3
La policía se presentó a las ocho y veinte. Ya era noche cerrada y soplaba un aire frío y cortante cargado de un olor a polvo. Lucy se puso en pie de un respingo cuando sonó el timbre de la puerta.
—Ya voy yo. Es Lou —anuncié.
De los adultos desaparecidos se encarga la Unidad de Desapariciones del Centro Parker, pero los inspectores de la Sección de Menores eran quienes se ocupaban de las desapariciones y los secuestros de menores. Si hubiera llamado a la policía como un ciudadano más, habría tenido que identificarme y explicar lo de Ben al agente que hubiera contestado al teléfono, y después de nuevo a la persona del departamento de inspectores que hubiera cogido la llamada, y luego una tercera vez cuando el inspector de guardia me hubiera puesto con Menores. Llamar a mi amigo Lou Poitras había supuesto un ahorro de tiempo. Poitras era teniente de Homicidios en la comisaría de Hollywood. Organizó un equipo con inspectores de Menores en cuanto colgamos el auricular y se presentó en casa con él.
Poitras era un hombre corpulento, con un cuerpo que semejaba un bidón de aceite y una cara que parecía un jamón hervido. Su abrigo de cuero negro le quedaba muy apretado por el pecho y los brazos, hinchados tras toda una vida dedicada a levantar pesas. Con gesto adusto, le dio un beso a Lucy en la mejilla.
—Hola, chicos. ¿Qué tal?
—Pues no muy bien.
Los inspectores de Menores bajaron de un coche que estaba a su espalda. El jefe era un hombre ya mayor con la piel flácida y cubierta de pecas. Conducía el vehículo una mujer más joven con la cara larga y unos ojos que denotaban inteligencia. Entraron en la casa y Poitras hizo las presentaciones.
—Éste es Dave Gittamon. No conozco a ningún otro inspector que lleve tanto tiempo de sargento en Menores. Y ésta es la inspectora... Eh, lo siento, no recuerdo cómo se llama.
—Carol Starkey.
El nombre de Starkey me sonaba, pero no lo relacioné con nada concreto. Olía a tabaco.
—¿Habéis recibido alguna otra llamada desde nuestra conversación? —quiso saber Poitras.
—No. Nos ha llamado una vez. Nada más. He intentado devolver la llamada con la función asterisco sesenta y nueve, pero deben de haber llamado desde un móvil ocultando el número. Me la salido una grabación de la compañía telefónica.
—Me pongo a ello. Vamos a averiguar el número a través de la compañía.
Poitras entró en la cocina con su móvil en la mano y nos llevamos a Gittamon y a Starkey al salón. Les relaté la llamada que habíamos recibido y les conté cómo había buscado a Ben. Les enseñé el Game Freak y les dije que suponía que Ben debía de haberlo soltado cuando lo habían atrapado. Si el secuestro se había producido en la pendiente de detrás de mi casa, el lugar en el que yo había encontrado el juego era el escenario exacto de la desaparición. Gittamon contemplaba el cañón por las puertas de cristal mientras me escuchaba. Las luces de las colinas y de todo el valle parpadeaban, pero estaba muy oscuro y no se veía nada.
—Si por la mañana sigue sin aparecer —intervino Starkey—, echaré un vistazo por la zona donde ha encontrado eso.
Yo estaba muy nervioso y tenía miedo. No quería esperar.
—¿Por qué no vamos ahora mismo? Podemos llevar linternas.
—Si se tratara, por ejemplo, de un aparcamiento —repuso ella—, diría que sí, que adelante con las linternas, pero siendo noche cerrada no hay forma de iluminar este tipo de zona lo bastante bien, porque hay muchos matorrales y el terreno es desigual. Tenemos las mismas posibilidades de destruir pruebas que de encontrarlas. Es mejor que mire por la mañana.
Gittamon asintió para demostrar que estaba de acuerdo.
—Carol posee mucha experiencia con esas cosas, señor Cole —dijo—. Además, no debemos perder la esperanza de que Ben esté de vuelta antes de las diez.
Lucy fue hasta donde estábamos nosotros, junto a las cristaleras.
—Quizá deberíamos llamar al FBI. ¿No se encargan ellos de los secuestros?
Gittamon contestó con el tono pausado de un hombre que llevaba años tratando con padres y niños asustados.
—Si hace falta sí que llamaremos al FBI, pero primero tenemos que saber exactamente qué ha sucedido.
—Ya sabemos qué ha sucedido. Alguien ha raptado a mi hijo.
Gittamon, que había seguido mirando la noche, se volvió y se acercó al sofá. Starkey se sentó junto a él y sacó una libretita de espiral.
—Ya sé que tiene miedo, señora Chenier. Yo también lo tendría, pero para nosotros es importante comprender a Ben y lo que ha desencadenado todo esto.
—Nada ha desencadenado todo esto, sargento —repliqué—. Un capullo lo ha secuestrado y ya está.
Lucy tenía mucha experiencia en los juzgados y se le daba bien pensar en cosas difíciles en momentos de tensión. Aquello era infinitamente peor, pero supo mantenerse centrada, seguramente mucho mejor que yo.
—Lo comprendo, sargento —aseguró—, pero se trata de mi hijo.
—Lo sé muy bien, así que cuanto antes terminemos, antes lo recuperará.
Gittamon le hizo una serie de preguntas generales que no guardaban ninguna relación con un secuestro en la ladera de una colina.
Mientras conversaban, anoté todo lo que me había dicho el tipo del teléfono, y después subí a buscar una foto de Ben y otra de las que había encontrado éste en mi armario, las de mi época militar. Hacía años que no veía ni aquella imagen ni ninguna otra. No me apetecía.
Poitras estaba sentado en la butaca del rincón cuando bajé.
—Los de PacBell se han puesto con lo del rastreo de la llamada —anunció—. En un par de horas tendremos el número de origen.
Le di las fotografías a Gittamon.
—Éste es Ben. El de la otra foto soy yo. He anotado lo que me ha dicho el que ha llamado, y estoy bastante seguro de no haberme dejado nada.
Gittamon echó un vistazo a las imágenes y se las pasó a Starkey.
—¿Por qué nos da también la suya?
—El que ha llamado ha dicho: «La 5-2.» ¿Ve que hay un tío a mi lado con un cartel con ese número? La 5-2 era nuestra patrulla. No se me ocurre nada más a lo que pudiera haber querido referirse.
Starkey levantó la vista.
—Perdone, Cole, pero mirándole no parece que tuviera edad para haber estado en Vietnam.
—No la tenía.
—Vale, ¿qué más le ha dicho? —preguntó Gittamon.
—Se lo he escrito todo, palabra por palabra. No ha dicho gran cosa, sólo el número y que tenía a Ben. Y que estaba vengándose por algo.
Gittamon miró el papel y se lo entregó a Starkey.
—¿Has reconocido la voz? —preguntó Poitras.
—No tengo ni idea de quién es. Me he estrujado el cerebro, pero no lo he reconocido.
Gittamon recuperó la foto de manos de Starkey y la miró con ceño.
—¿Cree que se trata de uno de estos hombres?
—No, no puede ser. Unos minutos después de que se tomara la foto nos fuimos a una misión y murieron todos menos yo. De ahí la importancia de la patrulla 5-2. Por eso me acordaba.
Lucy dejó escapar un leve suspiro. Starkey apretó los labios como si quisiera un cigarrillo. Gittamon bajó la cabeza, incómodo, como si no quisiera hablar de algo tan violento. Yo tampoco quería hablar de ello, la verdad.
—¿Hubo algún incidente?
—No, si lo que me pregunta es si fue culpa mía. Salió mal y punto. No hice nada más que sobrevivir.
Me sentía culpable de la desaparición de Ben y avergonzado porque parecía que lo habían secuestrado por mi culpa. La historia se repetía: una vez más servidor metía a Lucy de lleno en una pesadilla.
—No sé qué más ha podido querer decir el del teléfono —aseguré—. Sólo se me ocurre eso.
Starkey se acercó a su compañero y le dijo:
—Tal vez deberíamos pasar la descripción de Ben a los coches patrulla.
Poitras asintió para indicarle que lo hiciera.
—Y habla también con la compañía telefónica —le ordenó—. Que pinchen el número de Elvis.
Starkey salió al vestíbulo con el móvil en la mano. Mientras llamaba, Gittamon me preguntó por los días que acababa de pasar con Ben. Cuando le conté que me lo había encontrado rebuscando en mi vestidor enarcó las cejas.
—Entonces; ¿Ben sabía la historia esa de la patrulla 5-2?
—No sabía que los demás habían muerto, pero sí había visto las fotos.
—¿Y eso cuándo fue?
—Esta semana, hará unos tres días. ¿Y eso qué importancia tiene?
Gittamon se concentró en la foto, como si estuviera a punto de ocurrírsele una idea muy profunda. Miró a Lucy y después se volvió otra vez hacia mí.
—Estoy intentando descubrir cómo encaja esto. Lo que parece es que han secuestrado al hijo de la señora Chenier como venganza por alguna cosa que ha hecho usted. No la señora Chenier, sino usted. Pero Ben no es su hijo, ni siquiera su hijastro, y sólo ha vivido con usted estos últimos días. Eso es así, ¿verdad? ¿La señora Chenier y usted mantienen residencias separadas?
Lucy se reclinó contra la chimenea. Estaba claro que Gittamon se había puesto a sopesar otras posibilidades, y eso había despertado su interés.
—Sí, eso es.
El sargento asintió y volvió a mirarme.
—¿Por qué iba a raptar al hijo de la señora Chenier si a quien odia tanto es a usted? ¿Por qué no incendiar su casa o pegarle un tiro o incluso ponerle una demanda? ¿Ve por dónde voy?
Lo veía, y no me hacía ninguna gracia.
—Mire, eso es imposible. Ben no puede hacer una cosa así. Sólo tiene diez años.
Lucy miró a Gittamon, luego a mí y después otra vez a Gittamon. No lo entendía.
—¿Qué es lo que no puede hacer Ben?
—Lou, por el amor de Dios —exclamé.
Poitras asintió para demostrar que me apoyaba.
—Dave, Ben no haría una cosa así. Conozco al chico.
—¿Está diciendo que Ben ha simulado un secuestro? —preguntó Lucy.
Gittamon dejó la foto en la mesita del sofá como si ya hubiera visto suficiente.
—No, señora, es demasiado pronto para aventurar algo así, pero he visto niños que han simulado secuestros por motivos muy variados, sobre todo si se sentían inseguros. El hermano mayor de algún amigo podría haber llamado al señor Cole.
Me sentía furioso e impaciente. Me acerqué a las puertas de cristal. Una parte de mí que estaba asustada tenía la esperanza de que Ben estuviera en el porche, observándonos, pero no era así.
—Si no quiere que nos hagamos ilusiones sin sentido —propuse—, no siga. He pasado los últimos cinco días con él. Ben no se sentía inseguro y es incapaz de hacer una cosa así.
La voz de Lucy sonó con fuerza a mi espalda:
—¿Es que prefieres que alguien lo haya secuestrado?
Tenía tantos deseos de creerlo que la esperanza brillaba en sus ojos como una chispa.
Poitras se puso de pie.
—Oye, Dave, si ya tienes bastante material para empezar será mejor que nos vayamos. Quiero llamar a un par de puertas. A lo mejor alguien vio algo colina abajo.
Gittamon hizo un gesto a Starkey para indicarle que podía cerrar la libreta y acto seguido se puso en pie y se colocó al lado de Poitras.
—Señora Chenier, por favor, no digo que Ben haya montado un secuestro falso. De verdad que no, señor Cole. Pero es algo que debemos tener en consideración. Me gustaría disponer de una lista de los amigos de Ben, con sus teléfonos. Aún es pronto y podemos hacer algunas llamadas.
Lucy también se levantó, resuelta y centrada como nunca.
—Tengo que ir a casa a buscarlos —dijo—. Puedo ir ahora mismo.
—Gittamon —intervine—, ¿piensa hacer caso omiso de la llamada?
—No, señor Cole, vamos a abordar la situación como un rapto hasta que estemos seguros de lo contrario. ¿Puede preparar una lista de la gente que participó de alguna forma en esa historia de cuando estaba en el ejército? E incluya cualquier otra información de que disponga.
—Están muertos.
—Bueno, pues sus familiares. A lo mejor nos interesa hablar con ellos. Carol, ¿quieres ayudar al señor Cole?
Starkey me entregó su tarjeta mientras los cuatro nos dirigíamos hacia la puerta.
—Mañana vendré para ver dónde ha encontrado el Game Freak —dijo Starkey—. Ya me dará los nombres entonces. ¿A qué hora le parece bien?
—Al amanecer.
Si se percató de la rabia que había en mi respuesta, no dejó que se notara. Se encogió de hombros.
—Hay mejor luz hacia las siete —dijo.
—Muy bien.
—Si vuelve a llamar —intervino Gittamon—, avísenos. Puede telefonearnos a cualquier hora.
—Lo haré.
Eso fue todo. Gittamon le dijo a Lucy que esperaba su llamada y se marcharon. Nos quedamos los dos en silencio mirando el coche alejarse, pero en cuanto hubieron desaparecido la ausencia de Ben se convirtió en una fuerza física en el interior de la casa, tan real como un cadáver colgado del altillo. Los presentes éramos tres, no dos.
Lucy recogió su maletín. Seguía donde lo había dejado por la tarde.
—Quiero ir a buscar esos nombres para el sargento Gittamon.
—Claro. Yo también prepararé mi lista. Llámame cuando llegues a casa, ¿vale?
Lucy miró la hora y cerró los ojos.
—Dios mío, tengo que llamar a Richard. Contarle esto va a ser dificilísimo.
Richard Chenier era el ex marido de Lucy y el padre de Ben. vivía en Nueva Orleans y lo correcto era que lo llamase para contarle que su hijo había desaparecido. Richard y Lucy habían discutido muchas veces por mi culpa. Imaginé que estaban a punto de volver a hacerlo.
Lucy sacó las llaves torpemente, sin soltar el maletín, y de repente se puso a llorar. Yo también. Nos abrazamos, los dos hechos un mar de lágrimas.
—Lo lamento —me disculpé, con el rostro hundido en su cabello—. No sé qué ha pasado ni quién ha sido capaz de hacer una cosa así, pero lo lamento.
—No te culpes.
No se me ocurrió nada más que decir.
La acompañé al coche y me quedé allí plantado, en medio de la calle, mientras se alejaba. Las luces de casa de Grace estaban encendidas. Allí estaría ella con sus dos hijos. El frío aire nocturno y la oscuridad me animaron. Lucy se había portado bien. No me había echado la culpa, pero lo cierto era que Ben estaba conmigo y ha desaparecido. El peso de aquello recaía sobre mis hombros.
Al cabo de un rato entré en la casa. Me llevé el Game Freak al sofá y me senté. Me quedé mirando la foto en la que salíamos Roy Abbott y yo con los demás. Él parecía tener doce años. Yo no aparentaba muchos más. En realidad tenía dieciocho. Ocho más que Ben. No sabía qué le había sucedido a éste ni dónde se encontraba, pero estaba decidido a hallarlo y devolvérselo a su madre. Me quedé mirando a los hombres de la foto.
—Voy a dar con él. Voy a devolvértelo. Lo juro por Dios. Los hombres de la foto sabían que iba a hacerlo.
Los rangers no dejan atrás a sus compañeros.