II
LOS AGENTES SECRETOS
—Te he dejado que veas Madrid durante unas cuantas semanas —me dijo Aviraneta— y que hables con la gente, porque no tenemos prisa. Por ahora no podemos dar un golpe decisivo; pero preparamos nuestras baterías. El ministro que me envió a Bayona no está en el Poder, y trabajamos con el dinero de María Cristina.
—Yo, por mi parte —le dije—, tengo para vivir. Etchegaray y Leguía van viento en popa.
—Ya lo sé, y me alegro mucho.
—La parte de Etchegaray será para usted.
—No, no, ¿para qué? Tú has creado eso, y debe ser para ti. Yo no necesito dinero; vivo con cualquier cosa. Vamos a nuestro asunto. Ha llegado el momento de que te ponga al corriente de la parte secreta de mis trabajos. En este mes de marzo pasado se han reunido gran número de batallones en Estella, y, por el motivo de la falta de pagas, se han sublevado. Ha acudido el mismo Don Carlos a sosegar el motín; ha exhortado a los rebeldes a que volviesen a la disciplina, y les ha prometido que les pagará parte de lo que les debe. No se han conformado ellos sólo con la promesa; y viendo Don Carlos el asunto más grave de lo que parecía al principio, se ha retirado. Entonces algunos sargentos han empezado a pedir la destitución de Don Carlos; pero la mayoría se ha asustado de su propia audacia, y el movimiento se ha sosegado por sí sólo. ¿Conocíais esto en Bayona?
—Sí; se ha hablado de este motín de Estella; pero no se ha dicho nada de que se pidiera la destitución de Don Carlos.
—Pues se ha pedido. Esta iniciativa no era completamente espontánea, porque dentro de las filas carlistas contamos nosotros con alguno que otro agente que, cuando vuelvas a Bayona, tendrás ocasión de conocer.
—Muy bien.
—Ahora tu acción se limitará a esto: a asegurar en todas partes, en Bayona, que los carlistas están muy descontentos de las expediciones reales; que consideran a Don Carlos completamente inepto, y que creen que sería mucho mejor que el infante Don Sebastián fuera proclamado rey.
—Esto hará algún efecto, pero no creo que mucho, porque todos los días hay versiones de esa especie.
—De todas maneras, tú repítelo.
—¿No hay que hacer más que eso?
—Luego recibirás a los agentes nuestros, a quienes irás citando en distintos sitios por los nombres y señas que yo se daré, y harás una minuta clara con todos los detalles posibles de lo que te diga cada uno de ellos. No importa que te repitas. Cuantos más detalles, mejor. Hecha la minuta, se la leerás al agente; luego la escribirás con tinta simpática, y si hay una parte importante de nombres y de señas, la envías por separado y empleas la plantilla número uno.
—Está bien. ¿Usted no va a ir a Bayona?
—Por ahora, no. Ya veremos cuándo. Si fuera allí, los carlistas y Gamboa pondrían en juego todas sus intrigas para expulsarme. Pita Pizarro ha querido que yo nombrase cónsul a algún amigo mío.
—¿Y por qué no le nombran a usted mismo?
—Eso produciría un escándalo, y no adelantaríamos nada.
—Bueno, ¿qué más?
—Conviene también que vayas a San Sebastián; que veas a mi primo Alzate, y que este envíe un confidente a Azcoitia, para que le diga en qué condiciones vive Don Carlos, en qué casa, con qué servidumbre, qué guardia tiene, etc., etc.
—Entendido.
Informes
—Ahora te voy a dar algunos informes de nuestros agentes, que son: S, T, U, V. X, Y y Z.
—Estamos enterados.
—Yo no bromeo cuando hablo de cosas serias. Vete tomando notas. S es Iturri, posadero y comerciante de la calle de los Vascos.
—Lo conozco.
—Es navarro, buena persona, liberal por convicción, y trabaja por que se acabe la guerra con entusiasmo. Te puedes fiar de él. Es hombre de conciencia.
—Eso mismo pienso yo.
—La T es de Luci Belz.
—Por un poco Lucifer.
—Y por tan poco, porque es mala como un diablo. Luci está empleada en el hotel del Comercio, de Bayona. Escucha todo cuanto se habla allí. Es francesa, y lo mismo le da por los carlistas que por los liberales. Es solterona, y más fea que Picio. El medio de hacerla trabajar con entusiasmo es mirarla lánguidamente y decirla que es muy simpática.
—Muy bien. La miraremos con languidez.
—La U es la Falcón; ya la conoces. No tienes más que decirla que yo te he encargado de hacer una minuta, y ella en la trastienda te la dictará. La Falcón te citará el día que quieras a Luci Belz, que irá, probablemente, a la tienda de antigüedades a hablar contigo.
—Bueno.
—La V es Valdés, un Valdés que llaman de los gatos; ¿tú no habrás oído hablar nunca de él?
—No.
—Valdés es un elegante, un petimetre de hace años, que unas veces está en París y otras en el ejército carlista. Manuel Valdés hace quince o dieciséis años era un buen mozo: alto, guapo, moreno. Quiso ser de la Escolta Real, y no le aceptaron por su liberalismo. Entre los años 20 a 23, Valdés fue un dandy madrileño. Era de los que usaban monóculo y de los primeros en poner en la corte la moda de los sombreros blancos y las levitas verde lechuga con cuello de terciopelo. Este lechuguino tomó parte en la jornada del 7 de julio, formando parte del Batallón Sagrado. Se cuenta que por entonces estaba en un salón presumiendo, cuando entró el gato de la casa, un gato de Angora, muy lucido. «¡Qué hermoso es! ¡Qué elegante!», dijo alguno. «Es el Manolo Valdés de los gatos», replicó el mismo Valdés. Desde entonces, a Manolo le quedó el nombre de Valdés de los gatos. En el faubourg Saint-Germain le llaman le beau Valdés. Al entrar los franceses de Angulema, la gente baja de Madrid estuvo a punto de matar a Valdés, y el hombre se hizo absolutista. Ahora es públicamente carlista y privadamente agente secreto de María Cristina.
—Es una fórmula individual como otra cualquiera.
—Este Valdés tiene que ir con frecuencia a Bayona. Te irá a ver. Quizá te cuente algo curioso.
Se le mandarán tus señas a la casa en donde vive en París.
—Vamos con la letra X.
—Vamos con ella. La X es Pedro Martínez López, un señor que escribió un folleto contra María Cristina por encargo de su hermana la infanta Luisa Carlota.
—¿Y le paga el Gobierno de la Reina?
—Sí; quizá pudo poner en su libelo mucho más de lo que puso. Este Martínez López, para mí, es un tío antipático e inútil. Es burgalés, de Villahoz; se ocupa de cuestiones filológicas y agrícolas, y está liado con una corredora que va a casa de la Falcón, la Hidalgo.
—La conozco.
—Martínez López no creo que te diga nada interesante; chismografía nada más. Se le puede avisar por la imprenta de Lamaignère.
—De la calle de Bourg-Neuf; la conozco también.
—La Y es Bertache, un hombre de cuidado que te lo recomiendo. Bertache es un sargento carlista, joven, llamado Luis Arreche, de la casa Bertache, de Almandoz. Este Bertache es casi un bandido. Tiene una querida, Gabriela la Roncalesa, que es muchacha contrabandista a quien hace andar de aquí para allá. Iturri, el fondista de Bayona, sabe el modo de avisar a Bertache.
La letra Z
—Por último, la letra Z, de que te hablaron a ti en San Sebastián y te dijeron que indicaba el nombre de un francés, es José García Orejón, teniente en las filas de Don Carlos. Orejón ha sido caballista, es muy listo, muy cuco y muy desconfiado. García Orejón fue enviado por la misma reina gobernadora al cuartel general hace años, y aparece allí como furibundo carlista. Orejón tiene también relaciones con Gamboa.
Él fue el que me dio a mí, cuando estuve en Bayona, escrito en cifra y con tinta simpática, el plan de la expedición real, que se ha realizado después. Con él combiné yo también la manera de sublevar las provincias vascongadas y Navarra, en ausencia de Don Carlos y de sus tropas, aprovechando el cansancio de los pueblos; proyecto que, por falta de medios, no se ha podido realizar. Para avisar a Orejón dejarás una nota en un comercio de vinos de Saint-Esprit, de la calle de Santa Catalina, de un tal Artigues. De cuanto te digo no hay que hablar nada a nadie.
—Descuide usted.
—A estas gentes, únicamente conocen por referencias la reina Cristina, el ministro Pita Pizarro, el subdelegado de Policía, don Canuto Aguado, tú y yo. No hay para qué recomendarte la discreción. Cualquier dato que te arranquen te puede perjudicar. ¿Te acuerdas que en San Sebastián te dijeron que yo había ido a Bayona con un extranjero cuya inicial era una Z? La causa de esto fue que Pita Pizarro tuvo que poner en conocimiento del ministro Calatrava, en pleno Consejo, la misión que yo iba a desempeñar en Francia, y revelar el nombre del agente con quien me iba a entender, y le mostró una de sus cartas, escrita con tinta simpática y con la firma Z. El mismo día, seguramente, Calatrava hablaba en la logia, e inmediatamente se comunicaba la noticia a San Sebastián. Actualmente, en España tenemos dos clases de policías, sin contar con la del Gobierno, que es la oficial y la que vale menos: una es la de los apostólicos, jesuítas, clericales, como se quiera llamarlos, y la otra, la de los masones. La una y la otra son policías espontáneas, y, por lo mismo, más activas. Así, claro, nosotros estamos entre dos fuegos. Por esto hay que tener más cuidado y tomar más precauciones. Esto es como el juego del mus: se gana la partida fingiendo y engañando. Así, que ya sabes: la cuestión es no soltar prenda. Oír, callar y mostrarse impenetrable.
—No tenga usted miedo; he hecho el aprendizaje.
—Todas las minutas me las mandas por la estafeta del Consulado inglés.
Había hecho unas notas con las recomendaciones de Aviraneta. Se las repetí, y dio su visto bueno.