19
Después de que Mike matara a aquel hombre Eric y Mazi empezaron a tratar a Ben de otra forma. De regreso a casa pararon en un McDonald's a comprar hamburguesas para llevar (Big Macs con doble de queso y aros de cebolla y patatas fritas para todos). Al llegar a la casa, no lo encerraron en la habitación ni lo ataron, sino que dejaron que se sentara con ellos en el salón vacío mientras comían y jugaban a las cartas. También le dieron una Orangina. Se habían tranquilizado mucho. Mazi incluso llegó a reír. Era como si matar a aquel hombre les hubiese servido de liberación.
Una vez terminadas las hamburguesas, Eric puso mala cara.
—Joder, tío, no tendría que haber comido esos aros de cebolla.
—¿Sí?
Eric soltó una ventosidad.
—Tienes el cuerpo podrido —masculló Mazi.
Se sentaron en el suelo frente a frente. Ben miraba de reojo la pistola que se adivinaba bajo la camisa de Eric y comenzó a imaginar la forma de hacerse con ella. Dedicó la mayor parte de la tarde a pensar en un modo de conseguirla, para dispararles y después salir corriendo hasta la casa de delante. Cuando Mike volviera también se lo cargaría.
Apartó los ojos de la pistola y se dio cuenta de que Mazi le observaba otra vez. Lo hacía de una forma que le ponía los pelos de punta.
—Está pensando en la pistola —dijo.
—¿Y qué? Antes lo ha hecho muy bien. Es un asesino nato.
—Sé disparar —dijo Ben.
Eric enarcó las cejas y lo miró por encima de las cartas.
—Sí, claro, eres cajún. Cazáis antes de saber andar. ¿Qué sabes disparar?
—Tengo una escopeta del calibre 20 y otra del 22. He ido a cazar patos con mis tíos y mi abuelo. También he disparado la pistola de mi madre.
—No está mal.
—¿Qué significa «cajún»? —preguntó Mazi.
—Son los franceses de Luisiana.
A Eric le gustaba la conversación sobre armas. Se levantó la camisa y sacó la que llevaba. Era negra y grande, tenía la empuñadura a cuadros y algo grabado en el lateral que se había medio borrado.
—¿Quieres cogerla?
—Basta ya —intervino Mazi—. Guarda esa pistola.
—Vete a la mierda. ¿Qué va a pasar?
Eric le mostró a Ben la pistola por un lado y por otro.
—Esto es una Colt del cuarenta y cinco modelo 1911. Era la pistola de combate de reglamento hasta que el ejército se sacó de la manga esa mariconada de nueve milímetros. Una de ésas lleva más balas, pero es una mierda; si le das al blanco con esto no te hacen falta más balas. —Agitó el arma en dirección a Mazi y prosiguió—: Por ejemplo, aquí tenemos a un negrazo como Mazi. Tiene la fuerza de un búfalo y la misma mala leche pero multiplicada por diez. Puedes pasarte el día pegándole tiros con una nueve milímetros y el tío seguirá dale que te pego, pero si le metes una bala de éstas en el cuerpo, se caerá redondo. Esta pistola puede pararle los pies a cualquiera. —Volvió a dirigirla hacia Ben y repitió—: ¿Quieres cogerla?
—Sí.
Eric apretó algo y el cargador salió expulsado. Tiró del carro de deslizamiento. La pistola escupió una bala y Eric la pilló en el aire. Le entregó el arma a Ben.
—Si lo ve Mike se pondrá furioso —dijo Mazi.
—Mike se ha ido por ahí a divertirse mientras tú y yo nos quedamos aquí. Que se joda.
Ben cogió el arma. Pesaba mucho y era demasiado grande para sus manos. Eric dejó el cargador en el suelo, le enseñó a manejar el seguro y el carro, y después le entregó otra vez la pistola para que lo hiciera él solo. El carro iba bastante duro.
Ben agarró el arma con fuerza. Tiró del carro y lo dejó fijo en su sitio. Sólo le faltaba meter el cargador y soltar el carro y ya tendría la pistola lista para disparar. El cargador lo tenía justo al lado de la rodilla.
Eric le arrebató el arma.
—Ya está bien.
Metió el cargador con gesto firme, soltó el carro y devolvió la bala suelta a su sitio. Colocó el seguro y dejó la pistola en el suelo ante sí.
—A la mierda con toda esa historia de no ir preparados. Hay que tener una bala en la recámara y estar listo para soltarla. Si te hace falta, no puedes perder tiempo en gilipolleces.
Se pasaron toda la tarde jugando a las cartas como si fuera la actividad habitual de cada día. Ben se sentó cerca de Eric. Pensaba en la pistola, cargada y lista para disparar, con una bala en la recámara.
Sólo tenía que soltar el seguro. Mentalmente ensayó la escena varias veces. Si se presentaba la oportunidad, no tendría tiempo que perder en gilipolleces.
Eric fue al lavabo, pero se llevó la pistola. Cuando regresó se la había puesto otra vez al cinto, pero esta vez en el otro lado, más alejado. Ben dijo que también tenía que ir al baño y Mazi lo acompañó. Cuando volvieron, se sentó otra vez junto a Eric, pero en el lado en que tenía la pistola.
Mike no regresó hasta que casi había anochecido.
Cuando entró, anunció:
—Vale, todo listo.
—¿Has encontrado el sitio?
—Claro, tío. Todo está preparado para el gran momento. No se lo esperan.
—Eso me da igual —contestó Eric—. Yo lo que quiero saber es si vamos a conseguir la pasta.
—Cuando vean lo que hay en la furgoneta, yo diría que sí.
Eric se echó a reír.
—Qué pasada.
—Voy a darme una ducha. Recogedlo todo. No volveremos por aquí.
Ben se quedó cerca de Eric. Si se repetía la táctica de antes, Mike se iría solo y Ben saldría con Eric y Mazi. Decidió que iba a sentarse todo lo cerca de la pistola de Eric que pudiera. Podía hacer un esfuerzo y vomitar para que Eric se volviese, o tirar algo para que tuviera que agacharse a recogerlo. «Eh, chaval, que se te ha desatado el cordón.» Alguna oportunidad se presentaría, y Ben no perdería tiempo en gilipolleces. Iba a pegarse como una lapa a Eric.
La madre de Ben le había hablado de una cosa que se llamaba visualización, algo que hacían todos los buenos tenistas para jugar mejor. Consistía en imaginarse un servicio perfecto o un passing shot brutal y en verse como el ganador. Era un ensayo mental que ayudaba a hacer las cosas bien en la realidad.
Ben se imaginó todas las formas posibles de arrebatarle el arma a Eric: éste entraba en el coche delante de él, se agachaba para recoger una moneda, intentaba matar una mosca. Le bastaba que le diera la espalda por un instante para poner en marcha su plan: levantarle la camisa con la mano izquierda y agarrar la pistola con la derecha, dar un buen salto hacia atrás mientras el otro se volvía y soltar el seguro. No pensaba gritar «Alto o disparo» ni ninguna estupidez por el estilo, sino apretar el gatillo directamente. Seguiría disparando hasta que estuvieran muertos. Se imaginó que lo hacía. Pum, pum, pum, pum, pum. Aquella pistola podía pararle los pies a cualquiera.
De repente, llegó la hora de irse. Apareció Mike, procedente de la parte trasera de la casa, con una escopeta de cañón recortado y unos prismáticos.
—Señoras, ha llegado el momento —anunció—. Empieza el espectáculo.
Eric se puso de pie de un salto, como si no pudiera esperar un momento más, y tiró de Ben.
—Vamos allá.
Se colgaron al hombro las bolsas de deporte y recorrieron la casa. Ben tenía tanto miedo que notaba un pitido en los oídos, pero se quedó pegado a Eric. Un coche pequeño, azul y abollado que no había visto antes esperaba en el garaje junto al sedán. Eric tiró de él hacia el nuevo vehículo.
—Venga, tropa, a paso ligero —dijo.
A su espalda, Mike ordenó:
—Espera.
Se detuvieron.
—El crío se viene conmigo.
Cogió a Ben del brazo y se lo llevó hacia el sedán. Eric se subió al coche de Mazi. Ben intentó zafarse.
—No quiero ir contigo. Quiero ir con Eric.
—Me tiene sin cuidado. Sube al coche.
Le metió en el asiento derecho de un empujón y se colocó al volante con la escopeta. La puerta del garaje se abrió y Mazi y Eric se alejaron. Ben vio que la pistola se alejaba con ellos, lista para disparar, con una bala en la recámara. Era como ver que la corriente se llevaba un salvavidas mientras uno se ahogaba.
Mike arrancó el motor.
—Tú quédate quieto y pórtate bien como antes y todo saldrá bien.
Colocó la escopeta en el suelo de modo que quedó apoyada entre sus piernas. Ben la miró. En casa tenía una escopeta Ithaca del calibre 20 y una vez había matado con ella un ánade real.
Se quedó mirándola fijamente y luego levantó la vista hacia su dueño.
—Sé disparar.
—Yo también —fue la respuesta de Mike.
El coche salió del garaje dando marcha atrás.