XXI

Habíamos salido muy temprano, aquella mañana, en el automóvil descapotable de Denise; creo que fuimos por la Porte de Saint-Cloud. Hacía sol, porque Denise llevaba un sombrero de paja grande.

Llegamos a un pueblo de Seine-et-Oise o de Seine-et-Marne y nos metimos por una calle de cuesta poco empinada, flanqueada de árboles. Denise aparcó el automóvil ante una valla blanca que daba paso a un jardín. Empujó la valla y la esperé en la acera.

Un sauce llorón en medio del jardín y, al fondo del todo, un pabellón. Vi cómo Denise entraba en el pabellón.

Volvió con una niña de unos diez años, con el pelo rubio, que llevaba una falda gris. Nos subimos los tres al automóvil, la niña detrás y yo al lado de Denise, que conducía. Ya no me acuerdo de dónde almorzamos.

Pero por la tarde nos paseamos por el parque de Versailles y fuimos en barca con la niña. Me cegaban los reflejos del sol en el agua. Denise me prestó sus gafas oscuras.

Algo después, estábamos los tres sentados alrededor de una mesa con sombrilla y la niña tomaba un helado verde y rosa. Junto a nosotros, muchas personas con ropa de verano. La música de una orquesta. Llevamos a casa a la niña al caer la tarde. Al cruzar la ciudad, pasamos ante una feria y nos paramos.

Vuelvo a ver la ancha avenida desierta al crepúsculo y a Denise y a la niña en un auto de choque malva que dejaba un rastro de chispas. Se reían y la niña me saludaba con el brazo. ¿Quién sería?