Capítulo
ocho
Regreso a la escuela
La lucha contra lo falso
El 3 de enero de 1973 nuestro avión aterrizó en la Base de la Fuerza Aérea Norton en California. Había aproximadamente 200 soldados a bordo, regresando de Vietnam, y yo era el oficial a cargo de los dieciséis oficiales de marina del portaaviones.
Lo primero que notamos todos fueron las grandes multitudes de manifestantes en contra de la guerra que nos estaban esperando. Después de que mis 16 hombres reunieron sus mochilas, estreché su mano y les deseé lo mejor en su regreso a casa. Habíamos servido juntos durante un año en Vietnam.
Cuando las tropas que regresaban a sus hogares se acercaron a la salida, los cánticos de los manifestantes aumentaron de volumen. Pude sentir el miedo y ver la tensión en el rostro de mis hombres mientras nos acercábamos a la salida. En muchos sentidos, enfrentar a los manifestantes estadounidenses era más atemorizante que luchar contra el Viet Cong en Vietnam.
Sabía que tenía que decir algo antes de que camináramos entre los manifestantes. Nos detuvimos una última vez justo antes de salir, y les dije a los jóvenes soldados: «Recuerden que esto fue por lo que luchamos. Fuimos a pelear por la libertad de expresión, por su derecho a llamarnos asesinos de niños, violadores y homicidas». Los jóvenes asintieron. Intercambiamos el saludo oficial y salimos por la reja mientras empujábamos entre la multitud que nos gritaba y escupía. Nunca volví a ver a ninguno de esos soldados.
EL CONSEJO DE PADRE POBRE
Tuve la fortuna de que me asignaran a la Estación Aérea del Cuerpo de Infantería de Marina en Kaneohe, Hawái, el cual estaba a menos de una hora de la casa de mi padre en Oahu. Todavía quedaba aproximadamente año y medio para terminar mi contrato con el Cuerpo de Infantería de Marina.
Después de darme la bienvenida, mi papá, mi padre pobre, me preguntó cuáles eran mis planes. Quería saber si pensaba convertir mi contrato con el Cuerpo de Infantería de Marina en una carrera de 20 años, volar para aerolíneas comerciales o regresar a trabajar para la empresa Standard Oil en San Francisco y navegar como tercer oficial en sus buques petroleros. Le dije que tenía año y medio para pensar en mi futuro.
Me sugirió ser educador, estudiar una maestría y, quizá, un doctorado como él lo hizo. Algunos meses después fui aceptado en la escuela nocturna para estudiar el programa ejecutivo de maestría en la Universidad de Hawái.
EL CONSEJO DE PADRE RICO
A mi padre rico le dio gusto verme.
Le mostré mi moneda de oro y le conté sobre cómo volé más allá de la línea enemiga para buscar oro.
—¡Estás orate! —exclamó. Entonces le pedí que me sugiriera qué hacer con mi futuro, y me dijo—: Aprende a invertir en bienes raíces.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Porque necesitas aprender a usar la deuda como dinero.
Padre rico y yo hablamos en detalle sobre el presidente Nixon y su decisión de sacar al dólar del patrón oro. Me explicó lo que quiso decir en la carta que me envió a Vietnam, donde escribió Ten cuidado… el mundo está a punto de cambiar.
Él sospechaba que el dólar iba a ser 100 % deuda por siempre. Ni Nixon ni las autoridades restaurarían el dólar como parte del estándar oro. Cuando estaba respaldado por este metal, el dólar era aproximadamente 80 % deuda y 20 % oro.
—¿Qué significa eso? —pregunté.
—Significa que el dinero es deuda, que solo se puede crear dinero si se genera deuda. Significa que el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos y el Tesoro van a animar a toda la gente a endeudarse. Si la gente no se endeuda, la economía no crecerá —me respondió.
A padre rico le había ido muy bien económicamente porque usó la deuda cuando al dólar todavía lo respaldaba el oro, y en 1973 sospechó que se volvería todavía más rico ahora que el dólar sería 100 % deuda.
Pero también estaba preocupado. Yo estaba sentado frente a él con mi uniforme de oficial de la Marina en su oficina de Waikiki cuando me preguntó:
—¿Tienes tarjeta de crédito?
—Sí —le contesté—, me dieron una en la base.
Él asintió en silencio.
—¿Te emitieron una tarjeta de crédito?
—Sí, a todos los oficiales. El Intercambio de la Base quiere que usemos tarjetas de crédito cuando hagamos compras.
—Qué interesante —dijo, sonriendo entre dientes.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Así es como crean el dinero. En tu tarjeta no hay dinero y tampoco necesitas tener nada en el banco. El dinero se genera de la nada en cuanto cargas una compra a tu tarjeta de crédito.
Me quedé callado por un instante, todo empezaba a cobrar sentido.
—¿Por eso me escribiste «Ten cuidado… el mundo está a punto de cambiar»? —pregunté. Padre rico asintió.
—La vida de millones de personas está a punto de cambiar debido al uso de las tarjetas de crédito. Millones de personas comprarán casas y automóviles a través de la deuda. Millones trabajarán aún más y serán todavía más pobres porque nunca aprendieron a usarla.
—¿Es por eso que quieres que tome un curso de bienes raíces? ¿Para aprender a usar la deuda como dinero? —pregunté.
Padre rico hizo una pausa y se quedó pensando un rato antes de contestar.
—Los bienes raíces siempre serán la base de la riqueza, son como el oro y la plata. En inglés, bienes raíces se dice real state, y la palabra real viene del español, idioma en el que el término también se relaciona con la «realeza». A lo largo de la historia, la realeza siempre ha valorado la tierra, el oro y la plata —explicó padre rico, y luego continuó—. Si aprendes a usar la deuda como dinero y a comprar bienes auténticos como yo lo he hecho, te volverás un hombre muy adinerado e inteligente. En cambio, si usas la deuda para comprar pasivos, te sumarás a los millones y millones de personas de las clases media y pobre que pasan su vida trabajando para los miembros de la «realeza» que poseen los bancos. Trabajarás por dinero falso para pagar su deuda.
Me quedé sentado en silencio, pensando en que poseer una moneda de oro me convertía en un criminal. Y luego pensé en usar la deuda para comprar bienes raíces, es decir, la tierra de la realeza.
—¿Qué pasaría si eligiera no endeudarme? ¿Qué tal si viviera libre de deudas? —continué preguntando. Padre rico sonrió.
—En la mayoría de los casos, esa puede ser la mejor opción. Si no quieres aprender a usar la deuda como dinero, mantente alejado de ella porque es sumamente peligrosa. Es como una pistola cargada: puede matarte, pero también protegerte —me explicó.
Yo sabía que padre rico todavía tenía mucho que decirme, así que le pregunté:
—¿Y qué pasa si elijo aprender a usar la deuda como dinero?
Padre rico volvió a sonreír.
—¿Ves este hotel en el que estamos ahora? ¿Crees que yo podría comprar un hotel de un millón de dólares con mis ahorros? —me preguntó.
Solo pude negar en silencio con la cabeza.
—Yo pagué menos de un millón de dólares por este hotel en Waikiki Beach. Si el gobierno continúa imprimiendo dinero, ¿cuánto crees que valga en 10 años? —me preguntó.
—No lo sé —contesté.
—Si continúas trabajando con ahínco, pagando impuestos y ahorrando dinero, ¿crees que podrás comprar este hotel en 10 años? ¿Crees que tus compañeros de la Marina que van a conseguir empleos volando para aerolíneas comerciales podrán comprar este hotel en 10 años?
Realmente no sabía qué decir ni cómo responder a sus preguntas.
—Los turistas japoneses que llegan en hordas y con montones de dinero están comprando Waikiki y el resto de Hawái. ¿Quieres trabajar para japoneses? ¿Crees que podrás comprar bienes raíces en Waikiki en 10 años? ¿Crees que en una década podrás comprarte una casa con vista a la playa? —añadió.
De pronto empecé a interiorizar la lección de padre rico.
—¿Me enseñarías a invertir en bienes raíces? —le pregunté. Padre rico negó con la cabeza.
—Yo invierto en bienes raíces, pero no enseño sobre eso. Además, sigo siendo un estudiante y no dejo de tomar cursos —me explicó—. Si quieres ser inversionista profesional, también debes estudiar y convertirte en el tipo de persona que aprende a lo largo de toda su vida. El uso de la deuda como dinero es un juego peligroso y arriesgado, así que si no estás dispuesto a aprender por siempre, mejor no trates de usar la deuda para adquirir bienes raíces.
Tenía que pensarlo bien porque odiaba la escuela, y la idea de ser un estudiante de por vida no me agradaba en absoluto.
Padre rico notó mi reticencia.
—Ahora que eres piloto, ¿acaso no tomas clases de vuelo todo el tiempo? —me preguntó y yo asentí.
—Sí, constantemente. Llevo cinco años volando, pero siempre estamos tomando clases de vuelo más avanzadas, más difíciles —señalé.
—Invertir en bienes raíces no es muy distinto. Siempre estoy tomando clases, siempre estoy estudiando. Por eso ahora tengo este hotel en Waikiki Beach —me dijo—. Es igual que en el Monopoly. Cuando tú y Mike eran niños, yo tenía casitas verdes, pero ahora poseo hoteles rojos. Si no estudiara y tomara cursos constantemente, no estaría sentado en esta hermosa playa —agregó.
Tras un largo silencio, le dije:
—Me voy a inscribir a un curso de bienes raíces.
Padre rico sonrió y nuestra reunión llegó a su fin.
MI PROGRAMA DE MAESTRÍA
Ahora tenía dos padres a los que debía escuchar. Mi padre pobre me sugirió que estudiara una maestría y un doctorado, en tanto que mi padre rico me recomendó tomar cursos de inversión en bienes raíces.
Inscribirme al programa de maestría no me causó problemas porque el Cuerpo de Infantería de Marina tenía un oficial a cargo de los programas de educación superior, lo único que tuve que hacer fue ir a su oficina a firmar.
Los marinos no tenían cursos de inversión en bienes raíces, así que tuve que buscarlos por mi cuenta. En la Marina había clases de inversión en la bolsa de valores, pero nada sobre inmuebles. Yo necesitaba un curso de bienes raíces auténtico porque quería aprender a usar la deuda como dinero.
En menos de dos meses me inscribí en el programa de maestría de la Universidad de Hawái. Iba a la escuela dos noches a la semana y el sábado todo el día después de volar.
A mí nunca me gustó la escuela tradicional, pero mis clases de vuelo me encantaban. En la escuela de aviación teníamos maestros auténticos, pilotos de verdad. Tomábamos clases y volábamos, y entre más diestros nos volvíamos como estudiantes de vuelo, mejores eran nuestros instructores. Sabíamos que podían volar porque practicábamos con ellos. Los instructores de vuelo eran como el señor Ely, mi maestro de quinto grado: eran maestros que inspiraban a los alumnos a aprender, a ser más inteligentes.
La escuela de armamento avanzado era todavía más emocionante. Volar una aeronave con armas era una experiencia muy distinta a la de volar aeronaves ordinarias porque las tácticas y estrategias para los pilotos de combate eran muy específicas. Nuestros instructores de armamento avanzado acababan de regresar de Vietnam.
Antes de que disparáramos armas, ametralladores y cohetes desde nuestras aeronaves, los instructores disparaban para enseñarnos que podían hacer lo que nos estaban enseñando. Si no dábamos en el blanco, no nos reprobaban, solo nos decían: «Da la vuelta y vuelve a disparar». Eso era lo que hacíamos una y otra, y otra vez hasta que podíamos volar y disparar tan bien como ellos. Por eso adoraba la escuela de vuelo, porque los instructores eran maestros de verdad que nos estaban preparando para una guerra real.
En el salón de clases del programa de maestría, en cambio, no estaba disfrutando en absoluto. Sentía como si estuviera de vuelta en la preparatoria. Una noche, mi frustración llegó al límite.
—¿Alguna vez ha sido usted contador de verdad? —le pregunté al maestro de contabilidad.
—Sí —me contestó—. Tengo un título en contabilidad.
—Eso no es lo que le estoy preguntando —le aclaré—, ya sé que tiene un título, pero ¿ha sido contador de verdad en la vida real?
Entonces hubo una larga pausa.
—No. Soy asistente. Tengo un título de licenciatura en contabilidad y voy a empezar a estudiar mi maestría —admitió.
—Sí, es obvio —añadí.
—¿Es usted contador? —me preguntó el maestro.
—No —contesté.
—¿Entonces por qué me pregunta si soy un contador auténtico?
—Porque me doy cuenta de que no sabe de lo que está hablando. Está enseñándonos a partir de un libro de texto, no de la experiencia en la vida real.
EL APRENDIZ
Mi experiencia de contabilidad en el mundo real empezó cuando me convertí en aprendiz de padre rico. No era contador, pero había trabajado con los contadores auténticos de padre rico durante años, y por eso me di cuenta de que nuestro instructor nos estaba enseñando teoría, no experiencia de la vida real.
Como Estados Unidos todavía estaba luchando en Vietnam, los oficiales de marina no eran muy populares en los campus universitarios. El hecho de que yo estuviera en ese grupo y le hiciera pasar un mal rato al maestro no le ayudaba en nada a mi popularidad.
—¿Tiene planes de estudiar contabilidad? —me preguntó.
—No —contesté—, tengo el plan de ser empresario y de contratar contadores. Por eso necesito ser capaz de hacerles preguntas inteligentes.
—¿Y qué me quiere preguntar?
—Acabo de hacerle una pregunta inteligente: «¿Alguna vez ha sido contador de verdad? ¿Tiene experiencia contable en el mundo real?».
El maestro solo se quedó de pie, aturdido como un reno frente a los faros de un automóvil.
El tiempo se acabó y la clase llegó a su fin.
LA CLASE DE MARKETING
Tenía muchas ganas de tomar la clase de marketing que formaba parte del programa de maestría. En el folleto anunciaban al maestro como todo un gurú de la materia, así que me inscribí. Me emocionaba la idea de aprender del experto.
Pero una vez más, la experiencia fue decepcionante. Volví a formular la misma pregunta: «¿Cuánta experiencia tiene en el mundo real?».
El gurú se sintió muy orgulloso cuando nos dijo que tenía una tienda de bicicletas, y que el grupo podría visitarla para aprender y «foguearnos».
La tienda tenía una superficie de menos de 150 metros cuadrados. Era diminuta. Sin embargo, nuestro grupo «estudió» en la tienda del maestro dos sábados.
El gurú no nos estaba enseñando marketing, nos estaba enseñando manejo de mercancía, cómo colocar las bicicletas en los exhibidores, los accesorios en las repisas y la ropa en los anaqueles.
Aprendí mucho más sobre mercancía cuando trabajé como aprendiz de padre rico, en las tiendas de regalos de sus hoteles y en sus restaurantes.
Ese gurú no nos estaba enseñando marketing porque solo tenía una tienda. Nos estaba enseñando publicidad, es decir, cómo poner anuncios en los periódicos y revistas locales.
Pero yo había aprendido mucho más sobre el marketing auténtico cuando trabajé sin cobrar, haciendo la publicidad de la cadena de hoteles y restaurantes de padre rico.
Eso sí, me compré una bicicleta. El gurú podía vender, lo cual es parte del proceso de marketing. Le ofreció a nuestro grupo un descuento especial para estudiantes, y por eso muchos le compramos.
Cuando le conté a mi padre rico sobre mi bicicleta nueva y sobre mi instructor de peso ligero y su diminuta tienda solo se rio y me dijo: «Tu maestro de marketing es muy inteligente. Enseña marketing en toda una universidad en la que, además, lo consideran un gurú. Luego invita a los estudiantes y a los otros profesores a visitar y estudiar su tienda, y adivina qué: tú y tus compañeros le compran bicicletas. El tipo es un genio del marketing».
Francamente, la bicicleta era genial. La usé casi todos los días durante un año, de ida y vuelta en la línea de vuelo de la Base Aérea de la Marina. Mi instructor era un verdadero gurú del marketing.
EL SEMINARIO DE BIENES RAÍCES
Una noche, mientras veía televisión, pasaron un infomercial en el que le prometían a la gente enseñarle a comprar bienes raíces «sin dar enganche».
Algunos días después, ya era yo parte de las 300 personas que asistieron a un «seminario gratuito» en el hermoso salón de un hotel de Waikiki. El «producto adicional» que sí te vendían después del seminario era un curso de bienes raíces. Pagué 385 dólares por ese curso de tres días, un fin de semana.
Aproximadamente dos meses después, el instructor llegó de California y dio inicio a nuestra clase de tres días. Era mi primer seminario fuera del entorno escolar o en un aula, o sea, fuera del marco de una escuela o del panorama del salón de clases.
Mi padre pobre tenía fe en la escuela. No asistía a seminarios porque creía que se trataba de estafas, y lo admito, algunos lo eran. Sin embargo, también hay instituciones educativas formales que son una estafa.
Mi padre rico, en cambio, solo asistía a seminarios. Decía que le gustaban porque eran «breves y específicos». Solo iba para aprender más sobre un tema específico que era de su interés, no iba en busca de un título ni a nadar en la sopa de letras de la educación a nivel superior porque, como sabes, muchos empleados de las corporaciones y el gobierno, así como profesionales con licencias, presumen sus designaciones como medallas de honor: MS, PhD, JD, MD, CFP…
Warren Buffett se graduó de la universidad, nunca lo ha ocultado. Sin embargo, no exhibe su título en su oficina. Lo que sí presume con orgullo es su certificado del curso para aprender a hablar en público de Dale Carnegi. Para Buffett, la posibilidad de hablar sin que le tiemblen las piernas o la voz se le quiebre ha resultado una ventaja invaluable cuando ha tenido que solicitarles miles de millones de dólares a inversionistas.
UN MAESTRO AUTÉNTICO DE INVERSIÓN EN BIENES RAÍCES
Aproximadamente 30 de los 300 estudiantes que se presentaron en el seminario introductorio gratuito se inscribieron para el curso de tres días. El instructor era impresionante. Vestía casualmente, pero bien. Aunque no usaba corbata, su chaqueta deportiva, los pantalones y los zapatos se veían caros. En mi opinión, lucía como un inversionista de bienes raíces auténtico.
A cualquier persona que conozcas que haya estado en el Ejército pregúntale sobre la importancia del cuidado personal y la apariencia. La mayoría de los oficiales usa sus uniformes con orgullo, cuida mucho su aspecto y lleva los zapatos bien lustrados.
Los instructores del programa de maestría parecían maestros. No se veían prósperos, sino corrientes, desaliñados y descuidados; como hippies venidos a más. Y es que, en algunos casos, eso eran.
Nuestro instructor de bienes raíces empezó mostrándonos diapositivas de sus inversiones y las cifras de cada propiedad. Nos dijo cuánto había ganado, cómo se había financiado y qué desafíos tuvo que enfrentar.
También nos mostró propiedades en las que perdió dinero. Nos contó sobre los errores que había cometido, lo que aprendió, y cómo esos errores le ayudaron a ser más inteligente y a ganar más dinero.
Era un hombre real y no estaba ahí para enseñarnos a vender bienes raíces ni bicicletas.
Además, fue transparente. Nos mostró su estado financiero personal auditado. No necesitaba dar clases para mantenerse, y aunque le pagaban por los cursos, el dinero no le hacía falta. Estaba ahí porque le gustaba enseñar.
Así comenzó nuestro curso. Durante tres días analizamos negociaciones, obstáculos y desafíos reales. También nos habló de los estafadores reales con los que se había topado en su carrera de 24 años como inversionista en bienes raíces auténtico.
Nos enseñó a ver lo que la mayoría de los inversionistas novatos no nota. Nos enseñó cómo hablaba sobre el dinero con los vendedores, los banqueros y los inversionistas.
El último día nos enseñó a hacer negocios «de saliva», es decir, una inversión en la que no tenía que arriesgar su propio dinero en absoluto.
Para el final del tercer día, el grupo ya estaba vuelto loco, todos nos sentíamos muy emocionados. Entonces comprendí mejor por qué padre rico solía decir: «Para volverte rico, no necesitas dinero».
Las últimas dos horas las pasamos haciendo una revisión, formulando preguntas y respondiéndolas. Justo antes de que la clase terminara, el instructor nos dijo: «Ahora sí comienza el curso».
Los estudiantes se quedaron perplejos porque no sabían por qué había dicho eso, justo cuando el curso estaba a punto de terminar.
El instructor nos explicó: «Este curso empieza en cuanto entran al mundo real. Su tarea es encontrar 100 propiedades dignas de inversión en 90 días. Luego tienen que decidir cuál de esas 100 representa la mejor inversión. No tienen que comprar nada, pero cuando encuentren un gran negocio, la energía y el entusiasmo los instará a comprar aunque no tengan dinero».
El grupo de 30 estudiantes se dividió en grupos más pequeños de entre tres y cinco, y todos prometimos terminar la tarea en 90 días. Pero como podrás imaginar, la vida real se interpuso en el camino a la riqueza. Creo que de los 30, solo tres terminamos la tarea, lo cual también te da una idea de cómo funciona el ser humano. Recuerda que volverse rico implica trabajo y disciplina.
Al final de esos 90 días, yo ya sabía cuál de las 100 propiedades era la mejor. Era un condominio de una recámara y un baño frente a la playa, en la Isla de Maui. El desarrollador se fue a la quiebra y el banco iba a rematar el proyecto. El precio del condominio era 18 000 dólares y yo solo necesitaba dar 10 % de enganche, el banco financiaría el resto.
Saqué mi tarjeta de crédito de inmediato y pagué con ella 1800 dólares. Era uno de esos negocios «de saliva» porque se financiaba 100 % a través de la deuda y, a cambio, proveía un flujo positivo de 25 dólares mensuales.
Era una inversión con «retornos infinitos» porque yo no tenía que poner nada de mi dinero como parte de la inversión, y a pesar de eso, ganaría 25 dólares de flujo neto de efectivo a partir de una deuda de 100 por ciento.
Algunos días después, abandoné el programa de maestría.
«AQUÍ NO PUEDES HACER ESO»
Hoy en día, sin importar en qué parte del mundo esté, la gente me dice: «Aquí no puedes hacer eso».
Y muchos tienen razón, tal vez ellos no pueden hacer un negocio con retornos infinitos, pero hay otras personas que sí.
La principal razón por la que la gente dice «aquí no puedes hacer eso» es porque fue a la escuela o porque sus padres fueron a la escuela.
Si observas el siguiente diagrama donde se muestran los niveles superiores del maestro, verás por qué el hecho de ir a la escuela hace que la gente continúe siendo pobre.
CÓMO DIFERENCIAR ENTRE LOS MAESTROS AUTÉNTICOS Y LOS MAESTROS FALSOS
Los maestros falsos enseñan a través de las conferencias y los libros, pero la vida real es un salón de clases en sí misma.
Los maestros auténticos enseñan a partir de su experiencia de la vida real y de sus errores, y te animan a hacer lo mismo.
EJERCICIO PERSONAL:
Haz una lista de tres maestros falsos que hayas tenido en la vida y escribe las materias que enseñaban.
Nombre del maestro | Materia |
1. __________________________ | __________________________ |
2. __________________________ | __________________________ |
3. __________________________ | __________________________ |
Ahora haz una lista de los maestros auténticos que has tenido en la vida e incluye las materias que enseñaban.
Nombre del maestro | Materia |
1. __________________________ | __________________________ |
2. __________________________ | __________________________ |
3. __________________________ | __________________________ |
¿Qué lecciones aprendiste de los maestros auténticos?
1. ____________________________________________________
2. ____________________________________________________
3. ____________________________________________________
TUS PREGUNTAS… LAS RESPUESTAS DE ROBERT
P: ¿Qué palabra o frase usarías para describir el valor de tu experiencia en el Cuerpo de la Infantería de Marina?
Marco C. —Italia
R: Qué buena pregunta. Cuando estaba en la preparatoria sabía que estaba en problemas. Era surfista y me iban a expulsar por tanto reprobar. Era un fracasado, un payaso. No quería crecer e «ir a la escuela, conseguir un empleo, trabajar duro», ya sabes.
Lo que anhelaba cuando estaba en la preparatoria era mi libertad.
Muchos de mis compañeros que habían elegido vivir en libertad y llevar vida de surfistas, sin embargo, terminaron en la cárcel porque se volvieron adictos. Otros murieron jóvenes. Uno cometió suicidio, otro falleció en un accidente de motocicleta, y otros dos en accidentes automovilísticos porque iban manejando en estado de ebriedad.
Por todo esto, aunque suene ilógico, elegí ir a una escuela militar y unirme al Cuerpo de Infantería de Marina… para ser libre.
En la escuela dominical me enseñaron que «el verbo se vuelve carne», por eso, las palabras que la Academia de la Marina Mercante volvió reales para mí o que «se convirtieron en carne», son: misión, deber, honor, valor, respeto, disciplina y código.
Para la mayoría de la gente, en especial para la que trabaja en el ámbito corporativo, estas son solo palabras, hablar bien, tener un discurso corporativo, una serie de frases memorizadas que nunca se vuelven reales. Pero si esas palabras no se convierten en carne, otros términos como seguridad en el empleo, cheques de nómina y retiro, se vuelven más importantes que la libertad real.
Por eso me siento tan agradecido con la Academia de la Marina Mercante, porque esas palabras se volvieron reales, se tornaron en carne y se convirtieron en lo que soy… se transformaron en mi fortaleza espiritual. Y para alcanzar la libertad financiera se requiere verdadera libertad espiritual y, lo más importante, libertad personal auténtica.
Padre rico solía decir con frecuencia: «Uno no alcanza la libertad personal sino hasta que obtiene la libertad financiera».
P: ¿A qué atribuyes que tu padre rico haya podido predecir el futuro en un momento de tanta incertidumbre económica?
Adonis K. —Grecia
R: Padre rico nos enseñó a su hijo y a mí que «los empresarios deben prestarle atención al futuro… porque ahí está tu competencia».
Y lo que Andy Grove, fundador de Intel, dijo respecto al futuro de los negocios, fue: «Solo los paranoicos sobreviven».