Capítulo XXI

EN el Planetara, dentro de la sala de radio, Moa seguía apuntando con su arma a Snap y a mí. Miko sostenía a Anita, triunfante y posesivo. Entonces, mientras ella luchaba, una rara amabilidad invadió a este extraño gigante marciano. Tal vez la amaba realmente. Cada vez que lo recuerdo me parece así.

—Anita, no me temas —la sostenía apartado de él—. No te haré daño, deseo tu amor —le asaltó la ironía—. Y yo que creía que te había matado... Pero sólo fue a tu hermano.

Se volvió parcialmente. Me daba cuenta de cuan alerta estaba su atención. Hizo una mueca.

—Contentos, Moa. No les permitas que hagan ninguna tontería... ¿De forma, pequeña Anita, que estabas disfrazada para espiarme? Eso estuvo mal que lo hicieras...

Anita no había hablado. Se mantenía tensa y apartada de Miko. Me había lanzado una mirada, sólo una. ¡Qué horrible problema había ocasionado esta catástrofe!

El final del mensaje de Grantline había pasado desapercibido para todos nosotros. Permanecimos tensos.

—¡Miren! ¡Grantline otra vez! —dijo bruscamente Snap.

Pero las pantallas estaban ya inmóviles. Como no teníamos mecanismo de registro, el resto del mensaje se había perdido.

No recibimos ningún mensaje posterior. Hubo un intervalo mientras Miko esperaba, sosteniendo a Anita en el hueco de su enorme brazo.

—Tranquila, pajarito. No me temas. Tengo trabajo que hacer. Anita, ésta es nuestra gran aventura. Seremos ricos, tú y yo. Todos los lujos que estos mundos puedan ofrecer... todos para nosotros, cuando esto haya terminado. ¡Cuidado, Moa! Este Haljan no tiene sentido común.

Bien podía decirlo. ¡A mí, que había tenido tan poco sentido como para permitir que nos viniera encima todo esto!

El arma de Moa me empujó. Su voz siseó con todo el veneno de un reptil furioso.

—¡Así que éste era tu juego, Gregg Haljan! ¡Y yo fui tan ciega como para confesar mi amor por ti!

—¡No te muevas, Gregg! Está desbordada —susurró Snap a mi oído. Ella lo oyó y se volvió a él.

—Hemos perdido a George Prince, parece. Bien, sobreviviremos sin sus conocimientos científicos. Y tú, Dean..., y este Haljan, fijaros en mí... ¡mataré a ambos si ocasionan algún problema!

—¡No los mates todavía, Moa! —se estaba recreando Miko—. ¿Qué fue lo que Grantline dijo? Cerca del cráter de Arquímedes. Condúzcanos abajo, Haljan. Aterrizaremos.

Hizo señales a la torreta, le dio a Coniston el mensaje de Grantline y abajo a Hahn. La noticia se extendió por el barco, los bandidos estaban jubilosos.

—Aterrizaremos ahora, Haljan. Venga, Anita y yo iremos con usted al puente.

—¿Para qué destino? —logré decir.

—Cerca de Arquímedes. La ladera de los Apeninos. Manténgase bien apartado del campamento de Grantline. Probablemente lo divisemos mientras descendemos.

No había necesidad de trayectoria. Ahora estábamos casi sobre Arquímedes. Podía dejarnos caer guiándonos por la vista y los instrumentos. Mi mente era un torbellino de confusos pensamientos. ¿Qué podríamos hacer ahora? Me encontré con la mirada de Snap.

—Llévanos abajo, Gregg —dijo quedamente.

Asentí. Aparté a un lado el arma de Moa.

—No necesitas de eso...

Fuimos al puente de mando. Moa me observaba a mí y a Snap. Una torva y fría amazona. Evitaba el mirar a Anita, a quien Miko ayudaba a bajar las escalerillas con una extraña mezcla de amabilidad cortesana e ironía divertida. Coniston miró fijamente a Anita.

—Oiga, ¿no es George Prince? La chica...

—No hay tiempo para explicaciones —ordenó Miko—. Es la chica disfrazada, como si fuera su hermano. Baje, Coniston. Haljan, llévenos abajo.

El asombrado inglés continuaba mirando fijamente a Anita, pero arguyó:

—Pretendo decir que, ¿adonde en la Luna? ¿No para encontrarnos a Grantline inmediatamente, Miko? Nuestro equipo no está dispuesto.

—Naturalmente que no. Aterrizaremos bastante apartados...

De mala gana nos abandonó Coniston. Tomé los controles. Mike sostenía todavía a Anita como si fuera una niña; se sentó a mi lado.

—Le vigilaremos, Anita. Es un individuo competente en esta clase de trabajo.

Di la señal para la fijación de las placas de gravedad. La respuesta debía de haber venido de abajo al cabo de un segundo o dos, pero no llegó. Miko me observaba con sus grandes cejas levantadas.

—Dé la señal de nuevo, Haljan.

La repetí. No hubo contestación. El silencio era agorero.

—Ese maldito Hahn. ¡Toque de nuevo! —susurró Miko.

Envié la llamada imperativa de emergencia.

No hubo contestación. Un segundo o dos. Luego, todos nosotros estábamos sobresaltados. Traspasados. De abajo llegó un repentino siseo. Sonó en el puente de mando, venía de la rejilla de llamada de la sala de maniobra. El siseo de las válvulas neumáticas de las placas de maniobra de la sala de control. ¡Las válvulas se estaban abriendo, maniobrando automáticamente las placas para colocarse en la posición neutra de desconectadas!

Hubo un instante de silencio sobrecogedor. Miko podía haber comprendido el, significado de lo que había ocurrido. Ciertamente, Snap y yo lo comprendimos. Cesó el siseo. Agarré la llave de maniobra de la placa de emergencia que colgaba sobre mi cabeza. ¡Su disco no funcionaba! Las placas estaban muertas y neutras. ¡En la posición en que se fijan solamente cuando estamos en el puesto! ¡Y sus mecanismos de maniobra eran imperativos!

—¡Estamos en inactivo! —me puse en pie.

El disco de la Luna se movía visiblemente, mientras el Planetara daba bandazos. La bóveda de los cielos se balanceaba lentamente.

Miko soltó un fuerte juramento:

—¡Haljan! ¿Qué es esto?

Los cielos giraban con una gigantesca caída. La Luna estaba sobre nosotros. Osciló en un arco vertiginoso. Encima, luego detrás de nuestra popa; debajo de nosotros, luego apareciendo por encima de nuestra proa.

El Planetara giró sobre sí mismo. Se puso de punta. Giró un extremo sobre el otro.

Durante un momento, pensé que todos nosotros, en el puente de mando, estábamos clavados. El disco de la Luna, la Tierra, el Sol y todas las estrellas, pasaban oscilando por nuestras ventanas horriblemente vertiginosas. El Planetara parecía dar bandazos y tropezar. Pero solamente era un efecto óptico. Miré fijamente con torva determinación a mis pies. El puente parecía inmóvil.

¡Luego miré de nuevo aquel horrible balanceo de todos los cielos! Y la Luna, mientras pasaba, parecía crecer. ¡Estábamos cayendo! ¡Sin control, atraídos por la fuerza de la gravedad!

—Ese maldito Hahn...

Había pasado solamente un momento. Mi ilusión de que el disco de la Luna estaba aumentando era sólo un horror de mi imaginación. No habíamos caído lo suficiente cerca para eso.

Pero estábamos cayendo. A menos que pudiera hacer algo, nos aplastaríamos sobre la superficie lunar. Anita muerta en el puente de mando: el fin de todas las cosas... de todas las esperanzas. Me puse en acción. Tartamudeé:

—¡Miko, usted permanezca aquí! Los controles no marchan. Esté aquí y sostenga a Anita...

Pasé por alto el arma de Moa. Snap la apartó a un lado.

—Estamos cayendo, estúpidos... Déjennos solos.

—¿Puede usted... detenernos? —tartamudeó Miko—. ¿Qué ocurrió?

—No lo sé...

Desde la rejilla del audífono resonó la voz de Coniston.

—Oiga, Haljan, algo va mal. Hahn no da la señal.

El vigía de la torreta de proa estaba aferrado a nuestra ventana. Sobre la cubierta, debajo de nuestro castillete apareció un miembro de la tripulación, permaneció balanceándose un momento, luego gritó y corrió tambaleándose, a la ventura. Desde los corredores inferiores del casco resonaban en nuestras rejillas las pisadas de pies corriendo. El pánico entre la tripulación se estaba extendiendo por toda la nave. Había un caos bajo cubierta.

Tiré de la palanca de emergencia de nuevo. Inactiva...

—Snap, debemos bajar. Las señales. La voz de Conisten llegó como un alarido por la rejilla: «Hahn está muerto. ¡Los controles están rotos!»

—¡Miko, sostenga a Anita! —grité—. ¡Vamos, Snap!

Nos agarramos a las escalerillas. Snap iba detrás de mí.

—¡Cuidado, Gregg! ¡Santo Dios!

¡Este loco girar! Traté de no mirar. La cubierta debajo de mí era un borroso calidoscopio de oscilantes parches de luz de la luna y sombras.

Alcanzamos la cubierta. Parecía como si desde la torreta la voz de Anita nos siguiera: «¡Tened cuidado!»

Una vez dentro de la nave, nuestros sentidos se fijaron. Fuera de la vista de los cielos girando y oscilando, solamente los gritos y pisadas de la tripulación, presa de pánico, indicaban que ocurría algo raro. Eso y la falsa sensación de balanceo ocasionada por el latido de la gravedad... una atracción mayor cuando la Luna estaba debajo de nosotros para combinar sus fuerzas con nuestros magnetizadores; un aligeramiento, cuando estaba encima. ¡Un balanceo de péndulo palpitante!

Bajamos corriendo la pasarela del corredor. Un miembro de la tripulación con el rostro pálido vino corriendo hacia nosotros.

—¿Qué ha ocurrido, Haljan? ¿Qué ha ocurrido?

—¡Estamos cayendo! —le agarré—. Vamos abajo. Venga con nosotros.

Pero se apartó de mí con una sacudida.

—¿Cayendo?

Un camarero llegó apresurado.

—¿Cayendo? ¡Dios mío!

Snap se volvió a ellos.

—¡Vayan delante de nosotros! Los controles manuales... son nuestra única posibilidad... ¡necesitamos a todos los hombres en las bombas del compresor!

Pero era el instinto el que impulsaba a intentar subir a cubierta, como si aquí abajo fueran ratas atrapadas en un cepo. Los hombres se libraron de nosotros y corrieron. Sus gritos de pánico resonaron a través de los corredores en penumbra débilmente iluminados de azul.

Coniston salió balanceándose de la sala de controles.

—Oiga... ¡Cayendo! ¡Haljan, Dios mío, mire!

Hahn estaba tirado, junto al panel de llaves de las placas de gravedad. Extendido, boca abajo. Muerto. ¿Asesinado? ¿O un suicidio?

Me incliné sobre él. Sus manos agarraron la llave principal. Su mano derecha la había sujetado, soltándola. Y su mano izquierda había alcanzado y roto la frágil línea de tubos que intensificaban la corriente de los accionadores neumáticos de las placas. ¿Un suicidio? ¿Con su última locura había determinado matarnos a todos? ¿Por qué?

¡Entonces vi lo que había matado a Haljan! ¡No era suicidio! ¡En su mano agarraba un pequeño jirón de tela negra, un trozo rasgado de una capa invisible!

Snap estaba armando los compresores de mano. Si podía devolver la presión a los tanques...

Me volví a Conisten.

—¿Está usted armado?

—Sí —tenía el rostro pálido y confuso, pero no estaba presa del pánico. Me mostró un cilindro de rayos térmicos—. ¿Qué quiere usted que haga?

—Busque a los tripulantes. Consiga todos los que pueda. Tráigamelos aquí para que trabajen en las bombas.

Salió disparado. Snap le gritó:

—¡Mátelos si protestan!

La voz de Miko resonó procedente de la rejilla del puente.

—¡Caemos! ¡Haljan, usted puede verlo ahora! ¡Deténganos!

Momentos desesperados. ¿O fue una hora? Conisten trajo a los hombres. Permaneció delante de ellos con el arma amenazadora.

Teníamos todas las bombas en marcha. La presión se elevó un poco en los tanques. Bastante para maniobrar una placa de proa. Lo intenté. La placa, lentamente, fue a situarse en la nueva combinación. Una repulsión de la gravedad sólo en la punta de la proa.

—¿Hemos parado de oscilar? —pregunté a Miko por las señales.

—No. Pero va más lento.

Podía sentir aquel balanceo de la gravedad. Pero ahora no era firme. Cojeaba. La tendencia de nuestra proa era de levantarse.

—Más presión, Snap.

Uno de la tripulación se rebeló y trató de fugarse de la habitación.

Coniston le derribó de un disparo.

Maniobré otras placas de proa. Después dos en la popa. Las placas de la popa parecían moverse más ligeras que las otras.

—Maniobra con todas las placas de popa —aconsejó Snap.

Lo intenté. Cesó el balanceo. Miko gritó:

—Estamos con la proa hacia abajo. ¡Caemos!

Pero no caímos libremente. La atracción de la gravedad de la Luna estaba más que medio neutralizada.

—Subiré, Snap, y probaré con los motores. ¿No te importa quedar aquí abajo? ¿Ejecutar mis señales?

—¡Tú, idiota! —me agarró un hombro. Sus ojos relucían, su rostro estaba ojeroso, pero sus pálidos labios se curvaban en una sonrisa.

—Pudiera ser un adiós, Gregg. Caeremos... luchando.

—Sí. Luchando. Coniston, usted mantenga la presión alta.

Con los tubos rotos se necesitaba casi toda la presión para mantener las pocas placas que yo había accionado. Una se deslizó atrás de nuevo a la posición neutra. Pero las bombas recuperaron terreno y volvió a su posición.

Me abalancé sobre cubierta. ¡Oh, qué cerca estaba la Luna ahora! ¡Tan horriblemente cerca! Las sombras de la cubierta parecían fijas, aunque la superficie de la Luna nos iluminara a través de las ventanas de proa.

Aquellos horribles minutos últimos fueron confusos. Y siempre estaba el rostro de Anita. De cara a la muerte, Miko estaba sentado rígido. Moa también, sentada a un lado, miraba fijamente.

Anita se deslizó hacia mi.

—Gregg, querido. El fin...

Probé las máquinas electrónicas de la popa, haciéndolas funcionar en marcha atrás. Los chorros de su luz relucieron en la popa, hacia adelante a lo largo del casco, saliendo por nuestra proa hacia la superficie de la Luna. Pero aquí no había atmósfera que ofreciera resistencia. Tal vez los chorros electrónicos pararon nuestra caída un poco. Las bombas nos proporcionaron presión justo en los últimos minutos para poder deslizar las placas del casco.

Pero nuestra proa permanecía hacia abajo. Nos deslizábamos como un cohete consumido que cayera.

Recuerdo con horror aquella superficie lunar que aumentaba. Las fauces de Arquímedes abriéndose desmesuradamente. Una burbuja. Aumentando hasta ser un gran hoyo. Luego vi que era un lado, subiendo velozmente.

—Gregg, querido..., adiós.

Me rodeó con sus suaves brazos. Era el fin de todo para nosotros. Me recuerdo murmurando: «No caemos libres, Anita. Algunas de las placas del casco están en posición.»

Mis diales me mostraron que otra placa había maniobrado, deteniéndonos un poco más. ¡El bueno del viejo Snap!

Calculé cuál era la mejor placa para hacerla maniobrar la próxima. La deslicé.

Todo se borró excepto la sensación de los brazos de Anita en torno mío.

—Gregg, cariño...

El fin de todas las cosas para nosotros...

Pasaron rápidamente hacia arriba rocas de un negro grisáceo.