Capítulo I
NUESTRA nave, el vehículo espacial Planetara, cuyo puerto de origen era el Gran Nueva York, traía y llevaba correo y pasajeros de Venus a Marte. Debido a necesidades astronómicas, nuestros vuelos eran irregulares. En la primavera del año 2070, con ambos planetas próximos a la Tierra, íbamos a hacer dos viajes completos de ida y vuelta. Era un atardecer de mayo y acabábamos de llegar al Gran Nueva York, procedentes de Grebhar, Estado Independiente de Venus, y con sólo cinco horas de estancia aquí en puerto, partiríamos aquella misma noche a las cero horas para Ferrok-Shahn, capital de la Unión Marciana.
No hicimos más que llegar a la pista de aterrizaje que me encontré con un mensaje urgente en clave convocándonos a Dan Dean y a mí en la Sección de Policía de las Oficinas Centrales. Dan «Snap» Dean era uno de mis más íntimos amigos. Era el operador de radio-electrón del Planetara. Un muchacho pelirrojo, pequeño y delgado, de risa pronta y fácil y con un tipo de ingenio que hacía que agradara a todo el mundo.
La cita en la oficina del coronel de Policía, Halsey, nos sorprendió. Dean me echó un vistazo.
—Tú no abriste ninguna cámara con tesoros, ¿no es verdad, Gregg?
—También te buscan a ti —repliqué.
Se echó a reír.
—Bueno, puede gritarme como un guardagujas de tráfico y sin embargo mi vida privada seguirá perteneciéndome.
No se nos ocurría nada por lo que pudiera llamársenos. Había ya semioscurecido cuando abandonamos el Planetara en dirección a la oficina de Halsey. No fue un trayecto largo. Fuimos en el monoriel superior, bajándonos en la ciudad subterránea en Park Circle 30.
Nunca habíamos estado antes en la oficina de Halsey y nos encontramos que era un lugar lóbrego de forma abovedada en uno de los pasillos más profundos. La puerta se alzó.
—Gregg Haljan y Daniel Dean.
—Entren —dijo el guarda apartándose a un lado.
Debo confesar que mi corazón latía aceleradamente cuando entramos. La puerta se cerró bajándose detrás de nosotros. Era un pequeño departamento iluminado con luz azul... una habitación revestida de acero como una cámara acorazada.
El coronel Halsey estaba sentado junto a su escritorio y también estaba allí el enorme, corpulento y de tez rojiza capitán Carter (nuestro comandante en el Planetara). Aquello nos sorprendió: no le habíamos visto abandonar la nave.
Halsey nos sonrió con gravedad. El capitán Carter nos habló con calma siniestra:
—Sentaros, muchachos.
Nos sentamos. Había una alarmante solemnidad en esto. Si hubiera sido culpable de cualquier cosa imaginable, me habrían atemorizado. Sin embargo, las palabras de Halsey me tranquilizaron.
—Se trata de la Expedición a la Luna de Grantline. A pesar de nuestro secreto la noticia se ha divulgado. Deseamos saber cómo. ¿Pueden decírnoslo?
El enorme volumen del capitán Carter (tenía aproximadamente mi estatura) se elevó sobre nosotros, que estábamos sentados delante de la mesa de Halsey:
—Si vosotros, muchachos, lo habéis dicho a alguien, alguna cosa, dijisteis inadvertidamente la más ligera indicación sobre ello...
Snap sonrió con alivio; pero inmediatamente volvió a ponerse solemne:
—Yo no dije nada. ¡Ni una palabra!
—¡Tampoco yo! —declaré.
¡La Expedición a la Luna de Grantline! No se nos había ocurrido pensar en aquello como en una razón para esta llamada. Johnny Grantline era uno de nuestros íntimos amigos. Había organizado una expedición de exploración a la Luna. Deshabitada, con su superficie inhóspita, inaccesible, sin aire y sin agua, la Luna (aun cuando estuviera tan cerca de la Tierra) era visitada muy raramente. Ninguna nave regular se detenía jamás allí, y en los últimos años habían fracasado algunos grupos de exploradores.
Pero existían rumores persistentes de que sobre la Luna había ricos minerales de un valor fabuloso esperando ser descubiertos, lo cual ya había ocasionado algunas complicaciones interplanetarias. Los agresivos marcianos no habrían tenido mayor placer que el explorar la Luna, pero los Estados Unidos del Mundo, que habían llegado a ser una realidad en el año 2067, les advirtieron muy seriamente en contra. La Luna era un territorio de la Tierra, proclamamos, y la protegeríamos como tal.
Sin embargo, se llegó a la comprensión por nuestro Gobierno de que, cualesquiera que pudieran ser las riquezas de la Luna, deberían ser denunciadas inmediatamente y guardadas por alguna compañía de buena reputación de la Tierra. Y cuando lo solicitó Johnny Grantline, con la riqueza de su padre y con su propio expediente de logros científicos, el Gobierno se alegró de concedérselo.
La expedición de Grantline había partido hacía seis meses. El Gobierno de Marte había accedido a nuestro ultimátum, sin embargo se sabía que habían sido financiados bandoleros en secreto con desconocimiento del Gobierno, y por esta causa nuestra expedición fue mantenida en secreto.
Que mis palabras no ofendan a ningún marciano que se encuentre con ellas. Me refiero a la historia de nuestra Tierra solamente. La expedición de Grantline estaba ahora en la Luna. No se había soltado una palabra. Uno no puede mandar un helios, aunque sea en clave, sin que todo el universo se entere de que había exploradores en la Luna. Y por qué estaban allí podría imaginárselo cualquiera fácilmente.
¡Y ahora el coronel Halsey nos estaba diciendo que la noticia era conocida! El capitán Carter nos escudriñaba de cerca; sus ojos, que relampagueaban bajo las peludas cejas blancas, le arrancarían un secreto a cualquiera.
—¿Están seguros? Una chica de Venus, tal vez, ¡con su maldita atracción seductora! ¿Una palabra suelta, estando vosotros, muchachos, aturdidos por el alcolite?
Le aseguramos que habíamos sido cuidadosos. ¡Cielos!, yo sabía que lo había sido. Ni un cuchicheo, incluso con Snap, sobre el nombre de Grantline durante seis meses o más.
—¿Estamos aislados aquí, Halsey? —preguntó bruscamente el capitán Carter.
—Sí. Puedes hablar tan libremente como gustes. Un rayo de escucha oculto nunca podría alcanzarnos.
Nos hicieron preguntas. Finalmente quedaron satisfechos de que, aunque el secreto se había propalado, no fuese por nuestra culpa. Mientras les oía hablar de esto se me ocurrió preguntarme por qué se preocupaba Carter. Yo no estaba enterado de que él conociese la aventura de Grantline. Ahora comprendía las razones por las que el Planetara, en cada uno de sus últimos viajes, había maniobrado de forma de pasar muy cerca de la Luna. Había sido acordado con Grantline que si él necesitaba ayuda o tenía algún mensaje importante, se pondría en contacto local con nuestra nave a su paso. Y esto lo sabía Snap, y nunca lo había mencionado, ni incluso a mí.
—Bien —estaba diciendo Halsey—, aparentemente no podemos culparles, pero el secreto se ha descubierto.
Snap y yo nos miramos el uno al otro. ¿Qué podrían hacer? ¿Qué se atreverían a hacer?
El capitán Carter nos dijo bruscamente:
—Mirad, muchachos. Ahora tengo la posibilidad de hablaros claramente. Fuera, en cualquier parte fuera de estas paredes, puede estar centrado un rayo oculto de escucha. ¿Lo sabían? Uno no puede nunca ni incluso atreverse a susurrar desde que ese maldito rayo fue inventado.
Snap abrió la boca como si fuera a decir algo pero se volvió atrás. Mi corazón me martilleaba. El capitán Carter prosiguió:
—Sé que puedo confiar en vosotros dos más que en ninguno otro a mis órdenes en el Planetara.
—¿Qué quiere decir con eso? —pregunté—. ¿Qué...?
—Justamente lo que he dicho —me interrumpió.
—Lo que quiere decir, Haljan —aclaró Halsey sonriendo torvamente—, es que las cosas no siempre son lo que parecen ser estos días. El Planetara es un vehículo público. Ustedes llevan... ¿cuántos, son Carter?... ¿treinta o cuarenta pasajeros en el viaje de esta noche?
—Treinta y ocho —dijo Carter.
—Hay treinta y ocho personas apuntadas para el vuelo de esta noche a Ferrok-Shahn —repitió Halsey lentamente—. Y algunos pudieran no ser lo que parecen —levantó una delgada mano oscura—. Tenemos información... —hizo una pausa—. Confieso que no sabemos casi nada... apenas algo más que lo necesario para alarmarnos.
—Deseo que usted y Dean permanezcan alerta —interrumpió el capitán Carter—. Una vez que estemos en el Planetara nos será difícil hablar con libertad, pero estad atentos. Dispondré las cosas para que estemos doblemente armados.
¡Palabras largas y perturbadoras! Halsey continuó:
—Me dicen que George Prince está inscrito para el viaje. Le sugiero, Haljan, que le tenga bajo una observación especial. Sus obligaciones a bordo del Planetara le dejan relativamente libre, ¿no es verdad?
—Sí —asentí. Con el primer y segundo oficial de servicio, y con el capitán a bordo, mi rutina era sobre poco más o menos la de un alumno no graduado.
—¿George Prince? —pregunté—. ¿Quién es?
—Un ingeniero mecánico —dijo Halsey—. Un funcionario subalterno de la Earth Federated Catalyst Corporation. Pero se unió a malas compañías... concretamente marcianos.
Nunca había oído hablar de este George Prince, aunque, naturalmente, conocía de sobra la Federated Catalyst Corporation. Un trust paraestatal que controlaba virtualmente el total suministro a la Tierra de radiactum, el mineral catalizador que estaba revolucionando la industria.
—Estaba en el Departamento de Automoción —señaló Carter—. ¿Han oído hablar de la Federated Radiactum Motor?
Desde luego que sí. Era un descubrimiento e invento reciente de la Tierra, que utilizaba el radiactum como su combustible.
—¿Qué estrellas tiene que ver esto con Johnny Grantline? —preguntó Snap.
—Mucho —repuso Halsey suavemente—, o tal vez nada. Pero hace años George Prince se vio comprometido en algunas transacciones más bien poco éticas. Desde entonces lo hemos tenido bajo custodia. Se sabe que está en relaciones amistosas poco comunes con varios marcianos de mala reputación en el Gran Nueva York.
—¿Y qué?
—Lo que ustedes no saben —explicó Halsey—, es que Grantline esperaba encontrar radiactum en la Luna.
Abrimos la boca con asombro.
—Exactamente —dijo Halsey—. La malograda expedición de Ballon creyó que lo habían encontrado en la Luna, poco después de que se hubiera descubierto su valor. Un nuevo tipo de mineral... un filón de eso está allí en alguna parte, sin duda alguna.
—¿Comprenden ustedes ahora por qué sospechamos de este George Prince? Tiene un expediente criminal. Tiene un conocimiento total sobre los minerales radiactivos. Está asociado con marcianos de mala reputación. Una importante compañía marciana ha puesto a punto recientemente una máquina de radiactum para competir con nuestro motor en la Tierra. Existe muy poco radiactum disponible en Marte, y nuestro Gobierno no permitirá que nuestros propios suministros sean exportados. ¿Qué cree usted que esa compañía de Marte pagaría por unas pocas toneladas de radiactum altamente radiactivo tal como Grantline podría haber descubierto en la Luna?
—Pero —objeté— ésa es una compañía marciana de buena fama. Está respaldada por el Gobierno de la Unión Marciana. El Gobierno de Marte no se atrevería...
—¡Naturalmente que no! —exclamó sardónicamente el capitán Carter—. ¡No abiertamente! Pero si las patrullas marcianas tienen un suministro de radiactum el que no me imagine de dónde venga no importa mucho. La compañía marciana lo compraría. ¡Y eso lo sabe usted tan bien como yo!
Halsey añadió:
—Y George Prince, según me informaron mis agentes, parece que sabe que Grantline está en la Luna. Sumad uno y uno, muchachos. Las pequeñas chispas indican la corriente oculta.
—¡Más que eso! George Prince sabe que hemos llegado a un acuerdo para que el Planetara se detenga en la Luna y traiga el mineral de Grantline... Éste es su último viaje este año, y estoy convencido que esta vez tendrá noticias de Grantline. Probablemente les hará la señal cuando pasen junto a la Luna en su viaje de ida y a la vuelta se detendrán en la Luna y transportarán todo el mineral de radiactum que Grantline tenga preparado. El vehículo de Grantline es demasiado pequeño para el transporte de mineral.
La voz de Halsey se volvió amargamente sarcástica:
—¿No les parece raro que George Prince y algunos de sus amigos marcianos dé la casualidad que estén inscritos como pasajeros para este viaje?
En el silencio que siguió, Snap y yo nos miramos el uno al otro. Halsey añadió bruscamente:
—Tenemos la ficha de George Prince de aquella vez que le arrestamos hace cuatro años. Se la mostraré a ustedes.
Abrió bruscamente su gabinete y dijo a su ayudante que esperaba:
—Proyecte la figura de George Prince.
Casi inmediatamente, la imagen resplandeció sobre la pantalla delante de nosotros. Permanecía sonriendo amargamente ante nosotros mientras repetía la fórmula oficial:
«Mi nombre es George Prince. Nací en el Gran Nueva York, hace veinticinco años.»
Observé la imagen televisada de George Prince. Se erguía sombrío en el negro uniforme de detenido, siluetado claramente contra el telón de fondo de contraste de un vivo escarlata. Un individuo moreno, casi afeminadamente hermoso, bastante por debajo de la estatura media... el listón de tallar indicaba cinco pies cuatro pulgadas. Fino y delgado. Pelo negro largo y ondulado, cayéndole en torno a las orejas. Un rostro pálido, bien afeitado y realmente hermoso, casi sin barba. Lo miré de cerca. Una cara que hubiera sido hermosa sin el toque de masculinidad de sus pesadas cejas negras y su barbilla firmemente dibujada. Su voz, cuando habló, era grave y suave, pero al final, al terminar con las palabras: «¡Soy inocente!», hizo ostentación de fuerte masculinidad. Sus ojos estaban sombreados de largas pestañas de mujer, por casualidad se encontraron con los míos. «Soy inocente.» Sus curvados labios sensuales se distendieron en torva expresión de burla ...
Halsey oprimió un botón. Se volvió a Snap y a mí mientras su ayudante corría el telón, ocultando la negra pantalla.
—Bien, ése es. No tenemos nada tangible contra él, pero diré esto: Es un individuo inteligente, uno de los que se debe de temer. No lo pregonaré desde los altavoces de un estadium, pero si está tramando algún complot, ha sido demasiado inteligente para mis agentes.
Hablamos durante otra media hora, y luego el capitán Carter nos despidió. Dejamos la oficina de Halsey con las palabras finales de Carter resonándonos en los oídos: «Pase lo que pase, muchachos, recordad que confío en vosotros...»
Snap y yo decidimos ir paseando parte del camino de vuelta a la nave. Era escasamente más de media milla a través de este pasadizo subterráneo hasta donde podríamos coger el ascensor vertical directo a las pistas de aterrizaje.
Echamos a andar por el nivel más bajo. Una vez fuera del aislamiento de la oficina de Halsey no osábamos hablar de este asunto. No sólo oídos eléctricos, sino cualquier otro posible instrumento de espionaje podía estar enfocado sobre nosotros. El pasillo iba a doscientos pies o más por debajo del nivel del suelo. A esta hora de la noche la sección comercial estaba comparativamente desierta. Los almacenes y las arcadas de las oficinas todas estaban cerradas.
El ruido de nuestras pisadas retumbaba sobre el piso de metal mientras nos apresurábamos por él. Me sentía deprimido y oprimido. Como si tuviera sobre mí unos ojos espiándome. Durante algún tiempo caminamos en silencio, cada uno ocupado con el recuerdo de lo que había ocurrido en la oficina de Halsey.
—¿Qué es eso? —preguntó de pronto Snap agarrándome.
—¿Dónde? —musité.
Nos detuvimos en una esquina. Aquí había un portal. Snap me empujó dentro. Pude notar cómo temblaba de excitación.
—¿Qué es? —pregunté con un susurro.
—Nos están siguiendo. ¿Oyes algo?
—¡No!
Sin embargo pensé que ahora podía oír algo. Ruido de vagas pisadas. Un roce. Un microscópico ruido como si algún aparato estuviera dentro de nuestro alcance.
Snap estaba revolviendo en su bolsillo.
—Espera! Tengo un par de detectores de baja frecuencia.
Puso las pequeñas pantallas contra sus oídos. Pude oír una aguda inhalación de aire. Luego me cogió, tirándome sobre el suelo de metal del portal.
—¡Atrás, Gregg! ¡Atrás!
Apenas podía oír sus murmullos. Nos agazapamos tan adentro del portal como pudimos. Yo estaba armado. Mi permiso oficial para llevar el lapicero de rayos térmicos me permitía llevarlo siempre conmigo. Lo saqué ahora, pero no había nada a que disparar. Sentí cómo Snap me pegaba los auriculares a mis oídos. ¡Y ahora oí algo! Una intensificación de las tenues pisadas que había creído oír antes.
¡Había algo que nos seguía! El corredor estaba en penumbra, pero claramente visible, y tan lejos como pude ver estaba vacío. Pero había alguna cosa aquí. ¡Algo invisible! Ahora podía oír cómo se movía. Arrastrándose hacia nosotros. Quité los auriculares de mis oídos.
—¿Tienes un teléfono local? —murmuró Snap.
—Sí. Estableceré el contacto para que nos den la luz de la calle.
Oprimí la señal de peligro, dando nuestra situación al operador. En un segundo tuvimos luz. La calle y todos sus alrededores estalló en un brillante resplandor actínico. ¡La cosa amenazadora se nos reveló! Una figura con una negra capa agazapada a unos treinta pies de distancia en el corredor.
Snap no estaba armado, pero sacó las manos amenazadoramente. La figura, que pudiera no estar al corriente de las medidas de seguridad de nuestra ciudad, fue cogida totalmente por sorpresa. Una figura humana, de siete pies de alto por lo menos y, por lo tanto, juzgué que sería un marciano.
La capa negra le cubría la cabeza. Dio un paso hacia nosotros, dudó, y se volvió confuso.
La aguda voz de Snap estaba pidiendo ayuda. El sonido del silbato de un policía sonó próximo a nosotros. ¡La figura se estaba alejando! Mi lapicero de rayos lo tenía en la mano y oprimí su llave. El diminuto rayo térmico rasgó el aire, pero fallé. La figura tropezó, pero no cayó. Vi un brazo desnudo gris salir de la capa, extenderse para guardar el equilibrio. O tal vez mi lapicero de rayos rozara su brazo. El brazo de piel gris de un marciano.
Snap estaba gritando.
—¡Dale otro! —pero la figura pasó detrás del resplandor actínico y desapareció.
Nos detuvieron en el torbellino del corredor durante diez minutos o más con las explicaciones oficiales. Luego un mensaje de Halsey nos dejó en libertad. El marciano que nos había estado siguiendo dentro de su capa invisible no fue cogido.
Por último escapamos de la multitud y anduvimos nuestro camino de vuelta hacia el Planetara, donde los pasajeros se estaban ya reuniendo para la salida del viaje hacia Marte.