Capítulo 14

—Necesitas una afición más saludable, algo que te suponga cambiar de aires, o te produzca algo positivo.

—¿Cerámica quizá? ¿O pasteles?

—Simplemente quiero decirte que estar rodeado de cadáveres tal vez no es la mejor idea para pasar el rato.

El detective Ben Lipscomb es el compañero de Kyle. Es alto, un impresionante hombre afroamericano de treinta y tantos que puede llegar a ser muy intimidante y también una persona total y absolutamente amedrentadora cuando se lo propone. Tiene el don policial de estar callado y dejarte hablar desde el rincón idóneo, porque si no habla te puede escuchar mucho mejor.

Cuando salí de la redacción pensé en ir a comer de camino a la oficina de Kyle. En parte se debía a que era mediodía y no había ingerido nada sustancioso para desayunar, pues estaba demasiado estresada como para comer. Aparte de eso, para Cassady desayunar significa tomarse un café en un vaso para llevar. Todavía me considero una chica de cereales cuando tengo suficiente tiempo, y también suelo comer bollos cuando voy de un lado a otro. Lo más parecido a proteínas que yo había comido era un padrastro que estaba a punto de arrancarme con los dientes.

Manhattan posee su propia energía especial. Quizá proceda de millones de campos electromagnéticos de cada una de las personas que se mezclan durante noche y día. Quizá haya alguna elogiosa joya en el puerto que nos mantiene a todos corriendo alrededor de la jarra divina. Lo gracioso del asunto debe de ser el café. Hay un Starbucks en cada manzana (creo que ahora se trata de una regulación de zonas) y las calles están repletas de carritos de comida, donde hacen cola, en los que se vende toda la comida para llevar que os podáis imaginar, así como más café. Por lo tanto, es totalmente posible ir de una punta a otra de la isla y no recorrer nunca más de cien metros sin la oportunidad de comer algo o tomarte un café. La ciudad que nunca duerme; simplemente es que no se puede.

Después del encuentro con Eileen y Verónica me había adaptado al ritmo actual de estrés y me estaba muriendo de hambre. Pensé llevarme un perrito caliente, simplemente por comprar algo cómodo de comer, pero no veía claro que fuera a quedar bien con un café con leche y caramelo, que era mi otro antojo. Un falafel con un té chai tenía un poco más de armonía. ¿Y unas galletas saladas con un capuchino? Afrontemos el reto: lo que me pedía el cuerpo era un filete con queso y un refresco de vainilla, pero no tenía tiempo para entrar en un restaurante y sentarme. Tenía que descubrir qué eran capaces de hacer Kyle y la detective Cook.

Cuando llegué a la comisaría fui a preguntar al mostrador del sargento si el detective Edwards estaba libre para hablar un segundo con Molly Forrester. Llamó a alguien de la planta de arriba, habló con otra persona, y luego colgó. Me estaba debatiendo entre sentirme más frustrada o absolutamente herida cuando me dijo que el detective Edwards no me podía atender, pero que el detective Lipscomb bajaría en un momento para verme.

Tampoco había pasado tanto tiempo con el detective Lipscomb, pero siempre había sido muy cordial conmigo y justo ahora aparentaba ser un amigo a quien le había perdido de vista con los años según bajaba por las escaleras para saludarme.

—Un placer inesperado —dijo con amabilidad.

Me dio la mano afectuosamente, pero no se movió para que subiéramos a la parte de arriba.

—Disculpa las molestias, debí haber llamado antes de venir. Hoy estoy un poco distraída.

—He oído que hay alguien que intenta matarte.

—Ya, pero la persona que creía que me estaba amenazando se acaba de presentar en mi oficina y no ha hecho otra cosa que escupir veneno y llorar bajo control.

—¿Y por qué estás aquí? —Fruncí el ceño—. Me imagino a qué se debe tu visita. —Se encogió de hombros.

No sabía de qué otra manera podía formular mi pregunta y el detective Lipscomb siempre había sido la típica persona en quien se puede confiar, así que me dispuse a hacérsela.

—¿Está la detective Cook aquí?

El detective Lipscomb me miró con el ceño fruncido.

—Pensaba que querías ver a Kyle.

—Sí —dije, y enseguida me di cuenta de que me mostraba como la adolescente a quien acaban de pillar con un pie fuera de la ventana de la habitación al mismo tiempo que los padres entran para darle las buenas noches.

—¿Qué tiene que ver la detective Cook con todo esto?

—Este es uno de los motivos por los que quiero ver a Kyle. ¿Qué pinta ella en todo esto?

—Bueno, para él, ella es quien investiga un asesinato. Pero para ti, ¿quién es? ¿La persona que pasa mucho tiempo con tu chico?

—Se te da bien, deberías ser detective.

Se rió una vez, y luego dejó que el silencio se impusiera; él se encontraba más relajado que yo.

—Y entonces, ¿puedo verla? —le pregunté cuando le tuve que decir algo.

El detective Lipscomb me miró otra vez con el ceño fruncido.

—Está bastante liada.

Preferiría no tener que describir la imagen de estar atada por motivos sadomasoquistas que espontáneamente me vino a la mente, no sea que aumente el número de sesiones terapéuticas a las que tendría que asistir para borrarla. O al menos borrar el prominente papel de la detective Cook en todo el asunto. Basta con decir que refunfuñé:

—Eso es lo que me temía.

El detective Lipscomb pensó por un instante, sopesando las variables que no iba a compartir conmigo, antes de poner su enorme mano en mi hombro afectuosamente.

—¿Quieres subir y esperarla?

Dije una plegaria rápidamente y en voz baja, en agradecimiento porque todavía existen buenas personas en el mundo, y le contesté:

—Sí, por favor.

El detective Lipscomb deslizó la mano por mi hombro hasta la espalda y me guió hacia las escaleras. A medida que subíamos por las escaleras a la zona de detectives, formuló sus impresiones sobre la necesidad de tener una nueva afición, y concluyó con:

—Nunca resulta fácil.

—¿Resolver un asesinato?

—Estar involucrada en una relación con un poli.

Balanceó la mano hacia arriba para que así pudiera ver los únicos cuatro dedos que tenía.

—Solía llevar un anillo.

No sabía si mostrar un mensaje de condolencia o de pánico, especialmente cuando continuó:

—Me alegro de que a Kyle y a ti os vaya tan bien. No sé cuántas veces ha abandonado una relación antes de los seis meses.

Seis meses. ¿Significaba esto para Kyle una manera de marcar un hito? ¿Era el momento en el que decidía si quería renovar o cancelar su suscripción? Genial, era el momento en el que le habría preguntado si quería ir a pasar el fin de semana fuera. He conservado mi corona de Reina de la Sincronización Ideal.

El detective Lipscomb me condujo hacia la mesa. Me pareció que la redacción de mi revista, donde todos nos disponíamos en filas de ordenadores, era deprimente e institucional pero al menos tenía un poco de estilo. Su sala de trabajadores invitaba a pensar que alguien había ido a una liquidación cuando el departamento de guerra cerró allá por los años cuarenta, y sencillamente compró las mesas y sillas más desgastadas y deterioradas, desde entonces nadie más había cambiado el mobiliario. Había pilas de papeleo en cada una de las superficies libres y los detectives que iban a su mesa tenían cara de estar cansados, pero también de decisión. Juré que la próxima vez me acordaría de que estaba tentada de quejarme por mis impuestos.

Arrastró una silla que sobraba a un lado de la mesa.

—No debería contarte lo siguiente, pero tu incidente de este fin de semana obedece a motivos políticos, personas que juegan con la importancia que tienen. Pillamos a un par anoche, pero los jefes todavía tiraron de él para que ayudara en el condado de Suffolk.

—No pretendía meterle en otro tinglado —dije tranquilamente.

—Tan solo quería que supieras lo que hay detrás de todo. Le diré que has estado aquí. O no —se corrigió él mismo.

Creía que estaba jugando conmigo, luego se dio cuenta de que había descubierto a Kyle cruzando la sala en nuestra dirección, con las mangas de la camiseta remangadas y con cara de angustia.

—¿Qué pasa ahora?

Ese comentarlo me hacía sentir estúpida, déjame contar de cuántas formas hacía que me sintiera así. Me vi catapultada al pasado del departamento de guerra, por lo menos hacía un siglo, una mujer tonta e histérica que impedía al hombre realizar el trabajo serio.

Dicho sea en su honor, Kyle se percató de cómo había sonado, probablemente más por la mirada del detective Lipscomb que por mi apariencia en estado de shock, porque rápidamente se disculpó.

—Lo siento. Lo que venía a decir era ¿te ha pasado algo? ¿No hay ninguna novedad sobre el contestador?

Miró la hora.

—Pronto la tendremos ¿Por qué no estás en el trabajo?

—Verónica Lines ha venido a verme a la redacción.

La cara de preocupación de Kyle se agudizó. A pesar de lo que le había dicho, todavía no la había descartado como sospechosa. Me pregunté lo que le habría dicho la detective Cook que yo no sabía.

—¿Y? —apuntó

—¿Tienes tiempo para hablar? —pregunté, tratando de sonar educada y preocupada más que sospechosa y posesiva.

Kyle vaciló mientras le lanzaba una mirada al detective Lipscomb, quien cogió el termo de café de su mesa.

—¿Quieres café, Molly? —me preguntó.

Asentí con la cabeza y salí, dominando la sonrisa y sin mirar a Kyle a la vez.

Kyle se pellizcó el labio inferior.

—Verónica te contó alguna cosa acerca de la detective Cook.

—Bingo —dije exaltadamente

Kyle se acercó a mí y continuó hablando en voz baja con una perceptible comodidad. A diferencia de los macacos de mi oficina, sus compañeros se quedaron en su sitio trabajando, aunque probablemente los habían entrenado a todos para que pudieran escuchar nuestra conversación mientras realizaban su trabajo simultáneamente, sin perderse el más mínimo detalle.

—No te pongas así. Estoy en medio de todo este asunto por ti. Intenta ayudarme en alguna ocasión sin añadir más problemas.

—¿Qué problema es el que tenemos? ¿Lisbet, o tú y yo?

—No se trata de nosotros a menos que quieras convertirlo en algo nuestro.

La posición en la que le había puesto se asemejaba alarmantemente a la situación en la que sentía que Tricia me había puesto a mí, pero lo percibí así después de que mi boca dijera:

—Solo trato de ayudar. Esta es la razón por la cual he venido a contarte lo de Verónica. Pero tú ya te has enterado: ¿Cómo está Darcy?

—A la detective Cook sus jefes le están tocando las narices.

—Estoy familiarizada con esa sensación.

—Me pidió que le pasara cualquier información que oyera que pudiera ayudarla en la investigación.

—En serio. Pues ella me preguntó si eras soltero.

Kyle se pellizcó el labio tan fuerte que creía que se lo iba a arrancar.

—Dime que no estás aquí por eso.

—No estoy aquí por eso.

—¡Maldita sea, Molly!

Me cogió por los hombros e hizo que me sentara en la silla que el detective Lipscomb había puesto para mí.

—Siéntate aquí. Dame un minuto y entonces hablamos.

Estaba siendo amable conmigo, o hacía todo lo posible por serlo, pero me dio fuerte como cuando no ves cómo se acerca la ola, cuando tu cuerpo se desliza, y te lanza hasta la arena. Me había equivocado. Un error como una casa. Pensé rápidamente (algo que debo hacer más a menudo) y me di cuenta de que debía cambiar de estrategia de manera ágil o iba a destruir algo más que mi credibilidad.

—En realidad no creo que sea una buena idea —empecé a decir, aunque era capaz de deducir por su expresión que podría haber empezado mejor—. Debería irme, te doy el tiempo necesario para que hagas lo que tengas que hacer. Nos vemos más tarde y así hablamos.

Esperó un instante para dejar caer el otro zapato. Al no caerse, se dejó ir de mis hombros.

—¿Qué estás haciendo?

—Te propondría que vinieras a mi casa, y me gustaría incluir a la detective Cook en la invitación, aunque se encontraría incómoda allí.

Ahora me dejó ir completamente. No sabía qué significaba ese cambio en mi corazón, que de hecho era un cambio de táctica.

—¿Qué te parece si nos vemos en la salón del hotel Algonquin, digamos, a las cinco? —Estaba muy contenta por lo melodioso y moderado que sonaba todo, ya que tenía metido en la cabeza un pronunciado y molesto tintineo.

Kyle se estiró.

—A las cinco y media.

Me puse en pie. Estuve a punto de replicar, a sabiendas de que tenía que levantarme para ir a casa de los Vincent a las seis y media, pero podía planificarlo todo durante el camino.

—Perfecto.

El detective Lipscomb volvió con la jarra llena y un vaso de plástico para llevarme el café.

—Se me olvidó preguntarte dónde te lo ibas a tomar.

—Me lo llevo, gracias.

Me alargó el vaso sin añadir más comentarios, y revisando mi cara y la de Kyle obtuvo toda la información que necesitaba.

—Siento haberme entrometido así en tus planes de visita. Gracias por bajar las escaleras para verme —le dije—. Y gracias a ti por hablar conmigo —le dije a Kyle—. Nos vemos más tarde.

Reuní todo lo que me quedaba suelto por ahí de dignidad y fui a casa para meditar sobre mi próximo movimiento. Y también sobre mi armario.

El error que había cometido era pensar que era una compañera en ciernes y, que ello me daba derecho a contar con la información y el tiempo de Kyle. Pero él no me veía de esa forma. Me veía como a una inocente que necesita protección, así que mi apariencia impulsiva surgió como el ataque de una novia que requiere una pensión alimenticia alta, la bruja que da una patada a la puerta y exige entrar pese a no merecérselo. Lo peor de todo es que parecía que intentara competir con la detective Cook. Y quizá lo estaba haciendo, pero se suponía que no tenía que ser tan evidente. Debía llevar este asunto de una manera distinta, y llegar a la solución antes de que la detective Cook lo hiciera.

De camino a casa, llamé a Genevieve y le ordené que le dijera a Eileen que estaba en marcha con la historia, por lo que pasaría el resto del día fuera de la oficina. Posteriormente hice que el taxi me dejara a tres edificios de mi piso para así poder pararme en Stavros's Grill, una impresionante charcutería griega, y comprar un filete con queso (por supuesto, con patatas) y un refresco de vainilla lo suficientemente grande como para bañarme en él.

Llegué a casa e instintivamente comprobé el espacio vacío en la consola donde estaba situado el contestador. Me molestó que no estuviera allí, pero de esta manera podía decirme: la persona que me amenaza no ha vuelto a llamar, o, incluso mejor, a hacer más observaciones en mi vida. No podía ser Verónica. Tenía que haber sido Jake, ¿verdad? Verónica había pasado miedo pero, pensándolo mejor, sumergida en su propio drama para conspirar contra mí. Era actriz, pero tampoco era tan buena. ¿O sí lo era?

Estaba medio mareada por el hambre, el estrés y por haber tomado demasiada cafeína; puse Miles of Aisles de Joni Mitchell, uno de los CD que considero entre mis favoritos; quité el papel del sándwich, y evalué la situación. El detective Lipscomb aparecía como el único encuentro positivo del día. Alguien quería matarme, mi editora quería echarme del trabajo, una actriz loca ya iba a demandarme, una de mis mejores amigas no me hablaba, la otra estaba bastante descontenta, el hombre por el que me interesaba no estaba exactamente encantado conmigo, y mi principal sospechoso había desaparecido, dejando a sus espaldas nada más útil que su novia, Nuestra Señorita de Lucidez Turbia. Y luego venía la detective Cook. Pero ella podía esperar. Lo que cobraba más relevancia en este momento en mi corazón, aparte del filete con queso, era el hecho de que no podía llamar a Tricia y Cassady y explicarles toda la situación. Cassady seguro que encontraba tiempo para hablar conmigo si la llamaba, pero la estaría poniendo en un compromiso, entre Tricia y yo, hasta que ambas arregláramos las cosas, y no era justo. Nada de lo que estaba sucediendo a Tricia y a su familia era justo, eso lo entendía, pero ver lo que estaba sucediendo durante demasiado tiempo iba a ser duro para Tricia. Había conseguido inquietarla, y encima no iba a ser capaz de solucionar las cosas hasta que no diera con Jake y destapara por qué había matado a Lisbet.

¿Y cómo iba a encontrar a Jake? Cogí mi festín y lo puse encima del ordenador; entré de nuevo en la página web de Jake para echarle un vistazo. No es que esperara un menú desplegable que dijera «Sitios donde me escondería de mi novia y de la ley», pero tal vez había alguna pista que nos dejara entrever dónde se encontraba. O alguna forma de escribirle un correo electrónico que sorteara a Lara y sus instintos protectores.

Desafortunadamente, todo lo que aparecía en su página web era una gran pantalla que anunciaba «Esta página está en curso de una renovación drástica. Sentimos los inconvenientes que podamos provocar o cualquier otra molestia». Habían borrado casi todo, en concreto las grabaciones en «homenaje» a Lisbet.

¿Fue el uso descarado de las grabaciones lo que había forzado a Jake a limpiar todo el material de la página web? ¿O se había dado cuenta de que estaba dejando un rastro de migas de pan que conducían a él, y que cuanto más callado estuviera, mejor sería para él? Pero me lo había mostrado. Por supuesto, por aquel entonces no había sospechado de él. Quizá por eso había sido tan coquetón. Tal vez se había entusiasmado en enseñármelo porque sabía la verdad, y yo no. ¿Quién le había metido miedo en el cuerpo, atemorizado o, si no, engatusado, para arruinarlo?

Daba igual en qué dirección mirara, todos los caminos me llevaban a Jake. Si él era, de hecho, el fantasma en mi contestador, tenía que ir con cuidado a la hora de aproximarme a él. ¿Tenía que volver a jugar al truco del artículo? ¿O debía aprovechar y dirigirme directamente a Jake con mis sospechas? Esta era la opción más peligrosa, pero probablemente también fuera la más efectiva. Quizá optara por ignorar la opción del artículo, a pesar de que podría provocar una considerable lucha narcisista por su parte, pero, ¿cómo iba a dejar pasar la posibilidad de enfrentarse a una persona que le acusaba de asesinato? La trampa era que no me mataran en el proceso.

Con esta idea en mente, tal vez debía jugar un papel un poco más sutil. Atraer a su sentido creciente de poseer mucha importancia y dejar que llenara entre líneas lo que fuera necesario.

Al descolgar el teléfono, deseé que saltara el contestador, porque me preocupaba la capacidad de Lara para dejar un mensaje palabra por palabra dependiendo del estado de su mente. Claro que siempre existía la posibilidad de que se desviara del mensaje del contestador y lo pasara de largo, e incluso que perdiera el significado por el camino, pero iba a arriesgarme. Alcancé a percatarme lo suficiente de la creencia de que, allí donde estuviera Jake, seguro que se ocupaba de controlar los mensajes.

Caminé a pasos cortos por el piso con el teléfono en la mano, trazando un mensaje en mi cabeza para así no tener que atrancarme y tartamudear cuando llegara el momento. Hice todos los intentos estúpidos que estaban en mis manos por atraer a los hombres con extraños mensajes telefónicos. Al menos le quería achacar la culpa a esto. Con todo lo que había en juego, prefería ser cautelosa.

—Hola, soy Molly Forrester —pensé al principio—. Jake, Lara me ha dicho que te está pasando alguna cosa. Creo que puedo ayudarte. Llámame.

Pero luego pensé que había sido un poco largo, que había sonado como si fuera una terapeuta vendiendo su negocio, no una araña que atraía a una mosca.

Vuelve a intentarlo.

—Jake y Lara, soy Molly Forrester. Jake, sé que estás ocupado pero te tengo que hacer una pregunta. Es un asunto de vida o muerte. Por favor, llámame.

Venga ya. Espléndida sensación de urgencia, pero algo juvenil.

Quizá algo más seco, menos a lo Danielle Steele y más al estilo Raymond Chandler.

—Jake, soy Molly. Tengo que hablar contigo. Ya sabes el porqué.

Sí, este enunciado tenía toda la pinta de ser verosímil. Lo mejor de todo era que Lara pensaría que se trataba del artículo, pero Jake acertaría mejor. Incluso si alguien le había atemorizado, su ego no le permitiría quedarse en la sombra durante mucho más tiempo. Querría salir a la luz y juguetear con alguien que supiera su secreto y que tuviera la capacidad de expandirlo por toda la ciudad. Al dejar el mensaje en el contestador, y haberle pedido que me llamara al móvil porque el mío «se había estropeado», estaba segura de que respondería. Solamente tenía que rezar para oírle llegar.