XLVI
Me habían dicho que hablase con un tal Fribourg. Llevaba treinta años viviendo en Bora Bora y hacía documentales sobre las islas del Pacífico, que solía presentar en París, en la Sala Pleyel. Era uno de los hombres que conocía mejor Oceanía.
No tuve ni que enseñarle la foto de Freddie. Lo había visto en varias ocasiones cuando desembarcaba en la isla de Padipi. Me lo describía como un hombre que medía casi dos metros y no salía de su isla como no fuera en su barco, una goleta, a bordo de la cual realizaba prolongados periplos por los atolones de las Tuamotu e incluso hasta las islas Marquesas.
Fribourg me propuso llevarme a la isla de Padipi. Nos embarcamos en algo así como un barco de pesca. Nos acompañaba un maorí obeso que no perdía nunca a Fribourg de vista. Creo que vivían juntos. Pareja extraña la de aquel hombrecillo con pinta de ex jefe de scouts, que vestía un pantalón de golf raído y un niqui y llevaba gafas de montura metálica y el grueso maorí de piel cobriza que llevaba un pareo y una blusa de algodón azul cielo. Durante la travesía me contó con voz dulce de adolescente que había jugado al fútbol con Alain Gerbault.