Capítulo 17
Resulta gracioso utilizar una frase durante gran parte de tu vida sin pensar realmente en cómo se introdujo en el idioma o cómo se debe haber diluido su significado con el paso del tiempo. A partir de entonces, sucede que alguna cosa cambia el significado que le das a la frase para toda la vida. No esperes volver a oír otra vez de mi boca «la he cagado».
Tenía cierto temor a llamar a Tricia para quedar a cenar. ¿Qué pasaría si cuando se le pasara la resaca decidía que al fin y al cabo estaba más enfadada conmigo que con su madre? Pero tenía que llamarla. También estaba implicada en este asunto, y ciertamente no podía entrar en el Acappella yo sola sin levantar sospechas.
—Estaré encantada de ir —contestó después de presentarle todo el plan.
—Aun así, suenas un poco apenada —señalé.
—Han planeado una pequeña fiesta, su maravilloso espectáculo en apoyo a David. Y no me incluyeron para nada en él. Ya lo sabes, no soy la que ha sido acusada de asesinato, pero soy la que rechazan. Juro por Dios, Molly, que me muero de ganas de que Rebecca vuelva a sus borracheras y líos.
—¿Por qué? —no conseguía ver qué relación había.
—Porque sobria es demasiado perfecta y no hay quien la aguante.
—Te pasaré a buscar a las ocho, y a ver si para entonces estás más calmada.
Pero no hay ninguna garantía.
Cuando me la encontré en el taxi, enfrente del edificio, estaba ardiendo. Tenía un aspecto fabuloso con su vestido rojo de capas con vuelo de Matthew Williamson, con un corte en forma de cerradura por la parte de delante y de detrás, pero todavía continuaba enfadada. Se estaría conteniendo y, sin embargo, se le seguía notando.
—¿Y a qué hora es este gran acontecimiento? —pregunté al entrar en el taxi, consciente de que estaba pisando en un terreno resbaladizo.
Dio un portazo en el taxi por énfasis y/o catarsis.
—Mañana al mediodía para el almuerzo.
—Estás bromeando.
—Si estuviera bromeando sería porque he visto algo de humor en esta situación, pero no es así.
—Pero esto no es ninguna novedad.
—El entierro es el viernes y tiene que ser antes de ese día. Mamá y Rebecca ven claro que los verdaderos amigos van a dejar de lado los compromisos que tengan y van a reunirse para mostrar su amor. Es una prueba; todo lo que hace mi madre es una prueba.
No estaba convencida de si era inteligente mantener esta conversación justo ahora, cuando deberíamos estar mentalizándonos para engañar y tender una trampa a Jake, pero tampoco tenía ganas de ignorar su dolor. Me dirigí hacia el centro.
—¿Tú vas?
—Todavía no lo he decidido. Si vas a poner a Jake esta noche entre rejas, yo voy. Si Jake culpa a David esta noche, igualmente voy.
Sonrió con debilidad y me dio un golpecito en la rodilla.
—Sin presiones.
Mientras dábamos bandazos por la autopista del oeste (nuestro taxista conducía como si estuviera inmerso en un maravilloso video-juego que exigía que nunca se parara del todo) traté de anticipar cómo íbamos a apañárnoslas para hacer que Jake confesara. En ese momento, parecía más simple caminar por el río Hudson, que me azotaba por la ventana. Hubiera estado bien tener a Lara en la ecuación, pero todavía no había sido capaz de encontrarla. Como siempre dice mi padre: «Haz lo que puedas donde estés y con lo que tengas».
Ahora estábamos en la calle Hudson, en TriBeCa. Acappella es un espléndido restaurante del norte de Italia, con una comida fantástica y un servicio exquisito, con mucho encanto y pocas luces. Caminamos hacia el resplandor apagado del interior y Tricia dio su nombre al maître. Nos pidió, con un acento italiano encantador y dulce, que nos sentáramos en el grupo de sofás con piel de Borgoña colocados detrás de él mientras confirmaba cuál era nuestra mesa. Había un maravilloso y compacto bar enfrente de nosotras, los taburetes estaban ocupados por mujeres jóvenes con ropa ajustada, todas acompañadas por hombres bien vestidos. Estudié las botellas de detrás de la barra porque no me atrevía a quedarme mirando fijamente el comedor en busca de Cassady y Jake.
Tricia se sentó nerviosa a mi lado.
—¿Crees que están aquí?
—Eso espero. Si no, no tengo suficiente apetito para aprovechar este lugar.
Otra vez quizá no fuera la falta de hambre, sino más bien los nervios que tenía.
—Esta mañana juré que no volvería a beber nunca más, pero ahora un chupito podría cesar las palpitaciones de mi corazón.
—¿Bellas? —El maître reapareció y nos hizo una pequeña reverencia para indicarnos que lo siguiéramos.
La zona de las mesas, dominada por un enorme cuadro de un noble italiano, era todavía más atrayente que el bar y me cautivó la mirada; tardé unos segundos en amoldarme. Todavía estaba parpadeando cuando, con gran alivio, oí a Cassady preguntar:
—¿Qué estáis haciendo aquí?
Se levantó de la mesa, radiante, incluso llevando puesto bajo la penumbra un psicodélico vestido holgado de seda de David Meister, con el pelo recogido en la coronilla de la cabeza pero sin apretar. Tenía el aspecto idealmente preparado para seducir a Jake y obligarle a que confesara, así que valía la pena.
El maître paró educadamente.
—Estoy sorprendido, pues las mujeres más hermosas de mi restaurante se conocen entre ellas.
Entrecruzó los brazos delante de él y esperó mientras Tricia y yo hicimos un poco de espectáculo repartiendo abrazos a Cassady en señal de saludo. Únicamente después de haberle dado un abrazo miré hacia abajo a su compañero de mesa. La expresión de pena que transmitía su rostro me ayudó a reaccionar con sorpresa.
—Jake, hombre, hola —dije rotundamente.
Me figuré que no estaría feliz de verme, pero parecía indignado.
—Lo siento. —Pedaleé hacia atrás como si pensara que había dado con el lugar de encuentro de dos enamorados—. No tenía ni idea de...
—Hola, Jake —dijo Tricia con una educación extremada.
El maître señaló las sillas vacías de su mesa.
—Vaya hombre tan afortunado, signore, por poder cenar con estas señoritas tan guapas.
Jake ladeó la cabeza hacia mí.
—¿Tu novio sabe que estás aquí? Porque dijo que me mantuviera alejado de ti.
—Traté de decírtelo anoche, Jake, no fui yo.
El maître carraspeó:
—O también se pueden sentar en la mesa de allí, bellas.
Jake se levantó y dejó caer la servilleta sobre la mesa.
—No, de verdad —dijo con bastante firmeza—. Insisto, sentaos con nosotros.
Me percaté de cómo se intercambiaban miradas precavidas a nuestro alrededor, incluidas algunas con el maître, antes de que Tricia y yo nos sentáramos. Acappella es uno de esos lugares que aparenta tener algo más que un camarero por mesa impecablemente cualificado, por lo que siempre hay un alma gentil que surge de algún lugar, se ocupa de lo que necesitas y luego desaparece tras la oscuridad. En el instante que alcanzamos las sillas, dos camareros nos ayudaron a sentarnos debidamente, nos pasaron las servilletas y se cercioraron de que estuviéramos correctamente situadas.
—¿Molestamos? —pregunté, ya que era necesario alguna especie de explosivo para romper el hielo que se estaba extendiendo sobre la parte de la mesa de Jake.
—Jake y yo estamos debatiendo sobre su próxima película. Voy a invertir en ella —dijo Cassady con alegría.
—¿Un corto o una película, Jake? —le inquirió Tricia.
—Una película —contestó él, pero sin estar tan resentido como debería estarlo.
—¿Autofinanciada? Es bastante ambicioso. Me quito el sombrero ante ti —le dije.
—Preferiría más bien tener tu talonario de cheques —contestó, y el tema se fue calentando.
Reconoció la emboscada que le estábamos tendiendo, pero se imaginaba que íbamos a arremeter contra él de inmediato. Ahora se empezaba a relajar un poco a la vez que pensaba que estaba equivocado. Vaya estúpido.
—¿Formaría esto parte de tu cine mudo? —le pregunté—. No llegamos a contarnos tanto sobre el artículo el otro día.
—Nos estuviste explicando la historia en la fiesta de David —añadió Tricia.
—Sí, por cierto, lamento la pérdida —dijo Jake con una gracia inesperada.
—Gracias. Es una locura. No tenía ningún enemigo en el mundo, sino que sencillamente no lo entendemos.
Tricia cogió su servilleta y se frotó suavemente los ojos. O podía ponerse a llorar en ese mismo instante como hacía Verónica o aquellas eran lágrimas de verdad por la pérdida de su casi cuñada, o por su hermano, o por todo el revuelo suscitado.
Jake se sentó sin hacer ruido, mientras luchaba contra alguna cosa. Me esforcé por mantener la boca cerrada y le dejé hacer sin pinchar a Cassady por debajo de la mesa con el tacón de aguja.
—No pretendo insultarla, pero ella sí que tenía enemigos —dijo tranquilamente—. Si todavía no han descubierto quién ha sido, es importante que sepáis lo que os acabo de decir.
Miré fijamente a Jake, no por lo que estaba diciendo, pero sí por la forma en que lo decía; no era nada jactancioso ni fanfarrón. Tenía una delicadeza que era chocante. Tal vez se solía convertir en una persona delicada cuando pretendía cautivar a las personas. Incluso teniéndolo en mente, funcionaba.
Me devolvió una mirada fija.
—Ya te conté lo de Verónica. Lisbet y ella no se llevaban nada bien.
—Pero Verónica no se llevaba tan mal con ella como para matarla, ¿o sí? —le pregunté burlándome de una teoría en la que había creído firmemente durante un tiempo.
Se encogió de hombros.
—La gente hace estupideces.
—¿Como acostarse con la invitada de honor en su propia fiesta de compromiso? —le pregunté.
Jake refunfuñó y se volvió para explicárselo a Tricia, pero entonces se dio cuenta de que ella ya lo sabía. Su mirada se endureció a medida que se acercaba a mí.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Verónica.
Retorció la servilleta, enfadado.
—Está justamente intentando hacer ver que soy el malo. ¿Quién más te lo ha dicho?
—Qué más da. Lo que sí importa es ¿por qué no te bastaba? ¿Por qué no satisfizo tu ultimátum?
Jake miró a Cassady herido.
—Era todo un plan.
—Esto no significa que no vaya a invertir en tu película —le aseguró—. A menos que vayas a la cárcel.
—¿Por qué debería ir? —preguntó con esa voz que cada vez subía más de tono para estar en un restaurante tan íntimo.
—¿Por qué tenía que abandonar, Jake? —persistí.
—¿De qué estás hablando?
—De la tarjeta en las flores. «Abandona y vive».
—Yo soy el que se va. —Jake se levantó y tiró la servilleta sobre la mesa.
El maître y los dos camareros se teletransportaron hasta colocarse alrededor de la mesa, el maître en una posición de emergencia.
—Signore, ¿desearía vino, quizá? ¿Una bebida del bar? Tony, ¿dónde están sus aperitivos?
Jake les empujó al pasar y se dirigió hacia la puerta. Di un brinco en la silla y le seguí, confiando en que mis amigas, que son bastante más diplomáticas que yo, consiguieran suavizar la situación con el personal del restaurante. Jake pasó por entre las puertas y llegó a la acera, ajeno a otros clientes y peatones. Empezó a caminar entre el tráfico para cerciorarse de que paraba un taxi, pero le agarré por la parte de atrás de la chaqueta y tiré de él hacia la acera.
—Jake, escúchame solo un momento.
—¿Por qué? ¿Es que vas a leerme los derechos?
—Estoy procurando darle sentido a lo que está pasando aquí. Estás sufriendo amenazas, igual que yo. Quiero que sepas el porqué.
—Apuesto lo que sea a que te amenazan por hacer preguntas entrometidas.
—Y a ti te amenazan por ser lo bastante inoportuno como para colgar grabaciones de una chica muerta en tu página web.
Algo, quizá un tufillo a su propia culpabilidad, le pilló desprevenido. Su respiración aminoró y la mandíbula se le relajó levemente.
—Cometo errores. Pero no creo que me merezca nada de lo que está sucediendo.
—¿Qué errores?
—Las flores. No debí haberla forzado a tomar una decisión justo en aquel momento. Estaba loca; la fiesta, el estreno de la obra... No debí presionarla para que elegiese.
—Entre tú y David.
De hecho, la mandíbula de Jake pareció despegársele.
—¿Es eso lo que crees que pasó? ¿Una cuestión de amantes enfrentados? —Se rió a carcajadas.
—Olvida mi confusión, pero es cierto que te acostaste con ella después de que ella lo dejara con David.
—Porque me invitó a hacerlo, venga. Tendría que estar embalsamado para desperdiciar una oportunidad como aquella. ¿La viste, verdad? Pues tendrías que haberla visto desnuda.
Me azotó una bocanada de vértigo. ¿Estaba tan alejada del final de la investigación o es que estaba jugando conmigo?
—¿La decisión no tuvo nada que ver con David?
—Tan solo en términos de que ella estuvo hablando con él sobre esto. Y como ella continuaba dándole largas al asunto, la presioné precisamente por eso.
—¿Entonces qué tenía que decidir?
—Abandonar la obra para participar en la película y vivir con más intensidad la vida de artista.
Quería reírme, pero gracias a Dios no pude.
—¿Tu película?
—Quería que Lisbet protagonizara mi película. Y tenía una toma para esa magnífica película de otro amigo que tenía éxito, así que tenía que mover los hilos rápidamente. Tenía que abandonar la obra para organizarse el trabajo.
—Así que cuando llamó a Abby para decirle que abandonaba la obra, era por tu película.
—Hasta que esa estúpida vaca llamada Verónica sedujo a David y Lisbet se dio cuenta de que no podía dejarle solo ni dos minutos, y menos ir conmigo a Berkshires a grabar durante dos semanas; así que me dejó tirado y le dijo a Abby que ya no importaba.
—¿De modo que todo gira en torno a tu tonta película?
Jake se inclinó para tenerme mucho más cerca. Creo que la única razón por la cual no me pegó fue por mi género, y, aun así, le costaba contenerse.
—No es tonta.
—Puede ser mucho más interesante matar.
—Yo no la maté.
—Por supuesto que fuiste tú. Te la tiraste en la casita de la piscina, hiciste tu breve filmación porno, y creíste que te llenarías de oro. Pero entonces ella dijo que no, que solo se estaba divirtiendo un rato y que no le importabais ni tú ni tu tonta película. Entonces cogiste la botella de champán y la utilizaste para golpearle el cráneo.
—El término técnico es «traumatismo cerebral severo» —dijo la voz detrás de mí.
No tuve que darme media vuelta para identificarla y no quise girarme porque no confiaba en mí misma.
—¿Quién coño eres? —exigió saber entonces Jake por encima de mi hombro.
—La detective Cook, de homicidios del condado de Suffolk. —Se acercó incluso a mí, pero yo me alejé. No quería que Jake pensara que trabajaba para ella.
—Os conocisteis este fin de semana —apunté.
—He conocido a mucha gente este fin de semana y estoy esforzándome por olvidaros a todas vosotras —dijo con desdén.
—¿Le estás siguiendo a él o a mí? —le pregunté a la detective Cook.
—Me dedico a una investigación —dijo con los ojos puestos encima de Jake.
—Entonces, ahora investiga esto —sugirió Jake con una mano agarrada a su entrepierna—, porque yo ya me voy.
Dio un paso adelante para acercarse al bordillo y subió la mano para llamar un taxi. Había uno al otro lado de la calle y me preocupaba que diera la vuelta y lo cogiera antes de que pudiera convencerle de que no se fuera, así que me coloqué a su altura. La detective Cook acortó la distancia con él por el otro lado. Estábamos los tres allí plantados en la esquina cuando el deportivo de la acera de West Broadway se separó y se dirigió justo hacia nosotros. Los faros eran tan luminosos que no podía ver al conductor. Aun así, no podía creer que el deportivo estuviera intentando girar hasta que fue demasiado tarde, hasta que la gente empezó a gritar y la detective Cook nos empujó tan fuerte como pudo, y sentí el calor del motor cuando el deportivo nos embistió y nos envió al pavimento en un enredo de extremidades.
De alguna forma, salimos de su camino mientras rugía y se ponía sobre la acera, haciendo pedazos varias macetas, y luego volvió a bajar a Chambers. Rugió una vez más y yo intenté ponerme en pie. La gente salió corriendo de todas partes para venir a ayudarnos.
—¡A ver si te sacas el carnet! —grité mientras alguien me agarraba y me decía que no tratara de levantarme. Los brazos me ayudaron a estirarme otra vez en el pavimento donde Jake estaba sentado, aturdido y con la nariz sangrando. Al otro lado de él, con los ojos cerrados y con la pierna izquierda encorvada en un ángulo poco natural, la detective Cook estaba en silencio.