Capítulo 5
Ciertamente, la muerte saca lo peor de las personas. No es que no haya muchas personas que hagan el completo imbécil en bodas o que sollocen en bautizos o aparezcan tan borrachas en sus graduaciones que paralizarían a un niño y se sentarían solemnes durante tres horas bajo un sol abrasador sin vomitar y aun así le plantarían una sonrisa y un beso al abuelo al acabar. Pero es que la muerte saca a relucir en las personas un crudo pánico que se traduce en un extraño comportamiento, y que yo empezaba a entender como algo bueno que no puedes conseguir en tu propio funeral. Al menos acabas el día con una reputación más o menos intacta. Mientras no mueras bajo circunstancias embarazosas...
No es que fuera el funeral de Lisbet. Era el brunch acompañado de champán que supuestamente habría iniciado el día de la celebración y la frivolidad del compromiso; nadar, jugar a golf y a tenis, beber, y no necesariamente en este orden. Pero dadas las circunstancias, y gracias a la obra maestra de las llamadas realizadas por la tía Cynthia, se había transformado en una reunión conmemorativa de gente que todavía intentaba asimilar la noticia de la muerte de Lisbet. De hecho, la tía Cynthia había sido tan organizada con las llamadas que la mayoría de los invitados habían oído la noticia por ella misma y no por la policía; estaban un paso por detrás de ella en contactar con la lista de invitados, los que les proporcionarían la información que pedían.
—Y era demasiado tarde para cancelar el catering —dijo Cassady como hipótesis cuando nos arremolinamos en el césped y miramos al resto de invitados, que llegaban mostrando distintos grados de impacto, dolor e incredulidad. La tía Cynthia al menos había persuadido al personal del catering, o les había prometido pagarles un poco más de dinero, para cambiar las mantelerías por unas de un color más apagado, y así la gente se secaba las lágrimas con unas servilletas de azul oscuro en lugar de utilizar las de color fucsia y amarillo que en un principio había pedido Lisbet.
Los padres de Lisbet todavía estaban dentro con los Vincent. Habían llegado poco después de Kyle, y la tía Cynthia había enclaustrado rápidamente a los cuatro padres para darles la oportunidad de hablar en privado. La madre de Lisbet, Dana Jeffries, había aparecido bien agarrada al brazo tranquilizador del padre de Lisbet, Bill McCandless, y este la había ayudado a entrar a la casa. Bill tenía bastantes ojeras, pero su modo de andar había sido fortalecido por la corona real, y nada suavizado por el Prozac.
El señor y la señora Vincent nos habían pedido a mí y a Cassady que nos colocáramos en el césped para que los invitados se congregaran allí; no parecía que importara demasiado que apenas conociéramos a nadie. Era el principio de una fiesta de físicos en la que los invitados se ven atraídos por la fuerza de gravedad de otros invitados que están en el centro hasta que una potencia más fuerte, como por ejemplo la abertura de la barra, interrumpe esta fuerza. Suelo teorizar la mayoría de nuestras fuerzas por la brillante camiseta Tashadi de Cassady con pliegues en forma de acordeón y una falda ajustada.
Mientras Cassady y yo removíamos el césped con nuestros altos tacones, e intentaba acordarme de las caras y los nombres que había visto la noche anterior, Kyle y Tricia recorrían el terreno de los jardines. Este hecho consistía (se le explicó a la tía Cynthia) en dar una vuelta introductoria para los amigos de la ciudad. Pero cuando me ofrecí de voluntaria para ir a pasear, salió a la luz su verdadera proposición: Tricia estaba literalmente mostrándole a Kyle el terreno que pisaban como señal de esperanza; en él podría descubrir algo que le indujera a ayudarnos y a resolver lo que le había pasado a Lisbet.
No tenía del todo claro si íbamos a convencerle de que nos ayudara. Una de las cosas que más admiraba de Kyle era su compromiso con el trabajo. Todavía le molestaba que él y yo no hubiéramos empezado nuestra relación bajo circunstancias más prístinas y yo, en realidad, era consciente de que ahora eso no me estaba volviendo loca. Lo cual resultaba mucho más complicado, especialmente porque la detective Cook sería la encargada de colgarlo por su placa de policía en cuanto advirtiera el menor tufillo de indecencia.
También era más complicado porque David no aparentaba ser tan inocente como yo quería que fuera. En este momento solo era como un dibujo que se forma uniendo puntos, pero las líneas que se trazan desde cuando sales de una fiesta en la que la prometida ha avergonzado a tu íntegra y nerviosa familia hasta una riña en la cama donde esta termina por tirar a la papelera el caro anillo de compromiso. Las líneas que también iban hasta una pelea en la piscina, donde tienes que ponerte al nivel de ella y desquebrajarle el cráneo, eran fáciles de dibujar. Si estuviera haciendo un esbozo de estas líneas, la detective Cook estaría obligada a repasarlas con un rotulador permanente.
Cassady volvió de cautivar a uno de los jóvenes que estaban circulando con la bandeja de cócteles y me ofreció un Bellini.
—Aparentemente no se bebieron algunas botellas de champán.
Cogí el vaso, pero me detuve; no estaba segura de empezar a beber tan temprano, por la mañana. Me rodeaba tal murmullo que me preocupaba añadir champán a la mezcla.
Cassady se percató de ello.
—¿Por qué no nos invitan a dar una vuelta por el jardín?
—Será más rápido si Tricia se lo enseña todo sin que nosotras estemos presentes —intenté decir.
—¿Te dijo que no vinieras?
—No precisamente.
—¿Qué fue lo que te dijo entonces?
—Espérate aquí. No tardaremos demasiado.
Cassady se estremeció y bebió un sorbo de su copa.
—Y entonces, ¿qué está pasando?
—No quiere que nos involucremos.
—Muy freudiano por su parte, ¿no?
—Me refiero a que no quiere que ni tú, ni Tricia, ni yo misma nos metamos a investigar este asesinato.
—Pues claro.
—Pero ya estamos metidas.
—¿Estás volviendo a hablar de «nosotras»?
—Ojalá lo supiera.
—Sé que salió en coche en medio de la noche por la llamada de teléfono breve y sin lágrimas. Seguro que contaba con algo. La verdad es que con bastante.
No tenía una buena respuesta que dar, así que al final decidí beber un poco. Y cambiar de tema.
—¿Por qué Lisbet se quitó el anillo?
—¿Cómo puedes tener tanto coraje como para resolver un asesinato y ser tan cobarde cuando sientes algo por un hombre?
Pasé de un sorbo a un trago.
—Deberías estar orgullosa de que conozca mis limitaciones. Me doy cuenta de lo que soy capaz de hacer.
Cassady alzó la copa en un momento de resignación.
—Lisbet se quitó el anillo porque estaba loca por David.
—Él es el que debería estar disgustado.
—Tal vez fue él quien le dijo que se lo quitara.
—Un hombre quiere que le devuelvan el anillo, no que lo tiren.
—Es cierto. En todo caso se lo tiras a él.
—Y se lo mete en el bolsillo, no en la papelera.
—Y tres meses más tarde, lo ves en un dedo regordete de alguna vaca gorda del centro de Estados Unidos en una fiesta benéfica para recaudar fondos para el cáncer de pecho, y entonces se supone que te lo vas a tomar a broma.
Esperé los tres segundos obligatorios para asegurarme de que ya había acabado.
—¿Qué le debe haber pasado?
—No sé de quién estás hablando.
Sabía perfectamente de quién estaba hablando, de la dirección de su casa y de su trabajo, de su actual disponibilidad, y su última novia, así como lo que llevaba puesto y lo que él estaba bebiendo la última vez que la vio. Pero debes permitirle que tenga su orgullo.
—¿Dónde está David?
—Ese no era su nombre.
—David Vincent.
—Por supuesto. Se me ha ido la cabeza a otro asunto.
David todavía no había salido de la casa, y no era que le culpara por eso. En su situación me hubiera encerrado en un ático, aunque mi loca y vieja institutriz estuviera ahí arriba chupando la médula de una paloma y rechazara salir. Pero tal vez David no hubiera leído tantas novelas góticas como yo.
Estaba lista para aventurarme a entrar otra vez a la casa y, sutilmente, tratar de hallar a David mientras Kyle y Tricia volvían de dar la vuelta. Parecían mustios, aunque compuestos. Y mientras Cassady y yo improvisábamos con el armario, procurando mostrar respeto ante una situación trágica, metidas entre maletas llenas de fruslerías para fiestas, Tricia ya había empaquetado de forma fortuita su vestido negro y estilizado de Ellen Tracy, que contrastaba con el vestido y sus zapatos de terciopelo negro de Prada. Con el pelo recogido hacia atrás iba con el toque apropiado.
Kyle tenía un aspecto fantástico. Quizá era fruto de la misma brisa marina que estaba alborotándole el pelo, pero sentí una frescura maravillosa por la columna a medida que venía hacia mí. ¿Estaría pensando demasiado sobre lo sucedido el fin de semana? ¿Necesitaba continuar avanzando o rezar para tener suerte? Si estaba deseando hacerlo por Tricia y David y por el bien de la investigación, por qué no iba a desear hacerlo por el bien de...
Oh, sí, ahí está el problema central. ¿Cómo vas a hacer algo por amor cuando tu cabeza se rebela simplemente al pensar en una palabra, exactamente como cuando un hombre tremendo camina hacia ti por el césped de Southampton con una leve sonrisa que encaja con unos fabulosos ojos azules? Solo porque él no lo haya dicho, ¿no podía decirlo, o no podía pensarlo o hacerlo?
Menos mal que Cassady dijo algo antes de hacerlo.
—¿Lo entiendes, Kyle?
Kyle metió las manos en los bolsillos y brindó una rápida sonrisa burlona para reconocerle la broma a Cassady.
—Un área extensa, mucha gente, pocos rastros de indicios. Tienen el trabajo perfecto que está hecho para ellos.
—¿Ellos?
—Los profesionales locales —replicó Kyle, mostrando que la cesión del tema resultaba inexorable.
—Aún quiero que Molly hable con David —dijo Tricia en voz baja—, creo que le dirá cosas que no te diría porque tú eres un policía y no me las diría a mí porque soy su hermana.
—Su columna se llama «Cuéntame» —puso de relieve Cassady.
—Si insistes en hacer algo —dijo Kyle con un tono cada vez más severo— vas a darle el anillo a la detective Cook y le vas a explicar por qué Lisbet no lo llevaba puesto. Y luego la dejas en paz. Te apartas del caso.
Tricia dijo con esmero y alegría:
—Madre mía.
Pensé que le estaba ofreciendo una opinión profana poco característica sobre el tema, pero entonces me di cuenta de que estaba reconociendo a su madre. La señora Vincent caminaba por el jardín detrás de mí, acompañando a una persona que quería ver y a otras dos que no: David y los padres de Lisbet.
David parecía un pato que un par de labradores negros dejara a los pies del cazador. Intentaba ir de caballero campesino con pantalones deportivos y jersey Ralph Lauren, pero su apariencia era más que desaliñada. Estaba lívido y taciturno, y también estaba a punto de derrumbarse.
¿Y qué le dices a una pareja cuando acaba de perder a su hija? Especialmente cuando, al ir acercándose hacia ti, la madre va arrojando bilis a través del teléfono móvil.
—No puedo hablar contigo nunca más. Tengo que llorar la muerte de mi hija.
Dana Jeffries había recuperado algo de color debajo de la palidez con la que había llegado esta mañana, en gran parte gracias a Estée Lauder. El resto de su cuerpo estaba cubierto por un traje de chaqueta y pantalón negro de MaxMara con una camiseta blanca que saltaba a la vista por el cuello abierto, en el que se podía percibir que el dermatólogo había hecho todo lo posible para ayudarla a mentir sobre su edad, puliendo el sol que le había demacrado el pecho, aparte de su rostro. Le habían teñido el pelo de un tono tan rubio que casi era transparente, y sus ojos verdes eran pequeños y fríos.
Cerró bruscamente su teléfono y se giró hacia su marido, quien parecía que no hubiera estado sobrio durante dos veranos. Bill McCandless tenía un bronceado muy oscuro, de jugador de tenis, pero todavía se le podían ver las venas abiertas de la nariz y mejillas. Su traje de Armani y el pelo perfectamente peinado y teñido eran inmaculados, el brazalete de oro y el sello incandescentes, pero su sonrisa era deshonesta y sus ojos azules pálidos y legañosos.
—¡Ese gilipollas! —exclamó.
—¿Cuál de ellos, cariño? —le dijo él de manera insulsa.
Dana se giró para hacernos partícipes de su indignación.
—Un diseñador productivo que permanecerá en el anonimato hasta que mis abogados presenten los informes para demandar a su bonito trasero; ese hombre que contraté para diseñar la fiesta de compromiso en la costa Oeste no solo reclama que se le pague, sino que además dice que no monta funerales.
Bill puso la mano para que ella le diera su teléfono.
—Deja que mi gente intervenga en este asunto.
Tecleó entonces el número en el teléfono móvil y se giró dándonos la espalda.
La señora Vincent, quien se había largado de forma visible durante este intercambio hasta el punto de parecer bloqueada por algún tipo de parálisis, consiguió dirigir la cabeza hacia nosotros.
—Esta es la hermana de David, Tricia, y algunas de sus amigas.
Tricia tendió la mano y Dana la cogió entre las suyas, como si de un cocodrilo masticando una paloma se tratara.
—Gracias por comprender la enormidad de nuestra pérdida y pasar todo el día aquí, apoyándonos —consiguió decir Dana.
Mientras Tricia se las ingeniaba para contar una anécdota conmemorativa y cálida a los padres de Lisbet, que definitivamente yo sospechaba que se la estaba inventando a medida que la contaba, aproveché el momento.
Me incliné un poco y, susurrando, le pregunté a David si podía hablar un momento con él. Vi por el rabillo del ojo cómo Kyle intentaba llamar mi atención sin atraer la de otras personas.
—¿Qué pasa? —me susurró David.
—A ver si lo adivinas.
David lanzó una mirada hacia atrás, donde estaba Tricia (que evitaba mirar a Dana), y aunque se encontraban bastante lejos el uno del otro, ella le imploró a David que viniera conmigo. Kyle fue alejándose de Tricia para intentar interceptar mi paso, pero la señora Vincent pensaba que se estaba acercando a ella, así que le rodeó con el brazo, y volvió su atención hacia la conmovedora historia de Tricia. Kyle sopesó las repercusiones que podía tener su próximo movimiento durante el tiempo suficiente como para permitirme rodear con el brazo a David y empujarlo hacia otra dirección.
Consciente de todos los pequeños vínculos que unían a las personas populares que estaban en el jardín, me propulsé en un recorrido que tuve que serpentear para escaparme como sí fuera un demente eslalon, moviéndome con la suficiente rapidez para que nadie nos invitara a pararnos, pero íbamos demasiado lentos para que nadie creyera que estábamos huyendo de algo.
Siempre he disfrutado de David. Claro que nunca he tenido que limpiarle el rastro que dejaba como sí ha tenido que hacer Tricia. De todos modos, me sentía extraña al ponerme a indagar en aquel asunto con mis preguntas.
—Lo siento mucho —dije con ingenuidad, como si se tratara de un gesto para empezar por una base sólida.
Los ojos de David se entrecerraron de manera confusa.
—Oh, gracias, te lo agradezco. Es solo que... no creía que fueras a hablarme de esto.
—No pretendo hablar de esto —admití—, pero era lo primero que quería decirte.
Los ojos de David se encogieron todavía más, esta vez de manera dolorosa.
—Mierda, Molly. No juegues conmigo.
—No estoy jugando contigo.
—Ahora no puedo soportarlo. Si tienes algo que decirme, dímelo al instante.
Normalmente veía a David en un marco social donde era infaliblemente encantador y tierno. Era un poco chocante tenerle tan cerca y en un registro demasiado privado cuando el esfuerzo de ser encantador estaba, obviamente, más allá de sus posibilidades. ¿Cuánto del David que conocía (o creía que conocía) estaba actuando? La forma de descubrirlo era seguir presionándole.
—Bien. ¿Por qué lo habías dejado con Lisbet?
—¿De qué estás hablando?
La voz de David aumentó en volumen y estridencia, pero le apreté el brazo y él se aclaró la voz y volvió a bajar el volumen.
—No lo dejamos. ¿Quién dice eso? Nos peleamos, eso fue todo.
—Entonces, ¿dónde está su anillo de compromiso?
—Pregúntale a la policía. Todavía no han devuelto ninguno de sus objetos personales. Créeme, mi padre está listo para enviar a un guardia de seguridad privado y que se siente ahí abajo, sobre las esmeraldas, hasta que lo devuelvan.
—No lo llevaba puesto.
Paró de caminar, afortunadamente no demasiado cerca de algún grupo de gente.
—¿Alguien ha robado su anillo? ¿Alguien la mató para robárselo? Esto es una locura. ¿Fue esto lo que pasó?
Pude percibir en sus ojos un instante de euforia porque de ese modo todo cobraba sentido, pero con la confusión todo se volvía a nublar rápidamente.
—Pero ¿qué idiota se llevaría los diamantes y se dejaría olvidadas las esmeraldas?
—Eso no fue lo que sucedió. El anillo de prometida estaba en la papelera de su habitación. Nelson lo ha encontrado esta mañana.
David se tambaleó alejándose de mí, dirigiéndose hacia la playa. Me quedé con él, pese a que entendía el deseo que tenía de huir de todo en ese momento.
—¿Dónde la dejaste?
—¿Es esto un interrogatorio?
Parecía que la idea le divertía tanto como le enfurecía. Se detuvo toscamente y se volvió hacia mí; su cara estaba pálida excepto por las bolsas que tenía en los ojos.
—¿Es que estás buscando una primicia, Molly?
—En absoluto.
—No estás trabajando en una historia.
—No.
Eileen había llamado, pero no había descolgado, o sea que no estaba mintiendo, lo que siempre estaba bien.
David miró hacia atrás, hacia el camino del jardín por donde habíamos venido.
—Mi hermana te lo habrá propuesto. Estas son las cosas que le permites que te haga.
Movió la cabeza como si fuera yo quien de repente estaba siendo sometida a una investigación.
—¿Perdona?
—Venga, no eres un angelito.
Inmediatamente me estremecí y me quedé en blanco, pero me llevó un instante recordar que David también había presenciado aquel horror de fiesta de cócteles.
—Una cita a ciegas en el infierno no constituye un modelo de abuso.
—Vomitó encima del caviar.
—Pero esto no tiene nada que ver con lo que estamos hablando.
—Excepto por que las ideas de Tricia no son siempre las mejores. Me puede hacer estas estúpidas preguntas ella misma. No maté a Lisbet.
—Ya lo sé, David —le dije para apaciguarle.
No funcionó.
—¡Una mierda! Sospechas de mí porque el resto de las personas que están aquí también lo hacen. Ni mis padres pueden mirarme a los ojos. Todo el mundo se figura que, vaya, David tocó fondo y ahora Lisbet está muerta.
Volví a creer que se alejaría tambaleándose, pero vibró frente a mí, a la espera de alguna respuesta.
—¿Por qué la gente esperaría que llegaras hasta el fondo?
He visto a David alborotado, pero nunca violento.
—Tengo cierto temperamento. Pero, ¿y qué? No la maté.
—¿Volverla lo bastante loca como para que se quitara el anillo?
David respiró hondo, como si tuviera que absorber toda la energía que su enfado estaba irradiando.
—Viste el... espectáculo. La estaba liando, era vergonzoso y no es algo que mis padres se merezcan. Tuve que subir a la habitación y decirle que controlara la situación. Me fui a dar un largo paseo. Cuando volví ya no estaba en su habitación. Estuve buscándola hasta que al final la encontré.
Su voz se quebró mientras buscaba las palabras adecuadas.
Asentí con la cabeza para que supiera que no tenía ningún motivo para continuar.
—La dejaste en la habitación... cuando todavía llevaba el anillo.
—Y a punto de desmayarse, creo. Creía que iba a volver a verla por la mañana, protestando para que le llevara un café y las gafas de sol, no...
Cerró con fuerza los ojos y cabeceó de manera enérgica, como deseando borrar la imagen de Lisbet que tenía en mente, en la piscina. Esperé, procurando mostrar respeto por su dolor, y también intenté averiguar qué pieza del puzzle seguiría. De repente, me agarró por la parte superior del brazo y me empujó hacia él.
—Averigua quién fue, y así podré dar con ellos yo primero.
La inesperada ferocidad de su tono era alarmante.
—Para.
—David, déjala, la gente te está mirando.
Tricia se había deslizado por el jardín hasta llegar a nosotros para advertirnos. Cuando me giré a mirarla, pude ver el mosaico de montones de personas dispuestas por todo el jardín, de las cuales al menos la mitad estaban giradas mirando a David. Incluida yo misma. Pero había sido David quien se había enfadado y quien menos podía permitirse tal manifestación pública en ese momento.
David soltó mi brazo.
—Ni siquiera estás segura de que sea inocente.
—No te obsesiones —dije en voz baja, procurando darle a mis palabras una firmeza moral que no sentía en ese momento.
Bajó la cabeza.
—Lo siento. Cualquier tontería me vuelve loco. Y esto —hizo un gesto hacia los invitados—, ¿qué se supone que es esto?
—La gente muestra su respeto —respondió su hermana con una serenidad admirable.
—Podrías comportarte de la misma manera.
Sus ojos volvieron a exhibir rabia, pero toda su educación se activó y la aprisionó rápidamente. El concepto de estar abotonado de arriba abajo adoptó un significado completamente nuevo ante mis grandes ojos.
—Tal vez —dijo David en un tono demasiado comedido— podrías decirme qué es lo que esperas exactamente de mí; así accederé a tu deseo ahora mismo.
El labio de Tricia se curvó de una manera que no sabía que fuera posible.
—No me hagas de papá, David. Con ello no conseguirás nada positivo.
De súbito me sentí como una intrusa, me relajé para que pudieran hablar en privado. De todas maneras, por el momento ya había obtenido todo lo que podía sacar de David; iba a tener que encontrar una laguna en su versión de la historia antes de desafiarlo.
Así que me dirigí de nuevo hacia el jardín para entrometerme en otra conversación. Había creído que lo máximo que me podría encontrar a mi vuelta era a Cassady acribillando a preguntas a Kyle sobre sus planes para el resto del fin de semana o, quizá, el resto de su vida, solo con la intención de mantenerme bien informada. A quien me encontré fue a Cassady tratando de comunicarse solo con sus párpados, y yo debía mover mi pandero por el jardín porque Kyle estaba absorto en una intensa conversación con la detective Cook.
Los padres se adelantaron para continuar la tarea de acompañar a un grupo por el jardín. Kyle y Cassady estaban donde los había dejado, pero ahora la detective Cook se había unido a ellos; parecía vestida para una cita de negocios, con un traje de chaqueta y pantalón gris de unos grandes almacenes, una blusa blanca de botones y unos zapatos completamente negros.
—Buenos días, detective Cook —dije según me acercaba, pensando en un comentario dulce con el que pudiera cogerla de improviso. Además sería útil de su parte. También era una consideración más valiosa el hecho de no andar peleándonos como gatas ante Kyle.
Pero la mano tiró al váter este pequeño y precioso plan. Más que reconocerme o incluso envidiarme, la detective Cook me cogió por detrás con la mano izquierda y me dio la mano. La mano de «espera un segundo, jovencita, las mujeres estamos hablando». La mano de «estoy en una patrulla segura y te vas a parar cuando yo diga que te pares, pija repelente». La detective Cook incluso combinó el movimiento de la mano con una inclinación hasta que se acabó lo que le estaba diciendo a Kyle en un tono todavía más bajo y más íntimo. ¿Qué daño podía hacer una pequeña pelea de gatas?
Cassady, de manera diplomática, hizo un gesto hacia la casa.
—Quizá debamos ir adentro y ver si hay algo que podamos hacer para ayudar.
—Ya estoy ayudando aquí mismo —dije, prodigando una cortesía que no sentía.
—Y esta fascinante teoría está basada en...
La detective Cook ni se había girado para mirarme, solo ojeó por el hombro. Kyle me volvió a lanzar una mirada de advertencia, pero se la devolví.
¿Por qué debía permitirle a esta mujer que me gruñera y no me respondiera? Era una oficial de la ley, muy bien, pero también era una rubia larguirucha que estaba demasiado cerca de mi... amigo, de un modo extremadamente natural.
Entonces, otra vez, ¿quería darle la satisfacción de que supiera hasta qué punto se estaba pasando de la raya? Tal vez un cambio repentino en el curso la dejase fuera de sitio. Y aunque me hubiera parecido bastante más apetecible tirarle de los pelos a puñados en esta coyuntura, me abstuve.
—Eso espero —dije alegremente—. Espero encontrar la forma de ayudaros.
No fui capaz de notar si mi cambio de actitud, ya a altas horas de la mañana, la estaba desarmando, pero estaba poniendo a Kyle muy nervioso. Él sabía que estaba dispuesta a hacer algo pero no estaba seguro de lo que era. Al fin y al cabo, lo que pretendía, ostensiblemente, era distraer a la detective Cook de mí y de Kyle.
Aun así, lo único que conseguí fue provocar una tensa mirada por encima de las gafas de sol. Inclinó la cabeza hacia delante y las gafas de sol se le resbalaron un poco por el puente de la nariz. Luego frenaron como si las hubiera entrenado.
—Quiero que coopere, no que se insmicuya en esto, gracias —replicó con frialdad.
—¿Así que tiene a un sospechoso? ¿Y una causa de la muerte? ¿Y un arma homicida? —proseguí.
La cara de Kyle se oscurecía cada vez más a medida que oía una pregunta. Pero la detective Cook escuchaba sin inmutarse hasta que se aseguró de que había acabado.
—Esta es una investigación que sigue en marcha y no me siento con potestad para compartir esta información con usted.
—Así que todavía no tiene nada de esto.
La detective Cook miró a Cassady y Kyle con frustración.
—¿Siempre es así de mala oyente?
—Es una buena oyente —contestó Cassady rápidamente.
Asentí en señal de afirmación.
—Es gran parte de mi trabajo, ¿no cree?
—Molly —se aventuró a decir Kyle—, seguro que hay un momento y un modo más oportunos para confrontar comentarios con la detective Cook.
—No, de hecho es un buen momento —le corrigió la detective Cook mientras se marchaba hacia otro lugar. Me cogió por el brazo casi por el mismo punto por donde me había cogido David, y me separó de Kyle y Cassady. Cuando me giré, sujetándome a ella para mantener el equilibrio, alcancé a ver cómo Cassady empezaba a seguirnos y Kyle la detenía. Había una explicación que más tarde iba a pedir.
Especialmente desde el momento en que no estaba segura de si iba a pedir la misma que recibiría por parte de la detective Cook.
—Desde el momento en que tiene un «amigo» que es detective de homicidios, no debe tener ningún asunto con policías en general —empezó la detective Cook—. Así que ¿por qué no se aparta de mi vista?
Tenía los tacones literalmente atrincherados, de manera que tiraba mi peso hacia atrás para que los ocho centímetros de mis zapatos Stuart Weitzman se hundieran suavemente en el jardín y tirara de nosotras para parar de una vez. La detective Cook buscó su equilibrio a tientas mientras yo silenciosamente me veía sirviendo de ancla, porque así no estropearía mis zapatos negros de raso. Sin embargo, las situaciones extremas requieren gestos exagerados.
Decidí dejar de lado por un momento el tema del «amigo», durante tan solo un momento, y me concentré en una pregunta más larga.
—¿Yo, de su vista? ¡Ni hablar! He sido mucho más amable con usted que usted conmigo.
La detective Cook me soltó el brazo, pero era como si estuviera pensando en ir a por mi garganta.
—En mi trabajo «amable» no es una descripción. Tengo que ser correcta, no amable.
—¿Y qué piensa sobre ser justa?
La detective Cook me enseñó los dientes en un penoso intento de sonreír. Por un instante se parecía a una leona que le arrancaba carne a una inocente cebra. Yo, por supuesto, me sentía bastante a favor de las cebras. Estaba a punto de decírselo cuando me atacó a traición.
—Igualmente, ¿qué tiene con su «amigo»?
—¿Perdone? —Me di un segundo para sacar los tacones de entre la tierra y reunir todas mis fuerzas. ¿No estaría cambiando de tema para esconder una pretensión todavía más seria?
—¿Está soltero o son ustedes pareja?
¿Cómo se atrevía a hacer esta pregunta que yo no me atrevía a formular? Hice lo que pude para ocultar mi cara de sorpresa con una ofensiva más generalizada.
—¿Cómo puede ser relevante esta cuestión?
La sonrisa de la leona se volvió más amplia y holgada, incluso diría que mostraba satisfacción.
—¿Es que no quiere clasificarla o no puede?
La boca de la detective Cook se contrajo en una mueca de descontento con un nudo tenso.
—Los nervios se le suben a las nubes cuando oculta información.
—No —protesté con sinceridad.
¿Cómo podía estar ocultando información si todavía no tenía nada? Sospechas y sensaciones en abundancia, pero ningún tipo de información.
—Si la tuviera se la habría dado. Cree que fue David Vincent, pero él es inocente.
—Y su vehemente postura se basa en que...
—Lisbet no llevaba puesto el anillo de compromiso cuando murió. Ella y David discutieron anoche después de la fiesta, Lisbet se lo quitó y lo tiró a la papelera. Creo que se fue y entonces se peleó con alguien más, que no era David, porque no sabía que se lo había quitado y lo hubiera notado. Incluso un chaval se habría dado cuenta.
—Y entonces está sugiriendo...
—Que fue otra persona quien la mató. Alguien que estaba irracionalmente disgustado con su comportamiento ayer por la noche.
La detective Cook se paró a pensar un instante, y entonces se volvió a montar en mi tren de las ideas.
—Alguien a quien le ofendió la manera en que se había comportado y cómo había repercutido en David.
—Exacto.
—Alguien que no estaba tan loco por ella como...
—Más bien que estaba protegiendo a David.
—Alguien que tuviera algo que ver con David o con la familia.
Por un breve instante la detective Cook me cayó bien, muy bien, porque estaba pensando lo mismo que yo pensaba y este es el punto clave para empezar una amistad. Era demasiado precipitado invitarla a casa a tomarse unas cervezas y una parrillada, pero era un buen comienzo.
—Sí.
—Tal vez un miembro de la familia con un pretexto más bien poco convincente.
—¿Qué?
Era demasiado para que me gustara; ya no estaba en la misma onda. La detective Cook se encogió de hombros.
—Alguien que estaba solo. O alguien que sólo respondiera por sus amigos.
Me quedé boquiabierta y horrorizada, incapaz de sonar de manera neutral y decir algo que la parara en el camino como ella me había parado a mí. Intenté detenerla, pero continuó hablando.
—No puede estar diciendo en serio que...
—Amigos que no cesan de decirme que son inocentes.
—Pensar eso es...
—La única persona que reúne estas características es...
—Tricia.
La detective Cook me sonrió con una tremenda satisfacción. Juro que podía ver las tiras de carne de cebra entre sus dientes de leona.