, que debilitaron la estabilidad entera de la estructura. Pero también podíamos ayudarla a pasar por esto. Siempre que estuviéramos las tres juntas, en el mismo bando, podríamos lograr salir airosas de esta.
Lo único que no podríamos eludir en nuestra amistad era que ninguna de nosotras tenía la misma talla. No tener libertad absoluta para compartir la ropa reduce las riñas en muchas circunstancias, pero también provoca problemas para afrontar largos trayectos hasta casa con ropa del día anterior. Como regalos de despedida, les di a las dos un gelocatil y abrazos. Las dos se fueron con los brazos entrelazados, algo sobre lo que la señora Mayburn y otros vecinos cotillearían detrás de las puertas durante al menos un mes.
Fui a la ducha y me quedé quieta hasta que el agua caliente empezó a correr. Incluso después de frotarme dos veces con la barra de jabón aromaterapéutico de vainilla, el cuerpo se me encogía solamente para entrar en unos téjanos y un jersey, pero lo hice por la fuerza en mi fiel y alargada camiseta marrón de Banana Republic, y un jersey con el cuello negro para contribuir a la teoría de que, sí vas bien vestida, te sientes mejor. No tengo claro que Einstein fuera quien se la inventara. Debe de haber sido Newton. O Mizrahi.
Decidí que un enorme café solo daría el toque final a mi reconstrucción; me deslicé dentro de mis espectaculares zapatos de color chocolate y lavanda de Kate Spade y me dirigí al Starbucks, al otro lado de la calle del piso de Jake.
El primer jefe que tuve en Nueva York, Rob, me enseñó que siempre tienes que ser amable con los porteros y las ayudantes porque controlan más información de la que cualquier persona pueda creer. En una previa incursión en la casa de Jake, había sido amable con el portero y esperaba que diera su fruto.
Esperé hasta que empecé a sentir cómo el café solo doble me subía por las venas, y luego atravesé la calle como un dardo. Era un decoroso día de mayo, resplandeciente y templado. Bajo los gases de los coches, el aire todavía olía un poco a la humedad de la noche. Steve, el portero, parecía ir cómodo con su sobretodo de trabillas, pero era como un descarnado galgo en persona que nunca parecía derramar ni una sola gota de sudor, independientemente de cómo fuera la situación meteorológica.
Este movimiento consistía (si mi teoría sobre Jake y Lara era correcta) en cruzar la línea, dando un paso descarado hacia el frente, coqueteando con el peligro. En cualquier caso, si Jake había sido serio a la hora de ir a la comisaría y meterme en problemas, no iba a ir más allá con Steve, pero puesto que Kyle y la detective Cook aún no habían apostado por la teoría de Jake, tenía que ver cómo hacía la idea más atractiva para todos.
Steve alzó una mano enguantada hasta el borde de su gorra cuando me aproximaba. Buen comienzo
—Buenos días, señora.
—Buenos días, Steve. ¿Se encuentra el señor Boone en casa? —le pregunté alegremente.
—El señor Boone se fue hace dos días —replicó sin mostrar dudas ante lo que decía, otra buena señal.
—No había caído en la cuenta —dije, haciendo que no tenía nada que ver—. Aunque no me extraña porque hace días que es imposible localizarlo.
—La señorita Del Guidice se fue ayer por la noche.
—Ah —volví a decir, esta vez con genuina sorpresa—. Se ha marchado para ir a su encuentro y tener una escapadita de amantes. Me alegro por ellos.
Steve negó con la cabeza.
—No tenía nada de escapadita; yo mejor lo llamaría un «vete de mi vista» —comentó, bajando la voz a un volumen cada vez más confidencial—. Ella lo echó cuando él se iba, así que ella no hizo otra cosa que deshacerse de él.
—Vaya. Los vi el domingo por la mañana juntos y parecían estar tan felices como siempre —contesté, dejando de lado algunos pequeños detalles como las insinuaciones que me había hecho, el baile de ella (que iba de porros hasta arriba) en el salón, y luego las prisas que le había dado al otro portero cuando estaba de servicio.
—Es una amiga nueva, ¿verdad? Porque no la había visto por aquí antes de este fin de semana.
—Nos conocimos en Southampton el viernes —admití—. Pero creía que eran encantadores.
—Tienen sus momentos. Debe haberlos pillado en uno bueno.
—¿Cuándo cree que estarán de vuelta?
—Él seguro que con el tiempo vuelve. A ella la vamos a ver poco.
La expresión de mi cara tuvo que ser más alarmante de lo que pretendía, pero se dio prisa por aclararlo.
—Tenía esa cara de mujer que ya ha acabado con todo, ¿sabe? Y lo he visto ya muchas veces. Especialmente en sus mujeres.
Así pues, se estaba refiriendo al historial de romances de Jake, no a cualquier tipo de inclinación homicida.
—¿Tiene alguna idea de dónde pueden estar? Tengo que hablar con ella sobre un proyecto que estoy llevando a cabo.
—Diría que él está en casa de un amigo y ella está en algún sitio caro gastándose el saldo de la tarjeta de crédito. Pero solo es una suposición. —Steve se encogió de hombros.
—Gracias.
Steve se tocó de nuevo la punta de la gorra.
—En cuanto venga, le diré a él que ha pasado por aquí. ¿Llamo un taxi?
—No, gracias, voy a caminar un poco.
Estaba a tan solo diez edificios de mi oficina y pensé que me vendría bien para la resaca y el proceso mental caminar un poco. Aparte de eso, me encanta caminar por la ciudad, lanzarme al río de gente que va de arriba para abajo de la isla durante todo el día y gran parte de la noche, y dejar que la corriente me lleve. No es bueno para los zapatos, pero sí para el alma. El ritmo y el tamaño de la ciudad hace más sencillo que te sientas desconectada, pero cuando recorres un buen trozo de la acera, y dedicas unos minutos a mirar el enorme espectro de gente que camina apresuradamente por tu lado, también preocupada por sentirse aislada del resto, a veces se trata de una conexión por sí misma y sientes que formas parte de algo más grande y más importante que tu propio pánico y tus problemas. Tal vez solo seas un pez que nada por el universo, tal vez seas una estrella en la constelación, tal vez formes parte de la especie humana. Sea como fuere, no estás sola.
Me vi tarareando «Takin' it to the streets» de Doobie Brothers mientras caminaba, miraba rostros y pensaba. Me había pasado por casa de Jake y Lara el domingo, ya que él se había ido ese día por la noche. Y luego volví ayer y ella alucinó un poco al pensar que «era yo». Había pensado que ella se refería a la persona que amenazaba a Jake, pero, ¿podía ser que estuviera pensando en la mujer con la que, creía, la engañaba Jake? La idea me parecía absurda, pero podía ver cómo Lara debía interpretar los acontecimientos. Quizá sabía que él era capaz de cualquier cosa cuando cortejaba a Lisbet, y de repente aparecí yo. Casi me sentía mal por ella, pero entonces me acordé de cómo me acechó en el Algonquin y dejé de sentirme mal.
Me volví a sentir mal cuando entré en la oficina y vi a Genevieve descender en picado para interceptar mi paso antes de que llegara a mi mesa. Tuve el ridículo impulso de ir corriendo a la mesa, darle un golpe y gritar «estoy a salvo», pero tenía la certeza de que nadie lo encontraría tan divertido como yo (Eileen le debía haber tocado el culo con los números de la suscripción de la revista por la forma en que venía hacia mí) o habría acabado con la moral de la oficina. Todo el mundo trabajaba con miedo a ser despedido. El saberme una simple mortal y el odiar a aquella mujer bajaba su puntuación.
—¡Llegas tarde! —proclamó Genevieve, señalándome el reloj.
—Estoy trabajando —le contesté con una paciencia que no se merecía— en la historia. No tengo mucho que hacer aquí sentada en la oficina —le expliqué—, pero le puedes contar a Eileen que creo que estoy muy cerca.
—¿De verdad? —dijo con dudas.
—De verdad —le respondí alegremente.
Entonces Genevieve me dio un trocito de papel con una nota. En él, Genevieve había escrito un mensaje para Eileen: Ve Verónica lunes. Re: El artículo. Mensaje: ¿Por qué no me ha llamado nadie todavía? De manera transversal Eileen había garabateado en la nota, probablemente con la sangre de Genevieve: Molly, ¡llámala ya!
Solté la nota, dejando que cayera sobre mi mesa. La persona con la que estaba menos interesada en hablar era la que estaba más interesada en hablar conmigo. Estaba empezando a creer que podría dividir el mundo entre aquellas personas que querían salir en el artículo y las que no querían.
—Ni siquiera estoy segura de que se incluya en la historia. ¿Por qué debería llamarla?
—Son órdenes —respondió Genevieve.
—Bien —dije mientras buscaba la palabra mágica para hacer que Genevieve me dejara en paz. Esa aparentemente no lo era—. ¿Qué? —le pregunté tratando de ser estridente. Estaba empezando a preguntarme si parte del tono agudo de Eileen no venía de tener a Genevieve todo el día frente a su cara.
—Llama —chirrió Genevieve.
—No.
Genevieve puso las manos sobre las caderas. En esa fracción de segundo, si meneaba el dedo en mi cara se lo iba a morder de cuajo. Pero todo lo que llegó a decir fue «Molly», en su probable versión de voz amenazante. Solamente fue un poco menos animado de lo normal.
Tenía ganas de decirle que ella no era mi jefa. Tenía ganas de decirle que su afán infantiloide de tener derecho sobre alguien era el más irritante de todos los rasgos irritantes. Quería hacerle tragarse la nota en pequeñas tiras de papel, como si fueran fideos. Pero algo así requería más energía de la que quería emplear justo en ese momento, así que cambié de bártulos. Me incliné sobre la mesa y dije:
—Déjame que te cuente un secreto de la facultad de periodismo.
Sus ojos se agrandaron y se acercó a mí ansiosamente.
—De acuerdo.
—Nunca empieces una entrevista que no llevas preparada, porque la pregunta que olvidas hacer acaba convirtiéndose en la más importante para el artículo entero.
Asintió lentamente.
—Bien.
—Por lo tanto, voy a dedicar un tiempo a preparar mi lista de preguntas. Y entonces será cuando llame a la señorita Innes. Seguro que la espera vale la pena.
—Por supuesto. —Genevieve se fue indignada a la mesa, dejando detrás de ella una nube del perfume de Kenneth Cole.
Me hundí en la silla. Dale Bennett, el rechoncho ayudante editorial que se sentaba en la mesa de al lado, recién salido de la universidad y que todavía usaba cuadernos azules como borradores, me lanzó una mirada de soslayo.
—¿Dónde has ido?
—A ninguna parte, pero iré al infierno por mentir, si te reconforta.
Dale rápidamente volvió a la tarea y yo hice un ademán de retomar la mía. Llevé a cabo algunas investigaciones sobre la familia de Lisbet, por si realmente ya había un artículo acerca de lo sucedido, pero cuanto más trabajaba, más frustrada estaba. Canalicé esta sensación en hacer llamadas a los hoteles más caros de la ciudad preguntando por Lara Del Guidice, pero no logré dar con ella. Al final opté por cambiar de tarea y ponerme a leer cartas para mi próxima columna, lo que me hizo sentirme mucho mejor. ¿No será esta la principal atracción de las columnas sobre autoayuda? No tanto, «Eh, yo me estaba preguntando lo mismo», como, «Eh, no estoy tan tarada como esta gente».
Me concentré en descifrar una carta que estaba tan llena de equis por todas partes que creía que tendría que dibujar un árbol genealógico como el de Cien años de soledad, cuando de súbito sonó el teléfono. Lo cogí sin ganas; a juzgar por las estadísticas era alguien que de todas formas iba a colgar.
—Adivina a dónde vas a ir a cenar esta noche —me espetó Cassady.
—Al McDonald's de Times Square.
—¿Por qué allí?
—Es el lugar más deprimente que se me ocurre ahora.
—Nada de depresiones, eh. Solo alegría. Restaurante Acappella, en el barrio TriBeCa. Tú y Tricia. A las ocho y media.
—¿Por algún motivo en particular?
—Para parecer que casualmente coincidís con mi cita de la cena. Él y yo llegamos a las ocho.
—¿Y quién es este tío que está tan bueno y que tenemos que ir a inspeccionar, si se puede saber?
—Jake Boone.
—¿Qué? —lo dije tan alto que no solo los macacos levantaron la cabeza sino que, además, muchos de ellos tuvieron en consideración salir disparados de la sala de todos los trabajadores alineados. En realidad me sentía obligada a tapar el teléfono y gritar «perdonad chicos» antes de regresar a la conversación, a la que me reincorporé con un «¿qué?» a un volumen tan solo un poquito más bajo.
—¿Y cómo es eso?
—¿Recuerdas las lagunas de las que hablábamos esta mañana?
—Recuerdo más bien tenerlas pero, como es obvio, no recuerdo en qué consistían; sí no, no serían lagunas.
—Piensa en ello. Piensa en mí con el teléfono en la mano, declarando que quería financiar una película.
En un remolino mareadizo de recuerdos, lo recordé. Entre la tercera copa y la cuarta, se nos ocurrió que la manera infalible de atraer a Jake era concederle lo que más quería en el mundo. No era sexo ni fama pero sí el dinero para producir su próxima película, que le traería todo el sexo y la fama que quisiera. Así que Cassady le había llamado y le había dejado un mensaje a Jake, proclamando que, mientras le había dedicado mucho tiempo a sus teorías cinematográficas, no había podido dejar de pensar en él desde que lo había conocido y quería ser una de sus patrocinadoras. Le había dejado su número de móvil, al que Jake había llamado esta mañana, y tras cuestionar la sinceridad de ella tan solo un instante, Jake le había pedido que cenaran juntos aquella misma noche.
—Cassady Lynch, eres una magnífica arpía. Estaremos allí con campanillas y todo. O con lo que sea que se lleva cuando vas a cenar con un asesino.