Capítulo XIX

—¡INTÉNTELO de nuevo! ¡Por los infiernos, Snap Dean, si hace algo para hacernos fracasar, morirá!

Miko escudriñó los aparatos con ojos penetrantes. ¿Qué conocimiento técnico de instrumentos de señales poseía este jefe de bandidos? Yo estaba tenso y helado de temor mientras permanecía sentado en una esquina de la sala de radio, observando a Snap. ¿Podría engañar a Miko? Snap, comprendí, estaba tratando de engañarle.

La Luna se extendía próxima, por debajo de nosotros. Mi carta de navegación, comprobada hacía treinta minutos, indicaba que estábamos a escasamente treinta mil millas por encima de la superficie de la Luna. Un cuadrante de plata. La puesta del sol reflejaba en las montañas lunares arrojando sombras oblicuas sobre las llanuras de la Luna. Todo el disco aparecía claramente visible. La suave luz de la Tierra brillaba serena y pálida para iluminar la noche lunar.

El Planetara estaba bañado en plata. Un resplandor de plata brillante se extendía por la cubierta de proa, claro y limpio, y se estrellaba contra las negras sombras. Había rodeado parcialmente la Luna, de forma que nos aproximáramos a ella desde el lado de la Tierra.

Miko, durante algún tiempo, había estado a mi lado en el puente. No había visto a Coniston ni a Hahn en las últimas horas. Había dormido y desperté despejado, y había comido. Coniston y Hahn permanecían abajo, el uno o el otro, siempre con la tripulación para ejecutar las órdenes que les transmitía por la sirena. Luego vino Coniston a ocupar mi lugar en el puente, y yo fui con Miko a la sala de radio.

—Usted es competente, Haljan —había en su voz un tono de torva aprobación—. Usted indudablemente no tiene ningún deseo de engañarme en este viaje.

Ciertamente que no lo tenía. En el mejor de los casos es un trabajo delicado contender con las complicaciones de los mecanismos celestes sobre una trayectoria semicircular con velocidad retardada, y con una tripulación provisional podríamos fácilmente vernos en verdaderas dificultades.

Nos cernimos finalmente, con el casco hacia abajo, frente al hemisferio del disco lunar que miraba hacia la Tierra. La gigantesca bola de la Tierra se extendía detrás y por encima de nosotros... y el Sol sobre nuestro cuadrante de popa. Con una velocidad de adelantamiento casi nula, nos balanceábamos, y Snap comenzó a hacer señas al confiado Grantline.

Momentáneamente mi trabajo se había terminado. Me senté a observar la sala de radio. Moa estaba aquí, próxima a mi lado. Siempre sentía su mirada vigilante, de forma que incluso necesitaba reprimir la exteriorización de mis emociones.

Miko trabajaba con Snap. Anita también estaba aquí. Para Miko y para Moa era el sombrío y taciturno George Prince, envuelto siempre en su negra capa de luto, poco dispuesto a hablar, sentado solo, cavilando y hosco. Esto era lo que ahora pensaban de Anita.

—¡Por los infiernos, si usted intenta engañarme, Snap Dean! —repetía Miko.

La pequeña habitación de metal, con su suelo de rejilla y bajo techo arqueado, resplandecía con la luz de la Luna que entraba por sus ventanas. Las figuras activas de Snap y Miko eran imitadas por las grotescas sombras deformadas sobre las paredes. Miko, un gigante..., un ogro amenazador. Snap, pequeño y alerta..., una figura delgada y menuda en sus blancos pantalones, amplio cinturón y camisa blanca abierta por el cuello. Su cara estaba pálida y tensa por la carencia de sueño y el tormento a que Miko le había sometido anteriormente en este viaje. Pero sonreía ante las palabras del bandido, y empujaba su cabello disperso por debajo de la roja visera.

La habitación pasaba por largos períodos de mortal silencio mientras Miko y Snap se inclinaban sobre los apilados grupos de instrumentos. Un silencio en el que los latidos de mi propio corazón parecían hacer eco. No me atrevía a mirar a Anita ni ella a mí. ¡Snap estaba tratando de hacer señales a la Tierra, no a la Luna! Sus rejillas principales estaban puestas a la inversa. Las ondas de infrarrojos, despedidas por la ventana de proa, iban en una frecuencia que Snap y yo pensábamos que Grantline no podría recibir. Y por encima, contra la pared, cerca de mí y aparentemente ignorada por Snap, había un diminuto emisor de ultravioletas. Su ligero zumbido y los destellos de su pantalla habían pasado desapercibidos hasta el momento.

¿Los recogería alguna estación de la Tierra? Recé por que así fuera. Aquí había una pantalla, del tamaño de una uña, que recibiría la contestación.

¿Podría algún telescopio de la Tierra vernos? Lo dudaba. El punto de alfiler del casco infinitesimal del Planetara estaría fuera del alcance de la vista.

Largos silencios, rotos solamente por el ligero zumbido o susurro de los instrumentos de Snap.

—¿Probaré con los telex, Miko?

—Sí.

Le ayudé con el espectro. En todos los niveles las placas no nos mostraban nada, excepto las cicatrices y perforaciones de la superficie de la Luna. Trabajamos durante una hora. No hubo nada. La desierta y fría noche sobre la Luna estaba debajo de nosotros. Un toque de luz se desvanecía sobre los Apeninos. Arriba, cerca del Polo Sur, Tycho con sus resplandecientes riachuelos abiertos se levantaba como una ceñuda vejiga oscura.

Miko se inclinó sobre una placa.

—¿Hay algo ahí? ¿No es verdad?

¿Una anormalidad sobre los torvos acantilados de Tycho? Así lo creímos, pero parecía que no.

Otra hora. No venía ninguna señal de la Tierra. Si las llamadas de Snap llegaban a su destino no teníamos ninguna prueba. Repentinamente Miko se dirigió a mí desde el otro extremo de la habitación. Me puse tenso y frío; Moa se agitó, alerta a cualquier movimiento. Pero Miko no estaba interesado en mí. De un golpe de su puño cerrado, derribó el emisor de ultravioletas, con sus bobinas y espejos, en un montón tintineante sobre la rejilla del suelo a mis pies.

—¡No necesitamos eso, sea lo que sea! —se frotó los nudillos donde las ondas ultravioletas le habían alcanzado, y se volvió hoscamente hacia Snap.

—¿Dónde están sus reflectores de rayos? Si el tesoro está expuesto...

El conocimiento de este marciano era mucho mayor de lo que habríamos creído. Le hizo una mueca sardónica a Anita.

—Si nuestro tesoro está aquí, sobre este hemisferio, Prince, captaremos sus radiaciones. ¿No cree eso? ¿O es Grantline demasiado precavido para dejarlo expuesto?

Anita habló con un cuidadoso y gutural tartajeo.

—Nos llegaron bastantes radiaciones cuando pasamos por aquí en el viaje de ida.

—Deberías de saberlo —hizo una mueca—. Un experto espía, Prince, tengo que reconocérselo... Vamos, Dean, intente alguna otra cosa. Por Dios que si Grantline no nos hace la señal, sería capaz de reprochárselo a usted... mi paciencia se está acabando. ¿Nos acercaremos más, Haljan?

—No creo que sirva de ayuda —repuse.

—Tal vez no —asintió—. ¿Estamos detenidos?

—Sí —estábamos suspendidos casi sin movimiento—. Si usted desea avanzar, puedo hacerlo. Pero ahora necesitamos un destino sobre la superficie.

—Cierto, Haljan —permaneció pensando—. ¿Penetraría un rayo zeta esos acantilados de los cráteres? ¿Tycho, por ejemplo, desde este ángulo?

—Tal vez —se mostró de acuerdo Snap—. ¿Cree que pudieran estar en la parte norte interior de Tycho?

—Pueden estar en cualquier parte —repuso Miko secamente.

—Si usted cree eso —insistió Snap—, supóngase que dirigimos el Planetara sobre el Polo Sur. Tycho, visto desde allí...

—¿Y perder otro cuarto de día? —se burló Miko—. Envíe sus rayos zeta. Ayúdele a montarlos, Haljan.

Me dirigí a la caja de lentes del espectroheliógrafo. Parecía como si Snap estuviera más bien reacio. ¿Era porque sabía que el campamento de Grantline estaba escondido en la parte norte interna del gigantesco anillo de Tycho? Así lo pensé. Pero Snap lanzó una mirada rara a Anita. Ella no la vio, pero yo sí, y no pude comprenderla.

¡Mi maldita y necia incapacidad! ¡Si sólo me hubiera dado cuenta del aviso!

—Aquí —ordenó Miko—. Una veintena de diagramas de los rayos zeta. Les digo que pasaré con un peine esta superficie si tenemos que permanecer aquí hasta que nuestra nave venga desde Ferrok-Shahn para unirse a nosotros.

Los bandidos marcianos estaban en camino. La señal de Miko había sido respondida. Dentro de diez días, la otra nave de los bandidos, adecuadamente tripulada y armada, estaría aquí.

Snap me ayudó a conectar los rayos zeta. No se atrevió ni a musitarme, teniendo a Moa siempre tan cerca. Y por la sonrisa sardónica de Miko, sabía que no toleraría nada de nosotros ahora. Estaba armado hasta los dientes y también lo estaba Moa.

Recuerdo que varias veces Snap se había esforzado en tocarme significativamente. ¡Oh, si nada más que hubiera advertido el aviso!

Terminamos con nuestra conexión. El punto gris opaco del rayo zeta brilló a través de los prismas para mezclarse con la luz de la Luna, que entraba por los lentes principales. Permanecí con el mecanismo del obturador.

—¿El mismo intervalo, Snap?

—Sí.

A mi lado, me daba cuenta de la ligera reflexión del rayo zeta... un haz gris que atravesaba la habitación y daba en la pared opuesta, proporcionándole un aspecto irreal, ya que los rayos zeta se esforzaban en penetrar las paredes metálicas de la habitación.

—¿Haré una exposición? —pregunté.

Snap asintió, pero aquel diagrama no se llevó nunca a cabo. Una exclamación de Moa nos hizo volvernos a todos. ¡Los espejuelos gamma estaban vibrando! ¡Grantline había recogido nuestra señal! Con lo que indudablemente era un equipo de recepción intensificada que Snap no había creído que Grantline pudiera utilizar, había captado los débiles rayos zeta, que Snap estaba enviando sólo para engañar a Miko. Grantline había reconocido el Planetara y había apartado las pantallas de enmascaramiento que rodeaban el mineral.

Y a continuación llegó el mensaje de Grantline. No en el sistema secreto que había convenido con Snap, sino, incautamente, en clave abierta. Pude leer en las oscilantes placas y también pudo Miko.

Y lo descifró triunfalmente en voz alta.

—«Sorprendidos pero complacidos por su vuelta. Aproxímense semihemisferio norte región de Arquímedes, cuarenta mil fuera próximas estribaciones Apeninos.»

El mensaje se interrumpía. Pero aun así, ensombrecida su importancia, Miko permanecía en el centro de la sala de radio, leyendo triunfalmente el pequeño indicador. Su destello oscilaba sobre la escala que daba la casualidad que estaba casi directamente encima de la cabeza de Anita. Vi cambiar la expresión de Miko... Le invadió una mirada de sorpresa, de asombro.

—¿Por qué...?

Boqueó. Permaneció mirando fijamente. Mirando fijamente de una forma casi estúpida. Mientras le contemplaba fascinado de horror, apareció sobre su pesado rostro gris una mirada de amanecer de comprensión. Y oí la sorprendida aspiración de Snap. Se acercó al espectro, donde continuaban zumbando todavía las conexiones de los rayos zeta.

Pero con un salto Miko le apartó a un lado.

—¡Usted fuera de aquí! ¡Moa, vigílale! ¡Haljan, no se mueva!

De nuevo Miko permanecía mirando fijamente. ¡Y ahora vi que estaba mirando a Anita!

—¡Vaya, George Prince! ¡Qué aspecto más raro tienes!

Anita no se movió. Estaba sobrecogida de terror; había retrocedido contra la pared, envuelta en su capa. La voz sardónica de Miko sonó de nuevo:

—¡Qué aspecto tan extraño, Prince! —dio un paso hacia adelante.

Estaba torvo y tranquilo. Horriblemente tranquilo. Deliberadamente. Recreándose en el mal como un gran monstruo gris de forma humana que jugara con un fascinado pájaro prisionero.

—Muévete sólo un poco, Prince. Permite que la luz de los rayos zeta caiga más de frente.

La cabeza de Anita estaba descubierta. Aquel pálido rostro como el de Hamlet. ¡Dios mío, la luz de los rayos zeta caía gris y penetrante sobre ella!

Miko dio otro paso. Escudriñando. Sonriendo.

—¡Qué sorprendente, George Prince! ¡Vaya, apenas puedo creerlo!

Moa estaba armada ahora con un cilindro electrónico. A pesar de su asombro (cuyas desbordantes emociones yo solamente podía imaginar), ella nunca apartó los ojos de Snap y de mí.

—¡Atrás! No se muevan ninguno de los dos! —nos siseó.

Entonces Miko saltó sobre Anita como un gigantesco leopardo gris atacando.

—¡Fuera con esa capa, Prince!

Permanecí helado y confuso. Por fin se había dado cuenta. El débil rayo zeta había caído por casualidad sobre el rostro de Anita. Penetró la carne y expuso, ligeramente reluciente, la línea del hueso de su quijada, desenmascarando el arte de Glutz.

Miko la cogió por las muñecas y la arrastró hacia adelante, más allá del destello de la luz zeta, a la brillante luz de la Luna. Y le arrancó la capa. ¡Las suaves curvas de su figura de mujer eran inconfundibles!

Y al observarlas Miko toda su calma triunfal desapareció.

—¡Pero Anita!

—¿De forma que es eso? —oí a Moa musitar. Una mirada venenosa... un dardo de mí a Anita y volvió a mí—. ¿De forma que es eso?

—¡Pero Anita!

Los enormes brazos de Miko la levantaron como si ella fuera un niño.

—¡De forma que te tengo otra vez! ¡Desde la muerte, me la han devuelto!

—¡Gregg! —el aviso de Snap y su garra sobre mi hombro me devolvieron cierta cordura. Me había puesto tenso para saltar. Permanecí temblando, y Moa me golpeó con su arma en la cara. Las rejillas estaban oscilando de nuevo con un mensaje de Grantline. Pero no se le prestó atención.

En el resplandor de la luz de la luna cerca de la ventana de proa, Miko sostenía a Anita, mientras que sus enormes manazas la manoseaban con triunfantes caricias posesivas.

—¡Así que, Anita, me has sido devuelta!