Capítulo 39

Fiji, 1850 d. de J. C. El reverendo Thomas Williams escribe: «El canibalismo no limita su selección a un sexo o edad particular. He visto a gentes de cabeza gris y niños de ambos sexos destinados al horno. Las torturas consisten en cortar partes, e incluso miembros completos de la víctima mientras vive todavía, y cocerlos y comerlos ante sus propios ojos, ofreciéndole incluso algunas veces su propia carne cocida para que la coma

Cruzando el puente, Mark echó una ojeada más allá de Abberline para tener una vista del paisaje desde la ventana del carruaje.

Londres se pavoneaba en la luz de la mañana. Las almenas de la Torre eran menos siniestras bajo el brillo del sol, y los grises muelles adquirían una luminosidad centelleante. A lo lejos, a la derecha, la cúpula de San Pedro tenía un halo de resplandor dorado.

Mark casi había olvidado ya la belleza de la ciudad, ¿o sería la distancia lo que le prestaba encanto? Le parecía haber estado preso todos estos meses en el calabozo oscuro que era Whitechapel; ahora, cruzando el Támesis, estaba escapando a un mundo fuera de sus muros.

Pero no había belleza en Walworth. Los barrenderos se afanaban y sudaban por las calles, compitiendo con los alborotadores gorriones por los desperdicios; motas de carbonilla empañaban el brillo del sol en lo alto. La zona le recordaba vivamente los barrios bajos del East End, y cuando finalmente el carruaje los llevó a su destino, encontró el Hospital St. Savior mucho menos imponente que el Hospital de Londres.

Tampoco la consulta del doctor J. F. Williams era más atractiva que los estrechos cubículos que había visto en sus propias rondas diarias.

El mismo doctor Williams proporcionó la única nota brillante entre el sombrío ambiente de la institución caritativa. Era un hombre regordete, que los miraba entornando los ojos a través de unas gafas con montura dorada y que saludó efusivamente a sus visitantes.

—Siéntense y pónganse cómodos —dijo—. Han sido muy amables en venir. He creído que podía interesarles.

Abberline tomó una silla junto a Mark mientras hablaba.

—¿Está usted seguro de sus datos?

—Totalmente seguro. Mencioné tres pacientes en mi carta, pero realmente fueron cuatro. La mujer que se hacía llamar Tabram o Turner también había sido tratada aquí.

—¿Por qué no nos ha hablado usted anteriormente de esto?

—No lo sabía. —El doctor Williams pasó detrás de su despacho—. El otro día, revisando rutinariamente nuestros registros de los últimos seis meses, fue cuando di con los nombres. —Sonrió ampliamente a sus visitantes—. Una auténtica coincidencia, ¿verdad?

Abberline frunció el ceño.

—Y también el hecho de que todas esas mujeres vinieran aquí desde Whitechapel.

—No necesariamente —dijo el doctor Williams—. Recibimos muchos pacientes de allí. Lo siento por el doctor Robinson, pero muchos residentes del East End cruzan el río para recibir tratamiento gratuito porque tienen miedo del Hospital de Londres y su cirugía. Nuestros casos incluyen a muchas mujeres como éstas.

—Así parece. —El inspector echó una mirada a la superficie de la mesa—. ¿Tiene usted disponibles sus notas?

—He preparado las carpetas. —El doctor Williams se sentó y sacó las carpetas de un cajón—. Aquí las tengo. —Abrió la primera carpeta y observó la única hoja que contenía—. Tabram, en julio. La dolencia usual… sufría de malnutrición. —Se desvaneció su sonrisa—. Pero ¿no son todas las que sufren de eso? Es una lástima que no podamos curar la pobreza con píldoras.

—Y las otras?

El doctor Williams abrió la segunda carpeta.

—Polly Nichols en agosto. Magulladuras y contusiones en la cara y los brazos. Aparentemente le habían dado una paliza. También normal, ¿verdad, doctor Robinson?

Mark asintió.

—He visto mi buena parte de eso.

El doctor Williams examinó el contenido de la tercera carpeta.

—También la Chapman vino en agosto. Nefritis crónica, un concomitante del alcoholismo. —Abrió la última carpeta—. Ah, aquí está la Kelly. Primero de noviembre. Según está aquí anotado, no tenía sus flores y temía haber hecho crac.

Mark arrugó la frente.

—¿Qué significa todo eso?

El hombrecillo sonrió.

—Lo siento, me había olvidado de que usted era yanqui. Traducido del vernáculo callejero al inglés, significa que Kelly observó la ausencia de sus menstruaciones y creyó que podía estar embarazada. Un examen demostró que ese diagnóstico era correcto. —Suspiró—. Pobrecilla… qué tragedia.

—¿Dijo algo más al respecto? —preguntó Abberline.

—No a mí. Yo no la vi.

—Y, ¿qué hay de las otras?

—Tampoco llegué a verlas —respondió el doctor Williams—. Tratamos aquí diariamente montones de pacientes externos y no me es posible atenderlos a todos.

—¿Quién lo hizo, entonces?

—Disponemos de una buena lista de voluntarios a media jornada, médicos locales, algunos internos y similares. —El doctor Williams echó una rápida ojeada a las hojas que tenía delante—. La paciente Turner fue examinada por un interno llamado Higgins. Pero las otras tres mujeres fueron tratadas por el mismo voluntario.

Mientras escuchaba, Mark sintió una punzada de excitación.

—¿No sería por casualidad un tal doctor Hume?

Williams negó con la cabeza.

—No. Ese hombre se llama Pedachenko.

Ahora era la voz de Abberline la que demostraba excitación.

—¿Alexander Pedachenko?

—Cierto. ¿Lo conoce usted?

—Únicamente por su reputación. Ruso, ¿verdad?

—Así parece. Según recuerdo, declaró haber obtenido un diploma de medicina hace algunos años y haberse unido al personal médico en Tver, esté donde esté eso. Aunque emigró aquí, nunca se nacionalizó; y como extranjero no tiene permiso para practicar en Inglaterra. —El doctor Williams sonrió disculpándose—. Quizás infringiese un poco las normas permitiéndole que trabajase con nosotros, pero estamos siempre necesitados de buena ayuda.

Abberline asintió.

—¿Qué más podría usted decirnos de él?

—No mucho. Sus conocimientos quirúrgicos parecen amplios. Naturalmente, no se le permitiría realizar operaciones, pero ha atendido a menudo como ayudante. Es un hombre más bien silencioso y de suave conversación. Tiene un ligero acento aunque domina perfectamente el inglés. Yo lo clasificaría como altamente inteligente.

Mark se inclinó hacia delante.

El doctor Williams encogió los hombros.

—Yo diría que no hay nada especialmente destacable en él. Su tez es algo oscura, pero eso es corriente entre los eslavos. Cabello oscuro y los ojos también, naturalmente, y de uno setenta de estatura. Con el consabido bigote.

El inspector Abberline se levantó.

—¿Ha de venir hoy?

—Creo que no. El doctor Pedachenko hace algunas semanas que no viene.

El inspector hizo un gesto de contrariedad.

—¿Ha puesto pies en polvorosa?

—No lo creo —dijo Williams—. ¿Por qué habría de hacerlo? —Los ojos detrás de los anteojos mostraron súbitamente inquietud—. No pensará usted que tiene algo que ver con el triste destino de esas desgraciadas mujeres, ¿verdad?

—No es que quiera involucrarlo —respondió Abberline—. Pero ya que él las atendió, podría saber algunas cosas que pudieran arrojar luz al asunto. Naturalmente, me gustaría interrogarlo. Y al decirnos usted que se ha marchado…

—En eso, realmente, no hay ningún misterio. —El doctor Williams sonrió—. Aparentemente iba mal de dinero. Ha estado ganándose la vida como cirujano barbero a horas, extirpando verrugas y lunares, todo ese tipo de cosas. Tengo entendido que pensaba dedicarse a ese trabajo más en serio.

—Le dijo eso, ¿eh? —Abberline movió la cabeza—. Y, por casualidad, ¿no sabrá usted dónde está empleado ahora?

—Naturalmente, claro que lo sé. —El hombrecillo buscó entre las páginas de una libreta que tenía a mano izquierda, sobre su escritorio—. A ver, ¿dónde está anotado? Ah, aquí está.

Leyó la anotación, y alzó la mirada.

—Lo encontrarán ustedes en la barbería Delhaye, en el Camino de Westmoreland.