Capítulo XII
ME cogió totalmente por sorpresa. Hubo un instante en que permanecí entumecido, buscando un arma desmañadamente en mi cinturón, sin decidirme entre correr o hacer frente. Miko estaba a no más de veinte pies de mí. Contuvo su anterior ímpetu. La luz de un tubo de encima de su cabeza le daba de lleno; vi en su mano el cilindro proyector de su rayo paralizador.
Saqué mi cilindro térmico del cinturón, y disparé sin apuntar. Mi diminuto destello de calor brilló. Debió de haber rozado la mano de Miko. Su rugido de rabia y dolor resonó por encima del tumulto. Dejó caer su arma; luego se agachó para recogerla. Pero Moa se le anticipó. Había saltado y la cogió.
—¡Cuidado! ¡Estúpido! Me prometiste que no le harías daño.
Era una confusión de acción rápida. Rankin había vuelto y se alejaba velozmente. Vi a George Prince dar un traspié medio delante de Miko y Moa que luchaban. Y oí ruido de pisadas a mi lado. Una mano me cogió, sacudiéndome.
Por encima del alboroto, resonaba la voz de Prince:
—¡Gregg Haljan!
Recuerdo que tuve la impresión de que Prince estaba atemorizado. Había medio caído delante de Miko. Y se oía la voz de éste:
—¡Soltadme!
Era Balch quien me cogía.
—¡Gregg! Por aquí... ¡Corre! ¡Sal de aquí! ¡Te matará con ese rayo!
El rayo de Miko relampagueó, pero George Prince le había golpeado el brazo. No me atreví a disparar de nuevo. Prince estaba en medio. Balch, que estaba desarmado, me empujó violentamente hacia atrás.
—¡Gregg! ¡La sala de derrota!
Di media vuelta y eché a correr, con Balch en pos mío. Prince había caído o había sido derribado por Miko. Me siguió un destello desde el arma de Miko, pero falló de nuevo. No me persiguió. En vez de eso echó a correr en dirección opuesta, a través de la puerta lateral de la biblioteca.
Balch y yo nos encontrábamos en la biblioteca. Por todas partes había pasajeros atemorizados gritando. El lugar se encontraba en una confusión loca, mientras resonaban por toda la nave los gritos.
—¡Para la sala de derrota, Gregg!
—¡Volved a vuestras habitaciones! —grité a los pasajeros.
Seguí a Balch. Pasamos corriendo la arcada que conducía a cubierta. A la luz de las estrellas vi figuras que se escabullían hacia popa, pero ninguna estaba próxima a nosotros. La cubierta, por delante, estaba en penumbra con oscuras sombras. Las ventanas y puerta de la sala de derrota parecían azul-amarillento por los tubos de luz de dentro. Nadie parecía estar en cubierta en aquella parte. Y entonces, cuando nos aproximábamos, vi más adelante, hacia la proa, la puerta de la escotilla del calabozo abierta. Johnson había sido liberado.
Desde una de las ventanas de la sala de derrota silbó un rayo térmico. No nos acertó por poco. Balch gritó:
—¡Carter... no dispare!
—Oh, es usted, Balch... y Haljan... —exclamó el capitán.
Salió a cubierta mientras nosotros nos precipitábamos dentro. Su brazo izquierdo oscilaba, fláccido.
—Dios... esto... —no siguió adelante. Desde el castillo de encima un diminuto reflector se iluminó descubriéndonos. Teóricamente, Blackstone debiera de estar de servicio allí con un patrón de ruta en los controles. Sin embargo, al mirar hacia arriba, vi, iluminados por las luces de la tórrela, la figura de Ob Hahn con sus vestiduras púrpuras y blancas, y a Johnson, el sobrecargo.
Y sobre el balconcillo de la torreta, dos hombres caídos... Blackstone y el patrón de ruta.
Johnson estaba dirigiendo el reflector sobre nosotros. Y Hahn disparaba un rayo marciano. Le dio a Balch, que estaba a mi lado. Cayó.
—¡Adentro..., Gregg! ¡Entre!
Me detuve para levantar a Balch. Brotó otro destello. Un rayo térmico esta vez. Dio al caído Balch de lleno en el pecho, atravesándolo. El olor que su carne quemada despedía hizo que me mareara. Estaba muerto. Dejé caer su cuerpo. Carter me empujó dentro de la sala de derrota.
Dentro de la pequeña habitación blindada de acero, Carter y yo corrimos la puerta, cerrándola. Estábamos solos allí. El hecho había ocurrido en una forma tan rápida que había cogido al capitán Carter, como a todos nosotros, totalmente desprevenidos. Nos habíamos adelantado con el espionaje por medio de elementos de escucha, pero no a este acto de bandolerismo. No había pasado más que un minuto o dos desde que la sirena de Miko en su camarote había dado la señal de ataque. Carter había estado en la sala de derrota. Blackstone estaba en la torreta. Al principio de la confusión, Carter se había precipitado fuera para ver cómo Hahn liberaba a Johnson del calabozo. Desde la ventana delantera de la sala de derrota ahora podía ver donde Hahn con un soplete había roto los precintos del calabozo. El soplete estaba tirado sobre cubierta. Había habido un intercambio de disparos; el brazo de Carter estaba paralizado; Johnson y Hahn habían escapado.
Carter estaba tan confuso como yo. Simultáneamente había habido un encuentro en la torreta. Blackstone y el patrón de ruta habían sido muertos. Al vigía le habían disparado en su puesto de observación delantero. El cuerpo se balanceaba ahora retorcido, medio dentro y medio fuera de la ventana.
Podíamos ver a varios de los hombres de Miko —en otro tiempo miembros de nuestra tripulación y del cuerpo de camareros— deslizándose desde el castillo a lo largo del puente superior hacia la sala de radio oscura y silenciosa. Snap estaba allí arriba. Pero, ¿estaba? La sala de radio brilló repentinamente con una luz tenue, pero no había ninguna evidencia de lucha allí. La pelea parecía principalmente desarrollarse debajo de cubierta, abajo en los corredores del casco.
Una mezcla de sonidos de horror llegó hasta nosotros. Alaridos, gritos y el siseo y restallido de las armas de rayos. Nuestra tripulación (al menos aquellos que eran leales) estaban ofreciendo resistencia abajo. Pero fue breve. Al cabo de un minuto se había apagado. Los pasajeros, en el centro de la nave, en al superestructura, continuaban gritando. Entonces, por encima de ellos, resonó el rugido de Miko.
—¡Silencio! Vayan a sus habitaciones y no se les hará daño.
Los bandoleros en estos pocos minutos se habían apoderado del control de la nave. Todo menos esta pequeña sala de derrota, donde, con la mayoría de las armas de la nave, nos habíamos atrincherado Carter y yo.
—¡Dios, Gregg, que nos haya ocurrido esto a nosotros!
Carter estaba rebuscando entre las armas de la sala de derrota.
—Aquí, Gregg. Ayúdeme. ¿Qué tiene usted? ¿Un rayo térmico? Eso es todo lo que tengo dispuesto.
Me sorprendió mientras le ayudaba a hacer las conexiones que Carter en esta crisis era, en el mejor de los casos, un jefe eficiente. Su roja cara se había vuelto salpicada de púrpura; y sus manos estaban temblando. Un competente capitán de una pacífica nave de línea, ahora se encontraba perdido. Pero no podía reprochárselo. Es fácil de decir que debiéramos haber tomado precauciones, hecho esto o aquéllo, y salir triunfantes del ataque. Pero solamente los tontos miran atrás y dicen: «Yo lo habría hecho mejor.»
Traté de controlar mis nervios. La nave estaba perdida para nosotros a menos que Carter y yo pudiéramos hacer algo. ¡Nuestras inútiles armas! Todas estaban aquí... cuatro o cinco proyectores de mano de rayos térmicos que podían lanzar un rayito a cien pies aproximadamente. Disparé uno diagonalmente hacia la torreta donde Johnson estaba mirando burlonamente a nuestra ventana de atrás, pero vio mi gesto y se dejó caer fuera de vista. El destello térmico pasó inofensivamente y dio en la habitación de la torreta. Luego a través de la ventana de la torreta apareció un destello brillante... una electrobarrera. Y detrás de ella, apareció el suave rostro maligno de Hahn. Gritó hacia abajo:
—Tenemos orden de respetarle la vida, Gregg Haljan... o sino le hubiéramos matado hace tiempo.
Mi respuesta golpeó en su barrera con una lluvia de chispas, detrás de la cual permaneció sin moverse.
—Gregg, prueba con ésta —dijo Carter, entregándome otra arma.
Apunté el viejo proyector de explosivos; Carter se agazapó a mi lado. Pero antes de que pudiera oprimir el gatillo, desde algún lugar de la cubierta iluminada por las estrellas un electrodestello me golpeó. Explotó el pequeño rifle, rota la recámara. Caí hacia atrás sobre el suelo, sintiendo el hormigueo de la sacudida de la corriente hostil. Tenía las manos ennegrecidas por la explosión de la pólvora.
—Inutilizado. ¿Está herido? —dijo Carter, cogiéndome.
—No.
Las estrellas a través de las ventanas del domo parecían dar vueltas. Un amplio giro..., las sombras y los diseños de la cubierta iluminada por las estrellas estaban todas cambiadas. El Planetara girando. Los cielos rotaban en un gran giro circular de movimiento; luego quedaron fijos cuando cogimos nuestra nueva trayectoria.
Hahn, en la torreta de control, nos había hecho dar la vuelta. La Tierra y el Sol brillaban sobre nuestro cuadrante de proa. La luz del Sol se mezclaba rojo-amarillento con la brillante luz de las estrellas. Se oían las señales de Hahn, y también cómo eran contestadas desde las salas de máquinas abajo. Los bandoleros tenían el control total. Las placas de gravedad estaban fijadas en la nueva posición: estábamos en nuestra trayectoria. Dirigiéndonos un punto o dos desviados de la Tierra. ¿No nos dirigíamos a la Luna? Me sorprendió.
Carter y yo no estábamos proyectando nada. ¿Qué había que planear? Estábamos bajo observación. Un rayo paralizador marciano... o en un destello electrónico, con mucho más mortífero que nuestras diminutas armas... nos hubieran golpeado en el instante en que tratáramos de abandonar la sala de derrota.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un grito desde abajo de la cubierta. En una esquina de la superestructura de la cabina apareció la figura de Miko. Una proyección de radiaciones le colgaba en torno a él como un manto resplandeciente. Se oyó su voz:
—Gregg Haljan, ¿se rinde?
Carter se puso en pie de un salto desde donde él y yo habíamos estado agachados. Contra toda razón de seguridad se inclinó fuera de la ventana, agitando su gigantesco puño.
—¿Rendirse? ¡No! Aquí soy yo el que manda, ¡pirata! ¡Bandido...! ¡Asesino!
Lo arrastré hacia atrás precipitadamente.
—Por amor de Dios...
Estaba balbuceando, y por encima de ello se oyó la sardónica risa de Miko.
—¿Vamos a discutir eso?
—¿Qué quiere usted decir, Miko? —pregunté yo levantándome.
Detrás de él apareció la alta figura delgada de su hermana. Le estaba sujetando. Él se volvió violentamente.
—¡No le haré daño a él! Gregg Haljan... ¿es esto una tregua? ¿No disparará? —estaba cubriendo a Moa.
—No —grité—. Por el momento, no. Una tregua.
—¿Qué es lo que desea decir?
Podía oír el murmullo de los pasajeros que estaban apelotonados en la cabina guardados por los bandidos. George Prince, con la cabeza descubierta, pero guarecido en su capa, apareció en un claro de luz detrás de Moa. Miró en mi dirección y luego se retiró.
—Usted debe rendirse —dijo a voces Miko—. Le necesitamos, Haljan.
—Sin duda —me burlé.
—Vivo. El matarle es fácil.
No podía dudar de aquello. Carter y yo éramos poco más que ratas en una trampa... Pero Miko deseaba cogerme vivo, eso no era tan simple. Añadió persuasivamente:
—Necesitamos que pilote para nosotros. ¿Querrá?
—No.
—¿Quiere ayudarnos, capitán Carter? Dígale a su cachorro, ese Haljan, que se rinda.
—Largo de ahí —rugió Carter—. ¡No hay ninguna tregua!
Aparté a un lado el proyector que tenía apuntado.
—Espere un minuto, Miko. ¿Pilotarles adonde?
—Esa es cuestión nuestra. Cuando salga aquí, le daré la ruta.
Me di cuenta que toda esta plática era un truco de Miko para cogerme vivo. Había hecho una seña. Hahn, que le observaba desde la ventanilla de la torreta, sin duda alguna pasó una señal a los pasillos del casco. El control del magnetizador bajo la sala de derrota fue alterado, nuestra gravedad artificial desconectada. Sentí una repentina ligereza. Me así a la contraventana y permanecí pegado. Carter fue sorprendido en un movimiento incauto. Fue lanzado dentro de la habitación, batiendo los brazos y piernas.
Y al otro lado de la sala de derrota, en la ventana opuesta, sentí más que vi la silueta de algo. ¡Una figura casi invisible, pero no del todo, estaba tratando de entrar trepando! Lancé el rifle vacío que estaba sosteniendo. Golpeó en algo sólido en la ventana. En medio de un resplandor de chispas una figura encapuchada de negro se materializó. ¡Un hombre había entrado trepando! Resonó su arma. Hubo un diminuto destello electrónico, mortalmente silencioso. El intruso había disparado a Carter, acertándole. Carter soltó un grito raro. Había descendido hasta el suelo, pero con el movimiento convulsivo cuando fue alcanzado le lanzó al techo. Su cuerpo golpeó, se retorció, rebotó atrás y quedó inerte sobre la rejilla del suelo casi a mis pies.
Me cogí al alféizar. Al otro lado de la habitación, sin gravedad, el intruso también se estaba sujetando. Su capucha, caída hacia atrás. Era Johnson.
—Le maté, ¡el fanfarrón! Ahora para ti, señor tercer oficial Haljan.
Pero no se atrevió a dispararme. Miko se lo había prohibido. Lo vi buscando debajo de su capa, sin duda un rayo paralizador de pequeña potencia. Pero nunca llegó a sacarlo. No tenía ningún arma al alcance. Me incliné hacia dentro de la habitación aún sosteniéndome al alféizar, y doble mis piernas debajo de mí. Y di una patada a la ventana.
La fuerza me lanzó catapultado a través del espacio de la habitación como un planeador. Golpeé en el sobrecargo. Nuestros cuerpos entrelazados luchando rebotaron dentro de la habitación. Dimos contra el suelo, giramos como globos contra el techo, le golpeamos con un brazo o una pierna y volvimos flotando.
¡Combate grotesco y anormal! Como luchar en el agua sin notar el peso. Johnson empuñó el arma, pero le retorcí su muñeca, y mantuve el brazo estirado de forma que no pudiera apuntarla. Percibía la voz de Miko gritando desde la cubierta de fuera.
La mano izquierda de Johnson se estaba ensañando en mi cara, con los dedos tratando de hundirles en mis ojos. Nos abalanzamos hacia abajo.
Le retorcí la muñeca. Dejó caer el arma, que cayó lejos. Traté de alcanzarla, pero no pude... Entonces le agarré por el cuello. Yo era más fuerte que él y más ágil. Traté de ahogarle, tenía su grueso cuello entre mis dedos. Daba patadas, se revolvía y me laceraba brutalmente. Trató de gritar, pero terminó en un estertor. Y entonces, cuando notó que le faltaba la respiración, subió las manos en un esfuerzo de apartar las mías. Nos revolcamos contra el suelo. Momentáneamente estuvimos derechos. Sentí cómo un pie tocaba en el suelo. Doble las rodillas. Nos hundimos más y entonces di un fuerte impulso por una patada hacia arriba Nuestros cuerpos entrelazados salieron disparados hacia el techo. La cabeza de Johnson estaba encima de la mía. Golpeó el techo de acero de la sala de derrota. Fue un golpe violento. Noté como repentinamente quedaba fláccido. Le aparté y, doblando mi cuerpo, golpeé con un pie contra el techo. Esto me envió diagonalmente hacia abajo hacia la ventana, donde me así.
Y vi a Miko de pie sobre cubierta con un arma que me apuntaba.