Capítulo 11
—Sufrir un asedio no justifica que te fastidien las prioridades.
—No está siendo asediada, está padeciendo amenazas de muerte, que son dos cosas muy diferentes.
—¿Vas a ser legal conmigo?
Me esforcé por tomarme como un halago que las personas de mi vida deseasen expresar lo mucho que me apoyaban, pero también podía ser un poco frustrante, especialmente cuando alguien es tan volátil como Cassady, y otro tan cabezón como Kyle.
Después de oír el extraño mensaje en el contestador, hice lo que procedía. Lo escuché tres o cuatro veces para lograr reconocer la voz. Resultaba difícil saber si era una voz de hombre o de mujer y, todavía más, identificarla. Entonces lo escuché algunas veces más para intentar convencerme de que era una broma de mal gusto o, incluso mejor, de un número equivocado. No es que deseara endosarle atroces mensajes de condena a otro contestador, solo quería deshacerme de él. Pero cuanto más lo escuchaba, menos humor percibía, aunque fuera por error. Y pese a que en la asignatura de probabilidad y estadística fue donde peor nota obtuve durante la carrera, sabía que cabía la posibilidad de que ese mensaje fuera dirigido a mí.
Luego hice el siguiente razonamiento lógico. Llamé a Kyle y le expliqué la situación con calma, o al menos no tan histéricamente como pensaba que iba a explicarlo. Dijo que llegaba en un segundo. Entonces llamé a Cassady y también dijo que ya se acercaba a casa. Pero cuando llegó y se encontró con que Kyle ya estaba allí, de algún modo se sintió molesta. Antes de dejar el bolso, ya estaba quejándose de que hubiera llamado antes a Kyle.
—No quería interrumpirte la fiesta —le expliqué.
—¿Crees que antepondría la fiesta a tu seguridad personal?
—¿Cómo fue la fiesta?
No parecía que le viera gracia alguna. El silencio de Kyle sentado en el sillón, con los hombros entre las rodillas, que le miraba con expresión de cierta desaprobación, tampoco le hacía ni pizca de gracia. Su mirada estaba fija en los pies, ya fuera para evitar mirarla o para entender cómo podía caminar con esos tacones, pero no fui capaz de descifrarlo.
—Tenemos un trato —rezongó.
Tricia, Cassady y yo siempre lo hacemos. Pase lo que pase, sea cuando sea, si me necesitas, llámame. Es así de sencillo. Y así de bonito. Ha resistido el paso del tiempo, hombres, trabajos y toda clase de complicaciones de la vida moderna que pueden arruinar una relación. Pero aparentemente había comprometido la integridad del acuerdo al llamar primero a Kyle.
—¿Dónde está Tricia? —preguntó Cassady.
—¿En esa historia familiar? No voy a llamarla.
—¿Has llamado a alguien más?
—Sí, alguien del diario The Times debe estar por llegar. Venga, Cassady, es un policía —me vi obligada a señalar.
—Lo que significa que puede encender su lucecita roja y pisar el acelerador mientras todavía estoy aquí intentando parar un taxi como una común mortal.
—Cuando encontramos el cuerpo de Teddy fuiste la primera que insistió en llamar antes a la poli.
—Porque ya estaba contigo.
Estaba claro que había una gran cuestión que tratar aquí, pero antes de tratar de identificarla, Kyle se levantó. Se mueve con un garbo natural, me atrevería a decir que fascinante, si no fuera porque parece algún tipo de mala broma de polis. El hecho de que se levantara llamó la atención de Cassady, cosa que parecía pretender conseguir. Avanzó unos pasos y se le acercó lo bastante como para pedirle un baile, pero ella ni se inmutó.
—Me sorprende que cuides tanto de todo el mundo. Es un rasgo bastante especial que te caracteriza.
Cassady frunció el ceño.
—¿Pero?
Kyle se encogió de hombros.
—Consideráis esta relación una sólida piedra, ¿qué amenaza soy yo?
Cassady se ruborizó, un suceso que nunca había presenciado desde segundo de bachillerato, y esperaba no volver a verlo a lo largo de toda nuestra vida. Con los ojos cerrados, ella dijo en voz baja:
—No quiero que le hagan daño.
Kyle movió la cabeza lentamente.
—Eso no va a pasar.
Hubo un momento de silencio mientras se miraron el uno al otro y medité si debía huir de la habitación o debía abrazarles a los dos. El nudo que tenía en la garganta me impidió que dijera cualquier estupidez, así que fue Kyle quien rompió el hielo.
—Y así pues, ¿quién creéis que es?
Quería explicarles el pesado camino que me había conducido a esta sospecha, especialmente desde que me había tropezado una o dos veces a lo largo del recorrido con el deseo de culpar a alguien, a quien fuera, pero no a David. Y por mucho que me hubiera encantado presentar este descubrimiento ante los insufribles pies de Jake, tuve que admitir que había cambiado mi postura y me había parado ante «Verónica Innes».
—¿La que estuvo en la fiesta?
En el camino de vuelta de los Hamptons le había contado a Kyle al dedillo todos los interesantes personajes que había conocido el viernes por la noche, pero fue más por la buena perspectiva de la conversación que mantuvimos que por un examen de los sospechosos. Ahora, lo que había pasado por cotilleo estaba empezando a aparecer como huellas sucias que se dirigen hacia la dirección definitiva.
—No caigo en nadie más. ¿Tú cómo lo ves, Cassady?
Cassady negó con la cabeza.
—No es que crea que no tienes enemigos, pero creo que la mayoría tienen bastante más clase.
Hice una señal mostrando mi acuerdo con su comentario.
—Pensé en la detective Cook, pero estoy convencida de que sería más creativa. Sería capaz, por ejemplo, de amarrarme en la playa cuando la marea está baja. Por pura satisfacción.
Kyle se quedó callado un momento y demostró tener mejor control de sus impulsos que yo.
—No es momento para bromas.
—Para soportarlo, o son bromas o lágrimas, y creo que lo último no nos distraerá menos.
Kyle frunció el ceño.
—Veamos si sale bien lo de las lágrimas, solo por comparar, eh.
Cassady volvió a negar con la cabeza, esta vez mirando a Kyle.
—Confía en mí. Mejor que no lo veas. Es una llorona de mucho cuidado.
—Permíteme decirte algo sobre Verónica —le dije, un pelín más alto de lo necesario, simplemente para asegurarme de que la conversación no perdiera el rumbo. Le conté a Kyle el romántico pasado de Verónica con David, el supuesto rollo que tuvieron el viernes por la tarde, las llamadas de Lisbet a Abby, y nuestra visita al teatro, incluida la botella de champán. En cuanto lo dije, algo sonó coherente, persuasivo, incluso hasta lógico.
Estuvo escuchando todo con detenimiento, con los ojos puestos en mí como si fuera el foco de una cámara, sin perderse ningún detalle. Cuando me tropecé con un obstáculo, tratando de transmitir lo asquerosa que era Verónica llorando encima de la botella de champán, parpadeó una vez, lentamente. Había descifrado esta parte del código del enigma de Kyle. Procuraba no perder los estribos.
—Te lo iba a decir —me apresuré a confirmarle.
—¿Cuándo?
—¿Tan pronto como consiguiera algo más en lo que poder sustentar mi teoría?
—¿Como otro agujero en el hombro?
—Estaba esperando más bien una confesión —le dije de manera poco convincente, mirando a Cassady en busca de ayuda.
Ella permanecía con el ceño fruncido en señal de preocupación por el tono de Kyle: si estaba así de disgustado, esta amenaza iba a acarrearnos bastantes más problemas de lo que creíamos.
—Piensa cautelosamente. ¿Qué le dijiste a Verónica Innes para indicarle que sospechabas de ella por el asesinato de Lisbet?
—No dije nada. Ni tan solo tenía claro que sospechara de ella hasta que vi la botella de champán.
Kyle miró a Cassady, gesto que ella valoró, pero no pudo ofrecerle nada más emotivo.
—Me uní para... conseguir más información por mi lado —contó Cassady.
—Demasiada teoría —habló Kyle entre dientes.
—¿Qué más saben sobre David? —le pregunté.
En lugar de contestarme, Kyle descolgó el teléfono y se lo pasó a Cassady.
—Comprueba los mensajes que te han dejado.
Cogió el teléfono vacilando.
—No pienses que tengo uno de esos en mi contestador.
—Veamos.
—Eres la segunda en la marcación rápida —le dije, sintiendo que debía hacer algo aparte de helarme de frío cada vez más.
—¿Quién es el número uno? —preguntó Cassady mientras marcaba, enviándole una mirada a Kyle.
—Mis padres, gracias.
Cassady empezó a pulsar los botones cuando el contestador saltó. Puso los ojos en blanco una o dos veces a medida que escuchaba los mensajes, pero no aparentaba estar preocupada. Colgó el teléfono y se lo dio a Kyle.
—No hay nada más amenazador que varios chicos supieran que lo mejor que podrían hacer es pedirme una cita.
Kyle cogió el bolso de Cassady, un modelo pequeño de color verde de Dolce & Gabbana, que le desagradaba.
—No sé si estás buscando chicles o una pistola, pero no llevo nada de eso.
Kyle no abrió el bolso, simplemente se lo ofreció.
—No hables acerca de esto con nadie, incluida Tricia. Molly te llamará por la mañana.
Cassady evitó que él le diera el bolso.
—¿Qué te hace pensar que me voy?
—La experiencia.
Empecé a protestar porque no quería que ninguno de los dos se fuera. De hecho estaba pensando en coger el teléfono e invitar a muchísima gente a que viniera a casa y organizar una gran fiesta, porque no pensaba irme a dormir hasta dentro de un buen rato. Después Cassady sencillamente asintió con la cabeza y cogió el bolso. De alguna manera aquello era todavía más inquietante, lo que significaba que estaba de acuerdo con Kyle en que podríamos tener un grave problema.
Cassady me abrazó y me susurró en la oreja:
—Pórtate bien.
—Llámame en cuanto llegues a casa —le pedí.
Arqueó la ceja con picardía.
—Pero si no descuelgas el teléfono, ¿cómo voy a saber que me llamas por una buena razón? —Guiñó un ojo y se deslizó hasta la puerta.
—Protégela, detective Edwards, o tendrás que responder a mis preguntas.
El silencio llegó cuando Cassady se fue. No era un silencio del todo cómodo y acogedor, sino aquel silencio espeso que convierte la atmósfera en irrespirable.
—¿Qué tenemos que hacer ahora? —pregunté finalmente.
Kyle se pellizcó el labio inferior pensando y mirando hacia el suelo. Sentí cómo las palabras iban formándose en mi garganta y se preparaban para tener o no sentido, por la sencilla razón de llenar el silencio. Tragué con ímpetu para que las palabras fueran hacia abajo mientras Kyle se me acercaba, cogía mi cara entre sus manos y me besaba de una manera tan encantadora que casi lloro.
—Solo hay una cosa en mi lista —dijo silenciosamente.
—¿Hay alguien que quiera matarme?
—Provocas fuertes sentimientos en las personas. —Acarició mí mandíbula con el pulgar—. Le llevaré el contestador a un tipo mañana por la mañana, pero lo más importante que tenemos que hacer ahora es convencer a la persona que te ha llamado de que ha surtido efecto y tienes miedo.
—No será tan difícil —tuve que admitir.
—Y que vas a echarte atrás.
El silencio nos alcanzó antes de que se me pudiera ocurrir alguna cosa con la que llenarlo. La verdad es que no pude contestarle con rapidez. Mientras realmente padecía trastornos por el miedo al contestador, su existencia debía significar que había alborotado las plumas adecuadas y me encontraba en el trayecto correcto.
—Molly —susurró mi nombre con frustración y se fue caminando.
La ventaja de tener un apartamento pequeño es que no podía irse demasiado lejos, a menos que saliera por la puerta. Afortunadamente solo se fue hasta el sofá. Pero cogió la chaqueta que había extendido poco antes y la sostuvo en la mano. ¿Se estaba marchando?
—Tienes que tomártelo en serio.
—Lo sé —respondí mientras me tapaba la herida de bala un poco nerviosa.
—Porque yo lo hago. Y no puedo formar parte de esto, de nada de esto, a menos que también tú lo hagas.
Espera un segundo. ¿Cuánto abarcaba «nada de esto»? ¿Todavía hablábamos de la amenaza telefónica o había cambiado de tema sin señalar que se desplazaba a un carril más rápido? ¿Tenía algo que ver con el punto muerto del fin de semana? Caí en la cuenta de lo que significaba, a pesar de que eso no cambiaba mi respuesta. Estuviera la pregunta relacionada con la investigación o con la relación, la respuesta seguía siendo: «lo sé».
Volvió a poner la chaqueta encima del sofá. Adrenalina, o quizá puro pánico, inundó mi garganta a medida que se giraba hacia mí.
—Existen muchas razones por las que es una mala idea.
Anduve hacia él lentamente soltando un buen respiro.
—Enuméralas.
Movió el brazo hasta mis caderas y disminuyó la distancia que nos separaba.
—No logro concentrarme cuando estás cerca.
—¿Está este punto en la lista o es una queja general?
—Ambos —dijo, y me besó con firmeza.
El hambre y el calor habían sustituido la ternura y la cautela de los últimos besos que habíamos compartido, lo que me parecía bien. No quería pensar más en Verónica o David o Lisbet, tan solo quería pensar en Kyle y en mí, y en qué y cómo íbamos a hacer para que funcionara a largo plazo, porque era encantador y correcto, e íbamos a encontrar la manera de arreglarlo todo... a menos que sonara su móvil.
Era tan inmensamente adulador que no contestara enseguida... Me sentí como una mala novia y una mala ciudadana por dejarle que ignorara la llamada.
—El teléfono —le susurré.
—Lo sé.
—Es el tuyo.
—Sí.
Respiró profundamente y dio un paso atrás separándose de mí; cogió el teléfono.
—Sí —repitió hablando ya por el teléfono. Tiró de mí hacia él con la mano que le quedaba libre y yo le rodeé el cuerpo, imaginando la especie de asunto policial que se podía llevar entre manos rápida y eficientemente, de manera que nos dejara la noche libre y despejada, y que yo pudiera ignorar todo lo que pasara excepto a él. En lugar de eso, sentí los músculos de su brazo en tensión.
—¿Dónde...? Está bien... de acuerdo.
Le di un beso en la mejilla antes de deshacerme de su abrazo y cogí su chaqueta, decidida a ser buena respecto a lo que estaba pasando y a no ofenderme por la intrusión del mundo real en una noche, cuyas posibilidades ya me daban vueltas por la cabeza. Colgó y suspiró otra vez.
—Lipscomb te envía un saludo.
Le ofrecí la chaqueta y se la puso, un gesto cómodo que encontré raramente excitante.
—Dile que yo también le saludo.
—Doble homicidio.
—Lo siento.
—Coge tus cosas.
—¿Qué?
Así como no quería que estuviera fuera de mi vista, tampoco tenía interés alguno en acompañarle a la escena del crimen. Ya estaba dando con bastantes cadáveres sin él.
—No voy contigo.
—No, vas a casa de Cassady. Vamos, que tengo prisa.
—Perfecto, ¿pero por qué debería hacerlo?
Kyle caminó hacia la consola y desenchufó el contestador con un tirón tajante de muñeca.
—Porque no quiero que estés sola. ¿Preferirías pasar la noche en cualquier otro lugar?
—Sí, pero está claro que esa no es ninguna opción —respondí esperando a que pillara el cumplido.
—Gracias. Vámonos.
Afortunadamente no había hecho una buena gestión con la ropa después de deshacer la maleta del fin de semana, así que no me llevó mucho tiempo volver a meter algunas prendas en la bolsa para pasar la noche fuera. Aun así, Kyle estaba tan ansioso por irse que no hizo más que impulsarme hacia la puerta una vez había acabado.
—Entonces, ¿ibas a quedarte conmigo esta noche por el simple hecho de creer que estoy en peligro? —le pregunté al cerrar la puerta.
—¿Qué crees?
—Por eso te he preguntado, no sé qué pensar.
Llamó al botón del ascensor, y me besó con gran convicción.
—Piénsalo otra vez —me dijo guiándome dentro del ascensor.
En Nueva York hay algo magníficamente romántico y perfecto cuando besas a alguien en el asiento trasero de un taxi. Incluso cuando el taxi tiene una cinta conductora que une toda la tapicería, incienso quemándose en la parte delantera, o una enjuta joven camboyana que prácticamente se troncha de la risa estando al volante. Cobra el significado de catapultar hacia delante incluso cuando estáis los dos envueltos, algo que seguro me lo inculcó una película, siendo yo joven, más joven, y más fácil de impresionar, al fin y al cabo. Por supuesto que también fui la primera que tuvo que ir a comprar un pastel danés y comérmelo delante de Tiffany's la primera vez que llegué a la ciudad.
De todos modos, es fabuloso.
Como también lo fue la expresión de la cara de Cassady al abrir la puerta del piso. No fue una sonrisa triunfal precisamente, más bien era una manera de reconocer que ella y Kyle habían alcanzado un nuevo grado de complicidad, si no mutua comprensión. Me sentí como un MacGuffin en una película de Hitchcock, rechazada de una manera ingeniosa, pero urgente.
—Si se porta bien, ¿podrá ver la tele antes de meterse en la cama? —preguntó Cassady, indicando que debíamos entrar.
Crucé el umbral, pero Kyle se quedó fuera.
—Está bien. Solo mantenla alejada del teléfono.
—Por la mañana tendré que ir a la oficina —dije.
—Sé discreta y no hables sobre teorías —respondió mientras aguantaba en una mano el contestador para subrayar su observación.
Observó a Cassady con una mirada de agradecimiento. Asintió y él se apresuró escaleras abajo hasta el hall.
Cassady vive en un gran edificio de la calle West Seventies. El piso es muy bonito, todo repleto de tonos tierra que ligaba una colección de muebles modernos y escandinavos, hechos a medida, pero cómodos, con algunos cojines estratégicos y una pared de estanterías que iban del techo al suelo (que daban mucho equilibro al salón), y unas ventanas enormes. Es la clase de lugar donde te gustaría acurrucarte en un rincón del sofá para hablar de acontecimientos actuales y quizá comer una fondue. Me dejé caer en el sofá de piel de color avellana, y me desahogué más veces de las que nunca admitiría, pero esa noche me sentí incapaz incluso de quitarme la chaqueta.
—Ha sido idea suya, ¿verdad? —Me ayudó a quitarme la chaqueta, luego asentí con la cabeza.
—Debe estar realmente preocupado por tu seguridad.
Esta vez negué con la cabeza.
—¿Cómo se ha enterado Verónica de esto? Creí que estábamos siendo cautelosas.
Cassady me quitó de la mano la bolsa que había preparado para pasar la noche fuera y la dejó en el suelo.
—Fuimos con cuidado —dijo, y me condujo hacia la cocina.
—Pero una de las ventajas de estar paranoica es que pasas mucho tiempo preguntándote quién debe estar ahí fuera para cogerme. Y yo me imagino que, después de matar a una persona, seguro que acabas paranoico.
En la cocina, encima de una encimera de polímero acrílico gris inmaculado, que complementaba de maravilla con el acero limpísimo, había una mezcla alocada de colores. Cassady cogió seis botellas de licor de la vitrina.
—Es tan sencillo como que yo no he matado a nadie, y aun así me estoy obsesionando —reconocí.
—Pero Molly, la gente en realidad está ahí esperándote. Así que no estás paranoica, eres perceptiva. Esta noche no vas a dormir nada si no piensas en cualquier otra cosa durante un buen rato. De manera que aquí está nuestro reto para esta noche —comentó, gesticulando hacia las botellas.
—Unas copitas.
Rara vez tengo la paciencia para servir con amabilidad cada uno de los licores, uno sobre el otro, de manera que floten en unas tiras de colores dispuestas para chuparse los dedos; más bien nunca se mezclan, pero veía lo bueno de concentrarme en una tarea así a esas horas. Y luego tomarte rápidamente la pieza magistral cuando ya estaba preparada.
Cassady echó el primer chorrito, luego puso un poquito en el vaso de chupitos, después en la copa, y por último plantó la botella de granadina delante de mí en la barra.
—Pero si Verónica tiene la necesidad de amenazarme, entonces básicamente está confesando que fue ella.
—Deja de reflexionar y empieza a servir. No vas a hacer nada más complicado que esto esta noche; órdenes del detective.
—¿Desde cuándo estáis tú y Kyle en el mismo equipo?
—Desde que entendí que te adora casi tanto como puede.
No me miró, solo empujó la botella de Chartreuse amarillo hacia mí, pero todavía alcancé a ver que sonreía. Y me encantaba ese gesto. No hay nada como tener a alguien buscándote ahí fuera para apreciar a la persona que está de tu lado. Confiando en ello, estaba preparada para relajarme y disfrutar de la compañía de Cassady y de las copas de esa noche, y no pensar en preguntarme qué cuestiones le plantearía al florista a la mañana siguiente.