Capítulo 30

Francia, 1793 d. de J. C. Como testimonio del Reinado del Terror en Nantes, se dispuso que uno de los revolucionarios exhibiera «las orejas de un hombre sujetas a la escarapela nacional que llevaba en su gorra». El hombre andaba por ahí llevando un bolsillo lleno de esas orejas, y obligando a las prisioneras a besarlas. También llevaba consigo un puñado de órganos masculinos que había cortado de los hombres que había matado, y los mostraba a las mujeres siempre que surgía la ocasión.

Más tarde, en el vestíbulo exterior, Mark tuvo un momento a solas con Eva.

La alcanzó cuando ella se alejaba por el pasillo, pero se detuvo al acercarse él.

—Eva…, ¿qué le ha sucedido?

—En realidad, nada. —Eva sonrió—. Naturalmente, me sorprendí cuando el doctor Openshaw dio su opinión sobre el asesino. Me ha parecido que también le ha turbado a usted.

—No estoy hablando de eso —dijo Mark—. He visto su cara cuando él ha mencionado al doctor Hume.

La sonrisa de Eva desapareció.

—Por favor —dijo—. Me esperan en el dispensario.

—Pueden esperar. —Mark habló rápidamente—. ¿Qué pretende Hume? ¿La ha molestado? Quiero saberlo.

Eva aspiró profundamente.

—Muy bien.

Reposadamente, le explicó los detalles de su encuentro a última hora de la noche con Jeremy Hume y su visita a la exposición de figuras de cera.

Mark la escuchó con ira creciente.

—¿Y no ha hecho nada al respecto? Podría haberlo denunciado.

Eva sacudió la cabeza.

—Y, ¿de qué serviría? Solamente sería mi palabra contra la suya y naturalmente él lo negaría todo. No quiero que me despidan por armar jaleo.

—El inspector Abberline parece considerar a Hume como posible sospechoso. ¿Por qué no decírselo?

Eva meneó la cabeza con gesto de inutilidad.

—Pero no hay nada que contar… Es decir, nada concreto. Que el doctor Hume se me acercara de esa manera no demuestra que sea culpable de nada más que de un comportamiento desagradable.

—Hay más que eso en el asunto. Usted me contó lo que había dicho sobre los mataderos, la manera con que parecía complacerse en los detalles de los crímenes del Destripador.

—Sí, pero tampoco eso es ninguna prueba. —Eva vaciló—. Y no soy tan ingenua. ¿No se da cuenta de lo que hacía? Estaba intentando excitarme.

—¡Sinvergüenza miserable! —Mark apretó los puños—. ¡Si hubiera venido a contármelo, yo le hubiera arreglado las cuentas en seguida!

Eva suspiró.

—Precisamente por eso no quise decir nada. Además, parece olvidar que tengo otra protección.

—¿Alan?

Eva asintió.

—Si quiere saberlo, le pedí que tuviera unas palabras con el doctor Hume. Desde aquel momento no ha habido ninguna dificultad.

Mark se quedó mirándola.

—¿Está segura? He visto como se ha nublado su cara cuando se ha mencionado su nombre.

—Pero ya lo he explicado…

—No me mienta, Eva. Hume puede que no la haya molestado más, pero no tenemos ninguna seguridad de que no esté planeando alguna cosa para el futuro, aunque solamente sea para vengarse. Esto es lo que estaba pensando cuando Openshaw lo mencionó. Tiene miedo de Hume, ¿verdad?

Silencio, y después, en suave murmullo:

—Sí, le tengo miedo. Pero Alan dice…

—¡Maldito Alan! —Mark se dominó rápidamente—. Lo siento. Ya sé que no tengo ningún derecho a interferir, pero estoy preocupado.

—Lo entiendo. —Eva sonrió—. Y aprecio su preocupación, aunque realmente ahora no hay ningún motivo para ello.

—Prométame una cosa —dijo Mark—. Si Hume intenta molestarla de nuevo, me lo dirá.

—Sí. —Ella asintió—. Ahora debo irme.

Eva comenzó a alejarse, y después se volvió para mirar a Mark por encima del hombro. En su voz y en su sonrisa había una timidez desacostumbrada.

—Gracias —dijo.

Y se marchó.