Capítulo 13
Querida Molly:
Esta bien, si todo hombre tiene un precio, entonces supongo que no es sorprendente que todas las mujeres también lo tengan. Pero, ¿por que hay tantas mujeres que son tan descaradas con su etiqueta del precio? Y las mujeres que desean ser vendidas por menos, ¿acaban destruyendo el mercado para el resto de nosotras? ¿Que sucede cuando te resistes hasta que te piden el precio? ¿Como se supone que las que estamos comprometidas a entregar un producto de calidad debamos competir con aquellas que están deseando desbordar el mercado con baratijas que no duran nada?
Firmado,
llena de amargura, la Experta en Economía
—¿Dónde está mi regalo?
Lara tenía la puerta del piso lo bastante abierta como para permitirme entrar, aunque ella todavía no me hubiera invitado. Me miró expectante mientras le daba una profunda calada al porro. Gracias a Dios, esta vez iba vestida, a pesar de que en un estado relativo, dado el pequeño tamaño de la falda floreada de popelina de BCBG y una camiseta de Generra pintada a medida y con volantes. De todos modos, incluso la sugerencia de llevar ropa hacia más sencillo mirarla a los ojos, aunque llegara sandalias rosas de satén de Giuseppe Zanotti, completadas con flores de rosa cristal y unos tacones de unos seis centímetros, así que tenia que mirar hacia arriba para verle los ojos.
Mientras me alejaba de la floristería, vi que lo siguiente que tenía que hacer era hablar con Jake. La idea de impulsar a Verónica a ocupar la vacante de suplente otra vez más, y que Jake asumiera el papel de asesino, cada vez era más convincente. Jake le había puesto a Lisbet una especie de ultimátum. ¿Es que ella no se había dado cuenta y este hecho había enloquecido a Jake hasta el punto de matarla? Dorothy había dicho que dejara la relación y empezara otra nueva. ¿Era el deseo de Jake por Lisbet (o al menos de llevársela con él) tan fuerte como para darle un ultimátum, y cuando ella había tomado una decisión, él había querido matarla, por encima de David? ¿Y Verónica quedaba del todo libre de culpas en todo este caso? Bueno, quizá inocente en el asesinato, porque seducir a David no debió ayudar demasiado en la materia. ¿Era la voz de Jake y no la de Verónica la que hablaba en mi contestador? La voz estaba tan distorsionada que me había resultado casi imposible distinguir el género, pero tuve el presentimiento de que era una mujer. Aunque tuviera todo tipo de pequeños artilugios electrónicos de filmar, Jake probablemente podría haber modificado su voz para que sonara como la voz de una niña de doce años si hubiera querido.
¿Tenía sentido que Jake colgara las secuencias de la fiesta en Internet si había sido él quien había matado a Lisbet? La mejor defensa es supuestamente el mejor ataque. Y dado lo que había dicho Verónica sobre la predilección de Jake por grabar de todo, cobraba sentido que Jake viera las secuencias como un trofeo, como aquellos espantosos asesinos en serie que guardaban las partes de los cuerpos de los cadáveres. Me pregunté si Jake habría filmado la muerte de Lisbet, pero esta idea era demasiado escalofriante y me la saqué rápidamente de la cabeza. Además, ¿cómo había conseguido balancear la botella y al mismo tiempo aguantar la cámara?
Si Jake había sido quien me había amenazado, ¿cómo iba a acercarme a él y no dejarle mi cuello descubierto al verdugo? Pero tenía que hablar con él. Quizá había una forma de jugar a este juego de manera inocente, un acercamiento al que Jake probablemente no estuviera del todo familiarizado. Aparte de esto, también estaba la opción de que si iba a verle pensaría que iba a retirar su nombre de la lista de sospechosos, porque, ¿quién sería lo bastante atrevida o idiota como para interrogar a quien le había amenazado con matarla, a menos que ella parara de hacerle preguntas? Esa sería yo.
Así que cogí y lo llamé. Planeé hacer unos pocos aspavientos sobre el artículo; el exasperante artículo. Incluso, si salía de esta con algo escrito seguro que también acabaría haciendo enemigos. Una historia no iba a satisfacer a todos los expertos, a no ser que escribiera sobre la inversión que llevara a cabo alguna persona y cómo aparecía un conflicto entre las expectativas de un tema y el objetivo del escritor. Eh, esto sí que tenía posibilidades. Pero todavía tenía que hablar con Jake.
Lara contestó mi llamada con voz distante, aunque animada. La había pillado fumando y, todavía mejor, no parecía haber reconocido mi nombre cuando se lo di, ya que, de este modo, a lo mejor no le había permitido entrometerse en la campaña en contra mía, lo que se me presentaba como una gran ventaja. Cuando le pregunté si podía hablar con Jake, me informó calmada de que Jake no estaba en casa. Y cuando le pregunté cuándo creía que volvería, me dijo:
—Nunca sé cuándo va a venir Jake. Me encuentro con Jake en sus propias palabras.
Algunas personas se pasan tanto tiempo en la escuela de cine que cuando salen no saben cómo actuar en el mundo real.
—¿Y cuándo supones que las palabras de Jake lo van a llevar a casa? —insistí a ver si esta vez había suerte.
Me detuve en la acera para tratar de que toda mi energía pasara a través del teléfono móvil y se introdujera en la confusa mente de Lara, y que precisara con más claridad.
—¿Por qué quieres ver a Jake? —dijo enfurruñada.
«Para acusarle de asesinato», fue lo que pensé, pero lo que dije fue.
—Para hablar con él un poco más sobre su producción cinematográfica. Soy la escritora de la revista —añadí, por si la vaga promesa de publicidad resultaba tan bien como había salido con él.
—No podría haber hecho esas películas sin mí —contestó, mientras noté que un toque de altivez sustituía al mal genio.
Perfecto. Había filmado la secuencia de David, Lisbet y Verónica en el vestíbulo. Había estado tonteando con la cámara mientras Verónica y Jake coqueteaban en la cena. ¿Qué más había grabado Lara y/o había visto que todavía desconociera?
—De ser así definitivamente vas a salir en el artículo.
En el artículo que cada vez se iba ampliando más y más, el artículo que se comería la ciudad de Nueva York. O al menos mi carrera.
—¿Puedo ir a hablar contigo aunque Jake no esté en casa?
—No sé —respondió Lara con una coqueta y automática timidez típica de una mujer que está acostumbrada a explotar su apariencia y sus encantos.
Una tienda al otro lado de la calle captó mi atención.
—Te traeré un regalo.
Y ahora, como si fuera una negociante perversa, estaba allí, en el vestíbulo, donde faltaba el aire, con una bolsa de Blockbuster en la mano, intentando sobornar mis propios pasos para entrar en el piso. Y por el hecho de haberle prometido que su nombre saldría en la revista y un nuevo DVD, iba a dejarme entrar.
Lara gritó alborotadamente cuando sacó de la bolsa el DVD Dora, la exploradora, y seguidamente me dio un abrazo entusiasta que medio me desgreñó a través del umbral.
—¡Qué maravillosa eres!
—Espero que no lo tengas todavía —dije, intentando con todas mis fuerzas no sentirme ridícula.
—No, ni siquiera sabía que había salido La aventura pirata —me confirmó Lara.
Me cogió de la mano y me condujo hasta el comedor, me dio un empujoncito para que me sentara en el sofá y se fue corriendo hacia el reproductor de DVD. Realmente no esperaba que viera ese vídeo con ella, ¿o sí?
Probé a ver si daba con una posición en el sofá que fuera despreocupada, pero tanto el ángulo en el que estaba como mi humor no andaban demasiado finos.
—Lara, estoy convencida de que es una parte de una película muy buena, pero tengo que hablar contigo. Sobre las películas que tú y Jake grabasteis, ¿recuerdas?
Lara hizo una pausa y comparó el placer de hablar conmigo sobre ella con el hecho de mirar el nuevo DVD. Por un momento pensé que iba a perder, pero finalmente dejó el DVD.
—¿Qué te gustaría saber?
—¿Haces todo el trabajo de cámara en las películas de Jake?
—No de todas —dijo—. Aunque sí hago la mayoría, sobre todo el material que mejor sale.
—Debes de tener más secuencias grabadas de las que hay colgadas en la página web.
El rostro de Lara, de súbito, se oscureció.
—Estás hablando de la fiesta de David.
—Sí.
—¿Por qué? ¿Qué sabes? —Las largas piernas de Lara la llevaron hasta el sofá en tan solo un chasquido de dedos y se inclinó hacia delante para prevenir que me levantara.
¿En qué la habría alterado exactamente?
—¿Qué debería saber?
Lara se encorvó para encuadrar mi cara. Las pupilas parecían bastante normales, por lo que a lo mejor no estaba tan colocada, pero eso no la hacía menos impredecible.
—Estás engañándome.
Quería tomármelo a broma, pero la intensidad de su comentario me trastornó un poco. ¿Era Lara quien estaba engañándome? ¿Sabía más de lo que estaba soltando por la boca? ¿Había hecho más de lo que podía llegar a imaginarme? Su acercamiento al inclinarse hacia mí hizo que de repente me sintiera muy claustrofóbica. Me impulsé un poco en sus piernas para ver si ella se movía y yo podía levantarme. Retrocedió cuando la toqué y saltó hacia atrás. Fue como un susto, pero al menos conseguí levantarme.
—Eres tú —dio un grito ahogado como si estuviera horrorizada—. Lo hiciste tú.
—¿Hacer qué? —contesté indignada.
Para mí significaba una cosa el hecho de presentarme allí en su piso pensando que su novio era el asesino, pero ahora para ella significaba completamente otra porque sospechaba de mí, por el motivo que fuera. Había repensado mucho mi teoría y ella precisamente me acusaba en el momento más caliente de la situación.
—Has hecho que Jake se fuera.
—Yo no. No he hablado con Jake desde que estuve ayer aquí. Si le hubiera hecho irse, ¿para qué vendría aquí a buscarle? ¿Dónde ha ido?
—Tienes que irte. No voy a hablar contigo nunca más. —Lara me empujó en dirección a la puerta principal con una fuerza sorprendente.
—¿Por qué se ha ido, Lara? ¿Ha dicho dónde se fue?
—Creía que eras mi amiga.
—Sí, ya lo sé, pero están pasando muchas cosas. Tengo que hablar con Jake, Lara, es importante, realmente importante, de verdad. Es cuestión de vida o muerte.
—¡Vete! ¡Fuera de mi casa ahora mismo!
El motorista Zanotti causó una gran influencia en ella, ya que de un fuerte empujón me plantó en el vestíbulo, y me fui sin dignidad, sin la información para la que había ido hasta allí y sin el dinero del DVD. Pero había obtenido una gran y nueva pregunta. ¿Qué debía estar imaginándose Lara que había hecho para que Jake se fuera a donde fuera que hubiera ido? Tenía sentido que Jake quisiera esconderse si había matado a Lisbet, pero, ¿por qué esperar hasta ahora para marcharse? ¿Habría dejado entrever lo que me traía entre manos y lo había asustado? ¿Qué clase de historia le había contado Jake a Lara para que se hubiera vuelto tan protectora? ¿O es que simplemente se había hartado de ella y ahora ella se impacientaba porque la sospecha recaería sobre ella misma?
Más importante todavía: ¿cómo iba a encontrar ahora a Jake? Lara me mandaba evasivas. La única persona que quedaba, y que yo sabía que conocía a Jake, era David Vincent. Tenía ganas de apostar por qué la capacidad de Lisbet de sacudirme por la oreja no le llega ni a la suela de los zapatos a la capacidad de Tricia de mantenerme alejada de David mientras ella todavía está enfadada. Pero Jake y David eran dos personas que tenían que hablar al máximo. También tenía que ir con cuidado o Tricia iba a arremeter contra mí por motivos impuros y otro surtido de defectos del carácter.
Así que llamé a Cassady. Me sentía positivamente anticuada sosteniendo el teléfono móvil en la oreja, pero nunca he conseguido encontrar un auricular lo bastante cómodo que no me hiciera sentir como si estuviera entrenando para ir de gira con Janet Jackson. Los auriculares se han convertido en un objeto tan corriente en Nueva York que es difícil distinguir a los banqueros de los locos, porque ambos vociferan por las avenidas y van recriminando a torturadores que no se ven.
—Ya sé que hoy tienes otras cosas que hacer —empecé a decir mientras caminaba de vuelta a la Sexta Avenida a coger un taxi.
—No hay nada más importante que esto.
—Eres tan buen amiga...
—Me tienes aprecio. ¿Qué pasa ahora?
—Tengo que hablar con David.
—¿De qué tienes que hablar con él?
—¿Preguntas como abogada o como amiga?
—Como parte interesada. En particular, una parte interesada en minimizar los daños de todos los bandos.
—Quiero escuchar su versión de la historia sobre lo de irse a la cama con Verónica.
—Eso sería muy interesante.
—¿Así que tú tampoco has hablado de este tema con él?
—No lo he visto. Solo he hablado con Tricia. Aparentemente los padres han sometido a David a las «órdenes de los médicos», lo que supone encerrar a su hijo en la habitación del sudeste de Park Avenue, da igual la edad que tenga.
—Necesito que me lleves allí dentro.
—¿Hasta la habitación de David?
—Me conformaría con pasar de la puerta principal, ya que David está a un tiro de piedra.
—Por lo tanto, lo que me estás aconsejando es que aparezca con cualquier plan que te permita entrar en el piso de los Vincent bajo falsas pretensiones, y que te brinde la oportunidad de interrogar a su hijo sobre sexo ilícito que pudo, o no, haber tenido antes de que sucediese el asesinato del que puede o no ser culpable.
—No está nada mal.
—Lo repugnante de todo es que puedo hacerlo.
—Lo sé, por eso te he llamado.
—Pero no podrá ser hasta la tarde, antes de la cena. Cualquier actuación anterior a esa hora va a parecer transparente y necesitada.
—Dios quiera que no...
—Todo lo que te estoy diciendo es que nunca se gana por encima de nadie.
Eso es verdad. De todos modos, eso era de esperar mientras te muerdes el labio; no quería esperar tanto rato. Por otro lado, no podía imaginar otra manera de poder conseguir la información. Dejé de morder y admití que tenía razón.
—Tienes razón.
—Pues claro. Tricia pasará la tarde con su familia, pobrecita. Le diré que la veremos allí mismo, a las seis y media. Te presentas con tus mejores modales, y haces tus preguntas rápidamente y en voz baja. Luego salgo y arreglo los malentendidos entre tú y Tricia.
—Suena a plan perfecto. Gracias.
—Estás siendo prudente, ¿no?
—Totalmente.
Colgué y llamé un taxi. Al entrar, el teléfono móvil volvió a sonar. Casi contesté sin mirar el número porque suponía que Cassady había querido decirme algo más, pero eché una mirada hacia la pantalla del móvil. Era de la oficina, por lo que dejé que saltara el contestador. Dejé que Eileen gruñera al chip digital durante un buen rato, pero no guardé el móvil y llamé a Kyle. No tenía claro si había vuelto a mí porque su nuevo caso era insoportable o porque no había descubierto nada útil sobre la amenaza en mi contestador. Claro está que siempre existe la posibilidad de que ya hubiera terminado de ayudarme. O hubiera terminado conmigo. Siempre hay diversas opciones que considerar cuando eres una soltera precavida, preocupada y pesada de Manhattan. La ciudad está llena de hombres a quienes les gustaría dejarte agotada, de alguna forma o de otra.
Respondió inmediatamente, lo que era una buena señal, y sonó preocupado, lo que también percibí como esperanzador.
—Eh, ¿cómo va todo?
—Bien, ¿y tú?
—Más o menos. ¿Alguna novedad?
—¿Tienes un minuto?
—Quizá incluso dos.
—Bien. Olvida lo que te dije sobre Verónica.
El silencio fue espantoso. Alcancé a oír el esfuerzo que estaba haciendo para respirar acompasadamente. Empecé a notar un cosquilleo en la mandíbula y me di cuenta de que estaba apretando los dientes para que no se me escapara la respuesta. Cuando me vino, fue de un modo demasiado controlado y sosegado.
—¿Por qué?
—He dado con información que abre una nueva línea —dije, tratando de sonar lo más clínica posible.
No sirvió de mucho.
—Para.
—¿Parar el qué?
—Todo. Simplemente, para.
—¿Qué has encontrado?
—No puedo hablar de esto contigo ahora. Tendrás que esperar.
—¿Puedo permitirme esperar? ¿Sabes a quién pertenece la voz de mi contestador automático?
—Todavía no. Tú quédate en el trabajo y ya te llamaré tan pronto como pueda.
No me preocupé en señalar que no estaba en el trabajo, ya que Kyle ya sonaba bastante disgustado. Esto era fenomenal: Kyle pensaba que era una listilla, Tricia pensaba que era una traidora, Lara creía que estaba asediando a Jake. Estaba construyendo una base muy variopinta. Y eso que aún no era ni la hora del almuerzo.
A pesar de que sentía pavor de volver entre las paredes vacías del Zeitgeist con más dudas de las que tenía al haberme marchado, no había otra opción. Tenía que volver a registrarme en la oficina, por así decirlo, no fuera que aumentara la curiosidad y la ira de Eileen. Y además, el ordenador encima de la mesa estaba treinta manzanas más cerca que el ordenador de mi casa. Si no iba a poder hablar con David hasta tan tarde, quizá podía pasar parte del tiempo para encontrar a Jake. Y si Jake había desaparecido, tal vez su página web iba a darme la clave de dónde debía haber ido a esconderse.
Hice todo lo que pude por esconderme y entrar a hurtadillas en la oficina. Eileen me pediría más de lo que tenía y mis compañeros empezarían con las risitas sobre la pequeña barraca que Tricia y yo habíamos montado para que así se entretuvieran. Pero todavía no había recorrido ni la mitad de distancia del ascensor hasta mi mesa cuando Genevieve apareció en medio de mi camino, como solía hacer la banda de rock Grim Reaper.
—Eh —dijo alegremente.
—Genevieve —repliqué con un tono neutral.
—¿Estás ocupada?
—Sí, mucho.
—Tienes visita —señaló hacia la oficina de Eileen.
Si no eran Jake o David no me interesaba.
—¿Quién es? —Genevieve se encogió de hombros—. ¿Una visita que está alegre?
Genevieve arrugó la nariz mientras pensaba.
—Furiosa.
Fenomenal. No es que creyese que fuera alguien que pudiera venir a verme antes de llamarme, alguien con quien no había hablado durante los últimos veinte minutos (por ejemplo, Kyle o Cassady), o con quien actualmente ni me hablaba (Tricia), o con quien posiblemente tampoco tenía nada alegre que contarme (Santa Claus), pero, ¿qué otra persona más podía estar furiosa conmigo? De hecho me detuve para preguntarme si era Lara, aunque no veía claro que hubiera entendido dónde trabajaba, antes de que la puerta de Eileen se abriera y la misma Eileen me presentara a mi visita. Mi fan más novedosa. Verónica Innes.
Se estaban despidiendo cuando las dos, al mismo tiempo, me vieron y se quedaron en silencio. Genevieve llenó el silencio amablemente y dijo:
—¡Aquí está!
Todos los macacos se tomaron ese instante como si tuvieran permiso de parar lo que estaban haciendo y observar lo que estaba a punto de suceder. Eileen frunció el ceño a Genevieve.
—Gracias, Genevieve. Podemos mirar eso.
Hacían una buena pareja allí, encuadradas en la puerta, Eileen con su fascinante modelito Lilly, y Verónica con su chal de colores variados atado como un vestido de Diane von Furstenberg, que en realidad no estaba lo bastante bien atado, a diferencia del de Verónica. Esperaba que hubieran estado hablando de la obra o de moda o de la paz en el mundo. Entonces Eileen hizo una seña imperiosa para que me uniera a ellas. Yo dudé incitando a Verónica a que me gritara «¡Mala puta!» a través de la sala de descanso. Gritó con la frecuencia exacta para cambiar mi completa renuncia a hablarle en un deseo ardiente de que se disculpara y se callara.
—Perdonad —dije, a la vez que intentaba encontrar el tono adecuado de inocencia indignada mientras caminaba hacia ellas.
Genevieve siguió mis tacones como si fuera un terrier en miniatura que hubiera rescatado un hueso dos veces más grande que ella.
Verónica asumió el papel de actriz y se centró en ello; me clavó una mirada fría como el hielo cuando me acerqué a ella. Modulaba muy bien la voz.
—¿Qué estás intentando hacerme?
—Nada.
—La policía vino a verme al teatro y me ha dejado destrozada.
Mientras me esforzaba en parecer la parte ofendida en todo el asunto, me tambaleé al dar un paso. ¿Que la policía ha hecho qué? ¿Y cómo lo había relacionado conmigo? ¿Por esta razón se molestó Kyle cuando le dije que ya no estaba segura de que fuera Verónica?
—No lo entiendo —le dije, y posiblemente era lo primero totalmente sincero que le decía.
Eileen gesticuló de nuevo, esta vez un poco más impaciente.
—¿Por qué no entramos a mi oficina?
Aún me estremecía cada vez que entraba en la oficina de Eileen, pues estaba acostumbrada a que fuera la oficina de Ivonne. El espacio de Ivonne había sido completamente hogareño, todo cubierto de madera oscura. El de Eileen era como un conjunto que el diseñador debió esbozar en los años sesenta para una oficina del nuevo milenio. Muchos acrílicos retorcidos y enlacados de colores primarios, arte abstracto en unas paredes impresionantemente blancas, y un suelo pintado de rojo chino y beis con un brillo de tal intensidad que desearías quitarte los zapatos y deslizarte por él. Con una vez bastaría. Era el único indicio de diversión en todo el despacho, incluida Eileen.
Se inclinó hacia la punta de la mesa puesto que no era lo bastante alta para sentarse, mientras Verónica se colgaba del borde de una silla de color rojo chillón en forma de signo de exclamación. Me levanté.
—La señora Innes está bastante fastidiada —resumió Eileen.
—Eso soy capaz de verlo y debo disculparme, pero no tengo ni idea de qué tiene que ver conmigo
—Han cogido mi botella de champán —explicó Verónica.
Tenía bastante claro que mí cara continuaba serena, pero mi estómago se retorció un par de veces.
—¿Champán?
—Yo te la enseñé. ¿La recuerdas? Es la botella de la fiesta.
No me gustaba jugar al gato y al ratón, pero a veces es la mejor manera de mezclarse en el asunto.
—Creo que acaba de venirme a la memoria la conversación en la que hablamos de la botella.
—Eras la única que sabía que la tenía y de repente vino la policía y se la llevó. ¿Qué les dijiste?
Todavía no tenía una historia. Había estado concentrada en Jake y ya no estaba preparada para Verónica; me había pillado por sorpresa y eso me desconcertaba.
—Lo siento, no te he enviado a la policía.
Le dije a Kyle que sospechaba de ella, pero no aparentaba estar especialmente convencido. ¿Cómo pudo haber pensado que sería factible actuar oficialmente sin recabar más información? A no ser que contara con más información que no compartía conmigo. Me había pedido que parara, pero él me estaba recortando el camino del meandro para asegurarse de que así lo haría. Avancé paso a paso hacia ese tema.
—¿Qué dijo el policía al coger la botella?
—La mujer policía tenía mucho que decir y todavía más que preguntar —dijo Verónica desdeñosamente.
¿Ella? ¿Kyle había enviado a alguien en lugar de ir él mismo? O... no, no era posible. Y oí mi propia voz preguntando:
—¿Y se llamaba...?
Verónica sacó una tarjeta de visita del bolsillo y me la lanzó como si fuera un disco volador en miniatura.
—Darcy Cook. Detective, y una puta de primera clase.
Al coger la tarjeta de visita de la detective Cook me abstuve de confirmar la descripción. ¿Cómo había acabado la detective Cook en el teatro interrogando a Verónica? ¿Formaba parte de un rumbo distinto en la investigación? ¿O es que Kyle le había comentado algo sobre mis sospechas, había dado un salto para ponerse a la cabeza y había acudido hasta la ciudad para averiguarlo en persona? Si estaba en la ciudad, ¿habría estado acompañada por Kyle? ¿Y era esta la razón por la cual quería hablar conmigo cuando lo llamé?
—¿La conoces, Molly? —Eileen parecía pasárselo bien.
—Sí que la conozco —reconocí, pero no estaba ansiosa por contar más.
—Esto es alucinante —dijo Verónica mirándome.
—¿Te acusó de algo la detective Cook?
—Por supuesto que no. Hizo un montón de preguntas acerca de la fiesta y de Lisbet, el tipo de preguntas que tú me hiciste, y por eso deduje que tú también estabas metida en eso.
—Es toda una coincidencia —dije, ignorando la sonrisita de Eileen.
—Pero no me acusó de nada. Solamente se puso a mirar la botella de champán.
—Lisbet fue asesinada con una botella de champán, eso lo comprendes, ¿o no, cariño? —dijo Eileen.
—¿Tienes alguna idea de la cantidad de botellas de champán que había en la fiesta? —replicó Verónica—. Yo no la maté.
—Entonces no tienes por qué preocuparte —le aseguré mientras intentaba asimilar toda la información.
—Ya te expliqué lo importante que era esa botella en mi actuación. Se la han llevado, quién sabe cuándo me la devolverán, y estrenamos dentro de una semana y media. —Verónica era igual que un efecto dramático—. Estoy perdida, ¡y todo por tu culpa!
Eileen ofreció unos aplausos silenciosos hacia mí dándome la enhorabuena por mi manejo de la situación. Me abstuve de responder y me concentré en Verónica.
—Verónica, tengo una idea.
Eileen cruzó los brazos por encima del pecho.
—A ver si esta vez tenemos suerte.
—Me dijiste que la botella de champán representaba para ti la tristeza de sueños frustrados. Así que si la pérdida de la botella va a tener un impacto sobre tu actuación... —Le devolví la tarjeta de visita de la detective Cook.
—Entonces todavía peor —insistió enfadada.
—Trabaja conmigo. No te pongas furiosa, ponte triste, piensa en lo que ha hecho por tu carrera profesional y luego en tu carrera...
Verónica agarró la tarjeta con los ojos bien abiertos.
—Una hermosa flor pisoteó todo su apogeo.
Empecé a preguntarme si se refería a la carrera o la detective Cook, pero no quería correr el riesgo de hacer descarrilar a Verónica. Ensanchó las fosas nasales pero no se le cayó ni una lágrima.
—Espera, espera.
Respiró hondo y luego le lanzó una mirada a la tarjeta como si hiciera agujeros de fuego con sus ojos láser. Se estremeció y empezó a sollozar.
Eileen hizo un gesto de dolor.
—Dios mío, esto es un poco desagradable.
Verónica dejó de llorar poco a poco y tiró de un puñado de pañuelos de la caja de la mesita.
—Eres buena.
—Como escritora que soy, aprecio el proceso creativo en una disciplina —le dije, y le presenté la oportunidad de poder establecer algún vínculo afectivo entre ambas.
—Todavía estoy un poco mosqueada contigo, pero tu cumplido ayuda. —Agitó la tarjeta de visitas ante mi cara, y luego se la volvió a meter en el bolsillo—. Al menos no creo que vaya a demandarte, eso por ahora.
—Gracias. —Me hubiera quedado tan ancha sin decirle nada, pero no es esta mi naturaleza—. Sin embargo, quiero que sepas que nunca he hablado con la detective Cook sobre la botella. Ni tan solo sabía que estaba en la ciudad.
Aunque era algo que iba a tener en cuenta a la primera oportunidad que se diera.
—Bueno, mejor que tengas cuidado cuando hables con alguien, porque están hablando con ella y quién sabe con quién más. Y si vuelve a quien fuera que lo hiciera, puede que seas la siguiente.
Hasta Eileen reaccionó ante los comentarios realistas de esa joya; me salieron, unos sarpullidos tan alucinantes como los que había tenido cuando vi Poltergeist. Resistí el impulso de rascarme los brazos. ¿Se estaban volviendo las sospechas hacia Verónica después de todo y no hacia Jake?
—Esto no es una amenaza, ¿verdad? —pregunté sin darle demasiada importancia a lo que había dicho.
—Guapa, cuando pretendo amenazar a alguien, esa persona ya lo sabe. Simplemente es un comentario prudente, eso es todo. —Verónica me lanzó un guiño escalofriante y avanzó hacia la puerta.
Eileen correteó para cogerla y la acompañó debidamente a la puerta de la oficina.
—Si tienes cualquier tipo de pregunta, por favor, no dudes en llamarme —le susurró Eileen mientras cogía a Verónica del brazo como si fueran amigas de toda la vida que acababan de pasar por un terrible proceso judicial juntas.
—Gracias, lo haré —contestó Verónica.
Eileen se la entregó a Genevieve para que la acompañara hasta el ascensor, luego dio media vuelta y entró en la habitación; acompañó la puerta con cuidado hasta cerrarla.
—¿Exactamente qué coño estás haciendo? —exigió saber Eileen susurrando.
—Me pediste que buscara la historia. Pues en ello estoy.
—¿Van a llegar más sospechosos de asesinato entre lágrimas?
—Quizá prefieres que no escriba el artículo.
Le dije eso a Eileen. Ella siempre traza una línea de combate bien definida. El mal encauzamiento parecía en orden.
—Todavía busco imponer una narrativa coherente en unos acontecimientos tan disparatados que cristalizan las presiones sociales y sociológicas, y conducen a las personas a extremos conductuales en búsqueda del placer y del amor.
Lo que daba miedo era que ese enfoque realmente podía funcionar. Pero todo lo que quería conseguir con ello en aquel mismo instante era despertar a la editora que Eileen tenía dentro para ver si así me dejaba salir de la oficina.
Lo pensó por un momento, lo cual encontré prometedor. Luego caminó hacia mí y me cogió de la mano, dándome unas palmaditas con la suficiente dosis de condescendencia para recordarme por qué la odiaba tanto.
—Molly, esto no es la cochina revista de literatura New York Review of Books. Cuéntame una historia sobre sexo y violencia entre bellas personas. Es así de simple.
—Aspiro a complacerte. Adivina que no aspiro a poco.
Tiré de la mano que me quedaba libre y pasé por su lado, tomando la decisión de resistir la batalla antes de dejar pasar la oportunidad de escribir algo realmente.
—¿Dónde vas?
—A dar con tu historia. —Y a encontrar un policía para mí.