11
Pike estaba sentado, inmóvil, entre las ramas rígidas y las hojas coriáceas de un árbol del caucho, frente a la casa de Lucy Chenier. Las pequeñas separaciones entre las hojas le permitían ver con claridad las escaleras que llevaban hasta su piso, y con más dificultad la calle y la acera. Pike llevaba un Colt Python 357 Magnum en una pistolera prendida a la cadera derecha, un cuchillo de combate de quince centímetros, una Beretta pequeña del calibre 25 sujeta al tobillo derecho y una porra de cuero. Raramente tenía que recurrir a ellos. Lucy se encontraba a salvo.
Cuando Cole le había dejado allí unas horas antes, Pike se había acercado al piso de Lucy a pie desde tres calles de distancia. Ante la posibilidad de que el secuestrador de Ben estuviese vigilando, Pike estudió los edificios, las azoteas y los coches de la zona. Cuando quedó satisfecho y estuvo seguro de que no había nadie, rodeó la manzana para salir por detrás de las casas de una planta del otro lado de la calle. Se metió entre los densos árboles y arbustos que las rodeaban y se convirtió en una sombra entre otras sombras. Se preguntaba qué estaría sucediendo en la comisaría de Hollywood, pero su trabajo era esperar y vigilar, así que eso fue lo que hizo.
El Lexus blanco apareció al cabo de una hora aproximadamente. Lucy aparcó en la calle y subió a toda prisa. Pike no la había visto desde que le habían dado el alta, hacía ya varios meses; era más baja de lo que recordaba y la rigidez con que andaba indicaba que estaba alterada.
La limusina negra de Richard apareció diez minutos después y aparcó en segunda fila junto al Lexus. Richard se apeó y subió las escaleras. Cuando Lucy abrió la puerta quedó envuelta en un halo de luz dorada. Intercambiaron unas palabras y Richard entró. La puerta se cerró tras él.
El Marquis llegó por el otro lado de la calle. Fontenot iba al volante y DeNice ocupaba el asiento del acompañante. Se detuvieron, pero no apagaron el motor. Myers bajó de la limusina para charlar con ellos. Pike intentó captar lo que decían, pero hablaban en voz muy baja. Myers estaba enfadado y dio una palmada en el capó del Marquis.
—¡Y una mierda! ¡Poneos las pilas y encontrad al chico!
Acto seguido se fue a buen paso hacia las escaleras. DeNice bajó del Marquis y subió a la limusina. Fontenot aceleró y se alejó, pero se metió en el camino de acceso a una casa, a sólo una manzana de distancia, dio la vuelta y aparcó en la oscuridad, entre dos árboles. Cuando aún no había terminado la maniobra, Richard y Myers bajaron corriendo a la calle, se metieron en la limusina y salieron a toda prisa. Pike esperaba que Fontenot los siguiera, pero no se movió de allí. Se quedó quieto tras el volante. Ya eran dos los que vigilaban a Lucy. Bueno, uno y medio.
A Pike se le daba bien esperar, por eso había destacado en los marines y en otras cosas. Podía pasarse días aguardando sin moverse y sin aburrirse, porque no creía en el concepto del tiempo. Para él, el tiempo era lo que llenaba los momentos, por lo que, si esos momentos estaban vacíos, el tiempo no tenía sentido. El vacío no pasaba ni discurría, existía sin más. Quedarse vacío era como ponerse en punto muerto: Pike existía sin más.
El Corvette amarillo de Cole se detuvo junto al bordillo. Como siempre, le hacía falta un buen lavado. Pike mantenía su Jeep Cherokee impecable, lo mismo que su piso, sus armas, su ropa y su persona. Hallaba paz en el orden y no comprendía cómo Cole podía conducir un coche sucio. La limpieza era orden; y el orden, control. Pike había dedicado la mayor parte de su vida a intentar mantener el control.
Los jacarandás de la calle de Lucy estaban iluminados por farolas viejas y amarillentas. El aire resultaba más frío que en Hollywood y soplaba cargado de perfume a jazmín. Pike estaba vigilando, pero ni lo vi ni lo busqué. Fontenot llamaba la atención, apoltronado en un coche un poco más allá, como Boris Badenov creyéndose Sam Spade. Me imaginé que Richard también había querido que alguien vigilara a Lucy.
Subí las escaleras y llamé dos veces con los nudillos, sin hacer mucho ruido. Podía haber abierto con mi llave, pero para eso habría requerido una confianza en mí mismo que en aquel momento no sentía.
—Soy yo.
La cerradura de seguridad giró con un chasquido apagado. Lucy abrió la puerta. Iba cubierta con un albornoz blanco y llevaba el cabello mojado y peinado hacia atrás. Así siempre estaba guapa, aunque tuviera cara de desconfianza y no sonriera.
—Te han entretenido mucho —comentó.
—Teníamos que hablar de muchas cosas.
Dio un paso atrás para indicarme que entrara y después cerró la puerta con llave. Llevaba el teléfono inalámbrico en la mano. En la televisión decían algo sobre la debilidad ósea de los vegetarianos. La apagó y fue hasta la mesa del comedor, todo ello sin mirarme, como tampoco me había mirado al irse de la comisaría.
—Quiero hablar contigo de todo esto —dije.
—Ya lo sé —contestó—. ¿Te apetece un café? No está recién hecho, pero acabo de hervir agua y hay Nescafé.
—No, gracias.
Dejó el teléfono en la mesa pero no lo soltó.
—Llevo un buen rato sentada aquí con este teléfono —dijo, sin apartar la vista de él—. Desde que he llegado a casa me da miedo dejarlo. Han intervenido la línea, por si vuelve a llamar, pero no sé. Me han dicho que puedo utilizarlo con normalidad, que no me preocupe. ¡Ja! Con normalidad.
Me imaginé que clavar la vista en el teléfono era más fácil que mirarme a mí. Puse una mano sobre la suya.
—Luce, lo que ha dicho..., no es verdad. Nada de eso sucedió, nada.
—¿Hablas del tío de la grabación o de Richard? No tienes por qué disculparte. Ya sé que serías incapaz de hacer algo así.
—No asesinamos a nadie. No éramos criminales.
—Lo sé.
—Lo que ha dicho Richard...
—Chisto —Sus ojos se posaron en mí durante un instante. El siseo era una orden—. No quiero que te expliques. No te lo he pedido nunca y nunca me lo has contado, así que no me lo cuentes ahora.
—Lucy...
—No. No me importa.
—Luce...
—Os he oído hablar a Joe y a ti. He visto lo que guardas en la caja de puros. Son cosas tuyas, no mías. Lo entiendo, es como lo de los ex novios y las tonterías que hacemos de pequeños...
—No te ocultaba nada.
—Me decía: «Ya me lo contará si lo considera necesario», pero ahora ya no parece importante...
—No te guardaba secretos. Hay cosas que es mejor dejar atrás, y ya está. Hay que pasar página. Eso es lo que he intentado, y no sólo con lo de la guerra.
Retiró la mano de debajo de la mía y se echó hacia atrás en la silla.
—Lo que ha hecho Richard esta noche es imperdonable. ¿Cómo ha podido investigarte? Quiero disculparme. La forma en que ha soltado la carpeta sobre la mesa...
—Me metí en líos cuando era joven. Nada muy grave. No te lo he ocultado.
Meneó la cabeza para indicarme que callara y levantó el teléfono con ambas planos como si fuera objeto de estudio.
—Hace tanto rato que agarro este dichoso teléfono que se me ha dormido la mano. No sé si voy a volver a ver a mi niño y se me ha ocurrido que ojalá pudiera meterme por el aparato, por esos agujeritos, y salir por el otro extremo de la línea... —Se puso tensa hasta parecer frágil. Me incliné hacia ella, quería tocarla, pero se apartó—. Para recuperar a mi niño. Me imaginaba que lo hacía como se ve una en un sueño, y cuando salía por el otro teléfono recuperaba mi forma normal. Ben estaba en una cama cómoda, tapadito, y dormía sin que le pasara nada. Yo contemplaba su carita, la de un niño de diez años que dormía sin preocupaciones, y no me veía con fuerzas de despertarlo. Me quedaba mirando aquel rostro e intentaba imaginar cómo serías tú a su edad... —Levantó a vista y en sus ojos percibí tristeza y dolor—. Pero no podía. Nunca he visto una foto tuya de pequeño. Nunca mencionas a tu familia, ni de dónde eres, ni nada de eso, salvo cuando haces algún chiste. ¿Sabes cómo te pincho con lo de Joe, que si nunca habla, que si parece que lleve una máscara en vez de cara? Pues tú no dices más que él, no hablas de las cosas importantes, y me resulta muy extraño. Supongo que has pasado página.
—Mi familia no era exactamente normal, Luce...
—No quiero que me lo cuentes.
—Me crió mi abuelo. Bueno, sobre todo él. Mi abuelo y mi tía. Y a veces no tenía a nadie...
—Tus secretos son sólo tuyos.
—Pero es que no se trata de secretos. Cuando estaba con mi madre no parábamos de mudarnos. Necesitaba normas, pero no había ninguna. Quería amigos, pero no los tenía por esa vida tan rara que llevaba, así que me despisté y me junté con chavales que no me convenían...
—Chisto No sigas.
—Necesitaba a alguien y no había nadie más. Aparecían con un coche robado y yo me iba con ellos de paseo. Qué estupidez, ¿no?
Me colocó los dedos en los labios.
—Lo digo en serio —agregué—. Mantienes las cosas de tu vida encerradas como si fueran criaturas secretas. Todos lo hacemos, supongo, pero ahora es diferente, hemos cambiado, ya no significa lo mismo para mí.
Me puso la mano en el pecho, a la altura del corazón.
—¿Cuántas criaturas secretas guardas ahí dentro?
—Voy a encontrar a Ben, Luce. Te juro por Dios que voy a encontrarlo y a devolvértelo.
Meneó la cabeza con tal sutileza que apenas me di cuenta. —No.
—Sí, de verdad. Lo encontraré. Voy a traértelo a casa.
Su tristeza y su dolor eran tan evidentes que me destrozaban por dentro.
—No te culpo por lo que ha sucedido, pero eso da igual. Lo único que importa es que Ben ha desaparecido y que yo debería haberme dado cuenta de que iba a suceder.
—Pero ¿qué dices? ¿Cómo ibas a saberlo?
—Richard tiene razón, Elvis. No debería salir contigo. No debería haber dejado que mi hijo se quedara en tu casa.
Se me hizo un nudo en el estómago acompañado de un calor amargo. Quería que se callara.
—Luce...
—No te culpo de nada, créeme, pero estas cosas... Lo que sucedió en Luisiana, y lo del año pasado con Laurence Sobek... No puedo permitir que ocurran cosas así en mi vida.
—Lucy, por favor...
—Antes de conocerte mi hijo llevaba una infancia normal. Y yo también tenía una vida normal. He dejado que mi amor por ti me cegara, y ahora mi hijo ha desaparecido.
Las lágrimas se acumularon en sus pestañas y después empezaron a caer por sus mejillas. No me culpaba, no: se culpaba a sí misma.
—Luce, no hables así.
—Me da igual lo que haya dicho ese hombre en la grabación, lo que está claro es que te odia, y tiene a mi hijo. Te odia tanto que tu intervención no hará más que empeorar las cosas. Déjaselo a la policía.
—No puedo desentenderme; tengo que encontrado.
Me agarró el brazo y sentí sus uñas hundirse en mi piel.
—No eres la única persona capaz de encontrado —dijo—. No tienes por qué ser tú.
—No puedo dejado. ¿Es que no lo ves?
—¡Vas a conseguir que lo maten! Hay otros detectives en Los Ángeles y pueden encargarse en lugar de ti. Deja que sean los demás quienes lo encuentren. Prométeme que lo harás.
Quería ayudarla a dejar de sufrir. Quería tomarla con fuerza entre los brazos y sentir que me abrazaba, pero también se me humedecieron los ojos y meneé la cabeza.
—Voy a traértelo a casa, Luce. No puedo hacer otra cosa.
Me soltó y después se enjugó las lágrimas. Tenía la cara ensombrecida y rígida como una máscara mortuoria.
—Vete.
—Ben y tú sois mi familia.
—No, no lo somos.
Sentía una pesadez insoportable, como si estuviera hecho de lomo y piedra.
—Sois mi familia.
—¡FUERA!
—Lo encontraré.
—CONSEGUIRÁS QUE LO MATEN!
Salí y me dirigí hacia el coche. Ya no notaba el frío. El dulce perfume del jazmín se había desvanecido.
Elvis subió al coche, pero se quedó allí sentado, inmóvil. Pike apartó suavemente una hoja para ver mejor. Cuando la mejilla de Cole quedó iluminada se dio cuenta de que estaba llorando. Respiró hondo. Hacía un gran esfuerzo para mantener sus momentos vacíos, pero no siempre resultaba sencillo.
Después de ver a Cole alejarse, Pike salió de su refugio bajo el árbol del caucho y avanzó entre las sombras que rodeaban la casa hasta llegar al jardín contiguo. Avanzó por un callejón hasta situarse una calle por detrás de Fontenot, y después cruzó hasta el lado de Lucy. Pasó a cinco metros de Fontenot, pero éste no le vio. Pike se metió tras las aves del paraíso y después subió hasta la puerta de Lucy. Fontenot había desaparecido: el edificio bloqueaba su campo de visión.
Pike se apartó bastante de la mirilla. Lucy había estado incómoda en su presencia desde de la historia de Sobek, por lo que quería que lo viera antes de abrir. Llamó con los nudillos, procurando no hacer mucho ruido.
La puerta se abrió.
—Lamento lo de Ben —dijo Pike.
Era una mujer fuerte y atractiva, incluso destrozada por los nervios como en aquel momento. Antes de que Lucy y Ben dejaran Luisiana para irse a vivir a Los Ángeles, antes de lo de Sobek, Pike había jugado al tenis con ella y con Elvis. Ninguno de los dos socios sabía demasiado de aquel deporte, pero disputaron un partido contra Lucy para ver qué tal se les daba. Se colocaron en un lado de la pista y ella en el otro. Era rápida y diestra; sus pelotas se colaban bajas, justo por encima de la red, y no conseguían alcanzadas. Se había reído, relajada y segura de sí, mientras les pegaba una paliza. Ahora parecía perdida.
—¿Dónde está Elvis?
—Se ha ido.
Lucy miró la calle, detrás de él.
—¿Cuándo has vuelto de Alaska? —preguntó.
—Hace unas semanas. ¿Puedo pasar?
Lo dejó entrar. Tras cerrar la puerta, se quedó esperando con la mano todavía en el pomo. Pike advirtió que se sentía violenta. No iba a quedarse mucho tiempo.
—Estoy vigilando al otro lado de la calle. Me ha parecido que debías saberlo.
—Richard ya tiene a alguien fuera.
—Lo sé. Lo he visto. Él a mí no.
Lucy cerró los ojos y se apoyó contra la puerta como si quisiera dormir hasta que todo hubiera pasado. A Pike le dio la impresión de que la comprendía. Debía de estar sufriendo mucho con la desaparición de Ben. Recordó cómo su madre recibía los puñetazos que iban dirigidos a él. Cada noche.
No tenía muy claro por qué se había presentado allí ni qué quería decir. Tener las ideas claras era muy útil. Últimamente había demasiadas cosas poco claras.
—He visto salir a Elvis.
Ella negó con la cabeza, sin abrir los ojos, todavía apoyada contra la puerta.
—No quiero que ninguno de los dos se inmiscuya. Lo único que vais a conseguir es que empeore la situación de Ben.
—Está pasándolo mal.
—Joder, yo también. Y, además, ¿a ti qué te importa? Ya sé que sufre, y lo lamento.
Él buscó las palabras con prudencia.
—Quiero decirte algo.
El peso del silencio de Pike hizo que Lucy abriera los ojos.
—¿Qué?
No sabía cómo empezar.
—Quiero decírtelo.
Lucy empezó a ponerse de mal humor y se apartó de la puerta.
—Joder, Joe, nunca dices nada y de repente te presentas aquí dispuesto a hablar. Si quieres soltar algo, hazlo de una vez.
—Te quiere.
—Qué bien. No tenemos ni idea. de lo que le está pasando a Ben, pero a ti sólo te importa lo que sienta Elvis.
Pike la observó detenidamente.
—No te caigo bien.
—No me gusta comprobar que la violencia os sigue a todas partes, lo mismo a ti que a él. Conozco a muchos policías y ninguno vive así. Conozco a fiscales federales y estatales que han pasado años trabajando en acusaciones contra asesinos y jefes mafiosos y a ninguno de ellos le han secuestrado un hijo. Y eso es en Nueva Orleans. ¡Por favor! ¡Y ninguno atrae la violencia como vosotros! No sé cómo he podido ser tan tonta para meterme en un lío como éste.
Pike se encogió de hombros.
—No he escuchado la grabación. Sólo sé lo que nos ha contado Starkey. ¿Te lo crees?
—No. Claro que no —repuso ella—. Ya se lo he dicho a él. Joder, ¿tengo que repetir la misma conversación? —Parpadeó y cruzó los brazos en un gesto enérgico—. Mierda, no soporto llorar.
—Yo tampoco.
Lucy se frotó la cara con fuerza y replicó:
—No sé si lo dices en broma. Nunca sé si hablas en serio o no.
—Si no te crees esas acusaciones, confía en él.
—¡Me preocupo por Ben! —gritó ella—. No se trata ni de mí ni de él ni de ti. Tengo que protegerme y proteger a mi hijo. No puedo permitir que esta locura controle mi vida. ¡Soy una persona normal! ¡Quiero serlo! ¿Estás tan desquiciado que crees que esto es normal? ¡Pues no lo es! ¡Esto es una locura!
Levantó los puños como si quiera golpearle el pecho. Pike la habría dejado, pero ella se limitó a quedarse quieta, con las manos en alto, hecha un mar de lágrimas.
Pike ya no sabía qué más decir. Siguió observándola por unos momentos y después apagó la luz.
—Enciéndela cuando me haya ido.
Abrió la puerta y salió. Bajó las escaleras sigilosamente y pasó por entre los arbustos, pensando en lo que le había dicho Lucy, hasta llegar al Marquis. Las ventanillas estaban bajadas. Fontenot se había encorvado tras el volante y semejaba un hurón asomado por encima de un tronco. Pike se colocó a tres metros, y él ni se enteró. Por eso Pike lo odiaba, porque había visto a Elvis salir de casa de Lucy y había advertido que sufría. Los momentos vacíos que se arremolinaban en torno a Pike se llenaron de rabia. Su peso, cada vez mayor, se convirtió en una marea. Podía haberlo matado hacía diez minutos y de repente se planteó hacerlo en aquel instante.
Se acercó más al Marquis. Apoyó la mano en la puerta trasera. Fontenot no se enteró. Dio un golpetazo con la mano abierta contra el capó, produciendo un ruido semejante a un disparo. El ocupante del vehículo dio un respingo y buscó apresuradamente su pistola por debajo de la americana.
Pike le apuntó a la cabeza. Fontenot se quedó paralizado al ver la pistola. Se relajó un poco al reconocer a Pike, pero tenía demasiado miedo para moverse.
—Mierda, ¿qué haces?
—Vigilarte.
El rostro de Fontenot flotaba al final del arma de Pike como un globo con una diana dibujada. Pike intentó decir algo, pero la ola de momentos pesados ahogó su voz hasta convertirla en un susurro y estuvo a punto de arrastrarlo.
—Quiero decirte algo.
Fontenot miró a un lado y a otro, como si esperase ver a alguien.
—¡Me has acojonado, cabrón! ¿De dónde has salido? ¿Y qué coño estás haciendo?
Pike fue vaciando los momentos que caían sobre él. Hizo un esfuerzo para resistirse a la marea.
—Quiero decírtelo.
—¿Qué?
Los momentos se vaciaron. Pike recuperó el control. Bajó la pistola.
—¿Qué es lo que quieres decir, joder?
Pike no contestó.
Se fundió con la oscuridad. Al cabo de pocos minutos volvía a estar bajo el árbol del caucho, sin que Fontenot lo supiera.
Se quedó pensando en Luay y en Elvis. La verdad era que Cole nunca le había contado gran cosa, pero si se prestaba atención no hacía falta preguntar. Los mundos que la gente se construía eran un libro abierto que mostraba sus vidas: la gente creaba lo que nunca había tenido pero siempre había querido. Todo el mundo era igual.
Pike se dispuso a esperar. Se dedicó a observar. Existía, sin más.
Los momentos vacíos fueron pasando uno tras otro.