XLV

A lo lejos, se desperdigaban unos fanales rojos y, de entrada, parecía que flotaban en el aire, antes de que uno se diera cuenta de que iban siguiendo el perfil de una orilla. Se intuía una montaña de seda azul oscuro. El agua tranquila, tras haber cruzado los arrecifes.

Estábamos entrando en la rada de Papeete.