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Habiendo cesado sus salvajes aceleraciones, la Muramasa, se dirigió hacia L-5 a media gravedad. Félix Holden se liberó de su asiento, se levantó penosamente y con andar torpe se aseguró del buen estado de sus cinco hombres. Bien adiestrados y en óptimo estado físico, no habían sufrido excesivamente. Los que habían perdido el conocimiento se recobraron, se palparon, respondieron que se encontraban bien. Estaban tan aturdidos por lo que había sucedido como por lo que habían padecido.
Holden no quería subir a la consola del piloto en ascensor cuando pesaba cuarenta kilos. Subió con esfuerzo la escalerilla, se desplomó en la silla de control. Una pantalla semicircular reproducía las estrellas en todo su esplendor, una Tierra resplandeciente, el recortado perfil de la Luna contra la oscuridad.
No vio al piloto. El nuevo Guthrie estaba escondido debajo de interruptores y medidores, conectado directamente a sensores, efectores y ordenadores, corazón y cerebro del sistema. Con sus instrumentos también miraba hacia dentro, sentía las fuerzas. Saboreaba la química del aire, apagaba el tenue chisporroteo de los iones.
—¿Está usted bien? —preguntó.
Holden asintió rígidamente.
—Hemos sobrevivido, señor.
—Lamento haberles sometido a ese zarandeo. He procurado no alcanzar velocidades que les causaran lesiones permanentes pero… lo que más lamento es que ha sido en vano.
—Entonces ¿piensa dejarlos ir?
—No tengo opción. Han difundido la historia. He escuchado una parte de la transmisión.
Holden suspiró.
—Si usted los matara, las cosas serían peores para nosotros.
—No estoy tan seguro —gruñó Guthrie—. Quién sabe cómo se aprovechará Rinndalir de esta situación. Ojalá lo hubiera conocido en persona, para prever mejor sus reacciones. —Una risotada ronca—. Sospecho que mi otro yo, que sí ha tenido una experiencia directa, no está saltando de alegría. Pero ya veremos. Obviamente no podía cometer lo que todo el mundo calificaría de matanza injustificada.
—¿Qué piensa hacer?
—Tocar de oído, devolver los golpes, apostar según las cartas que tenga. Juliana siempre se quejaba de mis metáforas. —La broma cesó—. ¿Acepta, coronel?
Holden irguió la cabeza.
—Estoy dispuesto a cumplir con mi deber, señor. Lo mismo digo de mis hombres.
—Pero lo que usted considera su deber dependerá de lo que suceda, ¿eh?
La nave podía destruir a los humanos con sólo abrir las cámaras de presión.
—Sí, señor. Y espero que usted esté de acuerdo.
—Bueno, mi relación con su Gobierno es distinta. Sin embargo, escuche. Pienso recargar combustible en L-5 y regresar al espacio, para estar preparado contra lo que pueda pasar. Necesitaré su ayuda para eso. Y creo que después, ya que he llegado a conocerle, usted será el más indicado para estar al mando de la guarnición de la Sepo en la colonia.
—Pero ¿qué podemos hacer sino evacuarla? —preguntó el asombrado Holden.
—¿Perder una pieza tan valiosa a cambio de nada? No lo dirá en serio.
Holden miró hacia la Tierra. Tenía familia allí. Guthrie esperó.
—Mis hombres y yo haremos lo que ordenen nuestros superiores, señor —dijo Holden.
—Con eso basta. Los llamaré. Siéntese. Se han ganado un descanso, todos ustedes.
—Señor —murmuró Holden, asombrado por su amabilidad—, ya entiendo por qué su gente siempre lo ha seguido.
—¿Seguido? ¿A mí? En fin. Tranquilo, déjeme trabajar.
Centelleó un haz invisible. Un diminuto satélite, uno de los muchos que orbitaba la Tierra, lo detectó y respondió con una señal de identificación. El haz se estrechó para rastrear esa única retransmisión hasta que fuera reemplazada por la siguiente. Su contenido cifrado pasó a una estación terrestre y de allí a Futuro. La noche cubría la capital de América del Norte, pero Enrique Sayre seguía despierto en su oficina.
Holden no vio su imagen ni oyó sus palabras. Guthrie las recibía como datos que él interpretaba como un rostro y una voz. Habría sido erróneo decir que un ordenador lo hacía. Ciertos centros del cerebro vivo procesan datos que reciben de los nervios óptico y auditivo, pero quien percibe el mundo circundante es el ser humano en su totalidad. Una vez conectado, Guthrie recibía el espectro electromagnético como el hombre percibía la luz. Se movía por campos de gravedad como antaño se había movido a través del viento y sobre las olas. Sabía dirigirse hacia un objetivo móvil como antaño había sabido arrojar una pelota o disparar un rifle. Las sensaciones y conocimientos eran más abundantes que cuando vivía, y habrían resultado abrumadores de no ser tan nítidos. La física es manejable, a diferencia de la biología, porque es sencilla. Y es incomprensible, a diferencia de la biología, porque es extraña.
—¿Y bien? —exclamó Sayre—. ¿Cuál es el resultado? —Estaba ojeroso. Parecía agotado.
—Eran ellos, en efecto —respondió Guthrie—. Han difundido la noticia en Luna antes de que yo pudiera detenerlos. Pronto estarán allí.
El silencio vibró mientras los fotones corrían en ambas direcciones.
Sayre se desplomó en su silla.
—¿Entonces el juego ha terminado? —Se puso rígido—. No. Seguiremos adelante. Regresa. No a Quito; supongo que eso ya es imposible. Te daremos asilo.
—No, gracias —respondió Guthrie—. ¿Para quedarme quieto como un inútil? Escucha. Aún podemos sacar partido de esto. ¿Recuerdas mis suposiciones sobre los selenitas cuando nos enteramos de que visitaban L-5? Era evidente que se proponían sacar a mi gemelo de allí, y lo han conseguido. Pero no proclamaron de inmediato que lo habían hecho, ni el porqué. De hecho, guardaron silencio hasta que los obligué a decirlo. ¿Eso no te sugiere que tienen aviesas intenciones? Ignoro cuáles, pero pueden ser para ti peores que las de mi gemelo. Por otra parte, recuerdo un viejo refrán. A río revuelto, ganancia de pescadores. A eso me atendré.
Pausa.
El humano miraba como si viera un rostro en la pantalla que tenía delante. Tal vez lamentaba no verlo.
—¿Qué te propones?
—Por el momento, ir a L-5, tomar masa de reacción y antimateria y patrullar el espacio. Dejaré allí a mi tripulación, y quiero que el Sínodo designe a Félix Holden comandante de nuestras fuerzas en L-5. Así podrá proveer de inmediato mis necesidades, y contaremos con un hombre capaz, listo y de confianza.
Pausa.
—No sé —murmuró Sayre—. Algunos detalles de su psicoperfil… eso sí, es leal.
—Los hombres como él escasearán en cuanto se difunda la noticia —advirtió Guthrie—. Déjame actuar a mi modo en el espacio. Tú estarás más que ocupado en casa. Entre los dos, quizá logremos dominar la situación. Quizá terminemos ganando la partida.
Sus sentidos electrónicos sondearon el espacio hasta encontrar el gran cilindro que giraba contra las estrellas.