El Techo del Molondro y la norte del Puro
Al final del callejón donde nace el manantial de los Clérigos, en el macizo de los Fils, frente a la Peña Don Justo, está el Techo del Molondro. No es una pared especialmente atractiva por su altura, o por poseer una cumbre emblemática, pero su cara sur, muy vertical y compacta, sin ninguna fisura, está rematada por un gran desplome como si fuese una gigantesca bola de billar. Posiblemente los escaladores de Zaragoza se fijaron en la pared durante sus primeras ascensiones en la Peña Don Justo, en las escaladas de las rutas De la Risa o De los Diedros, justo enfrente de los cuales queda el desplome del Molondro. El Techo, dada su verticalidad y su falta de fisuras por las que progresar, era un continuo motivo de conversación en el grupo de escaladores. Era la pared del futuro; quien escalase el Techo del Molondro podría subir por cualquier lugar. Su fama llegó hasta tal punto que, en tono humorístico, cuando alguien alardeaba de sus habilidades, rápidamente se le enviaba al Techo del Molondro. «Oye, que éste es muy bueno, mándalo al Techo del Molondro a ver si lo escala», bromeaban entre ellos. Así que esta pared, perdida en el barranco de La Mata, cercano al pueblo de Riglos, se convirtió en una ascensión utópica de la que todo el mundo hablaba, pero que nadie había intentado. En 1957 un nutrido grupo de escaladores se refugiaba en el pajar que don Justo les cedía para pasar la noche bajo los Mallos de Riglos. Gregorio Villarig, Jesús Mustienes y Cisneros se encontraban dentro de los sacos de dormir pese a lo avanzado de la mañana. Acababan de descender in extremis del Mallo Pisón, donde habían hecho noche sorprendidos por una fuerte tormenta. Los veteranos del GEMA charlaban animadamente alrededor de la hoguera y calentaban bebidas para los muchachos.
Alberto propuso ir a escalar: «¿Quién viene conmigo al Techo del Molondro?». Rafael Montaner ni siquiera miró a su socio, acostumbrado a sus habituales salidas de tono. El resto del grupo rió la osadía. Rabadá volvió a la carga: «Oye, que no es broma, ¿quién viene conmigo?». El silencio se hizo tenso, Alberto miraba a unos y a otros y nadie se atrevió a levantar la vista del suelo, hasta que Gregorio Villarig, exhausto tras su aventura del Pisón y con un aspecto de polluelo desnutrido entre los sacos de dormir, levantó el brazo y se ofreció voluntario. Todo el mundo en el pajar estalló en carcajadas.
Dos años después, en una de las reuniones en la sede del club Montañeros de Aragón de Zaragoza, Alberto Rabadá se acercó a Gregorio Villarig y le propuso ir a escalar el Techo del Molondro. Por aquel entonces Villarig ya era uno de los escaladores mejor considerados del GEMA y pese a su juventud tenía ya un buen número de difíciles ascensiones a sus espaldas.
El 31 de agosto de 1959, Alberto Rabadá y Gregorio Villarig descendieron del tren de Riglos y durmieron al raso en la era junto al pajar de don Justo. A la mañana siguiente Rabadá tomó la delantera en la dirección opuesta al estrecho valle, donde se encontraba el Techo del Molondro.
Gregorio, confundido, siguió al experto hasta la base del Puro, donde intentaron su espolón norte. En aquella ocasión no pudieron terminar su escalada, que se vio truncada por una espectacular caída de Villarig cerca de la cumbre. Durante aquella ascensión pusieron en práctica un nudo creado por Rabadá y bautizado como nudo «edil». El nuevo sistema sujetaba al escalador por las piernas en vez de por la cintura y permitía realizar pasos de escalada artificial con mayor comodidad. Tras la caída de Villarig, el nudo quedó aprobado y rápidamente se extendió como habitual antes de la llegada de los arneses de cintura.
La visión de Rabadá quedaba patente en su comportamiento: lo imposible, los techos molondros, podían estar en cualquier parte. Una nueva ruta en el Puro o una pared sin escalar eran un techo molondro. A día de hoy la pared desplomada junto al manantial de los Clérigos sigue esperando una primera ascensión.
Rabadá terminará la ruta de la cara norte del Puro un año después, con otro de los jóvenes escaladores del GEMA: Ernesto Navarro. Se habían conocido en la sede del club Montañeros de Aragón de Zaragoza, a donde Ernesto había llegado de la mano de Luis Lázaro. La gran motivación del principiante, su valor respaldado por algunas ascensiones prestigiosas y su facilidad de carácter convencieron a Rabadá. El Puro fue la primera de sus grandes escaladas juntos. En el libro de piadas de casa Pisón describieron así su actividad:
«10 de julio de 1960.18 ascensión del Puro, 1ª por la cara norte.
»Bonita e interesante escalada por pared de presas fuera de lo normal, por la solidez y tamaño de las mismas, con pasos aislados de doble cuerda y el resto Gregorio Villarig os lo dirá. Comenzamos a las 7 y coronamos la cima a las 17 h».
Debajo estamparon sus firmas y así comenzó entre Alberto Rabadá y Ernesto Navarro una relación de camaradería que durante los años siguientes firmaría las rutas más innovadoras del país.
Figuras dibujadas por Alberto Rabadá, explicando las ventajas del nudo «edil» inventado por él mismo.
Diagrama explicativo dibujado por Alberto Rabadá para la realización del nudo «edil».
Croquis dibujado por Alberto Rabadá, en el que se muestra cómo realizar el nudo edil.