Capítulo 16

Hungría, 1514 d. de J. C. György Dózsa, jefe de una rebelión contra los nobles, fue capturado y privado de comida durante dos semanas junto con sus cómplices. Sus captores le ataron después a un tronco al rojo vivo, le pusieron una corona al rojo vivo en la cabeza, y colocaron en sus manos un cetro al rojo vivo. Mientras se tostaba fue comido vivo por sus hambrientos seguidores.

El inspector Abberline no estaba seguro.

Mientras esperaba en la antesala de la oficina de Sir Charles Warren, intentó encontrar una respuesta. ¿Podría ser acaso aquella comida en la «Posada Gravesend», terminada con la tontería de grosellas? Quizás eso era lo que le hacía gruñir el estómago.

La comida había sido un error y todo el viaje hasta Gravesend un fracaso. Allí le habían retenido un sospechoso y las vibraciones del largo viaje en tren para recoger a aquel hombre en nada favorecieron su digestión. William Piggot se llamaba el tipo, y la propietaria de la taberna «Príncipe de Gales» le había visto la mañana después del asesinato de Annie Chapman, desmelenado y con sangre en las ropas.

El acusado encajaba con la descripción, y admitió haber estado en Whitechapel aquella mañana y haberse peleado con una mujer que le mordió en el dedo. Aparte de aquello no había querido hablar durante el viaje de regreso a Londres y parecía hallarse en un estado que bordeaba el delirium tremens. Todo encajaba hasta que supieron que había dormido en una pensión durante todo el tiempo del asesinato. La sangre de sus ropas probablemente era debida al dedo mordido en la pelea después de despertarse. Y cuando Piggot fue alineado expuesto para su identificación ni la propietaria ni ninguno de los clientes de la taberna pudieron reconocerlo con seguridad. Para acabar de arreglarlo, el cirujano del distrito que examinó al hombre certificó que era totalmente demente. No era de extrañar que Abberline tuviera enfermo el estómago. Y cuando finalmente lo hicieron entrar y se halló ante Sir Charles Warren, las cosas empeoraron todavía más.

Naturalmente, Warren sabía el asunto de Piggot, John Pizer, y otro sospechoso —el ayudante de un barbero llamado Ludwig— que había sido arrestado y soltado después. Lo había leído todo en los periódicos.

—Esto es lo que quiero que me explique —dijo Warren—. ¿Cómo es que todo este enredo ha ido a parar a manos de la Prensa?

Abberline, sombrero en mano, seguía allí, de pie, esforzándose por permanecer en calma, pero sus dedos retorcían el ala del bombín.

—Temo que no hay nada que se pueda hacer al respecto, señor. Tal como los periodistas rondan por Whitechapel haciendo preguntas, no puede impedirse que recojan información. No es posible evitarlo.

—¿Información? —Warren fijó el monóculo en su ojo malo y miró con un bizqueo acerado—. Ya basta con que sepan que hemos plantado detectives en los mataderos, y que otros visitan a todos los carniceros y preguntan en todas las pensiones del distrito. Personalmente creo que es un error imprimir semejantes historias —posiblemente alertarán al criminal—, pero por lo menos demuestran que estamos cumpliendo con nuestro deber. —Cogió un periódico de la mañana de encima de la mesa—. Lo que no puedo soportar son bobadas como éstas. ¡Sugerir que las putas deberían llevar silbatos y trabajar en pareja, o que los agentes de patrulla deberían disfrazarse de vulgares prostitutas!

—Admito que no es práctico —dijo Abberline—. Hablando por mis hombres, puedo declarar que harían casi cualquier cosa que se les ordenara, pero afeitarse los bigotes ya sería demasiado.

—Maldita sea, hombre. ¿Está intentando burlarse de todo esto? —La mirada de soslayo de Warren se hizo furiosa—. Deje los chistes malos para la calle Fleet. —Abrió el periódico y hojeó las páginas—. Hay más estupideces aquí que en las cartas a la redacción. Sugerencias de que contratemos a luchadores profesionales y los vistamos de mujeres. O incluso que contratemos afeminados para fingirse mujerzuelas de la calle, poniéndoles collares puntiagudos de acero ya que el asesino ataca el cuello en primer lugar. Le digo que toda la ciudad se ha vuelto loca.

—De acuerdo. —Abberline asintió—. Pero nosotros también andamos detrás de un loco. Y hemos de encontrarlo, antes o después. Tengo algunas pistas recientes…

—¡Sígalas entonces! —El monóculo maníaco de Warren centelleó—. Pero se lo advierto, ni una palabra a la Prensa. Lo están pasando en grande desorbitando del todo el asunto y yo sé el porqué. —El bigote le temblaba al hablar—. Conoce el motivo que hay detrás de esa bufonada, ¿verdad? Están dispuestos a desacreditarme. Desde aquellos infernales alborotos del año pasado, han estado fastidiándome. Muy bien, que lo intenten y ¡malditos sean! —Arrugando el periódico lo arrojó a la papelera junto a su escritorio—. No lo soportaré, ¿me oye? ¡No lo soportaré!

En el estómago de Abberline resonó una advertencia que disimuló apresuradamente aclarándose la garganta. No servía de nada seguir hablando con Warren, pero había otra alternativa.

—Me hago cargo de sus sentimientos en este asunto, Sir Charles, y no le molestaré con mis pistas. Pero desearía una opinión oficial antes de proseguir. Quizá sería mejor que discutiera mis planes con el comisario ayudante. Si está dispuesto a hacerse cargo del caso ahora…

—¿Anderson? —Warren le ofreció una expresión de asombro—. ¿Es que no lo sabe? Salió de aquí el día siguiente al asesinato de Chapman.

—¿Salió?

Ahora le llegó el turno a Abberline de mostrarse sorprendido.

—Ya le dije que no se encontraba bien. Su médico le recomendó un mes de vacaciones en el extranjero. En Suiza, me parece.

Algo causó un espasmo en el estómago de Abberline y se volvió rápidamente sin replicar; todo lo que pudo aventurarse a hacer con seguridad fue una inclinación de despedida mientras se ponía el sombrero y salía del despacho.

Únicamente al llegar al pasillo, después de la antecámara, pudo dar voz a su reacción.

—Suiza —murmuró Abberline—. Todos los infiernos se han desatado en Whitechapel y él se marcha corriendo a Suiza de vacaciones. —Su estómago rugió haciendo contrapunto a sus palabras—. ¡No le tengo rencor, pero espero que se caiga de una montaña y se rompa el maldito cuello!