El Pico de Aspe
El 28 de enero de 1962 Rabadá y Navarro se apearon del tren en la estación de Canfranc con la gran satisfacción de encontrar el paisaje nevado después de varias semanas sin visitar el Pirineo. Hacía frío y el aire cortante sobre la piel los alegraba. Aquella noche durmieron entre el material desordenado de un edificio en construcción en las inmediaciones del pueblo.
El día 29 se levantaron antes de la salida del sol y, después de varias horas de caminata, alcanzaron la base de la cara norte del pico de Aspe, una montaña muy conocida por los montañeros zaragozanos. La habían ascendido por todos sus costados: la ruta normal, la cara norte clásica, la arista de los Murciélagos, pero la cara norte directa era el último terreno inexplorado. En verano la amenazadora muralla de quinientos metros de altura ofrecía un aspecto inexpugnable. La mala calidad de la roca y la verticalidad del terreno hacían muy peligrosa esta ascensión durante la época estival, pero en invierno la cara norte se cubría de hielo tapando los esquistos inestables. Los primeros doscientos metros de la ascensión representaban el tramo clave, pues el hielo era escaso y un techo rojizo taponaba el acceso al corredor principal.
Aproximación al Pico de Aspe. Posiblemente antes de realizar la primera de la vía Edil en la cara norte.
Durante aquel primer día de ascensión, Alberto y Ernesto escalaron las mayores dificultades utilizando material muy rudimentario. Llevaban un solo piolet de madera y crampones de diez puntas, que se retorcían a punto de saltar de la bota en cada patada. Su ropa no era térmica ni impermeable y las clavijas de hielo que colgaban de sus bandoleras eran seguros incapaces de aguantar una caída real. Llevaban casi la misma ropa con la que escalaban en Riglos. Quizá los calcetines un poco más gruesos, quizá unas manoplas extra, pero seguro los mismos jerséis de lana y los mismos chubasqueros de nailon. Al atardecer tallaron un vivac en la entrada del corredor helado. Durante aquella noche Ernesto comenzó a sentir congelaciones en uno de sus pies.
Ernesto Navarro durante la primera ascensión de la vía Edil.
Descansaron durante unas horas, que dedicaron a fundir nieve con un pequeño calentador y a tomar bebidas calientes, y continuaron la escalada varias horas antes del amanecer iluminados por las linternas frontales. Cuando el sol apareció y sus rayos rozaban tímidamente la pared, se sintieron reconfortados. Llegaron a la cumbre antes del mediodía. Admiraron las paredes de los cercanos Mallos de Lecherín, la pirámide oscura del pico de Midi d’Ossau, las aristas del pico Balaitús o la imponente cara norte de la Pala de Ip. Con la escalada ya acabada, se sentían relajados ante la belleza silenciosa del Pirineo invernal.
Su ascensión había sido un éxito siendo la escalada invernal más difícil conseguida por escaladores españoles; habían demostrado también su eficacia en el terreno alpino más puro. Ahora un mundo de paredes heladas y de grandes ascensiones de altura se abría ante la mirada inquieta de los dos escaladores. Cualquiera que repita hoy en día su ruta e imagine la ascensión de 1962 con un solo piolet y crampones de diez puntas, entenderá el verdadero significado de su escalada.
Ernesto Navarro durante la primera ascensión de la vía Edil.