Capítulo 19

Querida Molly:

Si estoy dispuesta a mentir a un hombre, ¿significa esto que no lo quiero tanto como creía? ¿O soy ingenua por pensar que cualquier relación puede ser del todo sincera? Esta cuestión trae consigo enormes consecuencias para mis futuras relaciones sentimentales, mi trabajo, mis elecciones, así que agradecería una respuesta honesta.

Firmado,

la hija de Diógenes.

Tricia me cogió de la mano al salir del ascensor y nos dirigimos hacia la puerta del piso de sus padres.

—¿Estás segura de que estás preparada para lo que te espera?

Había oído tantas mentiras en los últimos días, y también yo había dicho tantas, que pensé que ya era el momento de decir la verdad.

—No.

Tricia en realidad parecía aliviada.

—Bueno, yo tampoco. Y entonces, ¿qué hacemos?

—Yo diría: démonos la vuelta y corramos, pero no puedo correr con estos zapatos.

Es evidente que no creo que al señor Blahnik se le hubiera pasado por la cabeza diseñar los zapatos Orsay negros de seda que llevaba puestos con el propósito de que sirvieran para correr, aunque solo tuvieran unos tacones de dos centímetros. Y la verdad es que correr no era lo más apetecible en aquel momento. La idea de entrar a almorzar y pretender que nada había cambiado mientras buscaba la manera de acorralar a la tía Cynthia era intimidatoria, pero también era una tentación.

Tricia, Cassady y yo nos habíamos quedado despiertas toda la noche dándole vueltas al tema, pero tía Cynthia había mantenido su integridad teórica como sospechosa. Mientras Lara y Jake se habían retirado a la habitación para «hablar de su relación», nosotras tres habíamos asaltado la cocina de Jake y, después de una cena de media noche compuesta por queso y tostadas, palomitas hechas en el microondas, cereales Lucky Charms, y un par de botellas de vino Rosemount Estates Shiraz, expusimos lo que sabíamos.

La tía Cynthia era la última que había estado con Lisbet en la casita de la piscina. Había aparecido saliendo de allí con los zapatos de Lisbet y una botella de champán que habría dispuesto antes de que la policía empezara a indagar entre su basura. Ella conocía la casa mejor que cualquier otra persona, de manera que habría podido esconderla en algún lugar donde nadie más la pudiera encontrar. Era más grande que Lisbet, jugaba a tenis tres veces a la semana, por lo que estaba más fuerte que ella, y había permanecido decididamente más sobria que Lisbet.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué lo haría? Imago vincit omnia, había conjeturado Tricia, a punto de llorar.

La tía Cynthia no es un modelo de decoro, pero incluso ella tiene sus límites, y quiere a David. Tal vez pensaba que Lisbet había llegado demasiado lejos, poniéndose en evidencia durante la fiesta y más tarde acostándose con Jake. A la tía Cynthia no le molesta que hagan una escenita, pero odia que monten un cirio. Y Lisbet había armado una gorda.

—La tía Cynthia no me sorprende tanto como los que se desploman fácilmente, incluso con Molly, que siempre se las arregla para hacer la pregunta correcta en el momento erróneo —dijo Cassady—. ¿Cuál es el siguiente paso?

—No tenemos bastante para llamar a Kyle y definitivamente tampoco hay bastante para contarle a la detective Cook —admití—. Tricia, ¿vas a ir a almorzar?

—Más que nunca. Y estáis las dos invitadas. Dejemos que mí madre lo intente y mantengámonos al margen.

—¿Qué sucedería en la relación que tienes con tu familia si ayudas a que impliquen a tu tía por el asesinato? —preguntó Cassady amablemente.

Tricia dedicó un instante a recoger cuidadosamente tréboles verdes de la caja de los cereales Lucky Charms, y luego los alineó encima de la palma de su mano.

—Nada peor de lo que pasaría si sé que es culpable y ellos, aun así, se mantienen más unidos que nunca.

Esto y el hecho de que Jake y Lara nunca salían del dormitorio nos conducía a hablar de relaciones, en general, y de los límites del perdón, lo que suscitó que tuviera que llamar a Kyle. No mencioné que sospechaba de la tía Cynthia porque sabía que solo iba a enfurecerle, ya que no tenía indicios coherentes que corroboraran mí teoría. Por el contrario, solamente le dije que Lara había sido la fugitiva del deportivo, y que ella y Jake irían a la comisaría más tarde, por la mañana, con su abogado, para prestar declaración y ofrecer toda la ayuda que pudieran para seguir con la investigación. Cassady estaría con ellos, pero no le dije que por la mañana ella les presentaría a su abogado, un amigo de ella, o que tendría la grabación en su bolsillo; iba a mantenerlo en secreto hasta que llegara el momento apropiado. Y para que Tricia y yo ganáramos algo de tiempo en el almuerzo.

La llamada a Kyle no había sido tan tensa como me había imaginado. Por poco lo fue. La verdad es que había considerado llamar a Kyle al trabajo con la esperanza de que no estuviera allí, y le dejaría el mensaje a otro detective. Pero hacer las cosas de ese modo parecía cobarde de mí parte, así que le llamé al móvil y no le pregunté dónde estaba. Él tampoco me preguntó dónde estaba yo. Este hecho, junto con el de haber estado toda la noche sin hablar, no presagiaba buena señal para futuras conversaciones o para el futuro mismo.

¿Por qué estaba interponiendo este caso entre nosotros? ¿Había notado el obstáculo de los seis meses? ¿Le estaba mostrando la salida para poder echarle la culpa a su sentido de la profesionalidad en lugar de a mi falta de encanto? ¿Estaba yo realmente muy concentrada en resolver este asesinato, hasta el punto de convertirlo en la cosa más importante de mi vida? ¿O solamente era que resolver un asesinato parecía más sencillo que resolver mi propia vida? Tal vez el haber estado tantos años saliendo con chicos en Manhattan había acallado mis emociones de tal manera que solo podía manejar los sentimientos intensos de la vida del resto de personas.

La conversación telefónica había acabado con Kyle preguntándome lo siguiente:

—¿Acaso quiero saber cómo averiguas todo lo que me cuentas?

—Probablemente no —le contesté.

—¿Acaso quiero saber qué más sabes?

—Definitivamente, no. Pero te llamaré pronto.

El silencio se apoderó por completo de la conversación y lo dejamos ahí, así de frío y punzante. Traté de no pensar sobre el tema ahora, mientras Tricia y yo nos preparábamos para sumergirnos en el seno de su familia y coger a la tía como sospechosa del asesinato.

Nelson respondió a la puerta. Iba vestido con un impresionante traje Armani que aparentemente era su uniforme urbano.

—Tus padres están recibiendo a los invitados en el salón —informó Nelson a Tricia—. Tu tía está en la cocina, dando instrucciones al personal.

—¿Y mis hermanos?

—Con tus padres. Tu cuñada también.

Tricia puso una cara como si la palabra oliera mal y, a medida que entramos en el salón, su mirada se fue oscureciendo cada vez más. En el salón, cogida al codo de la señora Vincent estaba Rebecca, que llevaba una abigarrada falda de Nanette Lepore llena de bordados, una camisa amarilla con festón, unas sandalias amarillas de Christian Louboutin de piel plateada con una tira en forma de T, y un collar de esmeraldas. Con la chimenea de mármol detrás de ellas, flanqueada por estanterías llenas de volúmenes encuadernados en cuero, aparentaban estar posando para un retratista. O quizá simplemente posando.

—Qué bonito —susurró Tricia antes de dirigirse con firmeza hacia su madre y su cuñada y besarlas en la mejilla. La seguí, pero solo dije «hola».

La señora Vincent me dio la mano brevemente.

—Hola, Molly —dijo gentilmente.

—Gracias por venir. Agradecemos tu apoyo —dijo Rebecca mientras me apretaba la mano como los políticos—. Entiendo que estuvieras tratando de ayudarnos, porque fue una buena idea.

Tuve algunos pensamientos no tan buenos sobre el tema, pero por respeto (a Tricia, a nadie más) me los guardé para mí misma.

—Bonito collar —la felicitó Tricia.

No pude haber sonado tan calmada y nunca habría pedido llevar ese objeto.

Rebecca dio unas palmaditas de forma reverente.

—Gracias.

—Pensé que podía sentarle muy bien y se ha portado como un ángel durante todo lo sucedido. —La señora Vincent le dio un apretoncito a Rebecca en las mejillas. Tenía que dar crédito a Rebecca, estaba haciendo su papel admirablemente, a pesar de que su actitud de superioridad moral me iba a enviar al bar a gritar dentro de dos minutos.

—Entonces —preguntó Tricia—, ¿tenemos un orden del día para hoy mismo?

Si la madre oyó la doble pregunta, ni pestañeó para demostrarlo.

—Cócteles, y luego almuerzo; más tarde las personas que quieran tendrán la oportunidad de hablar con David para darle su apoyo.

En el otro lado del salón, retirado a la distancia de medio campo de fútbol, el señor Vincent tenía un hijo a cada lado e iba recorriendo la multitud, como un recaudador de fondos mezclado con político. La gran mayoría de los invitados vestían con traje de negocios, trajes de colores y cortes respetuosos, zapatos sobrios y el mínimo de joyas. Incluso los pocos modelitos más llamativos eran ostentosos solo de una forma deliberada en Park Avenue.

El número de amigos de más edad, invitados por los Vincent, era mucho mayor que el corto espectro de los jóvenes. No sabía si era premeditado o se debía a una incapacidad generacional de presentarse en cualquier sitio a la hora establecida. Pero también supuse que uno de los motivos de esta reunión era asegurarles a los Vincent que sus amigos más viejos también estaban familiarizados con la tragedia y estaban de su parte. O que al menos no les rehuían.

—¿Puedo hacer cualquier cosa por ayudar? —se ofreció Tricia con valentía.

—Esa horrenda chica de Crawford está aquí e interpreto que está saliendo con un joven del Times. Tal vez tú y Molly podáis hablar con ella y aseguraos de que no está recabando información —dijo la señora Vincent.

—Veré lo que puedo hacer —dijo Tricia.

—No tenemos por qué preocuparnos de lo mismo contigo, ¿verdad, Molly? —continuó la señora Vincent.

—No, señora, no salgo con nadie que sea del Times —le aseguré—. De hecho, estoy pensando en cancelar mi suscripción. Me han llegado rumores de que han contratado a un antiguo novio mío, Peter Mulcahey, que ni escribe ni se comporta ni de lejos tan bien como yo.

La señora Vincent se echó a reír, pero Tricia me lanzó una mirada inquisitiva, preguntándose si estaba esquivando deliberadamente la cuestión de mi propio artículo, cosa que estaba haciendo.

—¿Está la tía Cynthia por aquí? —preguntó Tricia, haciendo que sonara como algo que se le acababa de ocurrir casualmente.

—Lo último que supe de ella fue que estaba en la cocina resolviendo cuestiones del servicio de catering. Ve a ver si encuentras a Regan Crawford, querida, y asegúrate de que no esté leyendo el diario de nadie.

—Estoy a bien poquito de darle las llaves del ático a Regan, solo para los entrantes —me dijo Tricia entre dientes mientras salíamos de la sala y bajábamos al vestíbulo.

—¿Vamos a buscarla? —pregunté.

—Solamente si está escondida detrás de la tía Cynthia —respondió Tricia.

Se paró frente a la puerta de la cocina y dio media vuelta para poder mirarme.

—Cuando la tía Cynthia esté dispuesta a hablar conmigo, te disculpas para retirarte al baño y te tomas diez minutos libres. Ella duerme en la habitación de la derecha, justo después de pasar el baño. Mira a ver qué encuentras y luego nos encontramos otra vez en el salón y ya iremos desde allí.

Estaba deseando encontrar el vestido que la tía Cynthia llevaba puesto la noche de la fiesta y la cuerda que tenía junto a la piscina, o cualquier otra cosa que la policía y la misma tía Cynthia hubieran pasado por alto y que ahora pudieran aportar los indicios que la relacionaban con la muerte de Lisbet.

—A la derecha, entendido.

Tricia respiró hondo y empujó la puerta de la cocina. La cocina de los Vincent hacía que las que salían en los anuncios de la revista noruega Viking parecieran poco espaciosas y sin estilo. Era una vasta extensión de reluciente acero, cristal brillante y azulejos centelleantes. En aquel momento estaba repleta de personal en chaqueta blanca que llenaba las bandejas y preparaban los platos mientras la tía Cynthia discutía con el chef sobre la cantidad de eneldo que se debía añadir al aderezo de la ensalada.

Cuando Tricia entró, la tía Cynthia se separó del chef (y la maliciosa mirada que él le había devuelto se perdió) y vino a saludarnos.

—¡Caras amigables! —exclamó mientras le daba un abrazo a Tricia, tan entusiasta que los brazaletes repicaron fuertemente, hasta parecía que resonaran por toda la habitación.

La tía Cynthia me dio un beso en la mejilla, lo que significó bastante, puesto que sabía por qué razón estaba allí realmente, seguido de un golpecito en la mejilla y de un coro más de brazaletes.

—Detesto interrumpir, pero tengo que hablar contigo —le dijo Tricia—. ¿Podríamos charlar un segundo?

—El tiempo que necesites —le aseguró la tía Cynthia.

Seguí a las dos, mientras Tricia se dirigía de vuelta abajo, pasando por el vestíbulo, hasta llegar a la pequeña sala de estar, decorada según el tema de la cacería que solo tenía una parte de preciosa.

Tricia se sentó en un sofá de dos plazas de brocado y tiró de la tía Cynthia para que se sentara a su lado.

—Molly y yo estábamos hablando de que papá no tiene buen aspecto. ¿Crees que está demasiado estresado? Deberíamos excusarle de no venir a la comida, ¿no crees?

La tía Cynthia frunció el entrecejo.

—Pensaba que estaba alterado, pero tampoco estaba segura de ello. Todo esto ha sido muy duro para él.

Me levanté.

—Perdonad, ¿el baño? —Señalaron al unísono—. En un segundo estoy de vuelta.

Salí de la sala cuando la tía Cynthia empezó a soltar la retahíla de cómo su hermano no se había preocupado apropiadamente de su salud incluso antes de la tragedia, y Tricia asintió con la cabeza. Era raro que el señor Vincent tuviera buena cara, hiciera lo que hiciera.

Fuera, ya en el vestíbulo, tardé un momento en orientarme. Justo al pasar el baño, a la derecha. Comprobé el vestíbulo en ambas direcciones para asegurarme de que no venía nadie y avancé sigilosamente. Hubo un instante terrible en el que pensé que la habitación estaba cerrada, pero le di una vuelta más al paño y se abrió.

La habitación era de invitados, con el cuidado anonimato de una habitación que tenía que servir para acoger a una amplia gama de personas. La cama con los tocadores a tono eran fenomenales, pese a que las sábanas de azul claro y el cubrecamas eran demasiado fríos para mi gusto. Pero era el armario lo que me interesaba.

Mi corazón empezó a palpitar cuando abrí las puertas del armario, esperando encontrar, aunque en realidad sin desearlo, que el abigarrado vestido de volantes y seda estuviera colgando en medio del perchero. No estaba. De hecho, el armario estaba medio lleno de ropa masculina. ¿Era la vestimenta de Nelson? ¿Tendrían una relación tan abierta?

Revisé por encima la ropa colgada, mientras en mi interior el miedo crecía. Aquella no era la ropa de la tía Cynthia. Era la de Rebecca. Y la vestimenta de hombre era la de Richard. Volví a colocarme según las direcciones que me había dado Tricia, y me di cuenta de que me había equivocado de manera tonta. Había dicho que la habitación estaba a la derecha y lo había dicho mientras estaba frente a la entrada principal; había ido de espaldas a la entrada, por lo que me hallaba en la habitación equivocada.

Consciente del tiempo limitado que tenía, me espabilé para poner otra vez la ropa en su sitio, pero uno de los vestidos más largos de Rebecca cayó sobre una maleta clásica de Vuitton en el suelo del armario. Me agaché para desengancharlos y poner la maleta en su sitio. Cuando lo hice, la maleta goteó sin duda alguna.

Me arrodillé y abrí la cremallera de la maleta con cuidado. Envuelta con un jersey de la marca Náutica, la botella de champán estaba girada, así que solo pude ver la parte de la etiqueta negra. Me bajé la manga a la mano, y fui girando la botella sobre su eje hasta que logré ver la etiqueta frontal. Era una de las botellas de la fiesta. Y el borde de la parte derecha inferior de la etiqueta estaba roto, desgastado, arrancado de la botella.

Me senté sobre los talones, exaltada. ¿Cómo habían podido ocultárselo a la policía? ¿Estaba Rebecca escondiendo la botella para encubrir a la tía Cynthia? ¿Era la tía Cynthia quien se la había colocado a Rebecca? ¿O me había equivocado? El sonido de los latidos de mi corazón aumentó cuando apenas me oí pensar. ¿Podía haber sido Rebecca quien lo hiciera? ¿Era Rebecca capaz de hacerlo?

La pregunta más insistente era ¿debía llevarme la botella o dejarla allí? No quería ensuciarla pero tampoco quería perderla. ¿Dónde iba a ponerla si me marchaba de la habitación? No cabía demasiado bien debajo de mi falda, pero tampoco estaba segura de llegar hasta Tricia sin que antes me viera alguien. Me alcé con la botella en la mano, todavía pensando, me giré y casi me tropiezo con los pies de Rebecca.

—¿No será esto una sorpresa? —dijo con una expresión fea y desdeñosa mientras golpeaba lánguidamente con los dedos el collar de esmeraldas.

Me quedé con la botella sujeta entre las piernas como si pudiera esconderla entre los pliegues de mi falda.

—Lo siento, ¿es esta tu habitación? —le pregunté tan suavemente como fui capaz.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó.

—Tricia me pidió que cogiera una cosa para la tía Cynthia y me imagino que me he confundido con las señales.

—No eres muy buena embustera, Molly.

—De hecho, soy una embustera excelente. En ocasiones hasta me sorprendo a mí misma, solo que me has pillado desprevenida. Las buenas mentiras llevan su tiempo, ¿no lo crees?

—¿Me estás llamando mentirosa?

—Todavía no.

—¿Estás planeando hacerlo?

—Depende de lo que me digas.

—¿Por qué debería decirte nada?

—Porque sé lo que le hiciste a Lisbet.

Una vocecilla venía por la parte de atrás de mi cabeza gritando y animando a mi boca para que participara. Pero si gritaba ahora, había demasiadas posibilidades de que las cosas se fueran a torcer. Estaba en su habitación, sin permiso, sujetando una botella de la que ya debía haber borrado las huellas dactilares. Olvídate de Regan Crawford, iba a parecer la reportera entrometida que andaba tocando cosas que no le pertenecían.

Rebecca me cogió de la mano y me la soltó con fuerza.

—¿Qué es esto? —preguntó mirando la botella.

—Entonces tú también eres una buena mentirosa.

—Nunca la había visto.

—¿Qué hacía en tu maleta, pues?

—Me la has metido aquí. Estás colocando pruebas para hacer ver que soy culpable, porque le prometiste a mi despiadada cuñadita que te asegurarías de que David quedara libre. Y que harías cualquier cosa por la mocosa maquinadora.

—No tenía ni idea de que los dos fuerais tan amigos.

Rebecca sonrió. Fue la expresión más genuina que le había visto, pero yo todavía la veía retorcida y enfermiza.

—Y entonces, ¿qué vas a hacer ahora, Molly?

—Aprovechar la oportunidad.

Di un paso hacia atrás, alejándome de ella, en dirección a la puerta, pero en ese mismo instante metió la mano en el cajón de la ropa y sacó una pequeña pistola. Ahora puedo reconocer a Jimmy Choo a veinte pasos, pero todo lo que soy capaz de decirte sobre esta pistola es que era pequeña y brillante, y la cosa más detestable que he visto en mi vida.

—Mala opción —dijo apuntándome con la pistola.

—¿Qué mierda estás haciendo? —le pregunté, sin estar tan ansiosa como para mostrarme respondona, aunque tampoco quería aparentar displicencia.

—Te dije que si no te apartabas del caso ibas a ser la siguiente. Siempre he oído que la segunda vez es más fácil.

—Eso es en el amor, no en los asesinatos —le corregí.

—Ya veremos.

La vocecita me sugería otra vez que gritara, y a la vez empezaba a vislumbrar la sabiduría que desprendía. Debía notárseme en la cara, porque Rebecca se me acercó más aún y apretó la pistola contra mi estómago,

—Grita que te disparo. Diré que nos peleamos después de encontrarte fisgoneando entre mis cosas, mientras encima colocabas la botella y la pistola en el armario.

—Retiro mi anterior valoración —dije en voz baja—. Eres una fantástica mentirosa.

—Gracias. Ahora vas a poner la botella de nuevo en la maleta y vas a dar un paseo; vas a tirar varias cosas al río.

—¿Como tiraste a Lisbet en la piscina?

Creía que se iba a mosquear, pero se mostró arrogante.

—Esa guarra lo estaba pidiendo. Y, ¿sabes qué?, es lo más inteligente que he hecho en mi vida. Me estaba esforzando para conseguir caerles en gracia otra vez, pero la maté y de repente soy la mejor nuera del mundo. Confían en mí, se fían de mí, me creen. Darle fuerte a ese adefesio me ha servido para acabar ganándomelos.

—¿Mataste a Lisbet para caerles bien a los Vincent? No lo acabo de entender.

—Ella dijo que era mejor que yo, que no tenía que seguir sus normas. Intenté hacerlo a mi manera y Richard me rechazó. Todo tiene que ver con ser una Vincent, con lo que la gente pensara y toda esta puta mierda de estar todo el día en tensión con la clase alta de aquí; no era lo suficientemente buena.

Quería preguntarle si se había empeñado mucho en acabar como cronista de sociedad y en tabloides con cierta regularidad, pero, por el contrario, le dije:

—Tiene que haberte resultado muy difícil. —Parecía una elección más acertada.

—Me destrozaron el corazón. Así que decidí que debía vencerles con sus propias armas. Sería una chica buena. Tenía que rogar a Richard volver con él, pero valió la pena. Y luego David se engancha con Lisbet, que no solo es una cerda sino también una fulana, y todo el mundo se vuelca en ella. Le hacen una gran fiesta, consigue llevar las esmeraldas, arma la de Dios y la gente ni se inmuta. Estoy tan enfurecida que no puedo ni dormir, así que voy a dar un paseo por la piscina. La tía Cynthia sale de la casita de la piscina, toda disgustada, y me dice que Lisbet está dentro, borracha como una cuba y zarandeándose como una puta, por lo que entro para hablar con ella, para avisarla y compartir con ella mi experiencia. Lisbet dice que es asunto suyo. Nadie va a ir a decirle cómo tiene que comportarse, y menos yo.

Me quedé mirándola, más tranquila tras su retahíla, dándole más importancia a cómo lo explicaba que a los hechos. Ella sonrió.

—Yo le enseñé, ¿o no?

—¿Que valía la pena matarla? —le pregunté.

—En aquel momento solo estaba furiosa. Pero de verdad que ha valido la pena de una forma increíble. Estoy justo en el lugar que quería estar. Excepto ahora, contigo en mi camino.

Pegada a mis caderas, me golpeó con el codo hacia atrás, señalando el armario.

—Cógela —me ordenó agitando la cabeza hacia la maleta.

Yo la cogí, obediente, y coloqué la botella otra vez y la envolví con el jersey. La sujeté ofreciéndosela, pero ella negó con la cabeza.

—Tengo las manos ocupadas contigo y la pistola. La llevas tú.

Me cogió del brazo izquierdo como si tuviera ocho años y fuera su amiga favorita, con los dos brazos rodeándome de manera que su brazo tapaba la pistola de la vista pero no de su uso. La apretó contra mis costillas, directamente al corazón. Llevaba la maleta en la mano, por lo que se nos hacía muy difícil caminar, pero al fin y al cabo me tenía bajo control. Pese a estar loca de atar, era bastante inteligente.

Me ordenó volverme hacia la puerta, y entendí su buena disposición para dispararme. ¿Cómo creía que iba a ir caminando a través de un vestíbulo repleto de personas sin que nadie se diera cuenta de que nuestra relación acababa de estrecharse extraordinariamente?

Porque el vestíbulo estaba vacío. Todas las personas habían ido dentro a sentarse al comedor. Probablemente Tricia había ido a buscarme a la habitación de la tía Cynthia y no podría imaginarse dónde me había metido. Incluso, si ahora me arriesgaba a gritar, no había ninguna garantía de que alguien pudiera oírme en una casa gigante como aquella.

—Rebecca, es que simplemente lo estás haciendo mal. —Traté de hacerla recapacitar a medida que nos íbamos acercando al vestíbulo—. Para ahora y veremos cómo lo solucionamos.

—Yo ya lo tengo todo solucionado —insistió Rebecca con un tono cada vez más estridente—. La estás empezando a liar, pero todo va a volver a salir bien, todo va a salir...

—¿Rebecca?

La señora Vincent entró en el vestíbulo, cara a nosotras. Rebecca y yo nos paramos. Noté la ira palpitando en su cuerpo y me pregunté si ella podía sentir mi alegría.

—Señora Vincent... —empecé, pero Rebecca me presionó el costado con la pistola más firme todavía, así que paré para construir cuidadosamente lo que iba a decir.

—La sopa se está enfriando. ¿Dónde habéis estado las dos?

—Molly y yo tenemos que salir un momento a caminar, madre. En un segundo volvemos. Empezad sin nosotras.

—¿Qué va a parecer esto? —preguntó la señora Vincent—. No pasa nada si Molly no está presente, pero estamos haciendo una declaración de la unidad familiar y tú lo estás echando a perder. Ven a la mesa.

Rebecca me impulsó adelante.

—He dicho que ahora voy.

—Rebecca, ven a la mesa de una vez —repitió la señora Vincent.

Detrás de ella, Richard y el señor Vincent salieron también de la sala del almuerzo.

—¿Eso es lo que querías, o me equivoco, Rebecca? —pregunté.

—Cierra la boca, Molly.

—¿Ser un miembro indispensable en la familia?

—Rebecca, adentro. Ahora —ordenó la señora Vincent, con el dedo imperioso apuntando hacia la sala. Pero Tricia, David y la tía Cynthia salían ahora y los invitados no estaban demasiado retirados de ellos, atraídos por el tufo a problema que había en el aire.

—Rebecca, explícate —le pidió el señor Vincent.

Rebecca me tenía agarrada, aunque alejada de la puerta. El señor Vincent y Richard venían hacia nosotras, preocupados porque gente inocente (aparte de mí, por supuesto) pudiera salir malparada; sabía que no podía dudar durante mucho más tiempo. Literalmente, arrastré los pies. Cuando pasamos al lado de la mesa redonda y su correspondiente alfombra, arrastré el pie derecho de manera que el estéticamente estrecho tacón se enganchara.

—Ay, ¡espera! —exclamé—. Me he quedado atascada.

Nos obligó a pararnos. Rebecca se inclinó para ver dónde estaba enganchada y yo hice el movimiento de plantar un pie y pivotar, cambiando el peso de mi cuerpo hasta separarme de ella, de la pistola, de la maleta, y las dos acabamos cayéndonos al suelo.

Los gritos de la gente llenaron el vestíbulo al ver la pistola Richard gritó pidiendo que alguien llamara al servicio de urgencias. El señor Vincent gritó que nos calmáramos. La señora Vincent gritó a Rebecca que se portara bien. Tricia me gritó que le pateara el culo a Rebecca y Cassady chilló que Tricia lo volviera a repetir. Rebecca y yo nos levantamos con la ayuda de las manos y las rodillas para coger la pistola. Yo la agarré, pero Rebecca se levantó apoyándose en una rodilla y, haciendo fuerza, me pisó la mano con sus tacones de aguja. Me puse a gritar e intenté ir a buscar la pistola, pero la mano no me respondía y ella tiró del arma para llevársela a los pies, la agitó como una demente y dio un paso en dirección a la puerta principal.

Richard se acercó a ella y le apuntó con la pistola.

—No, Richard —advirtió el señor Vincent.

Me arrastré pitando por el suelo hasta que estuve lo bastante cerca para coger la maleta. Rebecca estaba tan centrada en Richard que al principio ni se dio cuenta, cuando lanzó una mirada abajo, me quedé inmóvil y ella volvió a alzar la vista a Richard.

—Esta vez tu padre te ha dado una buena advertencia —le dijo—. No vayas a estropearlo ahora, cariño. Luego te lo explico todo.

Deslicé mi mano dentro de la maleta y abracé el cuello de la botella.

—¿Podría alguien explicarme lo que está sucediendo aquí, por favor? —imploró la señora Vincent.

—Rebecca mató a Lisbet y ahora veremos el arma del homicidio —expliqué mientras sacaba la botella y la sostenía para que todo el mundo la viera.

La presión del aire del vestíbulo de repente absorbió a la vez todas las inhalaciones respiratorias. Rebecca gritó y se giró para apuntarme con la pistola, pero yo balanceé la botella de champán hasta cogerla por detrás de las rodillas y le barrí los pies. Disparó un tiro al aire al caerse, con lo que provocó que todo el mundo saliera corriendo a resguardarse. Me lancé sobre ella en el momento que golpeó el suelo y le di en la mano con la botella de champán para asegurarme de que soltaba la pistola. Resbaló por el suelo y la gente reculó para no tocarla, como si se tratara de una víbora.

Tricia fue la que llegó primero a mi lado, lanzándose al suelo para sujetar e inmovilizar los pies de su cuñada.

—Ojo, que los tacones son puntiagudos.

La multitud nos rodeó mientras Rebecca seguía retorciéndose y gimiendo, pero no iba a levantarme hasta que llegara la policía. Miré arriba y vi a una rubia escultural con su teléfono móvil.

—¿Estás llamando a urgencias?

Hizo una mueca de incredulidad.

—Esto es serio.

Alguien al otro lado de la línea contestó y le dijo.

—Hola, soy Regan Crawford ¿Está él?

—Es mi historia —protesté.

—No te veo cubriendo este notición —dijo.

Y luego, al teléfono, susurró

—Peter, cariño, tengo la historia más increíble que puedas llegar a imaginarte.

Vida, amor y asesinatos. Cuando crees que los tienes solucionados, encuentran la manera de sorprenderte.