Por mayoría decidís salvar al pobre halfling. El lince se niega a ayudar.

—Conozco lo suficiente a estos monstruos sin necesidad de entrometerme con ellos —se excusa—. No, muchas gracias, pero me quedaré aquí. Hacedme saber cómo va todo.

Empieza a lamerse y deliberadamente hace caso omiso de vosotros cuando os encamináis en dirección al campamento. Os desplazáis con gran rapidez, saltando como sombras de roca en roca. Sin embargo la suerte os abandona y los monstruos os descubren.

—¡Eh! ¡Tenemos visita! —Grita un orco.

Un par de manos rudas te cogen y te arrancan de tu escondite. Eres arrojado de orco en orco, como si fueras una pelota. El mundo gira sin cesar. En tu mente se arremolinan espantosas visiones… hogueras… monstruos… helados suelos… la columna de hielo bordeada de enormes y destellantes diamantes… Colmillo, el dragón blanco…

En medio de una gran carcajada te arrojan junto al anciano halfling. Inmediatamente después a tu lado aparecen dos de tus compañeros. Colmillo está a punto de caer sobre vosotros. Coges las armas, te incorporas con dificultad y te dispones a combatir.

Colmillo extiende su enorme cabeza. Con la Espada del Mago le das una estocada en el cuello. La hoja rebota en sus escamas semejantes a una armadura. Te coge entre sus garras. Lentamente, batiendo las alas para ganar altura, el dragón se eleva.

Desde el aire distingues los fabulosos diamantes amontonados en la base de la columna de hielo. Ves cómo los monstruos atan a tus amigos y se los llevan. Pateas y golpeas inútilmente a Colmillo. Todo es en vano… Colmillo ni siquiera siente tus golpes. Ni siquiera tu espada mágica te puede salvar, pronto serás la cena del dragón. Aralia perderá así su última oportunidad de sobrevivir.

Has llegado al Fin de esta aventura. Para vivir otra, retorna al principio.