Capítulo 10
Querida Molly:
Nunca un hombre ha empezado a pelearse conmigo por nada. Ninguno de mis novios ha escalado montañas o escrito canciones en mi honor. No conozco a ningún hombre que haya hecho nunca nada más dramático por mí que coger un cheque sin que me lo pidan. ¿Me equivoco por estar sobrecogida ante los amores que se expresan en gran escala? ¿O me debería considerar privilegiada porque aquellos que pasan de moda se queman?
Firmado,
simplemente una chica un poco celosa.
«Fue un accidente», nos confirmó Tricia mientras caminábamos de vuelta a la zona separada con una cortina donde David estaba siendo tratado.
Cassady rodeó a Tricia por los hombros con el brazo y le dio un alentador apretón. También yo hice lo que pude para sonreír de modo tranquilizador, pero no pude evadirme de la idea de que, cada vez que pensaba que tenía una sospecha viable acerca del asesino de Lisbet, David hacía algo con lo que conseguía volver a llamar la atención. ¿Lo había hecho porque estaba triste y enfadado o porque era culpable? No podía soportar la idea, ya que no había manera de contárselo a Tricia. No hasta que no tuviera otra opción que hacerlo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Cassady.
—Nadie se había dado cuenta de que había estado bebiendo demasiado, tanto que fue al botiquín de mi madre en busca de algo que le hiciera dormir. Simplemente no se fijaba en lo que hacía.
—¿Se tomó muchas o pocas?
Tricia no quería contestar, lo que significaba que habían sido bastantes. Además de que no estaba del todo cómoda con la falta de perspectiva que seguramente había heredado del padre.
David estaba acurrucado con la sábana, con la piel pálida, los labios negros de manera grotesca por el carbón vegetal que te dan antes de vaciarte el estómago. Tenía otros amigos que habían acabado en esa misma situación, pero la mayoría habían llegado hasta ese extremo por ser fiesteros descuidados, no por ser sospechosos de asesinato.
La señora Vincent se sentó junto a la cama, con los dedos entrecruzados con los de David. El señor Vincent estaba detrás de ella, consultándole alguna cosa a Richard en voz baja. Rebecca estaba allí, en medio de la habitación y al lado de la señora Vincent, callada y serena. La tía Cynthia no estaba. Seguramente se encontraba fuera, en el pasillo, arengando a los médicos para sentirse mejor.
Todo el mundo alzó la vista cuando entramos, salvo David, y ninguno de los allí presentes parecía estar contento de nuestra llegada.
—Señor y señora Vincent —empecé sin estar demasiado segura de lo que iba a decir, todavía menos de lo que se suponía que debía decir en tal situación. Mis lecciones de protocolo habían sido profundamente puestas a prueba durante los últimos días y estaba improvisando bastante.
—Gracias por venir —dijo suavemente el señor Vincent cortándome—. Tricia aprecia vuestro apoyo. Os mantendrá informadas del estado de su hermano.
Todavía no había llegado hasta la cama y ya me estaban despidiendo. De nuevo no estaba segura del protocolo que debía llevarse a cabo, principalmente porque no podía entender por qué me estaban echando. Hice un intento:
—¿Hay algo que podamos hacer para ayudaros?
Y entonces Rebecca me sacó de dudas.
—¿No habéis hecho ya lo suficiente? Tú y tu estúpido novio —gruñó.
—Rebecca —le advirtió Tricia.
—Tricia —le dijo su padre resueltamente.
El efecto fue como el del collar corredizo de un cachorro. Movió la cabeza bruscamente y abrió los ojos de par en par. Quería cogerle la mano, pero temía moverme por miedo a exponerme a que alguien me hiciera algo.
Richard fue el primero que se movió. Caminó hacia Tricia, Cassady y yo, y amablemente nos condujo aparte del resto de personas.
—Vamos a por una taza de café.
Tricia trató de mantenerse firme.
—No quiero café.
—Yo tampoco —replicó él, medio gritándonos, medio empujándonos hacia atrás, al pasillo. Nos condujo hasta la sala con asientos, donde Tricia le dio un golpe en el pecho tan fuerte como pudo. Él le cogió la mano y se la aguantó, pero nos miró a mí y a Cassady en lugar de a ella.
—Entiendo lo que intentas hacer, pero realmente nos gustaría estar solos ahora mismo.
—Tricia nos pidió que viniéramos —señalé.
—Lo sé, pero esto es un asunto familiar —replicó Richard.
Intentaba hacerlo del modo más amable posible, pero también estaba sujetando el cartel de «aquí no se discute».
Tricia se agarró la mano para que Richard se la soltara.
—Esto es un asunto familiar de mierda —le dijo entre dientes.
No estoy segura de si él estaba más horrorizado de lo que lo estábamos Cassady y yo por haber oído esa disparatada frase de esa pequeña boca de mojigata, pero nos conmocionó a todos por un instante. Entonces Tricia se dio media vuelta y se fue por la puerta, y Cassady y yo corrimos tras ella.
Incluso cuando ya íbamos todas en taxi de vuelta a mi casa, la caja de Lisbet del teatro montada delante con el conductor, Tricia se estaba animando hasta el punto de explotar. Cassady y yo esperamos y dejamos que encontrara las palabras idóneas y el momento para desenroscarlas y soltarlas.
—¿Cómo se atreve? —Finalmente desembuchó, más o menos a cuatro calles de mi piso.
—¿De quién estamos hablando? —preguntó Cassady, compartiendo mi punto de vista de que todos los hombres de la familia Vincent estaban teniendo un día bastante menos que estelar.
—Mi padre. Kyle vino a hablar con David bajo la disposición de la detective Cook y David se puso como un loco, y entonces papá también se vuelve medio loco y David va y hace esa cosa tan estúpida y de algún modo yo tengo toda la culpa por conocer a Kyle.
—Por eso tu padre tampoco me quería rondando por aquí.
—¿Así que la conversación con Kyle no fue bien? —preguntó Cassady de manera delicada.
—¿Cómo puede ir bien una conversación sobre «cuándo dejaste de pegar a tus novias»?
Tricia me apretó el brazo con más bien poco entusiasmo.
—Kyle era todo un caballero y muy profesional, pero los hombres en mi familia no respondieron con amabilidad
—¿Pero qué le dijo David a Kyle?
—La verdad. Su ex novia había presentado denuncias contra chicos como un método para romper con ellos. Y que nunca le había levantado la mano a Lisbet y todavía menos la había matado.
¿Qué otra cosa podían esperar que contestara? Además, con esa historia turbia y la sobredosis, David parecía estar metido en un lío, aunque no fuera un asesino. Y David no sacaba ningún beneficio de todo esto. Una violación del decoro era un pecado venial para la familia de los Vincent, pero no valía la pena matar. La teoría de los celos todavía encajaba mejor y le iba como anillo al dedo a Verónica, ella era la que más se beneficiaba de la muerte de Lisbet.
Una vez estuvimos arriba, en el piso, Tricia se tiro sobre el sofá, Cassady sacó la coctelera y abrió la caja del teatro.
—Lo siento, pero no se me ocurrió dejarle esto a tu padre —le dije a Tricia mientras me sentaba en el suelo—. Seguramente hubiera preferido enviárselo a los padres de Lisbet él mismo —Tricia giró lo suficiente los ojos para mirarme.
—Creo que está bien que la tengas. Quién sabe lo que haría mi padre con ella.
—¿A qué te refieres?
—No estoy segura
Cassady nos ofreció un whisky a cada una y se fue deprisa a sentarse a los pies de Tricia. Levantó el vaso para brindar.
—Un trago ácido para conseguir que todo parezca dulce.
Brindamos y dimos un sorbo, pero no estaba lista para cambiar de tema.
—¿Crees que tu padre sabe algo que no está compartiendo con nadie más?
¿Podía el señor Vincent estar al tanto de algo que yo me estaba perdiendo?
—No, sencillamente no quiere que nadie sepa algo que él desconozca. Por eso estaba tan disgustado de veros en el hospital.
—No espero que nadie esté ganando simpáticos premios ahora mismo, y me incluyo entre todos. —Me encogí de hombros, coloqué el vaso sobre la mesa y empecé a revisar el contenido de la caja. Parecía que principalmente había ropa, cosas raras y cosas medio acabadas, probablemente las baratijas y el maquillaje que Lisbet había conservado en la mesa vanidosa antes de que Verónica entrara a golpetazos y acabara con todo
Tricia se movió del sofá con un amargo propósito.
—No hay ninguna excusa para tener feos modales. Nunca. Estoy convencida de que es el lema de la familia Vincent: Imago vincit omnia o semper perfectum o alguna cosa por el estilo. Es la razón por la cual la elección de los chicos por parte de Rebecca y Lisbet son tan tremendas para mamá y papá.
—¿Qué sabéis sobre Verónica?
—¿Verónica Innes? —Tricia se deslizó del sofá y se sentó en el suelo a mi lado.
—¿Qué pensáis de ella, chicas? —Saqué de la caja una bata de seda de color lila oscuro.
Tenía manchas de maquillaje alrededor del cuello que parecían llevar allí mucho tiempo y olía a perfume Armani Mania. Traté de imaginarme a Lisbet llevando la bata a medida que se preparaba para la actuación. En lugar de eso, de repente me recordé de cuando tenía siete años y pasé mi primera noche fuera de casa, me lleve la almohada de mi madre porque olía a la loción corporal que ella siempre se ponía antes de irse a la cama. Era verdad que se lo iba a llevar todo a sus padres una vez hubiera acabado Es difícil decir quiénes van a conservar los recuerdos de la persona que han perdido, pero no quería arriesgarme quedándome la caja o, aun menos, tirándolo todo, recuerdos que de algún modo les proporcionarían algún tipo de consuelo.
—No creo que demasiada gente tome en serio a Verónica —comentó Cassady, aprovechando la oportunidad para estirarse en el sofá ahora que Tricia se había sentado en el suelo.
Doblar la fría y deslizante capa era más complicado de lo que me hubiera imaginado. La estiré en mi falda y la alisé. Al pasar la mano por el tejido, sentí algo duro debajo. Algo que sobresalía reveló que había un bolsillo en la costura.
Dentro había un pequeño sobre con el nombre de un florista y con un estampado: Back to the Garden. La dirección impresa debajo estaba a pocas manzanas del teatro. El sobre tenía una nota escrita a mano en la esquina de abajo a mano izquierda para que le llegara al teatro a Lisbet, donde decía que debía estar el pasado jueves en la esquina de más abajo a mano izquierda. Saqué la tarjeta. El mensaje de la tarjeta era: FELICIDADES. El mensaje escrito a mano, en grandes letras mayúsculas, decía: ABANDONA Y VIVE. No iba firmado.
Les mostré la tarjeta a Tricia y Cassady para que la vieran.
—Sé que la gente del teatro tiene una jerga propia, pero, ¿cómo se traduciría «abandona y vive»?
Cassady cogió la tarjeta para mirarla más de cerca.
—Analízala sintácticamente y todo lo que tú quieras, es una amenaza o un ultimátum.
Tricia miró por encima de la muñeca de Cassady.
—Verónica Innes había quedado con David antes de que él se encontrara con Lisbet.
—También tenía el papel principal de la obra antes de que apareciera Lisbet —añadió Cassady.
—Tu nuevo amigo del teatro te dijo que Lisbet iba a dejar la obra, ¿y que luego cambió de parecer? —le pregunté a Cassady.
Ella asintió con la cabeza.
—Quizá Verónica la estaba amenazando para que se asustara y así dejara la obra. Lisbet empezó a ceder y luego cambió de idea.
—¿Así que Verónica fue quien la mató? —dijo Tricia un poco demasiado alegre.
También lo había oído, y se tapó la boca corriendo como si hubiera eructado.
—Lo siento, solamente...
—No quieres que sea David. Lo sabemos... —Le di unas palmaditas en el hombro de un modo tranquilizador, entonces miré el reloj—. ¿Dónde va un director después del ensayo?
Cassady alzó la mano como una chica de tercero de primaria que quiere superarse.
—Lo sé, lo sé. —Cogió su cartera, sumergió la mano dentro y sacó una cajetilla de cerillas—. Al bar donde trabaja el hermano del director de escena porque si estás en la actuación, te carga las copas.
Las carga bastante si juzgamos la conducta de Abby. Una vez llegamos al The Last Tankard, una taberna oscura pero de latón y roble, un par de manzanas al norte del teatro, ya estaba relajada y en realidad parecía contenta de vernos. Y entonces volví a fijarme en que quizá solamente era una persona de poco peso, que se estaba tomando demasiadas copas durante la noche. Fuese lo que fuese, parecía feliz y accesible, allí sentada en la barra con muchas otras mujeres de piel pálida. Por un momento no estaba nada convencida de estar ante la persona correcta, su rostro parecía tan diferente con esa sonrisa...
—¡Intentaste colarte en mi ensayo! —gritó alegremente, y nos hizo un gesto de advertencia a Cassady y a mí cuando nos acercábamos. Sus ojos se dirigieron hacia Tricia—. ¿Por qué no viniste?
—Lo siento, estaba ocupada —contestó Tricia.
—Me alegro de haberte encontrado. ¿Está Verónica aquí? —le pregunté.
Habíamos buscado tan rigurosamente como nos era posible desde la puerta principal y no la habíamos visto, pero quería estar segura antes de adentrarme demasiado en el fondo.
La cara de Abby se alargó.
—Habéis venido a verla.
—No, hemos venido a verte a ti. Solamente nos preguntábamos si ella también estaba.
Abby alzó el puño en el bar.
—No, le dije que fuera a casa a dormir un poco. Obviamente está consumida por lo sucedido el fin de semana. ¡Qué tonta fui al darles más tiempo libre para ir a la estúpida fiesta esa! Aunque me diera un tiempo extra con el coro masculino. Simplemente no se acoplan como si se tratara de una unidad cohesionada, y por ende se debilita el peso dramático en la escena de la piscina donde...
—¿Abby? He venido a hablar contigo —dije con amabilidad, sin desear arruinarle el humor, pero tampoco quería tener que oír todo el resumen del ensayo. Las dos mujeres con las que estaba sentada se inclinaron más adelante para verme mejor pero, afortunadamente, Cassady y Tricia las flanquearon y las distrajeron al preguntarles por las recomendaciones del menú de bebidas de la casa.
Abby reaccionó con placer.
—Está muy bien de tu parte.
—Sobre Verónica y Lisbet.
Abby se inclinó hacía delante de manera conspiratoria.
—También os puedo ayudar con el CD del homenaje.
Estuve casi a punto de preguntarle de qué me estaba hablando, pero gracias a Dios me acordé antes de descubrir la historia tapadera.
—Sería genial. Pero antes de empezar a hablar de esto, te quería preguntar por qué Lisbet había abandonado la obra.
Su mente estaba tan turbia que la pregunta le chocó.
—¿Por qué?
La improvisación se reanudó.
—Si estaba feliz de algún modo por la actuación, quizá no deberíamos proseguir con la idea de poner la canción de la obra en el CD.
Abby se levantó, y era unos ocho centímetros más alta de lo que creía que era.
—¿Nuestra obra? ¿En tu CD?
—Estábamos hablando de eso.
—No es que estuviera disgustada con la obra, sino con Verónica. Me llamó el viernes pasado por la tarde desde Southampton y me contó que iba a abandonar el espectáculo porque se había encontrado a Verónica y a David en pleno tema.
—¿Que se los había encontrado cómo...?
—Con las manos en la masa. Desnudos. Lo que sea, «en el acto» —dijo.
—Verónica y David, el viernes por la tarde —le repetí como única respuesta.
Asintió con la cabeza de manera enfática.
—Le ofrecí echar a Verónica, pero Lisbet dijo que no, que no podía involucrarse en nada que no le mantuviera la memoria fresca. Le pedí que se lo pensara y que no decidiera con prisas. Era tan buena...
—¿Para el papel?
Ahora Abby volvió a mover la cabeza de manera igual de enfática que antes.
—Para las taquillas.
Abby estiró tanto la cara que el labio inferior casi tocó la punta de su enrojecida nariz.
—Mierda, no. Verónica tiene sus limitaciones, pero es poesía comparada con Lisbet. Que Dios la tenga en su gloria.
Asentí con la cabeza.
—¿Qué pasó?
Abby suspiró de manera un poco grandilocuente.
—Lisbet me llamó más tarde aquella noche y dijo que había hablado con David y se había disculpado y finalmente se quedaba.
Así que Verónica no solo había perdido el papel y el chico, sino que además los había perdido a la vez. A pesar de sus tremendos esfuerzos. Darle un ultimátum a la estrella y luego darle una voltereta al chico.
—Verónica no debe de estar demasiado contenta de haber perdido terreno frente a alguien que no se lo merecía.
Abby apoyó la barbilla en la mano.
—Verónica estaba haciendo toda clase de ruido para que Lisbet aceptara el papel, o si no iba a recuperarlo. Como si eso fuera a pasar.
—Pero ha pasado.
Abby giró la barbilla sobre su mano para mirarme del todo, con los ojos tan abiertos que los míos empezaron a lagrimear de simpatía.
—Vaya. ¿No es impresionante? Verónica consiguió su sueño.
La pregunta era: ¿cuánto esfuerzo había hecho para hacerlo realidad? Le agradecí a Abby su ayuda, le prometí mantener el contacto para la cuestión del CD, y persuadí a Tricia y a Cassady para que vinieran conmigo, en vez de quedarse allí y tomarse más chupitos de tequila con la diseñadora de moda y la diseñadora de luces. Entre grandes promesas acerca de la noche que nos ocupaba, nos dispusimos a salir del bar.
Pisar la acera después de salir del bar no fue ni con mucho tan refrescante como hubiera esperado que fuera. Era una noche calurosa, con el verano abriéndose camino para deslizarse dentro del calendario antes de tiempo, y la primavera desvaneciéndose a su merced. El aire era húmedo y pesado (sentía su peso en los pulmones y en el pelo). O quizá el peso procediera de otra parte.
Tricia movió el brazo como en un intento de llamar a un taxi.
—Entonces, ¿qué ha dicho?
Expulsé el aire lentamente, pero este ejercicio no alivió el peso de los pulmones.
—Tu hermano se acostó con Verónica Innes el viernes.
Bajó el brazo y empezó a dar vueltas con tal ímpetu que una pareja que pasaba caminando por su lado se estremeció y se paró a la espera de algún tipo de ataque ninja.
—¡¿Qué?!
—De verdad, es mejor que no te lo tenga que repetir.
—¿Por qué demonios ha dicho una cosa tan fea?
—Lisbet le contó a Abby que les había pillado en la cama. Y por eso quería abandonar el espectáculo.
Parecía que las rodillas de Tricia iban a ceder, por lo que la agarré y Cassady puso en acción sus dotes para conseguir un taxi. Paró uno y todas nos deslizamos adentro y nos acomodamos, Tricia en el medio. Le di al conductor mi dirección. Un momento después Tricia nos dijo:
—Por eso se siente culpable, no porque hiriera a Lisbet, sino porque cree que hizo algo que desencadenó todo.
—¿Te ha contado algo acerca de Verónica?
—Qué va, nada de nada. Estaba tan inmerso en su historia con Lisbet que nunca hablaba de sus ex novias. Al menos conmigo.
—Da la impresión de que Verónica estaba tan loca por él que no podía aceptar un no como respuesta. En concreto después de acostarse con él otra vez. Y luego descargó su enfado sobre Lisbet —sugirió Cassady.
La acusación flotaba en el denso aire del taxi como el humo añejo de cigarrillo, y nadie sabía cómo despejarlo. Tricia estaba en lo cierto: aunque David estuviera completamente al margen del asesinato de Lisbet, sus acciones habían complicado la situación y era más sencillo ver la carga de la culpa que iba a acarrear durante bastante tiempo.
—No le digas nada a David todavía —sugerí tras recorrer varias calles.
—Quieres decir hasta que sepamos lo malo que es —finalizó Tricia.
El silencio regresó media manzana antes que Cassady se hartara.
—¿Qué os parece la comida mexicana?
—No puedo comer —replicó Tricia.
—Sí, sí que puedes. Te he visto comer comida mexicana numerosas veces.
Tricia suspiró afectuosamente.
—Me refiero a que no me apetece comer.
—Eso es porque no te ha tentado lo suficiente —insistió Cassady—. Iremos al restaurante Changa y allí nos comeremos un guacamole recién hecho que nos traerá a la mesa un magnífico morenazo bien joven. Un poco de tequila, unos cuantos jóvenes morenazos, y tendrás un hambre voraz. Al final hasta acabarás queriendo cenar.
Lo más destacable de que Tricia cediera fue que Cassady persuadió al taxista de que se desviara y nos llevara veinte manzanas más al sur. Aunque tenía toda la razón, Cassady casi siempre la tiene: la música puede que tranquilice la violenta situación, pero el Cuervo de reserva y el guacamole podían ser una buena combinación.
Claro que las risas de las amigas son lo que realmente marcan la diferencia, y las risas eran más intensas según venían más rondas de tequila Cuervo. De hecho, nos reíamos tan fuerte que casi no oímos que el móvil estaba sonando.
—Vaya, es el mío —se oyó pronunciar a Tricia, de forma entrecortada por el cacareo que el golpe de Cassady provocó unas mesas más atrás. Changa es un lugar acogedor y hospitalario en el distrito de Flatiron, lleno de maderas profundamente pulidas y opulentos y terrosos tonos que le daban a todo el lugar una calidez atrayente. Incluso antes de que te sirvan unas copas.
Cassady y yo tratamos de frenar nuestras risotadas, menos por consideración por la pareja en cuestión que por la llamada al móvil de Tricia, que fue sorprendentemente corta. Se quejó a la persona que le había llamado de que estaba en medio de una cena, escuchando forzosamente lo que le respondía, le dio las gracias y colgó.
—¿Quién diablos era? —preguntó Cassady.
—Permíteme volver a tener doce años, pues es así como me trata cierta gente —dijo Tricia entre dientes. Puso una cara asomando los hoyuelos de las mejillas con los dedos y volvió a decir—: Mi papá dice que tengo que ir a casa ahora mismo.
El pie de Cassady se encontró inmediatamente con el mío debajo de la mesa, y me lo pisó con fuerza antes de que pudiera abrir la boca para decir algo poco gracioso sobre el señor Vincent. Conoces bien a alguien cuando se anticipa a tus malos comentarios, incluso antes de que acabes de pensarlo. Cassady exclamó encima de la mesa.
—¡Estás bromeando!
Liberé mi píe y decidí que si Cassady podía exaltar los ánimos, por qué yo no.
—¿Es el mismo padre que te ha pedido que salgas hoy hace ya bastante rato?
—Mi madre convenció a los médicos de que David no necesitaba que lo vigilaran por la noche y le están dando libertad. Por eso la familia se ha reunido en casa para darle la bienvenida. Porque aparte de la cuestión del asesinato y la sobredosis, estamos muy contentos de tener a David de vuelta en casa con la familia que lo quiere. —Plantó la servilleta en la mesa, cogió el bolso y se puso en pie.
—¿No irás? —le preguntó Cassady.
—Tengo que ir.
—No, no vas a ir —insirió Cassady—. Eres una adulta. Tienes que saber decir no.
—No es tan sencillo —dije, mientras podía leer las arrugas de dolor en el rostro de Tricia. Cassady estaba en lo cierto, pero también me podía imaginar lo que debería pagar Tricia por ponerse en tal posición en una etapa como esta. Y a pesar de todo, Tricia todavía quería ayudar a su hermano. Por eso todas estábamos haciendo lo que hacíamos.
—Nos reunimos porque es lo que se supone que se debe hacer. Lo que se espera que hagamos. Es lo que hacen los Vincent.
—Imago vincit omnia —dije.
—Por eso mismo. Además, Richard y Rebecca van a estar allí y no voy a permitir que parezcan más conscientes de sus deberes que yo. No cuando soy la única que ha hablado contigo para que soluciones esta mierda y así tener la posibilidad de salvar a David.
Con la ley en la mano o con él mismo era la cuestión que estaba sin responder, pero Cassady y yo podíamos decir que no tenía sentido intentar cambiarle de idea. Una de las cosas más peliagudas en una relación es saber cuándo parar de pelearse o aceptar la decisión de la otra persona, por mucho que parezca equivocada.
Cassady y yo insistimos en pagar la cuenta y acompañar a Tricia a coger un taxi y meterla en este con muchos abrazos.
—Me voy directamente a casa, así que si me necesitas simplemente ven. No tienes ni que llamar —le dije.
—Sí, sí que tiene que llamar. Me tiene que llamar para ir a buscarla allí —me corrigió Cassady.
—Sois las mejores —dijo Tricia con un deliberado aprecio falso.
—No, tú lo eres —le respondimos a coro, y le lanzamos besos mientras el taxi se alejaba.
—Ay, Dios mío. —Cassady se pisó el dedo en señal de exasperación. Los altos tacones de sus Castillo influyeron en el pisotón totalmente.
—Está bastante mal que esta familia haya concedido a la negación una forma de arte; están a punto de empezar a cobrar entradas.
Me dolió el corazón por Tricia, pero hay ciertas cosas, como por ejemplo canales arraigados, accesorios de moda, cataclismos familiares, que nadie puede pasar por ti, da igual lo mucho que te quieran.
—Va vestida extraordinariamente bien —dije suavemente.
—Porque la encontramos joven —replicó Cassady—. ¿De verdad que te vas directa a casa?
—Le dije que lo haría, así que debería, por si acaso.
—Bien, yo también.
—¿Es simplemente...? —apunté.
—No he dicho eso.
—Pero solo hay esa cosa...
—¿Te has fijado en que la detective Cook hace eso? ¿Te da la frase que quiere que acabes?
Tuve el repentino deseo de lavarme los dientes.
—No volveré a hacerlo. Y tu comentario ha sido desagradable.
—No quería ser dura.
—Solamente talentosa, supongo. ¿Entonces a dónde quieres ir?
—A una chorrada de exposición. Me largo.
—Ve. Ten encendido el móvil. No vayas a casa con nadie que viva más abajo de la Quince Avenida o no volverás a entrar nunca más en la mía.
—Quiero estar a la vista para Tricia, pero es la historia del joven y dulce griego de la cena de Allison de la semana pasada.
—¿Aquel que crea instalaciones a partir de la descomposición de los animales? Sí, no debes dejarlo pasar.
—Es una metáfora.
—Así que es una carretilla llena de estiércol.
—¿No será una carretilla roja glaseada con lluvia?
—En este caso, no. No tiene gracia.
Cassady cogió un taxi y se dirigió hacia Chelsea, al oeste, y yo me fui dirección norte a mi piso, pensando en que Tricia y los Vincent sentían que tenían que armar un espectáculo solidario por el simple hecho de que David regresaba a casa del hospital. Tenía que haber algún modo de relacionar a Verónica con lo que le había pasado, que era lo suficientemente fuerte como para que la policía quisiera ir a visitarla y recoger la botella de champán. Entonces David podría entristecerse, Tricia se podría relajar, y la vida, para todos excepto para Lisbet, podría continuar.
Estaba meditando sobre la justicia y la revancha, dónde se solapan y dónde se evitan completamente la una a la otra, mientras entraba en mi bloque, así que me llevó un instante fijarme en que el portero estaba sosteniendo un pequeño paquete torpemente envuelto.
—Buenas tardes, Danny —dije sin estar demasiado convencida de si iba a coger el paquete o simplemente a admirarlo.
—Ha pasado por aquí el detective —dijo Danny poniéndome el paquete sobre las manos.
—No suena, ¿verdad? —Lo moví para apoyar la broma y se cascó.
Danny asintió con simpatía.
—El detective dijo que habrías tenido una conversación violenta.
—¿Eso dijo?
No sabía qué me sorprendía más, la admisión o la descripción. Danny parecía estar esperando a que abriera la caja, así que la abrí, pensando solamente en el último momento que, si fuera una botella de lubricante o incluso jabón de baño, pasaría bastante tiempo sin levantar la cabeza del suelo cada vez que pasara por delante de Danny.
Afortunadamente no era nada parecido. Todavía más raro, era un bote de aceitunas. ¿Sería algún tipo de referencia al Martini? No lo logré entender hasta que Danny señaló la nota que colgaba de la botella. La leí: «¿Sabes lo complicado que es encontrar hoy en día estas cosas en las ramas? Llámame. Kyle».
Danny me dio un golpecito en la espalda.
—Es un buen chico.
Todavía me reía burlonamente del comentario de Danny mientras subía las escaleras.
Mis zapatos se fueron deslizando con respeto, cogí el teléfono para llamarle y me percaté de que tenía tres mensajes. El primero era de Fred Hagstrom, un antiguo colega de Zeitgeist que me invitaba a una fiesta de cócteles. El segundo era de mi vecino Marshall, que quería que le regara las plantas mientras pasaba una semana de vacaciones, por lo que interpreté que Marshall debía odiar profundamente sus plantas; el tercer mensaje empezó a sonar. Una voz grave y distorsionada dijo: «Para o serás la siguiente que mate. Dicen que es más fácil la segunda vez».