Primera Parte

EL PRIMER DETECTIVE

En el sueño, la lápida me inmoviliza impidiéndome huir. Es un pequeño rectángulo negro enclavado en la tierra, que el sol del atardecer tiñe de rojo. Bajo la mirada hacia la lápida, muerto de ganas de saber qué se esconde en la tierra, pero en el mármol no hay nada escrito. No hay ningún nombre que señale ese lugar de reposo. Sólo dispongo de una pista: la tumba es pequeña. A mis pies yace un niño.

Últimamente el sueño se repite, casi todas las noches, en ocasiones más de una vez. Entonces duermo poco; prefiero levantarme y quedarme sentado en la oscuridad de mi casa vacía. Aun así, sigo atrapado, prisionero del sueño.

Lo que sucede es lo siguiente: el cielo se oscurece mientras la bruma se apodera del cementerio. Las ramas retorcidas de un roble centenario, cargadas de musgo, se balancean al ritmo de la brisa nocturna. No sé dónde está ese lugar ni cómo he llegado hasta allí.

Me encuentro solo y tengo miedo. Las sombras titilan al final de la zona iluminada; unas voces susurran, pero no las entiendo. Una sombra tal vez sea mi madre; la otra, el padre al que jamás conocí. Quiero preguntarles quién yace en esa tumba, pero cuando me dirijo a ellos en busca de ayuda sólo encuentro oscuridad. No queda nadie a quien preguntar, nadie en situación de ayudarme. Estoy solo.

La lápida sin nombre me aguarda.

¿Quién yace aquí?

¿Quién ha dejado sola a esta criatura?

Siento un deseo desesperado de huir de ese lugar. Quiero escapar, abrirme, salir por piernas, largarme, abandonar, pirármelas, evaporarme, zafarme, escabullirme, marcharme, salir pitando, volar, CORRER, pero, de esa forma extraña en que suceden las casas en los sueños, aparece una pala en mis manos. No puedo mover los pies, no me obedece el cuerpo. Una voz que oigo en la cabeza me ordena que tire la pala, pero una fuerza a la que soy incapaz de resistirme dirige mi mano: si cavo, encontraré; si encuentro, comprenderé. La voz me ruega que me detenga, pero estoy poseído. Me advierte que los secretos que allí se esconden no van a gustarme, pero cavo con total determinación.

Se abre la tierra negra.

El ataúd queda al descubierto.

La voz me chilla que me detenga, que no mire, que me salve, así que aprieto los ojos. La he reconocido. Es la mía.

Tengo miedo de lo que haya mis pies, pero no me queda alternativa. He de ver la verdad.

Mis ojos se abren.

Y miro.