Capítulo XIII

—¡HALJAN! ¡Ríndase o disparo! Moa, dame uno más pequeño.

Tenía en la mano un proyector demasiado grande. Su rayo me mataría. Si deseaba cogerme vivo no dispararía. Me arriesgué.

—¡No! —traté de arrastrarme debajo de la ventana. En el suelo estaba un proyector automático donde lo había dejado caer Carter. Tiré por mí hacia abajo. Miko no disparó. Alcancé el arma. Los cuerpos del capitán y de Johnson se habían amontonado juntos sobre el suelo en el centro de la habitación.

Me acoplé de nuevo a la ventana. Con el arma levantada miré cautelosamente fuera. Miko había desaparecido. La cubierta, dentro de mi campo de vista, estaba vacía.

¿Pero lo estaba? Algo me decía que recelase. Me afirmé al alféizar dispuesto al primer momento a empujarme hacia abajo. Hubo un movimiento en una sombra a lo largo de la cubierta. Luego se levantó una figura.

—¡No dispare, Haljan!

La aguda orden, casi una súplica, detuvo la presión de mi dedo. Era el alto y larguirucho inglés, sir Arthur Conisten, como se hacía llamar. ¡De forma que también él era uno de los hombres de Miko!

—Si usted dispara, Haljan, y me mata... Miko entonces seguro que le matará.

Desde donde él había estado agazapado no podía dominar mi ventana. Pero ahora, a continuación de sus aplacadoras palabras, repentinamente disparó. La poca potencia del rayo, de haberme alcanzado, me habría derribado sin matarme. Pero pasó por encima de mi cabeza cuando me dejé caer. Su destello hizo que mis sentidos titubearan.

—¡Haljan! —gritó Conisten.

No contesté. Me preguntaba si se atrevería a aproximarse para comprobar si me había alcanzado. Pasó un minuto. Luego otro. Me pareció oír la voz de Miko afuera en cubierta, pero era un susurro microscópico etéreo próximo a mí.

—Le vemos, Haljan. ¡Debe rendirse!

Tenía situadas sobre mí sus vibraciones de escucha con proyección sonora. Repliqué en voz alta.

—¡Vengan a cogerme! ¡No podrán detenerme vivo!

Ciertamente que protesto si esta acción mía en la sala de derrota pudiera parecer una bravata. No tenía ningún deseo de morir. Había dentro de mí un deseo saludable de vivir. Pero me parecía que resistiendo podía haber alguna posibilidad por medio de la cual pudiera volver los acontecimientos en contra de estos bandidos. Sin embargo, la razón me decía que no había esperanzas. No había duda que los miembros leales de nuestra tripulación fueran asesinados. El capitán Carter y Balch estaban muertos. Los vigías y patrón de ruta, también. Y Blackstone.

Allí quedaban solamente el doctor Frank y Snap. Todavía no conocía su suerte. Y estaba George Prince. Él, tal vez, podría ayudarme si podía. Pero, en el mejor de los casos, era un aliado dudoso.

—Usted es muy estúpido, Haljan —susurró la voz de Miko. Y luego oí a Coniston:

—Escuche esto: ¿por qué no habría detentarle un ciento de libras de láminas de oro? Las palabras clave que le fueron quitadas a Johnson, quiero decir, ¿por qué no decirnos dónde están?

¡De forma que ésa era una de las nuevas dificultades de los bandidos! Snap había cogido la hoja de las palabras de la clave cuando encerrábamos al sobrecargo en el calabozo.

—Nunca las encontrarán —dije—. Y cuando la nave de la policía nos aviste, ¿qué harán ustedes entonces?

Las posibilidades de una nave de policía eran de verdad muy pequeñas, pero los bandidos evidentemente no lo sabían. Me pregunté de nuevo qué habrían hecho con Snap. ¿Lo habrían capturado o todavía los mantenía a distancia?

Estaban vigilando mis ventanas; en cualquier momento, bajo el disfraz de la charla, podría ser atacado.

La gravedad se restableció repentinamente en la habitación.

La voz de Miko decía:

—Le deseamos bien a usted, Haljan. Allí tiene su normalidad. Únase a nosotros. Le necesitamos para que trace nuestra ruta.

—Y un ciento de láminas de oro —insistió Coniston—. O más. Pues, este tesoro...

Pude oír una maldición de Miko. Y luego su voz irónica:

—No le molestaremos, Haljan. No hay prisa. A su debido tiempo tendrá hambre. Y sueño. Entonces entraremos y le cogeremos. Y un poco de ácido sulfúrico le ayudará a pensar diferente de nosotros...

Sus vibraciones se apagaron. La atracción de la habitación era normal. Estaba solo en la tenue penumbra del silencio, con los cuerpos de Carter y Johnson confundidos sobre la rejilla. Me incliné para examinarlos. Ambos estaban muertos.

Mi aislamiento no fue roto esta vez. Los fuera de la Ley no realizaron ningún otro ataque. Pasó media hora. La cubierta, fuera, lo que yo podía ver de ella, estaba vacía. Balch yacía muerto fuera cerca de la puerta de la sala de derrota. Los cuerpos de Blackstone y el patrón de rutas habían sido quitados de la ventana de la torreta. Como un vigía de proa, uno de los hombres de Miko estaba de servicio en la torreta más próxima. Hahn estaba en la torreta de controles. La nave estaba siendo ordenadamente dirigida, volviendo atrás sobre una nueva ruta. ¿Para la Tierra? ¿La Luna? No parecía así.

Encontré, en la sala de derrota, un proyector de luz curva de Benson, que el pobre capitán Carter había casi montado. Trabajé sobre él, lo apunté a través de mi ventana de atrás a lo largo de la cubierta vacía, y lo hice entrar en el vestíbulo. Sobre mi pantalla, la imagen del vestíbulo interior aparecía ahora enfocada. Los pasajeros en el vestíbulo estaban amontonados en grupo. Desmelenados, atemorizados, con Moa de pie vigilándolos. Los camareros les estaban sirviendo la comida.

Sobre un banco, yacían unos cuerpos. Algunos estaban muertos. Vi a Ranee Rankin. Otros, evidentemente, sólo heridos. El doctor Frank se movía entre ellos, atendiéndoles. Venza estaba allí, ilesa. Y vi a los jugadores, Shac y Dud, sentados, con el rostro pálido, hablando en voz baja entre sí. Y al pequeño encintado de Glutz, una figura encrespada sobre un taburete.

George Prince estaba allí, de pie contra la pared, oculto en capa de luto, con ojos alertas e inquietos. Y junto a la parte opuesta, la enorme figura dominante de Miko permanecía de guardia. Pero faltaba Snap.

Una breve ojeada. Miko vio mi luz Benson. Podía haber equipado con un rayo térmico y disparar a lo largo de la luz curva de Benson en el vestíbulo. Pero Miko no me dio tiempo.

Deslizó la puerta del vestíbulo cerrándola, y Moa saltó para cerrar la de mi lado. Mi pantalla me mostraba solamente la cubierta vacía y la puerta.

Otro intervalo. Había hecho planes. ¡Planes inútiles! Tal vez pudiera conseguir entrar en la torreta y matar a Hahn. Tenía la capa invisible que Johnson había utilizado. La cogí de su cuerpo. Su mecanismo podría ser reparado. Con ella podría deslizarme por la nave, matar a estos bandidos uno a uno, quizá. George Prince estaría conmigo. Los bandidos que habían estado actuando como camareros o miembros de la tripulación no sabían pilotar; obedecerían mis órdenes. Solamente tendría que matar a Miko, Coniston y a Hahn.

Desde mi ventana podía vislumbrar la sala de radio. Y ahora, de pronto, oí la voz de Snap:

—¡No! ¡Le digo que no!

Y a Miko:

—Muy bien, entonces probaremos con esto.

De forma que Snap fuera capturado, pero no muerto. Sentí que me invadía el alivio. Estaba en la sala de radio y Miko estaba con él. Pero mi alivio tuvo corta duración. Después de un breve intervalo, se oyó un gemido de Snap. Flotó por encima del silencio e hizo que me estremeciera.

Disparé mi rayo Benson dentro de la sala de radio. Me mostró a Snap, yaciendo allí en el suelo. Estaba atado con alambre. Su torso había sido desgarrado. Su lívida faz aparecía espantosamente clara en mi luz.

Miko se estaba inclinando por encima de él. Miko con su cilindro térmico no mayor que un dedo. Su destello de aguja jugaba sobre el pecho desnudo de Snap. Podía ver el horrible pequeño surco de humo elevándose y cómo Snap se retorcía y sacudía, allí sobre su carne está el surco rojo y chisporroteante de los rayos ultravioleta.

—¿Lo dirá ahora?

—No.

Miko se reía.

—Entonces escribiré mi nombre un poco más profundo...

Un carbonizado negro... un surco marcado en la carne trémula.

—¡Oh! —el rostro de Snap se puso blanco como la tiza mientras apretaba sus labios juntos.

—¿O un poco de ácido? ¿No le hace daño realmente esta escritura al fuego? ¡Dígame lo que hizo con estas palabras de la clave!

—¡No!

En su absorción, Miko no notaba mi luz. Ni yo tuve el valor de tratar de disparar a lo largo de ella. Estaba temblando. ¡Snap estaba siendo torturado!

Cuando el rayo fue más profundo, Snap de pronto gritó. Pero terminó con un «¡No! No mandaré ningún mensaje para usted...»

Había sido solamente un momento. ¡En la ventana de la sala de derrota, al lado mío, de nuevo apareció una figura! No silueta. Una persona viviente y sólida, sin disfrazar por ninguna capa de invisibilidad. George Prince se había arriesgado a mi fuego y se había arrastrado junto a mí.

—Haljan. No me ataque.

Dejé caer las conexiones de mi luz. Mientras impulsivamente me levantaba, vi a través de la ventana la figura de Coniston sobre cubierta observando el resultado de la aventura de Prince.

—Haljan..., ríndase.

Prince no hizo más que susurrarlo. Estaba de pie sobre cubierta, donde el bajo alféizar de la ventana le tocaba en el pecho. Se inclinó sobre él.

—¡Está torturando a Snap! Grite que se rinde.

Ya me había pasado esa idea por mi mente. Otro grito de Snap me llenó de horror y grité:

—¡Miko! ¡Basta!

Mi voz se mezcló con las protestas de agonía de Snap. Entonces Miko me oyó. Su cabeza y hombros aparecieron por la ventana ovalada de la sala de radio.

—¿Es usted, Haljan?

—Logré hacer que se rindiera —gritó Prince—. Le obedecerá si deja de torturar a Snap.

Creo que el pobre Snap debía de haberse desmayado. Estaba silencioso. Grité:

—¡Deténgase! Haré lo que usted ordene.

—Eso está bien —se burló Miko—. Un trato, si usted y Dean me obedecen. Desármelo, Prince, y sáquelo.

Miko volvió a meterse en la sala de radio. Sobre cubierta, Coniston avanzaba, pero cautelosamente, desconfiando de mí.

—Gregg.

George Prince pasó una pierna por encima del alféizar y saltó ligeramente en la penumbra de la sala de derrota. Su pequeña y fina figura se irguió junto a mí, acercándose.

Un momento, mientras estuvimos juntos, no había ningún rayo. Coniston no podía vernos, no podía oír nuestros susurros.

—Gregg.

Era una voz diferente, habiéndole desaparecido su tono gutural y ronco. Una dulce súplica.

—Gregg... Gregg, ¿no me conoces? Gregg... cariño...

Pero, ¿qué era esto? ¿No era George Prince? Alguien disfrazado y sin embargo tan parecido a George Prince.

—Gregg, ¿no me conoces?

Apretándose a mí. Un suave contacto sobre mi brazo. Los dedos unidos. Una oleada de calor, una corriente de hormigueo estaba pasando entre nosotros.

El recorrido de mis pensamientos instantáneos. Una mota de polvo humano de la Tierra cayendo libre. Fue a George Prince a quien habían matado, el cuerpo de George Prince disfrazado según el esquema de Carter y el doctor Frank, enterrado a la guisa de su hermana.

Y esta figura de negro que estaba tratando de ayudarme...

—¡Anita! Anita, cariño...

—¡Gregg, amor mío!

—¡Anita! —mis brazos la rodearon, apreté mis labios contra los de ella, y sentí la trémula ansia de la respuesta.

La silueta de Conisten apareció en nuestra ventana. Ella me apartó y dijo con su gangosa fanfarronería de divertida masculinidad:

—Le tengo, sir Arthur. Nos obedecerá.

Sentí su mirada de aviso. Me empujó hacia la ventana y dijo irónicamente:

—No tenga miedo, Haljan. No será torturado, usted y Dean, si obedece nuestras órdenes.

Me agarró Coniston:

—¡Estúpidos! Nos ocasionó muchos problemas. ¡Acompáñeme allá!

Me sacudió bruscamente a través de la ventana. Me hizo marchar a lo largo de cubierta, fuera, hacia el espacio de popa, abrió la puerta de mi cubículo, me lanzó dentro y selló la puerta sobre mí.

—Miko vendrá inmediatamente.

Permanecí en la oscuridad de mi pequeña habitación, escuchando sus pasos que se alejaban. Pero mi mente no estaba en él.

Todo el universo en aquel instante había cambiado para mí.

¡Anita estaba viva!