Capítulo 4
Estimada Molly:
¿Estamos jugando limpio después de este giro de 180 °C? Simplemente porque llamo al hombre que hay en mi vida (fíjese en mí ágil evasión del término «novio») a medianoche, ¿le da esto algún derecho para devolverme la llamada antes del amanecer? Y solo porque sospeché que se hubiera encontrado con una OFNI (una Oportunidad Femenina No Identificada), ¿sería capaz de llamarme para comprobar sí yo estaba en la cama?¿Estaré menos malhumorada después de tomarme bastantes cafés cargados?
Firmado,
la dama en vela.
Estaba destinada a contestar el teléfono con voz dulce y simpática, aunque dicha voz fuera toda una farsa porque me sentía a años luz de imitarla, pero, como le dije a Cassady, estar despierta toda la noche con un policía te predisponía a hacer este tipo de cosas.
—¿En serio? Creía que quedarte despierta toda la noche con un policía te hacía feliz. —Cassady bostezó mientras yo hurgaba en el bolso para encontrar mi teléfono.
—Un policía distinto, una iniciativa distinta —gruñí.
Tenía el tiempo justo para carraspear y contestar la llamada antes de que saltara el contestador.
—Buenos días —dije, esperando a desarmarle mediante un encanto distante.
—Está claro que necesitas un diccionario nuevo, porque no entiendo a qué definición te atienes para poder decir que esto es un buen día. Presenta una orden de compra de inmediato. No esperes. Tú ya trabajas lo suficiente en casa. Cómprate uno tú misma. Puedes beneficiarte de una deducción, lo que debería alegrarte.
Me tiré otra vez a la cama, a mi maravillosa y cómoda cama en la que solo había tenido oportunidad de estirarme durante unas pocas horas después de que la detective Cook se afilara los dientes. La idea de que pudiera ser una llamada de Kyle me llenó de una cierta mezcla entre entusiasmo y miedo. Ni se me había pasado por mi aturdida y cansada cabeza que pudiera ser una llamada de mi editor.
—Hola, Eileen. —Me apresuré a contestar, aunque dubitativa, y Cassady se lanzó a sentarse en la otra cama con un grito de sorpresa.
Eileen Fitzsimmons era mucho más que mi editora: era mi sombra. No es que su predecesora y yo hubiéramos sido íntimas, pero Yvonne Hamilton y yo habíamos encontrado un método de trabajo conjunto y una manera de llevarnos bien que podía llegar a pasar por una relación amistosa para aquellos que nos observaran. Yvonne me había dado realmente mucha libertad de acción, y ella me consideraba una oyente simpática, aunque la mayoría de problemas que le surgían eran el resultado de una personalidad abrasiva y de su falta de astucia a la hora de dirigir, aunque conseguimos que funcionara.
Con Eileen, solo me sentía como masticando chapapote. Eileen hacía que las cosas fueran más complicadas de lo necesario, principalmente porque le gustaba ver cómo la gente se esforzaba para complacerla. Parecía que lo equiparara al cariño.
—¿Ibas a informarme en algún momento de que estabas ahí con tu culito en medio de la historia más jugosa del mundo, o ibas a esperar a decírmelo dentro de dos semanas? ¿O es que te lo ibas a guardar para luego venir a jodernos otra vez?
Eileen siempre hablaba con dulzura, calma, pero llena de veneno por todas partes. Tenía unos fríos ojos verdes y pelo negro con flequillo alborotado. A menudo se le enredaba con las pestañas y siempre se lo despejaba con el dorso de la mano como una gatita nerviosa que se pone guapa.
—No, porque todavía no hay ninguna historia —dije con el deseo desesperado de meterme cafeína como fuera. No me había ido a la cama hasta muy tarde, mejor dicho, hasta bien temprano y, gracias a la detective Cook, una vez metida en la cama, estaba demasiado inquieta como para dormir. Estaba lista para chupar los suficientes posos de café que me dieran fuerza para continuar con la conversación.
Al otro lado de la habitación, Cassady se levantó de la cama y se dirigió al baño. Sí, también sentaría bien una ducha.
—Hay un cadáver, hay una historia.
—¿Con quién has estado hablando?
Era aterrador pensar que la historia ya había llegado hasta Manhattan. Sabía que el señor Vincent y Richard se habían quedado despiertos incluso más tiempo que yo, tal vez toda la noche, preparando una declaración y a las familias para la avalancha, pero parecía demasiado pronto para que afectara a las noticias.
—Tengo amigos.
Resistí el impulso de expresar mi sorpresa.
—Pues entonces probablemente te hayan dicho todo lo que sé. La policía está jugando con fuego.
—¿No es esa tu especialidad, calentar a los policías con fuego?
Me hubiera encantado colgarle en ese momento pero, en ausencia de una mente más fresca, el saldo en mi MasterCard prevalecía. En vez de hacerlo, apreté los dientes.
—¿Has llamado por una cuestión en concreto, Eileen, o es que te levantas cada día a las seis de la mañana para darle problemas a la gente?
—No, los fines de semana normalmente no empiezo hasta las siete. Continúa con esta historia.
—¿Perdona?
Cuando me involucré en el asesinato de Teddy, creía que me pasaría al periodismo más serio. No se me había ocurrido sacar algún provecho de la muerte de Lisbet. Todavía. Pero que Eileen me pidiera que siguiera la historia no hacía que esta recibiera más importancia De hecho no tenía demasiado sentido.
—¿Para qué revista?
—Para la nuestra.
Sí, perfecto, inmediatamente después del debut de la achicharrante columna El coche y su conductor para las mamás y los papás amantes de los automóviles. Zeitgeist es una «revista sobre el estilo de vida de la mujer», lo que significa que hablamos de sexo, estilo y dietas o, como Cassady suele decir, hablamos de estar gorda, moda y... sí, de alguna manera Cassady puede evitar llamarlo así. La voz humeante de Cassady y el estilo de lanzamiento brusco son como el acento inglés: hacen que las cosas automáticamente suenen más inteligentes.
Además, parte de la causa de escribir el artículo sobre la muerte de Teddy había sido para escaparme de Zeitgeist. El hecho de que esto no hubiera sucedido no significaba que no pudiera suceder la próxima vez, si es que había una próxima vez, y siempre que la próxima vez no fuera para Zeitgeist. Podía intentar explicárselo a Eileen, pero probablemente no me entendiera y, desde luego, tampoco estaría de acuerdo.
—¿Es que ayer por la tarde se compró una parte de la revista? —le pregunté.
Sería más bien que se agotaron las existencias. Eileen había venido de Bound, una revista para chicos donde tenía que concentrarse en conceder entrevistas para explicar, con ese ronroneo de gata, cómo conocía a la perfección lo que querían los hombres y cómo dárselo. Esa era la información que el editor creía que necesitaban las mujeres, así que la había contratado para sustituir a Yvonne. Desde que había llegado a Zeitgeist, Eileen había estado averiguando cómo dejar su huella dactilar sobre el ADN de la revista. Me imagino que ese fue un comienzo.
—El editor y yo estuvimos debatiendo posibles formas de añadirle una chispa a Zeitgeist.
—Suponiendo que haya una historia.
—Ya estás sospechando de algo, porque de no ser así no te esforzarías tanto en negarlo. Mantenme informada.
La línea se cortó antes de que pudiera lanzarle una indirecta. Plegué mi móvil y lo metí debajo de la almohada. No había planeado comenzar así la mañana.
Alguien llamó a la puerta. Consideré la opción de arrastrarme por debajo del edredón y tararear las canciones de Aerosmith hasta que parara, pero entonces se me ocurrió que quizá la persona que llamaba traía café. Traté de desenmarañarme de las malas pulgas y del edredón y acercarme hasta la puerta. Al fin y al cabo todo el mundo en la casa, y la mitad de las fuerzas policiales locales, ya me habían visto en pijama, así que llevar una bata de casa era algo totalmente superfluo. Justamente porque no sabía si había traído una.
Era Nelson, que tenía aspecto de estar completamente despierto y despejado para esas horas de la mañana. Había tenido una leve visión de él estirado en un cofre en su habitación, con la manicura hecha y las manos dobladas a la altura del pecho, con unos pantalones de pinzas y una camisa de Oxford esperando la llamada de su señora.
—Buenos días, Nelson —dije sin saber cómo esconder mejor mi desaprobación, pues no traía un samovar.
—Buenos días, señorita Forrester. Ha venido un caballero a verla.
—¿Cómo va a ser un caballero sí se presenta a estas horas de la mañana? —le pregunté, más que a la espera de recibir una respuesta por parte de Nelson, para que Nelson supiera que era lo bastante sofisticado como para saber que esto era poco elegante.
—Hasta el momento ha tenido un comportamiento modélico y también detecto un encanto toscamente labrado —informó Nelson.
—¿En serio? ¿También es guapo?
—Es obvio que eso depende de las gafas con las que se mire —objetó Nelson.
Nelson mostró una tarjeta de presentación.
—Dice que le conoce.
Encontré el sello de la tarjeta y prácticamente le hice caso omiso. Miré a Nelson entrecerrando los ojos.
—Un comportamiento modélico, ¿eh? ¿Así que no está loco?
Nelson se permitió sonreír.
—No se mostró enfadado conmigo. Tampoco tiene motivo alguno para hacerlo.
—Ah, pero en mi caso tiene lo que se suele llamar una «causa justa» en su línea de trabajo.
Le cogí la tarjeta a Nelson.
—Puede decirle que suba.
En la frente de Nelson solo se le hicieron surcos de un milímetro, pero el significado era claro. Me había percatado de que quedaba mucho por verificar. Nelson fue muy eficiente y estaba violando las normas de la tripulación. Me rompí un poco la cabeza.
—O le puede decir que bajo en veinte minutos... O mejor le dice en quince.
La frente de Nelson se relajó y sonrió un poquito más.
—Un caballero nunca obliga a una dama a darse prisa bajo ninguna circunstancia.
Hubo un toque de vibración en la manera en que lo dijo y no sabía si sonrojarme o decirle a Tricia que estaba en lo cierto sobre el alcance de las funciones que Nelson tenía en la casa.
—Iré a ver al caballero. Tómese su tiempo.
Me arreglé y me puse un modelo bastante presentable en veintitrés minutos. Lo podría haber hecho en veintiuno, pero Cassady insistió en lograr hacerme un recogido. En primer lugar, mi pelo no era suficientemente largo para recogérmelo y, en segundo, aparentaba más bien estar electrocutada que tener el pelo rizado.
—¿Qué pasa contigo y con eso de recogerme el pelo hacia arriba, así, de repente? —dije intentando serpentear y entrar en mi falda sin perder el equilibrio y acabar arrancándome mechones de pelo escaleras abajo.
—Es lo que haces cuando estás de vacaciones —insistió Cassady—. Y llevar un vestido de Lilly Pulitzer sin ropa interior.
—Esto no es Palm Beach, sino los Hamptons.
—¿Cuánto te vas a llegar a acercar a ese sueño este año?
—Depende de lo que reciba de indemnización cuando Eileen se decida a echarme.
Ejecuté una leve jugada de pivote que había aprendido cuando jugaba al baloncesto con mis hermanos y me libré de Cassady y el peine. Mi pelo volvió a coger la forma de melena en capas que he llevado gran parte de mi vida.
—Te veo abajo.
Una vez allí, en la sala de color verde oscuro donde habíamos pasado juntos toda la noche, fui recibida por un detective de homicidios cansado, que oteaba el reloj. Su marcada mandíbula estaba rígida y los ojos azules serios. El pelo alborotado estaba peor que otras veces, pero no sabía si era por pasarse la mano por el pelo o por conducir con las ventanas bajadas. Estaba fantástico con téjanos y una chaqueta informal, pero había algo de tensión en su postura. No sabía si darle un beso o preguntarle por la orden de registro.
—Perdona por haberte hecho esperar.
Asintió y me revisó como si estuviera luchando contra un dilema parecido. Ninguno de los dos hizo el movimiento definitivo, por lo que los dos nos contuvimos. La tensión sexual es una fuerza muy poderosa.
—¿Qué es lo que pasa?
Aguanté el impulso de hacer una broma sobre lo que me había costado sacarle de la ciudad. No era necesario mezclar dos temas volátiles. Le devolví la pelota.
—¿No debería ser yo quien te hiciera esa pregunta?
Esos ojos azules fabulosos se arrugaron, pero no pude ver si iba a reírse o a soltar tacos. Se pasó la mano por el pelo, lo cual no tuvo ningún efecto.
—Fuiste tú quien me pidió que saliera de la ciudad.
—No, tú me dijiste que saldrías de la ciudad y yo te dije que no era necesario.
—Estabas siendo amable.
—Y seria.
—Entonces ¿la pregunta sobre cloro y huellas dactilares era para empollártelo para un análisis químico?
—Para una investigación.
—¿Para qué estoy aquí?
—Ahora volvemos a estar en el principio.
—Sabías que vendría.
Odiaba que tuviera razón, además detestaba que mostrara tan buen aspecto y encima odiaba a la detective Cook. Todas eran excelentes razones para volverme escaleras arriba, hacer la maleta e irme. Volver a la ciudad, a poder ser con él. Pero cuanto más despierta estaba, más convencida estaba de que la muerte de Lisbet no había sido por una trágica pelea de novios que había acabado mal. La detective había mostrado una escena bastante clara según la cual David podría haberse alejado de ella y no volverle a hablar, cuya versión hubiera aprobado la mayor parte de la gente. ¿Por qué diantre la habría matado?
—Para —dijo Kyle en un tono de voz bajo y mesurado.
—¿Qué? —le pregunté, asombrada de que por un instante me estuviera desviando del tema. Él tampoco estaba demasiado contento.
—Estás tratando de resolver este asesinato.
—Entonces estás de acuerdo con que es un asesinato.
—Estoy conforme con que piensas que hay un culpable. No sé quién es. No conozco todos los indicios.
—Yo tampoco.
—Hecho que no te está aminorando un poco la marcha.
—Sospechan que es el hermano de Tricia, pero no ha sido él.
—Estás convencida.
—Sí.
—Basándote en tu amplía experiencia.
—Yo apunto a diestro y siniestro, ¿no te parece?
—Ojo por ojo, diente por diente. Retírate a tiempo y así conservarás tu récord.
—¿Es que me has echado de menos?
—Pues claro.
Hasta dejó que se le escapara una sonrisa. Fue entonces cuando vi que tenía un problema. Pero mientras tanto, era bonito oírlo y verlo, no era suficiente como para avasallarle con mil preguntas que tenía en mente sobre Lisbet y David. Kyle tenía razón. Estaba tratando de solucionar este asesinato.
Que era lo que me había pedido Tricia que hiciera.
La noche anterior, después de que la detective Cook me hiciera añicos con el móvil fuera, en el patio, habíamos tenido una conversación bastante dura. Había intentado hacerlo lo mejor posible para mostrarse profesional y respetuosa, pero no hace falta ser columnista de consultorio sentimental para darse cuenta de que esta mujer llevaba tanto una semiautomática como un montón de cosas sujetas a la cadera, por lo que era difícil decir qué era más mortal.
Estando fuera me había presionado para que le diera detalles de a quién estaba llamando y por qué, hasta que Cassady cuestionó tanto su tono como la dirección de las preguntas. Hice un esfuerzo para que las cosas no se revolvieran más de lo que estaban y me lancé al campo de batalla sugiriendo que si la detective Cook tenía preguntas concretas debería hacerlas y quitárselas de encima. Por las muecas de Cassady pude deducir que no aprobaba, ni mucho menos, mi estrategia, pero le sugerí que no le quitara el ojo de encima a Tricia para que yo me ocupara de lo otro. Cassady se retiró a regañadientes y los detectives y yo pasamos a la sala pequeña de descanso donde habían hablado con David.
—Así que usted es una amiga de la hermana. —Este había sido su sigiloso movimiento cálido e imaginativo para ir al centro de la cuestión. Todos estábamos intentando comportarnos como mejor podíamos, pero la tensión ya había aparecido por ambos lados. Parte de la causa era el entorno. Se trataba de una habitación estrecha y repleta de cosas con sofás Victorianos de brocado rojo y madera oriental oscura, el portátil VAIO sobre el escritorio era el único toque incongruente. Mi suposición: la habitación para fumadores de un hombre separado, inspirado en algún mísero recuerdo de un burdel en un país todavía no olvidado, donde su empresa funcionaba.
El detective Myerson se sentó al otro lado, fuera del halo de luz que venía de las lámparas. Parecía que fuera instintivo de su parte rehuir la luz. Se quedó con su libreta abierta y los ojos fijos mirando al suelo, rehuyendo a su compañera, lo que pareció menos instintivo que empezar a golpearle.
—Tricia y yo lo somos —dije procurando ser afable. Sabía que no debía hacerla enfadar, pero es que la detective Cook era una de esas personas que me obliga a ser una combatiente. No es que no disfrutara cuando me preguntaban algo más vital como: «¿Más té helado?». Solo me pasa con ciertas personas, es como un choque químico, en lugar de provocar el mecanismo de lucha, provoca darle una bofetada o volverle la cara.
—¿También conoce a la familia?
—Con el paso del tiempo he pasado ratos con ellos, sí. —Intenté tomármelo más bien como una entrevista de trabajo que como una especie de interrogatorio. Si avanzara con el pie correcto, quizá podría sofocar mi creciente deseo de darle una patada en la espinilla.
—¿Cómo de bien conoce a David?
Aún se encontraba en el primer puesto de la lista de sospechosos, después incluso de volver a hablar con él.
—Bastante bien, socialmente. Lo suficiente como para saber que él no lo hizo.
Me imaginé a David a un lado de la piscina con nosotras, intentando no mirar hacia el cuerpo de Lisbet. La curvatura de su cuerpo, la dejadez de su rostro; era la fotografía de la derrota. Estaba destruido. No la había matado.
—Así que le preguntabas a alguien sobre huellas dactilares porque...
—David es el novio y él será el primero en quien te fijes.
—Entonces, como preparación para defenderle, llamó a...
Lo admito, pensé «mi novio», pero preferí no decirlo. Es una palabra bastante peliaguda cuando se tiene mi edad, pero todavía lo es más cuando su uso debe ser validado en la presencia de él.
—Un buen amigo mío.
—Y este amigo sabe de huellas dactilares porque...
—Es un detective de asesinatos.
Fue lo primero que le había dicho en toda la noche que le había sorprendido. El detective Myerson no hizo más que alzar la vista de su cuaderno, pero la detective Cook paró de jugar con el mechero que había cogido de la consola y me miró con brusquedad.
—¿En serio?
—Pues sí.
Noté que intentaba imaginarse cómo podía llegar a ser una buena amiga de un detective de asesinatos, pero no iba a llenarle las lagunas que tenía.
—¿Le pidieron los Vincent que trajera a este detective en calidad de asesor?
—Está bromeando.
—No bromea —-dijo el detective Myerson en voz baja, aunque debí llegar a esa conclusión mucho antes y por mí misma.
La detective Cook le lanzó una mirada mortal, pero no se esforzó en mostrarse en desacuerdo. Lo que hizo fue sentarse a mi lado, en una caricatura de amistad bastante poco cómoda.
—Sabe, mí trabajo es lo suficientemente duro en una ciudad en la que cada uno tiene un abogado al final de cada cuerda y se bloquean a los funcionarios por diversión. Lo último que necesito es una chica fiestera y como una cuba que me dé guerra. Lo último que necesito es una periodista llena de vida que empieza su primera investigación y que se entromete en mi camino.
Le estaba irritando lo que fuera que la tía Cynthia se trajera entre manos y sospechaba que podía haber algo más que surgiera del mismo lugar, y con toda la razón. Aun así, esta no era una lucha en la que necesitara embrollarme y, para que la detective Cook me dejara en paz, yo tenía que prometerle que también la dejaría tranquila.
Le brindé a la detective Cook la sonrisa más sincera posible en aquellas circunstancias.
—¿Me encuentra llena de vida? Gracias. —Me puse de pie y pensé en darle la mano, pero decidí no forzar la suerte—. Detective Cook, no me voy a entrometer en su camino. Tan solo hice una llamada para tranquilizar a mi amiga. Para disipar sus preocupaciones a la hora de despejar las sospechas de su hermano y que, todos sabemos, usted tiene sobre él. Lo siento si la he ofendido y aprecio el tiempo dedicado a explicármelo. Ahora supongo que prefiere que permanezca alejada, especialmente de usted, así que déjeme volver a empezar.
Me giré y caminé hacia la puerta esperando oír, como mínimo, un «Espere un segundo», pero lo peor que podía suceder era que una bala pasara zumbando justo rozando mi oreja antes de que mi mano alcanzara el pomo de la puerta. Sin embargo, lo único que se oyó fue cómo el detective Myerson se aclaraba la voz y, como no lo veía claro, preferí abrir la puerta y salir. Apenas tenía cinco metros hasta el vestíbulo de la entrada cuando Tricia vino desde el salón, subiéndose una cremallera, con Cassady detrás. El perfecto cutis de Tricia se veía estropeado por dos remiendos de carmesí en los pómulos; había estado llorando. Cassady parecía bastante serena, simplemente preocupada por saber qué había pasado. Les expliqué todo lo sucedido breve y tranquilamente.
Tricia puso su mano sobre mi brazo. Creí que podía sentir cómo temblaba.
—¿Entonces creen que fue David?
—No estoy segura de que ya tengan una teoría —contesté cautelosa.
—Molly, te necesito para que resuelvas quién la mató.
Dudé. No era solo porque había dado mi palabra de que no me entrometería. No quería prometer nada antes de que yo misma lo estudiara detenidamente. Y antes de tener una sospecha viable para sugerir a alguien en lugar de David.
—Tricia... —intenté decir.
—Recuerda lo que pasó la última vez —advirtió Cassady, pero no estaba segura de a quién iba dirigido este comentario.
—Tenía razón —insistió Tricia.
—A fin de cuentas... —dijo Cassady.
Tricia movió la cabeza.
—Solo puedo mantenerme al margen y mirar. Fuera quien fuera el culpable, necesito saberlo.
Cassady retiró la mano de Tricia de mi brazo.
—¿Por qué no nos vamos a dormir tranquilamente y lo hablamos mañana por la mañana?
El sueño por la noche no había sido del todo bueno, y aquí estábamos, por la mañana, sin más complicaciones, y aquí estaba Kyle, quien había conducido un buen rato hasta llegar a los Hamptons, después de un impulso tras una llamada telefónica. Este hecho me había impresionado tanto que me había dejado atónita.
—No tiene tanto que ver con solucionarlo —le expliqué—. Lo único que quiero es darle algo en lo que Tricia se pueda apoyar. Está asustada.
—¿Porque cree que es culpable o porque lo creen otras personas?
El silencio deja de ser mejor en persona que por teléfono. Aun así, tuve que emplearlo porque no quería mentir a Kyle, pero tampoco quería pintar el cuadro demasiado gris.
—Está confundida y disgustada.
Kyle movió la cabeza y añadió un silencio junto con una falta de respuesta.
—Y es por esta razón por lo que me llamaste preguntando sobre las huellas dactilares. Aparte de ser la mejor manera para lograr que viniera hasta aquí.
—Sí, cada vez que veo un cadáver me acuerdo de tí.
—No estoy acostumbrado a estos cumplidos tan floridos. —Suspiró y hundió una mano en el bolsillo. La otra mano pellizcaba ambas partes del labio inferior juntándolas, lo cual me indicaba que estaba intentado tomar una decisión. Después de un rato soltó el labio y movió la cabeza. Esperaba que me diera un beso en la mejilla y me dijera adiós, pero dijo—: No parece que haya huellas en el cuerpo que podamos analizar. Todavía no han encontrado demasiado en el cuerpo en referencia a pruebas e indicios, pero esto no hace más que complicarle las cosas a tu chico.
Por un instante me di cuenta de que estaba dando parte, no especulando.
—Ya has hablado con la policía.
Kyle cabeceó de nuevo.
—Visitas la casa de alguien, revisas y dices «hola», primero.
—No parece que te vayas a parar al decir «hola».
Se encogió como si estuviera algo sorprendido.
—Se mostró bastante comunicativa.
Ella, por supuesto. ¿Cómo podía esperar algo diferente? ¿Y cómo podía ser que no estuviera presente para ingeniar ese encuentro, controlar los temas de la conversación, para asegurarse de que no relucieran los unos sobre los otros?
—¿Hablaste con la detective Cook?
—Ella es la líder, es con quien hay que hablar.
—Eso mismo. Ya he tenido el placer de hablar con ella.
Kyle trató de acallarlo, pero la diversión que experimentaba bailaba alrededor de un gran blues.
—Me lo dijo.
—¿Y?
—¿Cómo puedo ayudarte?
—Volvamos al tema de la detective Cook.
Kyle se acercó sonriendo todavía.
—Venga. ¿Por qué quieres continuar hablando de ella?
—¿Y por qué tú no?
Se acercó a mí todavía más. ¿Se estaría burlando de mí, me estaría calmando o distrayendo? Funcionaba en los tres aspectos.
—Porque trata de hacer su trabajo, pero es obvio que te ha incomodado en el proceso. Nos lo enseñaron en la academia; el fuego cruzado es mortal.
—Entonces, ¿te quedas sin levantar la cabeza?
Bajó la cabeza en señal de manifiesto, y entonces convirtió ese movimiento en un magistral acercamiento para darme un beso. Justo cuando sus labios tocaban los míos, la puerta retumbó, se abrió y Tricia se precipitó en la sala, llena de cafeína y angustia.
—¡Has venido!
Con la prisa que tenía para abrazarle, dudé de que se hubiera dado cuenta de que había interrumpido lo que iba a ser un beso delicioso y ansiado desde hacía tiempo. En lugar de darse cuenta, le plantó un dulce beso de saludo en la mejilla y le apretujó las manos.
—Muchísimas gracias.
—Tricia —advertí.
Me miró perpleja, y yo le devolví la mirada a Kyle, más turbada todavía.
—¿Estás aquí para ayudar?
—Ha venido para decirme que me comporte.
—Para asegurarme de que todas estuvierais bien —dijo Kyle con firmeza, sin ganas de abrir un debate sobre sus motivaciones.
—Siento mucho la pérdida de un ser querido.
—Pero puedes ayudar —continuó Tricia de manera testaruda.
—Tricia, existen reglas. No es mi caso. Ni siquiera mi jurisdicción.
Tricia todavía no había dejado ir las manos de Kyle y yo intentaba encontrar la mejor manera posible de distraerla mientras todavía corriera la sangre por los dedos de Kyle.
—Avancemos tranquilamente, paso a paso, Tricia —alenté yo.
—Cook parece una detective muy inteligente —dijo Kyle.
Tricia y yo dijimos «oh» al mismo tiempo. El problema era que su «oh» era un sonido bastante pequeño y redondo, lleno de esperanza y confianza, y el mío era un chirriante, aunque plano, «oh», lleno de envidia y pavor. Tricia no oyó el mío, estaba muy pendiente de Kyle. Pero él inclinó la cabeza levemente, como si revisara la capacidad de sus oídos para asegurarse de que había oído correctamente.
—No fue él, Kyle —dijo Tricia un poco más calmada.
—La detective Cook debería verlo. Tiene que saber cuánto amaba David a Lisbet, las ganas que tenían de casarse; era su sueño.
Sabía que a Tricia le gustaba poco Lisbet. Esta circunstancia me hacía querer todavía más a Tricia, al ver cómo se las ingeniaba para entusiasmarse con una relación que le espantaba, todo con la esperanza de ayudar a su hermano.
Kyle respiró hondo, mientras formulaba una declaración que (estaba casi del todo segura) iba a hacer que Tricia perdiera parte de la esperanza de su «oh». Justo antes de lanzarla, Nelson entró desde el vestíbulo y cerró la puerta tras él.
—¿Nelson?
Tricia finalmente dejó ir las manos de Kyle y dio un paso hacia Nelson, quien se paró a la altura de la puerta un segundo para formular algo.
—¿Qué pasa?
Nelson se acercó un poco más a nosotras. La expresión de su rostro era desalentadora, y tenía los hombros tan encorvados que nunca me hubiera podido imaginar que era posible, dada su común postura erguida.
—Perdonen que les importune, pero algo me ha llamado la atención y creí que debía traérselo. Estaba empaquetando las cosas de Lisbet para tenerlo todo preparado antes de que lleguen sus padres. He encontrado esto en la basura. —Mostró el puño cerrado con los dedos hacia abajo. Tricia tendió la mano debajo de la suya. Nelson abrió su mano y sobre la palma de Tricia cayó un quilate de diamante solitario de cuatro caras enmarcado por piedras preciosas.
—¿El anillo de compromiso de Lisbet? —Parecía que Tricia fuera a llorar.
—¿No lo llevaba puesto?
Encima de la cabeza inclinada de Tricia, los ojos de Kyle se encontraron con los míos. ¿Por qué te quitas el anillo de compromiso y lo tiras a la basura, sobre todo sí tiene un valor en el mercado que podría sostener la economía de una pequeña nación en el Caribe durante todo un año? ¿Por qué? Ese es el problema con los sueños: que se acaban.