Capítulo 3
Todavía era de noche cuando John Reeves bajó dando traspiés los escalones de su alojamiento en los edificios George Yard, temprano a la mañana siguiente.
¿Temprano? El maldito reloj ya indicaba las cinco, y él corriendo hacia el mercado sin haberse podido lavar ni tomar una taza de té.
El olor rancio de pescado frito llenaba el rellano y a través de las paredes delgadas podía oír el sonido de los ronquidos provenientes de las pequeñas habitaciones a ambos lados; sus ocupantes estaban durmiendo los efectos de la mona de las celebraciones del Bank Holiday.
Mala suerte para Johnny Reeves, que no podía dormir. Nada de sueño, ni tan sólo un bocado de arenque ahumado, aunque esa idea le repugnó esta mañana, teniendo en cuenta lo que llevaba en la barriga de la pasada noche.
Colocar un pie delante de otro ya era bastante difícil, y sólo faltaba tener que ir zigzagueando en la oscuridad de esta manera. Johnny bajaba la escalera de piedra y casi dio una voltereta al resbalar en un charco de humedad en el rellano del primer piso.
¿Qué demonios sería esto? Probablemente algún cerdo borracho que no pudo esperar para liberarse en su casa y utilizó las escaleras como orinal. ¡Vaya hedor!
Pero no era olor de orina. Y ahora, mientras parpadeaba en la débil luz matutina, tampoco lo parecía.
Sus ojos se abrieron mucho mientras contemplaba el dibujo oscuro que manchaba la piedra.
Entonces vio lo que yacía apoyado en la pared del fondo; el cuerpo de una mujer, del que la sangre se escurría formando arroyuelos rojos que salían de debajo de su falda marrón levantada.