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La Tierra era una guadaña pálida contra la luz solar, que apagaba la mayoría de las estrellas y calcinaba la aridez lunar. Espesas sombras cubrían las rocas y los cráteres. La cúpula de la oficina oscurecía el resplandor convirtiéndolo en crepúsculo, vago como el recuerdo de un sueño. Bajo la cúpula había tres cuerpos: un humano, un robot humanoide y una simple máquina.

Ésta última albergaba al Guthrie que mandaba allí. Sus sensores ópticos se posaron en el hombre.

—¿Podemos lograrlo, Pierre? —gruñó—. Es decir, afrontando la bancarrota.

Aulard enarcó las cejas, arrugó el ceño.

—¿Debo responder de inmediato? —contestó.

—No, claro que no. No puedes hacerlo sin cifras, modelos informáticos, análisis, escalas y más análisis y todo lo demás. Pero en principio, según lo que intuye esa cabeza tuya que aún conservas, ¿vale la pena estudiar la idea?

—Se ha hecho con frecuencia.

—Sí, y se ha llegado a la conclusión de que cuesta demasiado, así que ha sido desestimada. Pero hoy olvídate de los factores económicos. ¿Podemos hacerlo, si disponemos de un cheque en blanco sobre los recursos de Fireball, y si nos empeñamos en lograrlo?

Aulard se encogió de hombros.

—Parece que no he sido yo quien ha enloquecido mientras estaba en cautiverio. —Volvió la blanca cabeza hacia el humanoide—. Tal vez tú puedas hacérselo comprender. Le han sucedido demasiadas cosas. Tú recuerdas con mayor claridad. Dile que es una insensatez.

La forma metálica calló medio minuto. Contenía la copia de reserva de Guthrie que Sayre había ordenado hacer y almacenar. Hacía poco que la habían llevado desde su bóveda a Luna. Por el momento el Guthrie más antiguo no había introducido sus datos en el nuevo. Salvo por lo que había observado, leído y analizado por su cuenta, era como si el segundo acabara de llegar de Alfa del Centauro.

—¿Deméter? —dijo al fin—. No lo sé. Me gustaría regresar… si fuera lo más indicado. No estoy seguro de que lo sea, pero… sí, dinos. Pierre.

Aulard volvió a mirar al primer Guthrie.

—No, dímelo tú —rugió—. Instalar una colonia, una colonia humana, en une píemete inservible y condamnée… ¿me has hecho venir personalmente para gastarme una broma de mal gusto?

—Mira —dijo Guthrie—, os he dicho que es sólo una idea que me he planteado. Tal vez sea tonta, o tal vez sea factible pero no conveniente. Te he hecho venir precisamente porque es una cuestión de sentimientos. —Era propio de él. Siempre había sostenido que las imágenes, aunque fueran de alta fidelidad, carecían de alma, y que él, a pesar de su gran capacidad electrónica actual, había sido mejor gerente cuando vivía—. Verás, tenemos que examinar cada opción, y ésta es la más peliaguda.

—¿Y a qué viene?

—Lo sabes muy bien. La Federación. Fireball y Luna contra la Tierra. —Guthrie hizo una pausa—. Pero supongo que no entiendes que esto es crucial. Acabas de salir de la prisión de la Sepo, y regresas de unas bien merecidas vacaciones con tu familia apartado de todo. —Un tentáculo apuntó hacia el humanoide—. Y tú, pequeño, debes ver la situación como algo abstracto. Tal vez ambos lo comprendáis mejor si os muestro una parte de mi última conversación confidencial con Sitabhai Mukerji. Convinimos en grabarla para referencia mutua, e incluye discusiones como ésta. La sostuvimos poco después de que esa Kyra Davis que he mencionado me hiciera la sugerencia que os acabo de plantear. Me he devanado los sesos.

Se enchufó al multi, extrajo la grabación de su programa auxiliar, la repasó, y activó el fragmento que buscaba a tiempo real, eliminando las demoras temporales de una comunicación entre la Tierra y Luna. En el cilindro aparecieron las imágenes de una mujer esbelta y morena y un hombre corpulento.

—Sí, últimamente he generado un rostro para hablar con ella —explicó—. Un detalle, para que mi aspecto sea más humano. No es que pretenda engatusarla. Es una persona realista que cumple con su deber, pero…

Se inició la conversación.

—La policía apenas logró evitar que la manifestación acabara en disturbios —dijo Mukerji—. ¿Se da cuenta? Si quiere más, nos sobran ejemplos.

El fantasma de Guthrie apretó los labios.

—¿También somos impopulares en el Himalaya? —respondió en voz baja—. Creía que esa gente aborrecía a los avantistas.

—Sólo por motivos religiosos. El gobierno de la Unión nunca los amenazó. Pero ustedes, Fireball, resucitaron la guerra. Ustedes y sus cómplices selenitas. Ahora esa alianza es tan clara como la Luna. La bella y sagrada Luna convertida en una amenaza que pende sobre nuestras cabezas.

Guthrie suspiró.

—Bien, las emociones colectivas tienen realimentación positiva, y de ahí surgen las cruzadas. Si yo no puedo convencerla a usted de que nuestras intenciones son pacíficas, señora Presidenta, para qué tratar de razonar con la opinión pública.

Mukerji habló con una extraña amabilidad.

—Usted sabe que reconozco su honestidad, aunque no la de los selenarcas. Al menos, usted es honesto a su manera. Muchos terrícolas piensan lo mismo, a decir verdad. Pero eso no importa. Ni siquiera importa si son ustedes delincuentes. Lo cierto es que sus principios, sus valores, su razón de ser, ya no son admisibles en la etapa actual de la civilización. Semejante concentración de poder en tan pocas manos, libre de todo control social, es tan intolerable como un agente patógeno en el torrente sanguíneo. La acción de ustedes ha puesto de manifiesto el viejo conflicto en toda su crudeza. Tal vez debamos darles las gracias por eso.

La imagen de Guthrie frunció el ceño.

—Señora, no perdamos tiempo en discusiones inútiles. He propuesto esta conversación porque tal vez haya encontrado una solución. Pero es extremadamente radical, y no sé si es factible. Antes de exponerla, ¿puedo preguntar cuáles son las sanciones que piensan imponernos? No se moleste en decirme lo obvio. Sólo intento, a esta distancia y en mi situación, averiguar en qué contexto deberé trabajar.

—Usted habrá seguido los debates de la Asamblea, cuando no los discursos y editoriales y manifiestos.

—Algunos. Una idea común es echarnos de la Tierra, romper las relaciones con nosotros y matarnos de hambre, ¿verdad?

—Una estupidez, lo admito. Pero demuestra que las pasiones se han desatado. También ha tomado fuerza la propuesta de formar una fuerza militar espacial para obligar a Fireball y Luna a obedecer, y llevarlo a usted a juicio.

—Eso representa adueñarse de nuestra organización, señora —dijo Guthrie sin alterarse—. No lo permitiremos. Si lo intentan, los boicotearemos y veremos cuánto tiempo pueden aguantar. Por favor, explíqueselo a los demás.

—Lo hago, una y otra vez. No, no se llegará a tanto. El comercio con ustedes seguirá, cada vez más precario, porque no hay otro remedio. —Mukerji se movió en su silla y habló como si estuviera en presencia de un hombre viviente, mirándolo a los ojos—. Pero entretanto se está considerando seriamente el proyecto de una Tierra unida, en la práctica, un consorcio bajo gobierno de la Federación, si logramos reunir todos los recursos disponibles, crear nuestra propia flota espacial y fundar nuestras propias bases e industrias…

La imagen de Guthrie asintió.

—Ya. No me sorprende. Y no podríamos impedirlo, salvo mediante un embargo o un ataque, cosa que yo no permitiría. Iría en contra de todo lo que Juliana deseaba para esta organización. —Imitó el ruido de aclararse la garganta—. Pero ¿han pensado ustedes en cuánto les costaría?

—Demasiado —admitió Mukerji—. No obstante, al final se llegaría a la destrucción de Fireball y al derrocamiento de la Selenarquía. ¿Cuánto tiempo pueden ustedes competir con el esfuerzo organizado de todo el planeta? —Mukerji levantó una mano—. No me haga un discurso sobre la ineficacia de los gobiernos. Imagínese que le cerraran los mercados, uno por uno. Considere además que no malgastaremos recursos en encomendar a los humanos tareas que los robots pueden hacer mejor.

—Claro. Y la inteligencia artificial con plena conciencia está al llegar.

—Eso dicen los psiconetistas. —Mukerji sonrió, aunque con cierta tristeza—. Ustedes no pueden seguir así, señor Guthrie. Al margen de lo que hagamos en la Tierra, el tiempo no corre a su favor. Los días de Fireball han pasado. Han sido días de gloria. Me disgustaría que su final fuese ignominioso.

—Y a mí me disgustaría que acabaran. No por el negocio, sino por la idea que encarnan.

—¿Una libertad sin trabas? Otro majestuoso fósil, me temo.

—Es posible, pero no estoy demasiado convencido. —La imagen de Guthrie encorvó los hombros hacia delante—. Nunca he creído que nada sea eterno, pero sí que todo cambia, evoluciona. Podemos obligaros a destruirnos, tal como nosotros hemos hecho. O podemos apartarnos tranquilamente del camino… si se respetan nuestras condiciones.

Mukerji se envaró.

—¿A qué se refiere?

—Son sólo suposiciones, pero me gustaría conocer su opinión. Sin compromisos. Tal vez usted desestime la idea aquí y ahora. Pero, a modo de hipótesis, escuche, por favor. Si Fireball abandona gradualmente, transfiriendo la mayor parte de su patrimonio a la Tierra, a las organizaciones que ustedes designen para ese propósito, ¿ustedes, a cambio, nos ayudarían a conseguir nuestro objetivo? Es algo que no puede perjudicarlos de ningún modo. ¿Sería posible llegar a esa clase de trato?

—Continúe —dijo Mukerji.

El Guthrie de la máquina apagó la grabación.

—No hablará de esto hasta que hagamos una propuesta concreta —explicó—. Eso es lo que quiero de ti, Pierre, una opinión sobre si vale la pena la investigación necesaria para averiguar si es factible el proyecto. Si estimas que la vale, informaré de ello a la Presidenta, y ella nos permitirá ganar tiempo mientras realizamos la investigación.

—Emigración a Deméter —se burló el ingeniero—. Absurdo. Es una empresa de tanta envergadura como trasladar el Océano Atlántico a Luna para tener agua que no provenga de los cometas.

—Un momento. No me refería a todos nosotros, ni siquiera a una gran parte. Unos centenares, quizá. Los que realmente deseen ir, dejando todo lo que poseen y arriesgándolo todo porque odian el nuevo orden racional que se está imponiendo en el sistema solar.

—Les duele pensar que a fin de cuentas Xuan tenían razón —murmuró su otro yo.

—No estoy muy seguro. Quizá las máquinas sean las dueñas del futuro, quizá no. Pero no se lo cederé a cambio de nada. En cuanto a los consortes que se queden, Pierre, estarán bien. La transición no se completará de la noche a la mañana. Serán necesarios hasta que puedan retirarse con una considerable jubilación. La presencia humana en el espacio se reducirá bastante pronto, salvo para los que hayan escogido empezar de nuevo en Alfa del Centauro.

—Lo que hagan allí —predijo su otro yo— no se parecerá en nada a lo de ahora. Es imposible.

—Claro que no. Tal vez sea un fracaso total y todos perezcan como los noruegos en Groenlandia, mucho antes de que Faetón acabe con Deméter. Sólo podemos intentarlo. ¿O no, Pierre? Piensa en ello como en un pasatiempo matemático, al menos.

Si el hombre aún no se había decidido, había empezado a calentar motores.

—Bien, digamos mil personas más suministros y equipo —dijo lentamente—. No pueden permanecer en hibernación más de cuarenta o cincuenta años, porque los daños causados por la radiación de fondo y la química cuántica serían irreversibles. Por tanto, la velocidad media debe ser de un décimo de c. —Escrutó las invisibles estrellas—. Puede hacerse, sí, aunque quizá se necesiten dos o tres naves, en vez de una grande… —Sacudió la cabeza—. Pero no. Recordemos que la desaceleración eleva la razón de masa al cuadrado. No creo que tengamos la antimateria necesaria para impulsarla. Quizá necesitemos diez o veinte años para fabricar la suficiente. Entretanto, la situación sociopolítica será otra.

—¿Necesitamos frenado de reacción al final? —preguntó el Guthrie humanoide.

—No —respondió Aulard—. No si… sí, recuerdo antiguas discusiones. —Se acarició la barbilla—. Enviaremos primero pequeñas máquinas Von Neuman para que se multipliquen y luego edificaremos una planta industrial capaz de construir un láser de energía solar, adecuado para frenar las naves cuando éstas lleguen…

—¡Así se habla! —exclamó el Guthrie mayor—. Sólo necesitamos llevar nuestra Arca a un décimo de la velocidad de la luz, y ponerla en trayectoria. ¿Esto es viable?

—Debo hacer cálculos para estar seguro, naturellement —replicó Aulard—, pero sospecho que agotará el suministro energético.

—Eso no tiene una importancia material.

—No —dijo Guthrie el humanoide—, sólo antimaterial.

Una carcajada general festejó el juego de palabras, seguida de un repentino entusiasmo.