Capítulo XXXIII

—¡DESPIERTA, Gregg! ¡Vienen!

Me esforcé para aclarar los sentidos.

—Vienen...

Salté de mi litera y seguí a Snap como un torbellino al pasillo.

Habíamos retornado ilesos al campamento de Grantline. Anita y yo nos encontrábamos agotados por la carencia de sueño, nuestra laboriosa ascensión al Arquímedes y aquel tiempo en tensión sobre la nave pirata. Durante el vuelo de vuelta, Snap me había explicado cómo había sido observado el aterrizaje de la nave sobre Arquímedes a través del telescopio de Grantline. Había leído con sorpresa mis señales a los bandidos y Snap se había apresurado a terminar con la primera de nuestras plataformas volantes. Luego había visto las señales de Miko desde la base del cráter y la lucha por capturarnos a Anita y a mí, y había venido en nuestro rescate.

De vuelta en el campamento, se nos dio comida y Grantline me obligó a que tratara de dormir.

—Estarán sobre nosotros dentro de unas pocas horas, Gregg. En estos momentos Miko ya se les habrá unido. Él los conducirá. Debe descansar, pues necesitamos a todos en sus mejores condiciones.

Y, sorprendentemente, en medio del torbellino del campo de las actividades del último minuto, dormí profundamente hasta que me llamó Anita diciéndome que la nave se acercaba.

Los corredores resonaban con las pisadas de la atareada tripulación de Grantline. Pero no había confusión; una calma torva había invadido a todos.

Anita y Venza se lanzaron a nuestro encuentro.

—¡Está a la vista!

No había necesidad de ir a la sala de instrumentos. Desde las ventanas que daban al borde de la meseta del farallón, la nave de los bandidos se veía claramente. Venía meciéndose desde el Arquímedes, una forma oscura que nublaba las estrellas. Todas sus luces se habían apagado excepto un solo reflector blanco en el extremo de la proa, que se dirigía oblicuamente hacia abajo.

En este momento el faro iluminaba nuestro grupo de edificios; su resplandor brilló en las ventanas durante un momento. Pude imaginarme la triunfante curiosidad de Potan y sus hombres allá arriba, mirando por el haz luminoso.

Habíamos disminuido las luces para conservar nuestra energía, y para permitir que los motores Erentz funcionaran al pleno de su capacidad. Nuestros edificios tendrían que resistir los rayos de los bandidos que pronto estarían sobre nosotros.

Fuera, en nuestro farallón, tenuemente iluminado por la luz de la Tierra, las diminutas luces mostraban dónde nuestros centinelas estaban en observación. Mientras estaba junto a la ventana observando la nave que se acercaba, sonó la voz de Grantline:

—¡Haga entrar a esos hombres! ¡Las luces de llamada, Frank!

Zumbó la sirena en el interior del campamento; la señal de las luces de llamada sobre el techo trajo adentro a los centinelas del exterior. Llegaron corriendo a las cámaras de admisión, que habían sido reparadas después que Miko las inutilizara.

Los guardas entraron y disminuimos nuestras luces todavía más. El cobertizo del tesoro aparecía negro contra el farallón, detrás de nosotros. No había necesidad de guardianes allí... razonamos que los bandidos no intentarían moverlo hasta que nuestros edificios fueran capturados. Pero, si quisieran intentarlo, estábamos preparados para defenderlo.

Permanecimos agachados en la penumbra. El silencio reinaba sobre nosotros excepto por los sonidos metálicos en el taller, al fondo del corredor. La mayoría de nosotros llevaba trajes Erentz, con los cascos preparados, aunque yo estuviera seguro de que no había ni un solo hombre de nosotros que no rezara por que no tuviera que salir. En muchas de las ventanas, nuestros puntos más débiles para resistir los rayos, colgaban hojas de tela aislante como si fueran cortinas.

La nave de los bandidos avanzaba lentamente. Pronto estuvo sobre el borde opuesto de nuestro pequeño cráter. Su reflector giró en torno del borde y hacia el valle abajo.

Mis pensamientos corrían como un desbordado torrente mientras permanecía en tensión observando.

Hacía cuatro horas que había mandado aquel mensaje a la Tierra. Si fuera recibido, una nave de policía podía venir en nuestro rescate y llegar aquí dentro de otras ocho horas... y tal vez incluso menos.

¡Ah! ¡Si el mensaje fuera recibido! ¡Si la nave de policía estaba inmediatamente disponible! ¡Si partía inmediatamente...!

Ocho horas era el mínimo. Traté de asegurarme a mí mismo que podríamos resistir aquel tiempo.

La nave pirata cruzó el borde del cráter. Y descendió más bajo. Parecía suspendida sobre el hoyo del cráter, casi a nuestro nivel y a menos de dos millas de nosotros. Su reflector se apagó. Durante un momento permaneció inmóvil, una pulida silueta cilíndrica de plata, reluciendo a la luz de la Tierra.

Snap me miró y susurró:

—Está bajando.

Lentamente se posó, escogiendo cuidadosamente su lugar de aterrizaje entre las rocas y hoyos del quebrado y rocoso piso del fondo. Se dejó descansar, una vaga silueta amenazadora de plata acechando desde las sombras más densas, cerca del pie de la parte interior de la pared opuesta del cráter.

Pasaron unos momentos de espera tensa. Pronto comenzaron a moverse unas diminutas luces allá abajo, algunas fuera, sobre las rocas cerca de la nave, otras arriba, bajo el domo de la cubierta.

Una puñala de luz del reflector cruzó el pozo, giró sobre nuestra meseta y quedó fijo con su resplandeciente círculo de diez pies al frente de nuestro edificio principal. Luego relució un rayo.

¡El asalto había comenzado!