3 de agosto de 1963

El sábado 3 de agosto no madrugaron, se levantaron con tranquilidad y después de un opíparo desayuno, Alberto y Ernesto partieron hacia la montaña vestidos con gruesos pantalones bávaros y jerséis de lana con la insignia de la ENAM (Escuela Nacional de Alta Montaña). Las polainas de Alberto eran marrones y Ernesto las llevaba azules. Eran su único rasgo distintivo, además de las chaquetas de plumas, una roja y otra azul. En la mochila llevaban dos cuerdas de sesenta metros, clavijas de roca y hielo, mosquetones, dos chubasqueros, dos sacos de dormir de medio cuerpo, un pequeño quemador de gas, una olla ennegrecida por el uso, un par de litros de agua y las provisiones: pan, queso, embutidos, sopas y latas de sardinas. Del exterior de las mochilas de lona colgaban los largos piolets de madera que se bamboleaban con cada paso de los alpinistas. Llevaban comida para cinco días y una cámara fotográfica Contessa, con la que Alberto quería documentar la escalada. La cámara de cine era demasiado pesada para la envergadura de esta ascensión.

Aquel día no comenzaron a escalar por la ruta original de 1938, sino que buscaron por el centro de la pared un itinerario más directo que todavía permanecía virgen. Su idea era acceder en línea recta hasta el tercer nevero de los muros superiores y escalar mil metros por nuevo terreno.

Ernesto Navarro.

En el campamento bajo la pared Norte del Eiger.

La roca, vertical y limpia de nieve, ofrecía una progresión segura sin necesidad de calzarse los crampones. Navarro, progresando en cabeza de cordada, alcanzó un paso difícil y colgó los estribos de una clavija para superar el obstáculo en artificial. En ese momento la clavija saltó y Navarro cayó al vacío varios metros, hasta que la cuerda le detuvo sobre otro seguro. Fue el primer incidente de los muchos que desembocarían finalmente en su muerte.

En las laderas nevadas antes del comienzo de la ruta.

Al atardecer alcanzaron unas repisas, donde pasarían la noche. Ordenaron cuidadosamente el material y tras una ligera cena caliente se metieron en los sacos de dormir. Un fuerte golpe en la cabeza despertó a Navarro a media noche, una piedra caída de los heleros superiores le había impactado sin mayores consecuencias. Se puso el casco y observó el cielo encapotado; no pudo ver ninguna estrella y las luces de Kleine Scheidegg brillaban tímidamente cubiertas por la bruma. A los pocos minutos comenzó a llover débilmente y antes del amanecer la tormenta se había intensificado, mientras los escaladores progresaban lentamente en artificial entre pequeñas cascadas de agua. Se encontraban cerca de la estación Eigerwand, que cuelga sobre el abismo de la cara norte. La estación es parte de un peculiar trazado ferroviario, construido entre 1896 y 1912, que desde Kleine Scheidegg recorre el interior del Eiger para acabar cerca de la cumbre de la Jungfrau, a 3454 metros de altitud.

Alberto Rabadá escapando por el Stollenloch.

Un operario de la estación, viendo las dificultades por las que atravesaban los escaladores, les tendió una cuerda y en un momento pudieron pasar de luchar por la supervivencia a los lujosos salones de la estación, donde las miradas atónitas de los turistas les hacían sentirse como animales de zoológico. Su deseo de una primera ascensión en la pared ha sido frustrado. La primera ruta directa de la Eigerwand fue escalada a los pocos años, el 25 de marzo de 1966, por un potente equipo de británicos, americanos y suizos.

La consecución de la directísima John Harlin —nominada en honor del alpinista estadounidense fallecido durante la apertura— fue uno de los grandes logros alpinos en la década de los sesenta y requirió un mes de trabajo en las duras condiciones del pleno invierno, para evitar frecuentes caídas de piedras que bombardeaban la pared.