Capítulo 9

—Debía haber sido actriz.

—¿Es que quieres decir que no lo eres?

—Digo profesionalmente.

—Pero tu actuación te está dando grandes frutos, vacaciones, joyas y muchas más cosas bonitas.

—Según esa definición, todas las mujeres serían unas actrices profesionales.

—Sí, pero la mayoría de nosotras estamos en la fila trasera del coro de la remesa de verano. Tú, Cassady, eres una estrella de Broadway.

Cassady y yo estábamos merodeando por fuera de las puertas cerradas del teatro Avenue of Dreams, la antigua compañía de Broadway que había programado presentar Lisbet en su debut en el teatro de Nueva York dentro de dos semanas. La compañía de Avenue of Dreams era un grupo joven de estrellas emergentes de Hollywood que habían iniciado su carrera como actores de poca monta en Nueva York; ahora habían unido sus ganancias en un fondo común para fundar una compañía teatral que les había hecho sentirse menos culpables por venderse, y conseguir un lugar donde lucirse entre proyectos de cine y televisión. Uno de los miembros fundadores protagonizaba una serie de televisión ideada por la madre de Lisbet, y de ahí le salió a Lisbet el trabajo para el verano.

Cassady todavía no había abandonado del todo la típica vestimenta y aspecto que llevaba el fin de semana pasado en los Hamptons, lo que nos causaba cierta alegría. Con las gafas de sol intentando dominar el pelo para que se aguantara, llevaba unas Moschino de Capri con un estampado floreado y un cordón a conjunto, así como unas sandalias doradas de tiras cruzadas Edmundo Castillo; parecía el primer soplo de aire veraniego que paseaba por estas calles primaverales.

El robusto joven que subió a zancadas hasta la puerta del teatro casi atravesó la susodicha puerta; estaba muy cautivado por lo que veía. Me parecía alguien vagamente familiar; creo que recientemente había tenido el papel de joven e intenso doctor en alguna serie de televisión que había visto anunciar durante catorce semanas y que luego emitió la ABC durante dos.

Se hizo el indiferente pese al traspié que casi había tenido con la puerta del teatro.

—¿Ha venido por la actuación? Hoy no hay actuación. La última acabó hace un poco y ya no abrimos otra vez hasta finales de mes. Quizá más tarde porque acabamos de perder a uno de los miembros de nuestro equipo. Pero si quiere comprar entradas para cuando estrenemos, en eso sí le puedo ayudar. O en cualquier otra cosa que necesite.

Tenía aspecto de estar totalmente preparado para sacar brillo a las sandalias de tiras cruzadas con su camiseta, o incluso con la lengua. Me sentí como lanzando bengalas de fuego, con el simple hecho de ver si parpadeaba. Me conformé con aclararme la voz.

—En realidad estamos buscando a Verónica Innes.

El balbuceante muchacho no pareció ni de lejos sobresaltarse por mi presencia allí, como me hubiera esperado. Asintió con un gesto amable y miró la hora que era.

—Debe estar adentro. Le gusta llegar con tiempo y prepararse.

Recordé a Verónica colocándose los pechos para nosotros en la cena del pasado viernes y me pregunté si también lo incluiría en la preparación para el ensayo.

—Hemos llamado a la puerta y no ha respondido nadie —contestó Cassady.

Si hubiera tenido rabo, lo hubiera meneado. Con cierta floritura apretó el botón del portero automático del lado de la puerta, pintado del mismo color que la pared para que apenas se pudiera ver, aunque supieras que se encontraba allí.

—¿Son amigas? —le preguntó a Cassady.

Me percaté de que debía de estar haciendo los cálculos necesarios para saber cuántos favores debía hacerle a Verónica y conseguir así el número de teléfono de Cassady.

—Solo estuvimos con ella en Southampton —insistí en contestar, tratando de que estuviera calmado y no se le salieran los ojos de las órbitas.

—Necesitamos hablar con ella un momento.

Dicho sea en su honor, se puso muy solemne y oí cómo la libido se le relajaba hasta un estado neutro.

—Así que estaba allí con Lisbet. ¡Vaya tragedia! De verdad que la vamos a echar en falta. Sobre todo, Verónica. Se hicieron muy íntimas por toda la cuestión de la sustitución y demás.

La puerta se abrió chirriando y una mujer joven con el pelo lacio (llevaba una bata de estar por casa, amorfa, de líneas negras y unos espantosos zuecos negros de piel) se quedó mirando. Parecía como si fuera la última vez que veía el sol en secundaria.

—Hemos llegado temprano —le riñó al muchacho balbuceante. Bizqueó hacia nosotras con una pobre mirada de sospecha cuando abrió la puerta un poco más para poder entrar. No creo que estuviera impaciente por seguirnos.

—Son amigos de Verónica —le dijo a ella—. Esta es Abby, nuestra directora —nos dijo.

Abby asintió con la cabeza, más bien en concordancia con la presentación que le había dedicado, que para animarnos.

—Hemos intentado dar con Verónica.

Esa era la verdad. La había llamado una vez, que cuenta como intento, y su contestador, obviamente flamante y del todo nuevo, había anunciado que «probablemente estaba en el ensayo donde hacía de protagonista en la obra Sweet Twilight en el teatro Avenue of Dreams. Llama a la taquilla para que te informen sobre la compra de entradas o deja un mensaje después de la señal». Sonreí cálidamente, aunque calidez era un concepto ajeno a ella.

—No pretendo interrumpir el proceso del ensayo, solo me va a llevar un minuto.

Abby empujó al muchacho balbuceante dentro del edificio y se colocó un poco más cerca de Cassady y de mí. Nos echo un sincero vistazo por encima, incluida una mirada desdeñosa a ambos zapatos, y luego dio un paso hacia atrás.

—Tengo que ir rápido. He acabado de retocar toda la programación entera porque...

Se tapó la boca, buscando la expresión adecuada para decirlo.

—Lisbet. Sí, lo sabemos. Lo sentimos mucho.

Abby miró a Cassady con recelo.

—No sois policías, ¿verdad?

—Aunque fueran de paisano, no visten así —le aseguró Cassady de manera un poco insultante.

—¿Por qué tendríamos que ser policías?

Abby se encogió de hombros.

—Cuando alguna persona muere, los policías siempre van a merodear y preguntar.

No parecía que sospechara de Verónica, sino que hablaba simplemente según las experiencias de vivir en la ciudad, así que lo dejé pasar y fui al trote a por la noticia de portada más novedosa.

—Estamos realizando un álbum de homenaje al prometido de Lisbet y queremos que Verónica sea la figura central.

Abby puso los ojos en blanco.

—Porque ella todavía no es una diva. Bueno, da igual, pasad.

Abby desapareció adentrándose en un vestíbulo oscuro y, desganadamente, aguantó la puerta con la mano pálida para que pudiéramos pasar.

Los teatros vacíos son lugares extraños; como las iglesias vacías. Tantas emociones, tanta gente sacando a la luz sus propias historias, se puede sentir qué paredes están empapadas de ellas, sumergidas en las alfombras de manera que el sonido y las luces no rebotan donde se supone que rebotan, pero dan vueltas de un sitio a otro, perdurando un instante más largo de lo que una se imaginaría.

Abby nos condujo en línea recta desde los bastidores hasta las conejeras del almacén y los camerinos. Se dirigió a una puerta donde había puesta una cinta adhesiva que decía «Lisbet», paró, quitó la cinta de la puerta y llamó a la puerta.

—¿Quién es? —dijo Verónica desde dentro.

—Unas amigas tuyas —replicó Abby, y nos recordó severamente—: La necesito en cinco minutos. —Y se marchó.

La habitación del camerino se balanceó y se abrió y Verónica estaba allí, en su mejor pose de Eva al desnudo con el pelo recogido y un bata de seda que revelaba la cantidad calculada de pechos.

—Hola —dijo lentamente—. Siento mucho no poder haceros un hueco.

—Molly Forrester y Cassady Lynch. Nos conocimos el viernes pasado —le dije, ofreciéndole la mano.

No extendió la mano como respuesta, todavía intentaba recordarnos. Entonces Cassady encuadró sus pechos con los brazos y de esta manera a Verónica se le encendió la lucecita en la cabeza.

—Ah, ¡la mesa de Jake!

Me cogió la mano y me dio un apretón de manera tan entusiasta que lo decliné para corregir el grado de relación que ella debía suponer que compartíamos con Jake en aquel momento.

—Entrad.

Nos llevó a un camerino que era un armario de utilidad glorificada con unas paredes negras y brillantes, una mesa y un perchero clavado en el centro, pero estaba contenta por estar tratando de meterme allí dentro. Lo más importante era conseguir que hablara y ver lo que podía revelarnos sobre su relación con David y qué sentía verdaderamente por Lisbet. Eso era todo lo que esperaba lograr; un poco de información. Por eso me costó bastante percibir que había una botella encima de la mesa ampulosa. La botella de champán de la finca de la tía Cynthia. Del viernes pasado.

—Te trajiste un souvenir —dije suavemente mientras le cazaba la mirada a Cassady en el vanidoso espejo.

Cassady miró la botella y se encaminó hacia el vestíbulo en busca de Abby.

Verónica parecía no entender nada, así que señalé la botella. Esto le hizo sonrojarse.

—Realmente no debí...

Parece mentira que fuera a confesar tan fácilmente, pero mi corazón todavía saltaba con tanto latido.

—No debiste ¿qué?

—Traérmela a casa, queda mal. Como en un restaurante bonito de verdad, cuando mi abuela envuelve las sobras en una servilleta y las mete en el bolso. Pero de alguna manera estoy alegre por haberlo hecho. Me refiero a que simplemente cogí una al salir porque era un champán muy bueno, pero ahora este hecho es mucho más significativo.

—No me gusta nada interrumpir, pero, ¿dónde está el baño? —preguntó Cassady.

Verónica se lo indicó con la mano.

—En la tercera planta a la izquierda.

—Justo detrás —dijo Cassady, apretándome un poco el brazo, gesto que se suponía debía interpretar pero no lo conseguí; lo único que pensé fue que daba igual lo llena que tuviera la vejiga, me estaba dejando allí sola con una actriz loca y con el arma del homicidio en la mesa. Anda, ve, pero envíame al magnífico Dick Powell mientras no estés.

—¿Más significativo? —le pregunté, tratando de centrarnos en la cuestión que me interesaba.

—Por el papel. Por el de Lisbet. Por mi papel. Por nuestro papel.

—En la obra.

—Sí. En Sweet Twilight. ¿La has leído?

—Me temo que no.

—Mi personaje es una joven que lucha por aceptar su adicción al sexo siguiendo la muerte del profesor de música que la sedujo cuando era adolescente y que, a la vez, era el padre del hombre con quien ahora tenía una relación sadomasoquista.

No sé si había sido la explicación o la botella de champán lo que me había hecho sentirme un poco mareada, pero asentí.

—Un drama.

—Un musical. Sombrío, pero que no deja de tener sus momentos de humanidad y humor, y a la larga, te levanta el ánimo —dijo Verónica. Estaba bien que ya hubiera leído la reseña publicada.

—Bien, ¿pero por qué la botella de champán?

—Me provoca llanto. La miro, pienso en Lisbet y lloro. —Gesticuló para que mirara lo que me enseñaba. Respiré hondo, se giró a mirar la botella, alargó la mano, la tocó vagamente con la punta del dedo índice, y empezó a sollozar. Fue una demostración muy impresionante y algo alarmante, pero me imagino que sería muy necesario para el musical, aunque no lo puedo decir con toda certeza.

La respuesta apropiada parecía que fuera un gran aplauso, así que amablemente se lo brindé.

—Vaya.

Paró de llorar como una Magdalena con una rapidez espantosa, Verónica agarró un puñado de pañuelos del dispensador al lado de la botella de champán y fue alternando entre sonarse los mocos y secarse los ojos.

—Mi actuación será el último homenaje a Lisbet. Me ha ayudado a agrandar mi regalo.

Ahora estaba pensando en llorar. Intenté calmarme.

—Cuando piensas en Lisbet, ¿qué te viene a la cabeza?

—La manera en que la vi por última vez.

—¿Muerta en la piscina?

Verónica me miró durante un largo instante con cara descompuesta, como si no me comprendiera, y luego movió la cabeza con contundencia.

—Ya me había marchado de la fiesta cuando la encontraron.

—Y entonces, ¿dónde la viste por última vez?

—En su habitación. Traté de hablar con ella abajo, en las escaleras, pero empezó a subir indignada, así que fui a la cocina para llevarle un café. Me lo llevé para arriba, hablamos un poco, entró David y me fui. Nunca más la volví a ver.

Por lo tanto, David había estado arriba con Lisbet la última vez que Verónica la vio. Pero algo, quizá el reclamo de las lágrimas, hacía que no dijera la verdad.

—Estoy impresionada de lo capaz que has sido de meterte enteramente en tu papel. Su papel. Lo sabes.

—¿Por qué estás aquí? —Se puso de pie y se secó los mocos en la bata que llevaba puesta, la primera cosa genuina que había hecho desde que había abierto la puerta.

—Quería hablar contigo de la idea que hemos tenido sobre hacer un CD en memoria de Lisbet, pero no veo demasiado claro que, después de todo, te resulte apropiado tomar parte. Perdóname por haberte entretenido durante el ensayo. —Y me giré hacia la puerta.

—¿Un CD? —preguntó secándose otra vez la nariz, aunque tuvo el cuidado de utilizar una parte diferente de la manga.

—Sí, con toda la influencia de sus padres en Los Ángeles contamos con que podrían distribuirse, pero en realidad es principalmente por David. Y si tú estabas con Lisbet la última vez que la vio, la asociación quizá sea demasiado dolorosa. Olvídalo.

—No.

Fue repentino y tenso, y cuando se dirigió a alcanzar algo, por detrás de mí, de la ampulosa mesa, me preparé para coger la botella y volví a mi posición balanceándome. Pero ella echó mano de los trastos sobre la mesa y cogió un pañuelo. Mientras volvía a sonarse los mocos, me propuse conducirla por el camino de la historia.

—No, olvídalo, ¿no fue eso lo que pasó?

—Sí. —Graznó unas cuantas veces más y se volvió a sentar.

—Volví a ver a Lisbet, en la piscina.

—Pero no dentro.

—¿Me estás acusando de algo? —Todavía no, pensé.

—No, simplemente estoy tratando de entenderlo.

—Es posible que no puedas entenderlo porque no podrías saber todo el tiempo, todo el tiempo dedicado a...

—¿A Lisbet o a David?

Se estremeció como si le hubiera dado una bofetada.

—No metas a David en todo este asunto.

—Pero no es todo por David, ¿o me equivoco?

—¿Crees que me peleé con ella por él?

—Bueno, ¿por qué te peleaste con ella?

—Yo no me peleé con ella, fue con Jake con quien discutí.

El mareo volvió de nuevo.

—¿Jake? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?

—Me fui de la habitación para que Lisbet y David pudieran hablar. No quería volver a la fiesta, así que me fui a caminar alrededor de la piscina. Lisbet vino deambulando, despotricando, delirando y gritando que lo había dejado con David y que todo había sido un gran error y gracias a Dios se había dado cuenta a tiempo y él y su asquerosa familia podían irse a tomar por saco, y bla bla bla.

Si estaba diciendo la verdad, estos hechos podrían haber ocurrido después de que David y Lisbet hubieran discutido y de que Lisbet hubiera tirado el anillo.

—Entonces, ¿cuándo aparece Jake en todo esto?

—Gracias a Dios aparece sin ese dulce brazo un poco vicioso que tiene. Pero con su cámara. Ha tomado más champán y sugiere que hagamos una pequeña filmación, en la parte de la piscina, Lisbet y yo. O quizá los tres.

No estaba convencida de querer oír la respuesta pero, por los antecedentes, pregunté de todos modos.

—¿Qué tipo de película?

—¿Tú qué crees?

Verónica puso los ojos en blanco en señal de exasperación, como si la ocurrencia de los hombres de grabar orgías fuese bastante frecuente. Quizá en su círculo social sí, pese a no hacer un negocio de ello y demás.

—Y entonces, ¿va a salir en DVD? —dije procurando que no se enfadara, y con un ojo puesto todavía sobre la botella.

—No crees que lo hiciera.

Me encogí de hombros al no saber qué respuesta sería la que le resultaría más insultante.

—Me imagino que fue una propuesta bastante ofensiva.

—Por no decir otra cosa. Jake no tiene sentido alguno de la composición y su iluminación siempre es una mierda.

Quería echarme a reír. Quería poder ser capaz de alejarme de las preguntas que pasaban por mí mente y disfrutar de la ridiculez de la diva rechazando actuar porque era degradante que el director no pudiera garantizarle unos valores de producción decentes. Pero no logré reírme porque cada vez me parecía más y más claro que alguno de los dos, Jake o Verónica, era un descomunal mentiroso. Y el que estuviera mintiendo sería el asesino de Lisbet.

—¿Y qué pasó luego?

—Me fui —dijo Verónica indignada—. Jake encendió la cámara y enseguida se pusieron uno encima del otro. Nada de esforzarse por transmitir arte o erotismo, simplemente...

Se contuvo al darse cuenta de que estaba admitiendo que se había quedado un poco más de lo que indicaba su indignación.

—Y me fui

—Con la botella de champán

—No iba a dejársela a Jake y Lisbet como propina Además —Se volvió para mirar de nuevo la botella y se echó a llorar otra vez. El mismo Stanislavsky, o Pavlov, no podía haberla formado mejor.

Vi aparecer a Abby en el espejo de la entrada detrás de mí. Había llegado el momento de echarme, supuse, pero no dijo nada, solo se quedó mirando un instante a su llorona protagonista.

—Bien hecho, Verónica —susurró Abby tras un segundo—. Siéntelo, recuérdalo, úsalo.

Verónica sonrió entre lágrimas.

—¿En serio? ¿Te gusta?

—Es tan auténtico —Abby agarró los hilos sobre sus pechos y los estrujó.

— Llevémoslo a escena y lo tejemos en nuestra tela.

Verónica me barrió fuera del camerino que había frente a ella. Creí que solo iba a ir derecha al vestíbulo con Abby y dejarme a mí allí, pero me cogió de la mano y me acercó a sí misma.

—Necesito formar parte del CD. Significaría tanto para David. Tenemos en común una historia bastante compleja y voy a ser una parte importante de su vida mientras pasa por esto.

Y cerró su comentario con un apretujón de manos.

—Estaremos en contacto —le prometí.

Abby me volvió a mirar.

—¿Eres... fuiste amiga de Lisbet?

Pensé que la verdad podría manipularse un poco más esa tarde.

—Sí.

Señaló una caja junto a la puerta del camerino.

—Estas son las cosas que tenía en su camerino ¿Te importaría llevárselas a su familia o se las envío yo a alguna dirección?

—Se las puedo llevar a David —dijo Verónica alegremente.

Con tal de prevenir aquel choque y por si acaso había algo revelador allí dentro, me ofrecí de voluntaria.

—No, está bien, me encargaré de llevárselo con mucho gusto.

Abby me dio las gracias y acompañó a Verónica al escenario. Miré rápidamente dentro de la caja, a escondidas, y vi ropa, algunos libros y maquillaje. No había nada que llevara una flecha roja fluorescente que dijera «útil», pero, como reza el dicho, «Nunca se sabe».

Cogí la caja y me dirigí a la puerta principal, repasando lo que me había dicho Verónica, tratando de separar la verdad de la ficción, luchando para no darme la vuelta e ir a agarrar la botella de champán del camerino. Entre tanta historia de ositos de peluche, se me había castigado por tratar con las pruebas, y Verónica no parecía sentir la necesidad de destruirla, de esta manera probablemente no había riesgo alguno hasta que pudiera informar a las autoridades adecuadas, quienesquiera que fueran. Pero había algo más que me rondaba la cabeza, tenía la sensación de que me olvidaba de algo.

Pues claro ¿Dónde estaba Cassady?

Estaba en el oscuro vestíbulo, arreglándose el pelo y maquillándose con una pequeña polvera aprovechando la poca luz que se apreciaba.

—Me alegra ver que no te ha matado con la botella de champán —dijo arrastrando las palabras mientras sometía a un rizo tozudo a base de giros y giros.

—A mí también. Gracias por vigilarme, amiga del alma y camarada —fruncí el ceño, balanceando la caja sobre mi cadera mientras ella acababa.

—Mira, es una puta, no le des más vueltas, pero raramente será del tipo de asesinas impulsivas en serie que te va a abatir en un edificio lleno de testigos, a quienes habrían disparado uno por uno para ponerse frente a la cámara del noticiero y derramarles los intestinos. Creo que podría haber dedicado mi tiempo mucho mejor a otras vías de investigación

Fue fácil colocar todas las piezas de este puzzle.

—Y entonces, ¿dónde esta el balbuceante muchacho, y cuánto daño le debes de haber hecho?

—Fui muy amable con él. Siempre lo soy cuando son tan jóvenes.

—¿Te lo has pasado bien?

—Todavía mejor. Tengo información.

—Bien, bien, Mata Hari, cuéntame.

—¿Sabias que Verónica tenía el papel protagonista en esta producción hasta que el padre de Lisbet tiró de algunas cuerdas y de repente, bum, Verónica se quedó con el segundo pape?

—Fascinante.

—Espera, que todavía se pone más calentito.

—Entonces es mejor que vayamos afuera.

Salimos del teatro y dejamos atrás a las posibles personas que estaban fisgoneando y escuchando nuestra conversación, y fuimos de camino a la Novena Avenida para coger un taxi.

—¿Qué hay en la caja? —preguntó Cassady—. No es que me esté ofreciendo a ir con esto tan sucio a cuestas.

—Efectos personales del camerino de Lisbet. Me ofrecí voluntaria para hacérselos llegar a la persona adecuada.

—Después de haberlas revuelto un poco.

—Por supuesto, estoy bastante convencida de que fuera lo que fuera lo que no salió bien ese día ha de tener las raíces aquí mismo.

—¿Te refieres a algo como que Lisbet llamó a Abby el viernes por la tarde para decirle que abandonaba la obra por Verónica, y luego la volvió a llamar el viernes por la noche para decirle que había cambiado de idea?

Me llevó un momento asimilar las noticias. Verónica me sorprendió por su ambición, pero, ¿era lo suficientemente ambiciosa como para matar por un papel? ¿O por un papel y un amigo del alma? ¿Había pensado que convencería a Lisbet de abandonar la obra de alguna manera y luego, cuando Lisbet había cambiado de parecer, la había azotado?

—Es divertido que Verónica haya fallado al no contármelo.

—Tiene los alicientes apropiados.

—Bien, la próxima vez me dejas con el chico guapo y tú te vas a las lecciones de secar lágrimas y mocos de una actriz repulsiva.

—¿No me escuchabas? Alicientes apropiados.

—Te quedarías atónita si supieras lo que Verónica considera estímulos apropiados. Tengo algo nuevo que contarte. ¿Sabías que a nuestro nuevo colega Jake le gusta filmar todo lo que hace?

—¿En digital o es que es uno de esos fanáticos de las grabaciones más bien raritas?

—¿Es esa tu preocupación?

—No, quiero saber si vas a llamar a Kyle o vas a ir directamente a la detective Cook.

Hoy temprano por la mañana había hecho que Cassady avanzara y se pusiera al día de mi encantadora conversación con Kyle.

—Todavía no. Quiero tener todas las piezas del puzzle antes de decirle nada, o si no pareceré una idiota y no ayudaré para nada a David.

—Hablando de David, me pregunto cómo le iría la entrevista con Kyle.

—¿Por qué no llamas a Tricia y le preguntas mientras intento conseguir un taxi?

Dejé a Cassady, su móvil y la caja en la esquina y me bajé de la acera para llamar un taxi. Se hubieran parado en seco si hubiera estado Cassady, pero ya había ejercitado bastante sus encantos durante toda la tarde. Tras un momento, un taxi se paró y me volví hacia atrás para coger a Cassady y la caja.

El conductor se giró hacia la ventanilla y preguntó a dónde nos llevaba. Abrí la puerta de atrás y empecé a darle la dirección, pero Cassady me paró. Me empujó en el asiento trasero y cerró la puerta.

—Al hospital de Saint Vicent, y no se le ocurra decirme que está demasiado lejos.

El conductor obedeció, emprendió el viaje y encorvó los hombros por encima del volante, por lo que me permitió mirar a Cassady.

—¿Por qué vamos al hospital de Saint Vincent?

—Porque David ha intentado suicidarse.