Capítulo XXXI
—¡DE prisa, Anita!
Temía que Potan subiera del interior del casco en cualquier momento y nos detuviera. El operador, por encima de nosotros, nos miraba, bloqueando con su enorme cabeza y hombros la pequeña ventana de la sala de señales. Brotow le gritó diciéndole que nos permitiera entrar. Puso mal gesto, pero cuando alcanzamos la trampa en la rejilla del suelo de la sala, le encontramos apartado a un lado para admitirnos.
Lancé una rápida mirada en derredor. Era un cubículo metálico, no mucho mayor de quince pies cuadrados, con un techo arqueado a ocho pies de altura. Había paneles de instrumentos. El telémetro del proyector gigante estaba aquí; su telescopio con un aparato de puntería y la palanca de disparo eran inconfundibles. ¡Y el aparato de señales estaba aquí! No era un aparato marciano, sino el muy poderoso transmisor ultravioleta Botz, con sus espejos adjuntos de recepción. El Planetara había utilizado este mismo sistema, de forma que estaba totalmente familiarizado con él.
Vi también, lo que parecían ser armas: una hilera de pequeños y frágiles globos de cristal, colgando de ganchos a lo largo de la pared... bombas, cada una del tamaño del puño de un hombre. Y un amplio cinturón con bombas en sus compartimientos acolchados.
El corazón me saltaba mientras de una primera ojeada rápida advertí todos estos detalles. Vi también que la habitación tenía cuatro pequeñas aberturas ovaladas como ventanas. Estaban a la altura del pecho, desde la cubierta, abajo, sabía que el ángulo de vista era tal que los hombres allá abajo no podían ver dentro de esta habitación, excepto una parte de su porción superior, cerca del techo. Y el aparato de helio estaba montado sobre una mesa baja, cerca del suelo.
En una esquina de la habitación una pequeña escalerilla conducía a través de la trampa del techo al tejado cubículo. Esta trampa, superior, estaba abierta. Cuatro pies por encima del tejado de la sala estaba el arco del domo, con la entrada a la cámara de salida, justo encima de nosotros. Las armas y el cinturón de las bombas estaba cerca de la escalerilla ascendente, evidentemente colocado aquí como equipo para ser utilizado desde la cima del domo.
Me volví al solitario operador. Debía de ganarle su confianza inmediatamente. Anita había dejado su casco a un lado. Ella habló primero:
—Estábamos aquí con Set Miko —dijo sonriente—, cuando la destrucción del Planetara. ¿Lo oyó contar? Sabemos dónde está el tesoro.
Este operador tenía sus buenos siete pies de estatura, y era el marciano más corpulento que he visto en mi vida. Un tremendo individuo, ceñudo y mal encarado. Permanecía con las manos sobre las caderas, con las piernas cubiertas de cuero, separadas; y cuando le vi de frente me sentí como un chiquillo.
Estaba silencioso, mirándome hacia abajo al atraerle yo la atención.
—¿Habla usted inglés? —pregunté—. No estamos prácticos con el marciano.
Me preguntaría si durante la próxima hora de dormir, este individuo estaría de servicio aquí. Confiaba que no: no sería fácil engañarle para encontrar una oportunidad de mandar un mensaje. Pero para la tarea faltaban todavía algunas horas; me preocuparía por eso cuando llegase el momento. Precisamente ahora estaba preocupado por Miko y su pequeña banda, que en cualquier momento podían llegar a la vista. ¡Si pudiera persuadir a este operador que volviese el proyector sobre ellos!
Me contestó en un inglés vivo:
—¿Usted es el hombre Gregg Haljan? Y esta es la hermana de George Prince... ¿qué quieren ustedes aquí arriba?
—Soy piloto. Brotow desea que pilote la nave cuando avancemos para atacar a Grantline.
—Esta no es la sala de control.
—No, sé que no lo es.
Posé mi casco en el suelo, cuidadosamente, al lado del de Anita. Me enderecé para encontrarme con la mirada del bandido que la observaba. No habló: todavía estaba ceñudo. Pero al tenue brillo azul del cubículo capté la mirada de sus ojos.
—Grantline sabe que su nave ha aterrizado aquí sobre Arquímedes —dije apresuradamente—. Su campamento está cerca, en el Mare Imbrium. Mandó una señal... usted la vio, ¿no es verdad?... justo antes de que miss Prince y yo subiéramos a bordo. Estaba intentando pasar por sus compañeros de la Tierra, Miko y Coniston.
—¿Por qué?
El individuo volvió su ceño a mí, pero Anita atrajo su mirada de nuevo a ella, interviniendo rápidamente:
—Grantline, como mi hermano siempre decía, no tiene una gran astucia. Ahora yo creo que proyecta deslizarse hasta nosotros para cogernos desprevenidos, pretendiendo que es Miko.
—Si él hace eso —dije—. Giraremos este proyector electrónico sobre él y su banda y los aniquilaremos. Usted tiene los mecanismos de disparo aquí.
—¿Quién le dijo a usted eso? —preguntó bruscamente.
—Lo veo aquí —hice un gesto—. Es evidente. Soy perito en el disparo de trayectorias. Si Grantline aparece allá abajo, ahora, le ayudaré a usted.
—¿Está conectado? —preguntó Anita audazmente.
—Sí, —repuso—. Ustedes tienen puestos sus trajes Erentz: ¿Van a subir al tejado del domo? Entonces vayan.
Pero eso era lo que no deseábamos hacer. La mirada de Anita me pareció decir que le dejara a ella llevar esto. Me volví hacia una de las ventanas del cubículo.
—¿Tiene usted a su cargo esta sala? —preguntó ella dulcemente—. Muéstreme cómo funciona con el proyector. Sé que será invencible contra el campamento de Grantline.
Les había vuelto la espalda en aquel momento. Por la ventana ovalada podía mirar abajo, a lo largo del espacio de cubierta, y fuera, a través de las ventanas laterales del domo. Y de pronto el corazón me saltó a la garganta. Parecía que allá abajo en las sombras iluminadas por la Tierra, donde la amplia base del cráter gigante se unía a las planicies, oscilaba una luz. Miré fijamente, paralizado. ¿Las luces de Miko? ¿Avanzaba preparado para hacer señales? Traté de calcular la distancia. No había más de dos millas desde aquí.
¿O no fue una luz? A simple vista no podía estar seguro. Tal vez había algún catalejo aquí en el cubículo.
Subconscientemente me daba cuenta de las voces de Anita y del operador detrás de mí. Luego, repentinamente, oí un grito apagado de Anita. Me volví rápidamente.
¡El gigante marciano la había cogido en sus enormes brazos, y tenía su gris rostro de pesada mandíbula, con una mueca descarada, próximo al suyo.
Me vio venir. ¡La sujetó con un brazo! Con el otro me agarró, me derribó hacia atrás, y me dijo con voz ronca:
—¡Largo de aquí! Suba al domo...
Anita estaba luchando silenciosamente con sus pequeñas manos cogidas a su grueso cuello. Su golpe me lanzó contra un banco. Pero me mantuve de pie. Estaba parcialmente detrás de él. Salté de nuevo mientras trataba de soltarse de Anita para hacerme frente, mientras los dedos de ella aferrados se lo impedían.
Mi proyector lo tenía en la mano, pero en aquel segundo en que saltaba, tuve el sentido de darme cuenta que no debería disparar, pues su ruido alarmaría la nave. Lo agarré por el cañón, lo levanté hacia atrás y golpeé con su pesada culata de metal. El golpe le dio al marciano sobre el cráneo, y simultáneamente mi cuerpo le golpeó.
Caímos los dos juntos, en parte sobre Anita. Pero el gigante no gritaba y al agarrarlo ahora, noté como su cuerpo quedaba fláccido. Permanecí jadeando. Anita se deslizó silenciosamente de debajo de nosotros. La sangre de la cabeza del gigante manaba, caliente y pegajosa, contra mi cara mientras yo yacía extendido sobre él.
Le aparté a un lado. Estaba muerto, su frágil cráneo de marciano se había abierto destrozado por mi golpe. No hubo alarma. El ligero ruido que habíamos hecho no había sido oído desde abajo, sobre la atareada cubierta. Anita y yo nos agazapamos sobre el suelo. Desde la cubierta no podía ser vista toda esta parte de la habitación.
—Muerto.
—Oh, Gregg...
Aquello forzaba nuestro juego. Ahora no podía esperar a que Miko llegara. Pero podía enviar un mensaje a la Tierra y luego tendríamos que correr para escapar.
¡Entonces recordé la luz abajo, junto a la base! Mantuve a Anita fuera de vista sobre el suelo, y fui cautelosamente hacia la ventana. La cubierta era un torbellino con los bandidos moviéndose de un lado para otro excitadamente, pero no por lo que hubiera ocurrido en nuestra sala de señales: eso no lo sabían.
¡Las señales de Miko estaban brillando! Podía verlas ahora claramente, abajo, junto a la base del cráter. Un grupo de luces de mano y un pequeño destello de helio oscilando.
¡Y estaban siendo contestadas desde la nave! Potan estaba sobre cubierta... un alboroto de voces, por encima de las cuales la suya se elevaba con rugidos, dando órdenes. En una de las ventanas del domo un bandido con un reflector de mano, estaba enviando su respuesta. Y vi que Potan estaba trabajando sobre el objetivo de un telescopio de cubierta.
Todo ello había ocurrido tan rápidamente que yo estaba aturdido. Pero no esperé para leer las señales. Volví a Anita, que me miraba fijamente, con gesto desvalido.
—¡Es Miko! Y le están contestando a él! Ponte el casco: trataré de disparar el proyector.
¿O trataría en su lugar de enviar un breve mensaje a la Tierra? No habría tiempo para hacer ambas cosas: debíamos escapar de aquí. La ruta a través del domo era la única posible ahora.
Este mecanismo de puntería del proyector me era razonablemente familiar, y comprendí que podría funcionar con él. El telémetro y la palanca estaban sobre una repisa en una de las ventanas. Me lancé allá. Mientras hacía girar el telescopio, apuntándole hacia abajo, sobre las luces de Miko, pude ver al enorme proyector sobre la cubierta girando de forma similar. Su movimiento sorprendió a los hombres que le atendían. Uno de ellos me llamó pero no le hice caso.
Entonces Potan miró hacia arriba y me vio. Le gritó en marciano al operador, quien sin duda creía que estaba detrás de mí:
—¡Esté dispuesto! Podemos disparar sobre ellos. Le daré la orden.
Las señales proseguían. Había sido sólo cosa de un momento. Capté algo como: «Haljan es un impostor.»
Estaba apuntando el proyector. Me di cuenta de que Anita estaba junto a mi codo. La empujé hacia atrás.
—¡Ponte el casco!
Tenía la distancia. Tiré de la palanca de disparo.
El proyector escupió su mortífero chorro electrónico por la ventana de cubierta. Los hombres de abajo se apartaron sorprendidos. Oí la voz de Potan, con un grito de protesta y de rabia.
¡Pero abajo, en el resplandor de la Tierra junto la base del cráter las luces de Miko no se habían desvanecido! ¡Había fallado! ¿Un error en el alcance? De pronto comprendí que no era eso. Las luces de Miko estaban allí todavía. Sus señales proseguían aún. Y noté ahora una ligera distorsión en ellas, el destello de su pequeño grupo de luces de mano ligeramente desviadas y proyectadas con un tenue tono verdoso. ¡Las luces curvas de Benson!
Mis ideas vacilaban en los pocos segundos mientras permanecí allá junto a la ventana de la torreta. Miko temiera que pudiera ser fusilado sumariamente y había vuelto a su campamento y equipado todas las luces con la curva de Benson. Ahora estaba en alguna parte, junto a la base del cráter. ¡Pero no donde yo creía que le viera! La luz curva de Benson cambiaba el sendero de los rayos luminosos que llegaban de él a mí. ¡No podía incluso ni aproximar su verdadera posición!
—Gregg, ven —Anita estaba aferrada a mí.
—No puedo darle —tartamudeé. ¿Debería probar mandar el mensaje a la Tierra? ¿Osaríamos permanecer aquí? Permanecí otros pocos segundos en la ventana. Veía a Potan abajo, en la confusión de la cubierta, apuntando el telescopio. Había gritado violentamente a su operador de aquí que no disparara de nuevo.
Y ahora soltó un rugido.
—¡Puedo verles! ¡Es Miko! ¡Por el Todopoderoso... su enorme estatura! ¡Brotow, mira! ¡Ése no es un hombre de la Tierra!
Apartó a un lado su telescopio:
—¡Desconecten ese proyector! ¡Es Miko allá abajo! ¡Este Haljan es un embustero! ¿Dónde está? Bralle... Bralle, tú, maldito idota! ¿Están Haljan y la chica ahí arriba contigo?
Pero el operador yacía en su propia sangre a nuestros pies.
Yo me había apartado de la ventana. Anita y yo nos agachamos durante un instante de confusión, buscando a tientas nuestros cascos.
La nave resonó con la alarma. ¡Y entre el alboroto pudimos oír los gritos de los furiosos bandidos que trepaban en montón la escalerilla de la tórrela, detrás de nosotros!