El Espolón del Gallinero

El espíritu aperturista e innovador de la cordada Rabadá-Navarro iniciado en los Mallos de Riglos pronto se traslada al Pirineo, después de la ascensión del Firé. Alberto tenía experiencia en la alta montaña, avalada por varias primeras ascensiones, pero nunca había escalado algo tan soberbio como un pilar de roca desplomada de 400 metros de longitud en el valle de Ordesa, y pensó en la posibilidad de trazar un nuevo itinerario. Posiblemente durante aquella ascensión de la Torre de Marboré en 1958, cuando Rabadá caminaba al lado del gran salto de agua de la cascada de Cotatuero, no había podido quitar los ojos del pilar que se elevaba por encima de su cabeza en un caos de techos y bloques.

Después de haber realizado la primera ascensión del espolón sureste del Mallo Firé en Riglos, Rabadá y Navarro habían demostrado estar en la vanguardia de la dificultad, pero su cordada todavía no había fraguado. Todavía no eran el binomio inseparable en el que se convertirían. Así, Alberto Rabadá eligió a su socio Rafael Montaner como compañero de cordada para el primer intento a una nueva ruta en la pared de Cotatuero, que denominaron Espolón del Gallinero. En junio de 1960 Edil y Montaner escalaron varios largos de cuerda hasta un enorme techo, que hizo caer a Rabadá. Sin más material era imposible continuar y emprendieron el descenso.

Pero en la siguiente tentativa, Montaner, recién casado y trabajando duramente en la proyección de Creaciones Rabadá, tenía otras preocupaciones en la cabeza. Para Alberto, por el contrario, el Pilar del Gallinero se había vuelto una obsesión y con todos sus compañeros de montaña recién casados buscó de nuevo a Ernesto Navarro para este proyecto, porque trabajando en el taller de ebanistería tampoco se le conocía más distracción que la de escalar. Por una necesidad mutua, por una complicidad de motivaciones y tras la grata experiencia de la primera al Firé, la cordada volvió a juntarse en las murallas de Ordesa.

El 15 de agosto de 1961, los dos aragoneses escalaron hasta el punto más alto de la anterior tentativa, donde hicieron noche bajo el gran techo que les había cerrado el paso. Rabadá consiguió superar el desplome tras varias horas de duro trabajo y veinte clavijas, Navarro recuperó el largo y decidió abandonar una cuerda para utilizarla en caso de descenso; una técnica que utilizarían luego en otras ascensiones, asegurando los puntos comprometidos en caso de un hipotético descenso. Todavía les quedaban trescientos metros de territorio virgen por encima de sus cabezas.

El siguiente vivac lo realizaron en un jardín colgado, donde tomaron agua de un manantial y saciaron su sed. Las temperaturas elevadas los deshidrataron; tenían la lengua pastosa y los labios hinchados. El 17 de agosto alcanzaron la cumbre. La prensa, que ya seguía su trayectoria desde la consecución de la ascensión del Firé, publicó un gran titular el 22 de agosto: «PRIMERA INTERNACIONAL AL ESPOLÓN DEL GALLINERO, EN EL VALLE DE ORDESA».

Firmado por el periodista Ramiro Brufau, socio de Montañeros de Aragón, el artículo alababa la técnica y el tesón de los dos escaladores.

Ernesto Navarro durante la ascensión del Pilar del Gallinero.

Alberto Rabadá en el largo clave del Pilar del Gallinero.

Artículo del Heraldo de Aragón referente a la ascensión por Alberto Rabadá y Ernesto Navarro del Gallinero, en el Valle de Ordesa.